Dientes de leche


por Maura Fuentes


Las pesadillas iniciaron poco después de haber conocido a Sandra. De no haber estado tan enamorado, probable y prudentemente hubiera hecho de todo para alejarse de ella.

La primera vez que la vio fue en el consultorio de su papá. Alta y delgada, pero voluptuosa en los lugares indicados, entró y se dirigió al escritorio a preguntar con una sonrisa y voz seductora si se encontraba el doctor Chávez. Diego, quien hubiese querido contestarle galantemente o tirarle un piropo se quedó mudo y simplemente alcanzó a asentir con la cabeza.

—¡Ah! —exclamó su padre saliendo de la habitación de la esquina contraria—. Sandy, pásale, siéntate; te estaba esperando. ¿Ya conocías a Dieguito?

La mujer posó sus penetrantes ojos azules en el niño agazapado en la silla de la recepción quien, tenía el índice y pulgar rojo-takis y trataba de ocultar con su cuerpo el celular que reproducía Naruto en el fondo.

—Tenia años que no lo veía —respondió tomando asiento frente al escritorio—. Creo que apenas se le estaban cayendo los dientes de leche.

—Ora ya está en la edad de la punzada—, rio su padre, lo que hizo sonreír a Sandra y enrojecer a Diego.

—Deja acabo con mi paciente y ahorita te atiendo— hizo un ademán con la cabeza hacia donde estaba su hijo y ordenó:

—Diego, bájale a esos monos que se oyen hasta el consultorio. Y ofrécele a Sandra, aunque sea, tantita agua.

El hijo, tan rojo de la cara como de las manos, apagó su celular. Se dirigió al garrafoncito que tenían en la recepción y llenó la única taza limpia que decía “el mejor dentista del mundo”. La metió al microondas y fue a buscar el resto de las cosas. Sacó azúcar, un paquete viejo de splenda y un frasco de café legal cuando el bip del microondas lo detuvo.

—Ah… —empezó a decir. Enrojeció más al dirigirse a la mujer—. Perdón, no le pregunté; le estaba haciendo un café, o si quiere hay té o si no también hay agua simple.

Sandra sonrió enternecida.

—Café está bien. Lo que tengan, no te preocupes. Y no me hables de tú, no estoy tan vieja —, echó a reír. Diego supuso que los ángeles se reían igual.

—¿No te acuerdas de mí verdad?

Tendrían que matarme para olvidarte pensó por un segundo en contestar, pero se limitó a negar con la cabeza.

—Sí, es que estabas chiquito, tendrías como unos seis más o menos. Yo me acuerdo mucho de ti chimuelo; y mira, ya estás bien grande.

El chico apartó el rostro de nuevo en llamas y revolvió furiosamente el café instantáneo que le entregó Sandra evitando verla. Regresó al escritorio para limpiarlo, pero simplemente pasaba las cosas de un lado a otro. Después de unos minutos ya se había tranquilizado.

—Y, ¿qué te trae por aquí?

—Yo hago prótesis, como las dentaduras de viejitos o implantes, ese tipo de cosas. Estoy iniciando mi negocio estoy tratando con un método nuevo, con mejor calidad y a menor precio; para eso necesito ayuda de tu papá —señaló la taza y agregó sonriendo:

—La del mejor dentista del mundo

La charla entre los adultos duró aproximadamente dos horas. Los primeros diez minutos, Diego se mantuvo atento al costo-beneficio que representaba el proyecto de Sandra, además del ahorro de tiempo que se tendría y… ahí perdió el hilo de la conversación. Había acomodado su cabeza entre sus brazos y puesto su chamarra a modo de almohada para no apoyarse en la superficie de granito. Sin saber en qué momento se quedó dormido, a pesar de que había estado muy concentrado en ver, según él discretamente, el subir y bajar el pecho de Sandra.

Su padre lo movió del hombro para despertarlo. Le prometió que, después de acercar a Sandy, aunque fuera al metro, volverían a casa. Como el asiento delantero había sido removido desde hacía semanas para que pudiera entrar una parte de la nueva silla de examinación de su papá, Sandra se vería forzada a compartir el asiento trasero con Diego.

Él, alarmado por la bolsa y media de takis que se había terminado, sacó un chicle de su escondite secreto (su padre tenía una cruzada contra los chicles). Se apresuró a mascarlo y reemplazar la peste por menta.

La dureza pronto se tornó en suavidad. Pasaba la masita refrescante de izquierda a derecha y viceversa. Su mandíbula iba de arriba abajo hasta que se detuvo abruptamente cuando algo duro chocó con sus muelas. Escupió la masa azul claro y lo tomó entre sus dedos. De inmediato, quiso aventarlo por la ventana, pero el chicle se pegaba más y más, conforme lo movía. Además, había algo duro que no sabía (ni entendía) qué podía ser. Se acercó a la luz de un poste de la calle y pudo distinguir que la dureza que había sentido era, tal y como había sospechado, un diente.

Se llevó las manos a la boca, uno a uno fue tocando sus dientes, los cuales se habían vuelto tan suaves como el chicle masticado. Conforme los deformaba sentía que se iban despegando. No le dolía, pero los sentía salirse de su encía. Cuando finalmente llegó a los frontales lanzó un alarido. Su encía era completamente lisa, los dientes, estaban en el chicle.

Sandra y su padre se acercaron corriendo al auto cuando escucharon el grito del niño. Lo miraron un segundo, al tiempo que él trataba de explicarles lo que había pasado sin tener mucho éxito al hablar, pues si movía mucho la boca, sus dientes-encías se iban a pegar entre sí.

Los adultos lo miraron. Su padre soltó una risa:

—Mira, otra vez estás chimuelo.

*

Corrió en calzones al espejo del baño, abrió grande y contó tres veces las 32 perlitas blancas de su boca. Temeroso, las tocó y fue como si regresara siete años en el pasado. Su colmillo inferior se balanceaba en su asiento rosa. Con las manos temblorosas, pasó a la siguiente pieza, una a una todas se balanceaban, y, estaba seguro, que si movía violentamente la cabeza lo sentirían como un terremoto. Antes de que pudiera siquiera pedir ayuda su padre irrumpió en el baño.

—Ya se me hizo tarde para ir a ver a Sandy, vete a toquetear a otro lado. Me tengo que bañar.

Diego no se movió a pesar de que su padre revoloteaba a su alrededor. No fue sino hasta que vio la palidez del niño que se detuvo para preguntar el problema

—Este… es que tuve un sueño…

El padre dejó escapar una exclamación y su boca se convirtió en una o. Se detuvo y, aunque tenía la mano ocupada con la crema para rasurar, lo tomó de los hombros.

—Hijo — lo miró a los ojos—. Ya tienes trece. A esta edad vas a tener una serie de cambios en tu cuerpo. Me acuerdo de que cuando yo cumplí doce…

Diego nunca había salido tan rápido de una habitación. Se encerró en su cuarto y después de calmarse empezó a gesticular exageradamente y a dar mordidas al aire. Todo estaba bien y en su lugar. Simplemente era un idiota cuya reciente pesadilla se había extendido un poquito a la realidad.

Los siguientes días, tanto Diego como su papá se convirtieron en invitados frecuentes en la casa-taller de Sandra. Si bien, el adolescente era prescindible en todas esas tardes en las que la mujer experimentaba, no se perdía ni una sola vez la oportunidad de estar en su presencia.

—Mira — dijo ella haciendo un ademán para que se acercara. A esa distancia, Diego pudo oler el dulce champú de su sedoso cabello negro.

—Con estos nuevos materiales que tu papá me ha ayudado a conseguir ya podemos hacer de estas.

Le mostró una dentadura cuyas piezas blancas eran tan realistas como las de él. Inclusive olían a algo que se asemejaba mucho a saliva seca. Al chiquillo le dio asco, a pesar de que le había jurado a Sandra que consideraba una carrera en el campo de la odontología y que por eso quería pasar tanto tiempo con ella.

Se la devolvió con un simple: ah, que chido y se sentó en una de las sillas incomodas del taller. Su padre se había retrasado por atender un paciente y no sabía a que hora podría volver. La panza le sonó de hambre.

—¿Quieres entrar? —preguntó Sandra recargándose en el marco de la puerta, esforzándose en no reírse del muchacho—. Si tienes hambre te puedo hacer algo

En mas de una ocasión se había imaginado un escenario como aquel y, si bien sus ensoñaciones que causaban nacientes erecciones tenían un final feliz, en la mayoría de las ocasiones en que soñaba con comer con Sandra despertaba y corría al baño a asegurarse que no estaba chimuelo.

Una vez, todos sus dientes se pudrieron y salían expulsados de su boca como palomitas de maíz recién hechas. En otra, cenaban grava que se combinaba con fragmentos de dientes que se le iban cayendo; así terminaba con pedacitos grises y blancos en su plato. El peor fue cuando soñó que tenía un chicle atorado en la garganta y cada vez que tosía un granizo de dientes terminaba en su regazo.

Pero esas eran puras pesadillas y ahora estaban en la vida real. Sandra realmente le estaba invitando a comer, uno de los muchos escenarios en los que imaginaba se confesarían su mutua atracción.

Entraron a la casa, Diego fue a lavarse las manos mientras Sandra iba calentando el guisado. La curiosidad de saber en que tipo de lugar vivía su amada pudo más que los buenos modales que según le habían inculcado. Abrió el mueble bajo el lavabo y esculcó entre botellas de champú, cajas de tinte para el cabello, jabones, papel de baño y… una caja de latón que se le hacía familiar. Como no tenía seguro, la abrió se parecía a donde su padre guardaba sus herramientas de trabajo, sin embargo, estaba llena únicamente con algodón un espejo, pinzas, fórceps, elevadores dentales (esos que le daban tanto miedo y asco de ver cuando su padre los usaba para hacer palanca y hacer salir la raíz del diente). ¿Por qué tenía lo básico para cualquier extracción?

Cerró de golpe la caja y la devolvió a su lugar. Se apresuró a regresar con Sandra, indeciso aun sobre preguntarle por la caja, supuso que si lo hacía quedaría como un chismoso tentón, pero si no lo hacía, seguiría siendo el potencial amante de siempre.

—Ya ni te pregunté si te gustaba lo que hay —dijo en cuanto entró a la cocina.

La pequeña mesita frente a la estufa ya estaba dispuesta. Una jarra con agua de limón, dos vasos, cubiertos sobre las servilletas y dos platos humeantes lo esperaban al igual que Sandra sentada frente a su silla vacía.

—Ay no te preocupes —aseguró Diego, perdido en su ensoñación de vida de casados—. Lo que tengas está bien.

La sopa de verdura nunca le había gustado hasta ese entonces. Alabó su sabor, era de lo más exquisito. Sandra sonreía divertida. Mientras Diego engullía con exagerado entusiasmo cada cucharada de espinaca, brócoli, papa, chayote, zanahoria, apio y elote, a pesar de que su lengua protestaba al verse obligada a consumir tantos alimentos que detestaba.

A ver, pues, pensó, ya nomas me como eso poquito de verdura y le digo que ya me llené; ¿o se irá a ofender de que ya no quiero más? No creo que me crea, le dije que tenía mucha hambre hace rato, pero…

Mientras ideaba su plan había estado revolviendo la verdura del fondo del plato, pero cuando apartó un pedazo especialmente grande de apio sintió que todo lo que había engullido estaba por regresar.

—Ups —dijo Sandra viendo lo que él. Ocultó su sonrisa con una mano al igual que una niña a la que atraparon en media travesura.

—Se me fue. No te lo vayas a comer ¿eh?

Diego metió los dedos al poco caldillo que quedaba y tomó, como quien no quiere la cosa, un diente. Pero no era como los que él soñaba, piedritas blancas de apenas unos milímetros, no; se trataba de una pieza ancha y alargada, una muela con todo y raíz. La dejó en la mesa y se dirigió al baño mientras se iba pellizcando, con la esperanza de despertar en cualquier momento.

No resistió. El caldo y las verduras pasaron del plato al excusado en menos tiempo del usual. La garganta le ardía y la cabeza le daba vueltas. Se aferró a los bordes de la taza. Entre arcada y arcada escuchó la voz de Sandra y otra masculina. Así que así conseguían los dientes para las prótesis, por eso salían tan buenas y realistas. ¿acaso Sandra seducía hombres y luego entre ella y su papá les quitaban los dientes? ¿estarían con algún tipo de una funeraria y se los quitarían a los cadáveres? ¿y si, tal vez, solo tal vez, Sandra le había hecho una broma bastante cruel?

—¿Diego? — preguntó la voz de su papá a su espalda. —¿Estás bien? Sandy me dijo lo que pasó. ¡Ay, Dios! ¡Si estás todo pálido!

El hombre entró y se arrodilló junto a su hijo, le ofreció un vaso de agua. Arranchó unos cuadritos de papel de baño y los pasó por su frente aperlada de sudor.

—Te dije que ibas a tener una serie de cambios, pero no me quisiste escuchar.

Si Diego no hubiera estado tan débil le hubiera reclamado al viejo ¿Eso que chingados me importa ahorita?

Su padre negó con la cabeza, al hijo le pareció que estaba escondiendo una sonrisa.

—Nosotros y Sandy somos muy parecidos —la mujer entró al baño y se hincó a su lado. Diego se replegó en la pared.

—A mí me pasó cuando tenía doce, a ella a los catorce. Has “soñado” mucho que se te caen los dientes ¿no? —preguntó, haciendo comillas al aire.

El muchacho asintió lentamente. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver a Sandra sacar el estuche de los instrumentos. Empezó a sudar más.

—Son tus dientes de leche —continuó su padre—. Se te están cayendo porque ya eres grande, ya no eres un niño. Ya te van a salir los permanentes, son una lata, pero ya lo estamos arreglando.

Los adultos se miraron entre sí. Sandra le pasó unas pinzas a su padre y ella agarró otras. Diego los miraba alternadamente, no entendía nada, sólo quería despertar.

—Como Sandy es muy lista encontró una forma de aprovecharlos y no tener que estarlos cuidando. Mira, pronto te va a tocar a ti.

Ambos abrieron la boca y Diego cometió el error de mirar. En el paladar de su padre había dos incisivos en el paladar, detrás del par que se supone sólo debería tener. En el caso de la mujer, tenia la lengua levantada, y de su muela izquierda nacía un canino que crecía en horizontal.

Al unísono tomaron sus herramientas y sin decir una palabra envolvieron a sus respectivos dientes sobrantes con los fórceps y dieron un tirón para que salieran con todo y raíz. La sangre brotó y ambos se pusieron una bola de algodón para detenerla. Que bueno que tenían más, pues debieron usar otra empapada de alcohol para despertar al pobre Diego quien, a pesar de estar desmayado, ya contaba con un brotecillo blanco arriba de su premolar.

¡Ya se había convertido en hombre!



Maura Fuentes. Entusiasta de la literatura, lo gótico y la sopa de letras estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado en las revistas Estrépito y Palabrerías. Busca oportunidades para publicar y llenar su raquítico currículum.

Arte: art-by-haru

Entrada previa En el fondo
Siguiente entrada Nocturna