El chamánico grito del vaquero


por Victoria Beltrán


Dame tu grito chamánico, vaquero.
Deja embeberme en la sangre de los tendederos,
empaparme en los fluidos de los cables eléctricos.
Como en tus imágenes, todo está suspendido en la nada.
Los cimientos, sólida ilusión,
son una máscara suspendida en el vacío.
Un vaquero arrea nubes coaguladas
en campos de cristal incensado.

Mi ombligo no es la cicatriz bendita
de la atadura al tendedero de la humanidad.
Mi ombligo no es un ombligo
ni hay cicatriz ya.
Deshecha como estoy al vaivén de gemidos,
deshecha de tanto hacer.
No hay ombligo, fauces ahí,
ni fauces… sólo máscaras.
Y la máscara guiña párpados inmóviles.
El vaquero arrea nubes,
nubes-aves de presa
que lo guían y lo pierden,
como a una predestinada golondrina,
hasta quedar ensartado
en la enramada de cables-pensamientos.

El cuerpo pende crucificado
por nuestras trepidantes ideas.
No hay descanso, ni paso seguro.
En el abismo, desbarrancarse es caminar.

Va tu cuerpo como volutas, vaquero
en medio de un espacio sin un porqué.
Tan así, que no se sabe
si asciendes, desciendes
o te destripas, disociándote.

Descarna tu grito chamánico, arriero.
Los rebaños de sangre no te escuchan.
En el pecho abierto no hay corazón, sólo pelos,
olvidadas cenizas del pecho-brasero.
El fuego se congela en cenizas.
El fuego momificado es tizne.

No hay sangre, sólo tripas.
No hay sangre, sólo color rojo.
No hay sangre, sólo anhelo.

Busco mi vientre-Una máscara.
Busco mi pecho-Una máscara.
Busco mi ombligo-Una máscara.
El rostro inexpresivo que abraza y oprime
los blancos gemidos que efervescen en la nada roja.

¿Dónde vas mariposa roja con negro?
¿Dónde perdieron los fluidos arrebañados al vaquero?
La máscara en la caja torácica
es el inexpresivo rostro amable
de un pecho hirsuto y un cuerpo sin cabeza.
Los pelos son la cicatriz en forma de vello
del brasero que la vida apagó en tu pecho,
marcando su paso aterciopelado en tus pectorales.

Todo el cielo cabe
por los implacables agujeros ovalados de la máscara.
Todo tú cabrías
en uno de mis humedales.
Pero prefieres arrear a gritos los fluidos-rajadura en rebaño
por desiertos de sal y baba.
Imprimirte en el polvo de las banquetas
y al imprimirte, retozar en la nada
por un canal de sangre.
El canal:
Sangre que fluye,
sangre coagulada los bordes,
sangre olvidada el fondo.

Busqué descanso en los cables
como una muñeca-péndulo,
una noche de quebraduras refulgentes.
Y sólo me quedó un grito iluminado,
la paz del alarido,
que no se apaga en los infiernos.
¿Dónde quedó mi cama de sangre?
¿Las púrpuras almohadas donde descansar
mi cabeza ensortijada de colmillos?
Toda estoy cuadriculada.
Detrás del cableado soy sola por partes,
y así estoy menos sola.
Al reunir mis pedazos somos varios,
varios que flotamos en la silente paz
del corazón despellejado en fuego.
En ese corazón nada crepita ya,
nada arde donde todo es fuego.

En ese yo que no reconozco,
la máscara dentro de la máscara,
incolora superficie con rajaduras para ver, para hablar,
para descomponerse de placer,
y con heridas también;
en esa incomprensible cadena de reflejos
una abertura conduce
a la máscara siguiente.
En este abismo, corte y pedestal
no sé si caigo o asciendo.
Así que, bendice con visiones
mi camino o mi inminente caída.
Dame tu grito chamánico, vaquero,
lo intercambio por palabras desgarradas.



Victoria Beltrán. Defensora de Derechos Humanos, licenciada en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente es abogada en una organización de la sociedad civil. Escritora por las madrugadas, lectora-acróbata del transporte público. Tiene una gata verde.

Arte: Alberto Burri, Plástico rojo M 2 (1962)

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