Detrás de mis cosas [Diana Sánchez Rosas, pintura]


por Alma Robledo


El aburrimiento y el hábito, escribe Benjamin en el Libro de los pasajes, “es un paño caliente y gris” en el cual nos envolvemos, protegiéndonos ante lo nuevo que nos es también más próximo y familiar. Este paño “está revestido en su interior con un forro de seda de los colores más deslumbrantes”. Pero, sólo en el sueño, estamos en casa de los arabescos del forro. ¿Quién podría, “con un gesto, invertir el forro del tiempo”?

—Alberto Ruiz de Samaniego, Una parábola benjaminiana


Una naturaleza muerta nos mira. Nos interpela mediante un encuadre redondo en blanco, azul ultramar y amarillos, revelando cualidades matéricas que evocan fuerzas de creación opuestas. El contraste, vivaz, genera el efecto de sobreexposición fotográfica; las sombras se diluyen, desaparecen. ¿Estamos presenciando el punto exacto en que la claridad absoluta está por cegarnos, en el que esta imagen pasará a ser un recuerdo? El espacio se extiende más allá de la vista, nos invita a adivinar lo que se encuentra fuera de su margen circular y experimentar lo que, en palabras de Henri Matisse, es la sensación de infinito en un espacio restringido para vivir el cuadro como una totalidad de lo interno y lo externo. Al fondo, el espectro floral de un objeto ausente, testimonio de su existencia en negativo. I’m still alive.

La exhibición Detrás de mis cosas reúne la obra más reciente de la pintora Diana Sánchez Rosas, quien, a través de una selección de 15 piezas, nos muestra su forma de aproximarse a un universo de sumo carácter personal: el de sus objetos cotidianos capturados por la lente del teléfono celular.

En un ejercicio de meticulosa observación y, al mismo tiempo, de espontaneidad, la artista representa en sus paneles de pequeño formato un estado de ánimo que refleja el constante asombro y fascinación por lo que le rodea y hace que la rodee, integrándose a la tradición del género de la naturaleza muerta, cuyo origen se considera el reverso de los óleos flamencos del siglo XVII. En las imágenes de Diana, lo que encontramos detrás de los objetos representados es una variedad de colores intensos que se integran a través de contornos construidos  por una lógica visual de un espacio negativo, y a su vez, juegan un papel antitético de aquello que figura en la superficie de las pinturas, llamándonos así a la contemplación de objetos sobre los cuáles muy probablemente no habríamos reparado, incluso en la ocasión más especial.

Pasteles de celebración, artículos de aseo personal, el periódico de ayer con el líder supremo en primera plana anunciando sutilmente de qué lado estará su país en la próxima guerra, Calamardo en una fotopaleta, así como los Dragonzitos, dulce icónico para la infancia mexicana de los noventa, se convierten en signos que pueden interpretarse como piezas de un rompecabezas narrativo, autorretratos, o algo más: representaciones que responden a la necesidad individual de establecer conexiones con otros seres humanos, pero también con el entorno, en una suerte de animismo que dota a todas estas cosas de un principio vital, perspectiva que es fruto de la influencia de la cultura oriental en el trabajo de la autora, en el que además podemos recrearnos con la presencia  de motivos como el refresco de durazno, los platos de comida china con salsa sriracha y el boleto de la proyección de una cinta de Masa Nakamura. Asimismo, nos encontramos con referencias al arte de On Kawara en la década de los sesenta.

Por otro lado, la mirada de la artista se encuentra puesta sobre las distintas cualidades externas de los objetos que pasan por diferentes estados de la materia, en sus acabados, texturas, cualidades de transparencia, efectos ópticos en la superficie, densidad y colores que poseen en el instante de ser retratados, lo que nos permite relacionar su obra con la esencia de lo efímero en el Ukiyo-e.

Si bien en la pintura de Diana existen concordancias con las nociones de la visión nipona anteriormente mencionadas, también nos enfrentamos a una postura que le resulta contraria desde la composición cromática, tonal y espacial de sus cuadros. Según El elogio de la sombra, manifiesto de Junichirō Tanizaki escrito en 1933, el secreto del misterio de la inquietante calma de la estética en el Japón premoderno residía en el artificio construido a partir de un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de diferentes sustancias. El valor máximo: crear belleza haciendo nacer sombras. En La sudadera de Abril, Googles de natación en el tendedero y Terceto de primavera, por mencionar algunos ejemplos de la presente exposición, podemos observar una correspondencia con lo que Tanizaki denomina orgía de luz eléctrica, en la cual, gracias a la extrema iluminación y en nombre del progreso, la civilización occidental termina con los últimos refugios para la sombra, acabando así con cualquier posibilidad para lo bello. Sin embargo, han pasado casi 100 años desde la escritura de Elogio de la sombra, y así como existen avances en materia de química que han traído interminables desastres, hay otros que nos han hecho accesibles colores que antes sólo hubiéramos podido alucinar o nunca podríamos haber adquirido. Es desde este hecho que la visión de Diana, producto de una sensibilidad industrializada e influida por la luz centelleante de las pantallas digitales, así como por la naturaleza, nos ofrece estas imágenes, donde juega con la artificialidad de un espacio en el que algunos atisbos de sombras esporádicas quedan progresivamente eclipsados bajo una organización de colores altamente contrastantes, dando como resultado una sugestiva indeterminación propiamente pictórica.

La muestra termina con la pieza Tripié en el hospital Manuel Gea González. Nos encontramos ante un gris sordo, sobreexpuesto en el amarillo fluorescente. Ambos colores luchan por anularse mutuamente, engendrando la forma de un par de bolsas de suero intravenoso. Éste parece ser un recordatorio de la dualidad sobre la que habla Natsume Sōseki en el primer capítulo de su novela Kusamakura: “Luz y oscuridad son las dos caras opuestas de una misma moneda”. También de que nuestro mundo humano es inhabitable: “Cuanto más inhabitable se vuelve, más aumentan las ganas de evadirse en busca de un lugar donde la vida resulte llevadera. Pero te mudes donde te mudes, no dejará de ser un lugar inhabitable. A partir de este lúcido desengaño germina el poema y se esboza la pintura”.


Detrás de mis cosas. Diana Sánchez Rosas
Int 410
Av. 20 de noviembre #133, Col. Centro.
28 mayo 2022-11 junio 2022

Conoce más del trabajo de Diana Sánchez Rosas en su Instagram.

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