BESTIARIO DE QUIMERAS. ANTOLOGÍA DE MINIFICCIONES DEL CONCURSO CUENTOBER 2023


"Piel de bebé"
"Piel de bebé", de Duane Morales / gduanee

Tras una arriesgada expedición por lugares llenos de misterio y magia ancestral, la Marabunta reunió los relatos que sus hormigas supervivientes lograron escuchar de entre murmullos entrecortados por el miedo, historias sobre criaturas que deambulan en las noches, que toman formas misteriosas, que se esconden y viven entre nosotros desde épocas milenarias.

Para conseguirlo, se demoraron en esta ardua tarea que inició en octubre de 2023 y concluye —¡por fin!— este mes de marzo con un merecido reconocimiento a las aventureras y los aventureros que lo arriesgaron todo y volvieron con un relato digno de perdurar entre las páginas virtuales de esta revista, hasta que el fin del mundo nos alcance.

Muchas gracias por colaborar, muchas gracias por leer.

CHUPACABRAS

“Chupacabrántropo”, de Rafael Alvazález
Un chupacabras mordió a Juanito. Aquella noche no había luna llena y Juanito sabía que para convertirse en hombre lobo u hombre chupacabras o algo semejante era requisito indispensable bañarse con luz de luna llena. Era cuestión de tiempo, decidió esperar, esperar por sus poderes nuevos.

Tarde recordó Juanito que su nombre era Juanito y no Johny, pues vivía en la parte latina de América, donde la herencia del folklor fantástico europeo no aplica igual que en el norte del continente, ni siquiera en la ficción.

A los tres días Juanito murió de rabia.

“Las cosas nunca son como creemos”, de Memo Muñoz Hernández
En un inicio creímos que era un invento del jefe supremo Salinas para ocultar la inflación y los ceros que le estaba quitando a la moneda; en un país de sospechosismo, el pelón es el rey. Luego, cuando las evidencias comenzaban a ser más claras, cabras cercenadas, bolsas de carne ya sin jugo, sólo un hilillo de sangre, imágenes poco claras de entes ignotos, ahí, ahí supimos que el llamado mito del chupacabras era real.

Cuando el secreto no se pudo detener y todo se hizo público, vinieron turistas del mundo a ver al magnífico chupacabras, fotos claras ―nada que ver con Big Foot―, todos encantados; luego llegaron los cazadores. Murieron cientos, había cabezas de chupacabras en todas las casas de rednecks respetables del sur de Estados Unidos. Fue cuando PETA y Greenpeace buscaron protegerlos, mientras que el gobierno mexicano puso una veda: se les daban cabras pagadas del erario. Grandes celebridades vinieron a protegerlas, fotos, flashes, fama…

Iniciaron las investigaciones pertinentes, la ciencia al servicio de la humanidad. Los científicos se dieron cuenta de que eran criaturas interdimensionales, que pertenecían al infierno o al menos a una dimensión lo más parecida a nuestra idea del infierno; sí, hay un infierno o miles tal vez. Cuando el chupacabras se convirtió en una especie protegida, se dejó crecer desmedidamente la población, fue cuando nos percatamos de que la compasión fue un error.

Hoy somos pocos los que resistimos, la frase “el Infierno está en la Tierra” se hizo realidad, se abrieron portales interdimensionales, llegaron miles de chupacabras atados a correas y llevadas por demonios; nos cazan, nos diezman, estamos muriendo, pero creo que hay demonios que piensan que debemos vivir y nos han puesto como especie en peligro de extinción, sobrevivimos, apenas, no todo está perdido…

AHUÍZOTL

“Qué más da”, de Memo Muñoz Hernández
El olor a tierra mojada se levantaba desde las jardineras ajadas de la calle; a lo largo de ésta había charcos, la luz de las farolas se reflejaba pobremente en el agua sucia; hacía calor, todo el día hizo calor y la lluvia sólo lo había alborotado, era una noche tranquila de otoño, con calores de verano.

Jesús caminaba solo y triste por la calle, su paso era lento, sin ganas, su vida se iba por el caño. Dora, su novia, lo acababa de dejar por su entrenador del gimnasio; cuando se lo hizo saber, apuntó a su tripa y se fue, una chingadera. En su trabajo, su jefe lo estaba chingando por algo que no hizo, su papá le había dado un ultimátum, “tienes un mes para irte”: hay veces que la vida no te sonríe.

Así, caminando, iba pateando el agua de los charcos, qué más da, qué más da. Suena el llanto de un niño, ves con el rabillo del ojo un movimiento raro que se refleja en el charco del lado derecho, volteas y alcanza a ver un dedo, corres pensando que puede ser que alguien cayó en una coladera, te hincas y tomas el dedo, se convierte en una mano, la tomas fuerte, jalas con fuerza, comienza a salir una cola peluda, llena de picos, no puedes gritar, mucho menos cuando ves la cara de un perro grande cerca de ti, respirando fuerte, nadie te ve, nadie te escucha.

Días después encontraron el cuerpo de Jesús cerca de su casa, sin ojos, sin uñas y sin dientes, se sospechó de un secuestro, cuentas pendientes con el cártel, un crimen pasional, nadie nunca supo que sólo fue un elegido de Tlaloc.

“El rapto”, de Rafael Alvazález
—Un ahuízotl se llevó a Estrada —dijo Cortés.
—Un ahuízotl se llevó a Ximénez —dijo Alvarado.
—Un ahuizote se llevó a López —dijo Díaz del Castillo.
—¿Qué es un ahuizote? —preguntó un soldado.
—¿No lo sabéis? —respondió Díaz del Castillo—. Es un demonio de aquesta tierra que con llantos y gritos y otras artimañas llama para sí a la gente a las márgenes de la laguna y los ahoga y los devora. ¡Como las sirenas del libro de Uliseo!
—¿Eso dijeron los teules? —preguntó un sonriente tlaxcalteca—. Mejor así, si supieran la verdad, ejecutarían otra matanza —se respondió a sí mismo el tlaxcalteca mientras daba un sorbo a su guiso y el caldo se derramaba un poco de su boca por la risa.

Los demás tlaxcaltecas también rieron mientras comían pozole.

NAHUALES

“Ícaro”, de Memo Muñoz Hernández
Cuando nació Gustavo, en la caótica Ciudad de México, tuvo que nacer en su casa pues la ambulancia no llegó hasta mucho tiempo después; cuando llegaron los paramédicos, envolvieron a Gustavo y a su madre, los bajaron lentamente esa madrugada de frío, el padre rápidamente tomó la maleta de su esposa y su hijo, y cuando salía por la puerta se dio cuenta de que en el piso había ceniza tirada y las patas muy bien marcadas de un zanate, esos pequeños cuervos que deambulan erráticamente por la ciudad, era curioso, pero no le dio más importancia de la que debía, salió corriendo para cuidar de su esposa y nuevo, gordo y rosado hijo: pura felicidad.

Treinta años después Gustavo camina por la ciudad, mira el cielo encapotado y sube la solapa de su vieja chamarra, frota sus manos, zapatea el piso esperando calentarse en esa mañana fría. Van 6 meses que no encuentra trabajo, da vueltas, va a citas, sonríe forzadamente, se gastan sus zapatos, se gastan sus esperanzas, se gasta la vida. Camina sin ganas, de nuevo lo rechazaron, te falta, te sobra, te falta, te sobra, siempre incompleto, siempre abajo, nunca puede cumplir las expectativas, ni las más mínimas.

Sube, tiene cita en el piso 18, llega con otros veinte candidatos, todos igual: con frío, suelas desgastadas, sueños desgastados. Pasa a una sala impersonal, le dan una hoja, escribe su nombre, su profesión, sus fortalezas, sus debilidades, ¿quién soy yo para juzgarme? “Nosotros te hablamos”, suena por milésima vez, sube al elevador, PB, no, se arrepiente y pisa el 26, sube, sube, sube, llega, se abre la puerta y se ve la ciudad a sus pies, pero enmarcada en las ventanas, ve una escalera cerrada por una reja, decide saltarla para ver el paisaje sin marcos, hasta donde alcanza la vista.

Se acerca a la orilla, sube el murete, aquí todo es pequeño, hasta los problemas, hasta los sueños, se deja caer, sólo se escucha un grito, y después, el típico graznido del zanate, su aleteo, volando alto, cada vez más alto, como Ícaro, pero sin alas de cera, solo un nahual, alejándose en el frío de la ciudad.

“Aullido de medianoche”, de Verónica Itzel Calvario Sánchez
Casi todos le tienen miedo. Sus ojos inyectados en sangre y esa fuerza descomunal lo hacen aterrador. Yo soy el único en este pueblo que no le tiene miedo. No es que no tema que me pueda hacer añicos, pero soy rápido, veloz para escapar.

La noche ha caído sobre mis hombros nuevamente y estoy fuera de casa. No tengo ganas de entrar. No voy a entrar.

El viento sopla helado y enfría mi pequeño cuerpo. No he comido. Tal vez en casa haya algo de comer, pero prefiero estar aquí afuera.

Me echo vapor para calentar mis manos cuando algo me pega con fuerza en la cabeza, tirándome al piso.

Ha llegado otra vez. Comienza a golpearme como es su costumbre. Está muy borracho. No me puedo poner de pie. Esta vez no puedo escapar de sus fuertes manos, ni de sus furiosas patadas. No sé qué hacer. No veo escapatoria.

A lo lejos veo un perro… es un perro grande y me invade una extraña sensación.

El perro… es más como un lobo negro con ojos rojos de color brillante. El enorme animal se arroja sobre mi padrastro y se lo lleva fácilmente cargando en el hocico. Veo cómo su carga se retuerce y grita pidiendo ayuda hasta que desaparece por fin en la espesura del bosque.

Escucho un aullido y luego todo queda en silencio.

Mi corazón todavía late muy rápido y los golpes me arden, pero aun así una sonrisa aparece en mis labios ensangrentados. Ahora ya puedo entrar a casa.

No tengo duda de que el monstruo se ha ido para siempre.

“La Roja”, de Alberto Macías
Ciudad de México. La noche del 16 de octubre de 2023, Manuel N, de 18 años, fue detenido en la delegación Gustavo A. Madero, acusado del asesinato de Roberto N, profesor de la secundaria local, después de que éste, presuntamente, intentara secuestrar a la hermana del acusado al salir de clase.

Los hechos ocurrieron entre las 9 y las 11 de la noche. Testigos afirman que vieron a Manuel N perseguir al profesor cuando éste llevaba a la menor del brazo y ella gritaba por ayuda.
—Nos echamos a correr tras ellos, pero lo vimos entrar a la casa embrujada y ya no pudimos hacer nada —relata un vecino de la zona—. En esa casa seguido se escuchan aullidos y gritos. Muchos vagabundos se meten, pero ya no salen. El joven entró por su hermana, pensamos que ya no los íbamos a ver a ninguno de los tres.

Sin embargo, la joven de 14 años de edad logró salir del inmueble y fue a buscar a su madre para que pidieran ayuda. María, madre del acusado, llegó a la ubicación 20 minutos después junto con una patrulla de la SSP de la CDMX. Pedro Ramírez, oficial que atendió la situación, declara:
—La señorita nos dijo que un indigente la ayudó a escapar y que entre él y su hermano se encargarían del profesor mientras ella buscaba ayuda. Entramos al inmueble para detener al presunto secuestrador y lo encontramos sin vida, con una herida muy profunda en el abdomen, los intestinos de fuera y la cabeza aplastada, como con una piedra. El joven se había desmayado y estaba cubierto de sangre, tanto en su ropa como en sus manos. No había nadie más en el lugar.

Un perito de la PGJ corrobora la versión de las heridas abdominales, pero afirma que la cabeza de la víctima, más que ser aplastada, pareciera que fue mordida, pues presenta heridas con forma de colmillos. Fotografías de la escena del crimen pueden ser encontradas a continuación.

Este medio intentó conseguir una declaración del detenido, pero lo único que dijo fue “se transformó en un lobo y lo mató”. Julio N fue llevado al Ministerio Público, donde se le leerán sus derechos y posteriormente será trasladado al Reclusorio Norte. La policía de la Ciudad de México levantó un boletín de búsqueda para el presunto cómplice del asesinato.

“Pitzotl”, de Damian G.
Absorta en la conversación, mi madre ignoraba la profunda oscuridad de la noche. Con el sereno en nuestros pies y el canto de los grillos, finalmente observó la hora. Se despidió abruptamente de su comadre y tomó mi mano con fuerza. Como era habitual, había vendido todos los panes de la canasta, aunque eso le significaba caminar entre las calles del pueblo hasta el anochecer.
—Ay, mija, ya se nos hizo tarde —mencionó angustiada.

Los caminos de tierra carecían de luces y anduvimos entre la penumbra durante varios kilómetros. No era problema alguno para doña Gonzala, mi madre, quien conocía las veredas como la palma de su mano. Mientras volvíamos a casa, me relataba historias de su juventud e incrédulamente caía en sus distracciones.

Tras varias horas de camino, vislumbramos las luces titilantes en la entrada. Antes de atravesar las puertas de madera que daban paso a la vereda principal del rancho, unas pequeñas pisadas se escucharon entre la hierba alta.
—¡Largo de aquí!

Me estremecí ante la fuerza de su demanda. Ciega por la oscuridad del camino, la tenue luz no ofrecía una imagen clara.

Las pisadas avanzaron con lentitud.
—¡Te digo que te largues! —Se devolvió y seguí inútilmente la dirección de sus gritos— ¡Ésta es la última vez que nos sigues, desgraciada! ¡Déjanos en paz!

Entonces escuché un sonido del cual no estaba segura. Agudicé mi sentido y me horroricé de inmediato: era el gruñido de un cerdo.
—No tengas miedo, mija. No le vayas a dar la espalda.

Me sostuvo con mayor fuerza y tomó el machete que llevaba en su cintura. Alzando la hoja al aire, advirtió:
—¡Largo de aquí! ¡Nunca vas a tocar a mis hijos!

El animal chilló con mayor fuerza y corrió hacia nosotras. Intenté darme la vuelta para huir del terrible sonido, pero de hacerlo, ella hubiese robado mi alma. Me recobré de inmediato aferrándome al brazo de mi madre.
—¡Te lo advertí!

Soltó el golpe sobre el lomo de la bestia, incrustándoselo hasta las costillas. Ésta huyó ensangrentada mientras profería un sonido tan agudo que sentí desmayarme. El filo del machete se había impregnado en un líquido negro. Desprendiéndose del cuchillo, me obligó a correr junto a ella y llegamos a nuestro destino.

A la mañana siguiente se anunciaba en el pueblo la muerte de doña Consuelo. Una vieja señora conocida por vender gorditas de harina cerca de la iglesia. Se informó que la causa de su fallecimiento eran profundas heridas en su espalda que le abrieron el cuerpo a la mitad. Mientras escuchaba las pregonas del día, continuaba vendiendo panes en compañía de mi madre.

Al volver a casa, el sol aún iluminaba el día. Busqué el machete en la entrada de mi hogar y ahí lo encontré, mas la oscura sangre de la vieja Consuelo se había evaporado.

“Ritual”, de Rafael Alvazález
Hoy es mi cumpleaños, alcanzo la mayoría de edad. Mi padre me ha dicho que, al igual que él cuando cumplió mi edad, mi regalo será despertar a mi nahual. Desde pequeño me ha dicho que es algo con lo que nací y lo he aceptado, pero tengo miedo porque nunca me ha dicho en qué tipo de animal me convertiré, si en uno terrestre, volador o acuático; dice que eso debo descubrirlo por mí mismo.

El ritual es extraño, mi padre me dice que no sólo debo beber un brebaje, sino que yo debo ser uno con el brebaje: sólo mi esencia falta, sólo mi sangre, fluyendo de mi yugular, se vierte en el negro cuenco. El brebaje es ingerido por alguien, por algo, por mí mismo, por mi nahual.

He despertado. Ahora soy otra cosa, otro ser. Soy más alto, más fuerte, tengo más piel que pelo, cuatro extremidades, pero ando sólo con dos. Mis pensamientos siguen ahí pero ahora se arremolinan con otros que nunca imaginé y se agitan tanto que pareciera que quieren salir por mi hocico que ya no es hocico, sino boca. Soy un hombre, mi nahual es un hombre…

CADEJO

“Taxidermia”, de Laure Pinede
Todos me preguntan por Meny. Cuando entran a la sala y ven la figura de la basenji junto a la fotografía de mi bautizo, siempre escucho: “Luce tan… viva”, “¿Seguro que no está dormida y nada más?”, sumados a una serie de eufemismos baratos que desacreditan y minimizan el arte de conservar seres que alguna vez estuvieron vivos; mantener sus cuerpos y, sobre todo, sus esencias, es lo que vuelve a la taxidermia en uno de los oficios más precisos y místicos de entre todos los demás.

Meny, como le nombró mamá, sepa Dios por qué razones, fue una bestia desalmada y sigilosa que, en reiteradas ocasiones, mandó al hospital a muchos niños con laceraciones en sus piernas y manos, algo que en el fondo festejaba y me convenía, pues, era yo mismo el que llevaba a que les cosieran sus débiles extremidades con el fin de observar la precisión con la que los médicos suturaban a sus pacientes, para luego ponerla en práctica con los míos… con uno en particular: Meny.

La particularidad de Meny y los de su raza, particularidad que le dio ventaja con sus víctimas en reiteradas ocasiones, se convirtió también en su maldición: los basenji nacen sin cuerdas vocales. Este factor fue clave para que esta ejemplar se convirtiera en mi David y en mi Mona Lisa, porque cada partícula de ruido contamina el proceso de creación y el arte en sí es calma.

El único problema es que Meny también se llevó la voz de mi madre.

TLAHUELPUCHI

“Barreras lingüísticas”, de Rafael Alvazález
—Soy una tlahuelpuchi.
—¿Tlahuelpuchi? ¿Qué es eso?
—Otra forma de decir femme fatale.
—¿Qué es eso?
—Otra forma de decir maneater.
—¿Qué es eso?
—Otra forma de decir vampiresa.
—¿Vampiresa o vampirse, o vampiresx? ¿Con cuál te identificas tú?
—Olvídalo —dijo ella mientras se bajaba del regazo del chico y se desvanecía en humo.
Con el tiempo, el chico se lamentaría de que en su escuela no le hubieran enseñado náhuatl, francés o inglés y ni siquiera un buen español.

“La talavera de cos”, de Guillermo Baños
Una sonrisa tierna y sombría iluminaba la mitad de aquel rostro lleno de incertidumbre, a contra luz de aquella ventana que rechinaba en un vaivén de los aires de medianoche en Villa de Cos. Martirizada de hambre lloraba sin cesar aquella recién nacida, viendo cómo aquella figura indómita fijaba sus ojos y su apetito en aquella sangre fresca y libre de prejuicios, pura como los primeros rayos del sol en aquel bello pero lúgubre sitio.

Fue más estrepitoso el nacimiento que el final, tuvo más resonancia los gritos de aquella madre que yacía postrada sin vida mucho antes que la dama a la que llamaban La Talavera entrase sin permiso alguno a aquel lugar en el que las ventanas iban y venían sin control pero con cierta cadencia, con cierto temor, como si quisieran callarse ante la inminente muerte de aquellas dos almas que lucharon por vivir pero que murieron ante un misterio que nadie puede explicar con certeza, el final de la recién nacida llegó en medio de la oscuridad, en medio de la nada, con su madre al lado, inerte, inmóvil ante las fases de la Talavera de Cos.

YOUALTEPUZTLI

“Lo que será”, de Rafael Alvazález
Yolitzin sostenía el corazón de la criatura. Los golpeteos de hacha cesaron. La noche ya no murmuraba, sólo congelaba, como la sangre entre los dedos de Yolitzin. Sonrió, sabía que aquella carne le hablaría pronto, le diría lo que será. Envolvió el corazón con un trozo de su ropa y se fue.

Era de madrugada cuando llegó a su casa, por lo que, al despertar, Yolitzin se sorprendió de que aún fuera de noche. Había dormido todo el día, tiempo suficiente —pensó él— para que el corazón del yohualtepuztli le dijera aquello que anhelaba. Se acercó al girón de ropa arrinconado. La sangre estaba seca y el bulto era más prominente. Yolitzin sabía lo que encontraría. Al levantar la tela, un simulacro de su rostro emergió y desapareció en seguida.

La dicha lo embargó. La noche era perfecta, más fría y silenciosa. Y esa noche, quizá, sería en la que por fin él hiciera sonar el hacha.

QUINAMETZIN

“Allá en Teotihuacán”, de Rafael Alvazález
Los gigantes resistieron, desde la honda y la maza chichimecas hasta el arco y la flecha mexicas; desde la espada y la cruz españolas hasta el fusil y el estandarte novohispanos; desde el acero y el bridón mexicanos hasta el láser y el bit innombrados.

Ni los eones perturbarán a los gigantes de su sueño gris, pétreo, piramidal, allá en Tollan, allá en Chollolan, allá en Teotihuacán.

El cultista entona este cántico –antiguo, confuso, en un idioma rancio de un siglo olvidado– ante la pirámide. El viento le responde con vacío. Favorable será –lo sabe– el llamado de los ancestros.

ZOMBIS

“La invención de Schembri”, de Rafael Alvazález
—¡Wow! Necesito ver esa película, pibe. ¡Buscala, buscala!
—¿Qué? ¿Zombies en el cañaveral? No existe, es una película inventada. Esto era un falso documental.
—¿Cómo?
—Nada de lo que dijo el documental que vimos es cierto porque, para empezar, ni siquiera es un documental, es más como una novela sobre la investigación de un filme que nunca existió. Zombies en el cañaveral es una ficción de Pablo Schembri, el director.
—No, ¿cómo? No, boludo, eso no puede ser. Ya me vi todo el documental y ahora quiero ver la película de la que habla, pero si no existe… ¿Por qué harían algo así?
—Para burlarse. Vamos, ¿en serio vos creíste que una película argentina de los sesenta que nadie vio sería plagiada por George Romero, el padre del género, en La noche de los muertos vivientes, su ópera prima? No, todo es una joda, porque ¿de cuándo acá has visto vos que las influencias vayan de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo? Obvio que todo es una mentira, bien disfrazada, pero mentira. Fijate sólo, por ejemplo, en cómo escriben el título de la cinta: ¿por qué escribirían “zombies” y no “zombis” como en…?
—¡Ya la encontré!
—¿Qué?
—La película de Zombies en el cañaveral ya la encontré. Aquí está, completa en YouTube. Una hora con veintiséis minutos. Mirá.
—No, ¿cómo? ¡Eso es imposible, che! Pero si se supone que era una ficción nada más.
—Pues ya ves que no, aquí está completita y hasta remasterizada en HD y a color, ¡eh!
—Pero ¡¿cómo?!
—La habrán encontrado, pelotudo, yo qué sé.
—Che, pero te digo que es una invención de Schembri, sólo eso. No debería, no podría existir.
—Pues yo aquí la estoy viendo, pibe. Así que o la encontraron o la regrabaron o la hizo una IA o no sé. Quién sabe, nunca lo sabremos.
—Sí, quizá…
—Nunca lo sabremos.
—Sí, nunca…

 

 

ILUSTRACIÓN:

Duane Morales / gduanee: Un artista que busca plasmar la ironía de la vida… Nombre del arte: “Piel de bebé”, una obra hecha con base en las leyendas de la tlahuelpuchi.

Instagram: @gduanee_ Tiktok: @gduanee_

6 Comments

  1. abril 6, 2024
    Responder

    xAXItLRyfcSaeb

  2. abril 6, 2024
    Responder

    eqTZixobBQRmjfCv

  3. abril 13, 2024
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  4. abril 14, 2024
    Responder

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  5. abril 18, 2024
    Responder

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  6. abril 24, 2024
    Responder

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