por Roberto Berríos   —No la hubieras enterrado viva —dijo su mujer. —¿A quién? —preguntó Donis. —A la Cuarraca —replicó la mujer—. A la Dorotea esa. Donis se arremolinó en la cama dura como cemento y levantó la mano para rascarse la nariz pero la detuvo a medio camino de su rostro y se quedó contemplando …