Tres rincones (y un hombre) de Colombia


por Daniel Ramírez


Amazonas

Soy el árbol que abre las orillas de lo verde
mi tronco es agua que corre tras mil ramas
y en mí se ahoga la dignidad de lo pequeño

Huyo horrorizado de mi propia inmensidad,
sueño con ser sólo una hebra en el espejo de los cielos


Yopal

En esta ciudad uno no se puede encerrar en la soledad que lleva dentro sin sentir un aleteo sobre la imaginación.  

Mi lugar favorito es un muro pintado de aves que bordea la calle en toda la extensión de su silencio. 

Esta ciudad tiene nombre de árbol, pero está hecha de pájaros.

Quizá haya algo poético en esto: deambular por un lugar que no es el tuyo y pensar que todo está formado de animales con alas.

Esta mañana espanté algunas palomas en el parque y me vino a la mente un verso de Altazor:

Tu nombre hecho de ruido de palomas que se vuelan.

Ése, sin duda, es el nombre de Yopal.

A mí también me gustaría estar compuesto de aves y desintegrarme a voluntad en un vuelo de pajarracos asustados.

Tal vez, si es cierto que esta ciudad está hecha de pájaros, podré caminar lo suficientemente fuerte para espantarlos a todos.

¿Qué quedaría entonces? Soledad, ésa que todos llevamos dentro, y un leve aleteo sobre la imaginación.


Duitama

En el camino a Duitama siempre me topo con una o dos ovejas que me miran, desde el otro lado del vidrio, como si la lana les pesara igual que a mí la vida y les robara el placer de sucumbir con el corazón expuesto al viento.

En el camino a Duitama siempre hay alguien que me dice que no puede verse tanto en la mirada de una oveja y que mejor me abrigue, porque el frío se trepa por los sesos de quien mora en tierras cálidas y le hace ver en los ojos de las bestias más de lo que podría albergarse en un corazón humano.

En el camino a Duitama hay varios ríos que siempre olvido contar. Cuando ya los he pasado pienso que quizás sean tantos o tan pocos como los años que me faltan por vivir o las mujeres cuyo calor me falta por sentir.

En el camino a Duitama siempre me doy cuenta que pienso tanto en las mujeres que hasta la cuenta de los ríos desemboca en ellas, pero más pienso en la muerte que tan inclemente ha de arrastrarme como los ríos o el amor.

El camino a Duitama siempre acaba en algún punto en el que justo he olvidado mi equipaje, y al descender del bus me siento como una oveja sin lana que sólo busca entregar su corazón al viento.


Semblanza del profesor Estero

There is a crack in everything, that’s how the light gets in.
-Leonard Cohen


“Sobre la poesía ya se ha dicho suficiente mierda”
eso solía decirnos el profesor Estero
no precisaba más explicaciones
un poema debía entrar por las heridas abiertas del alma
o no significaba nada
por eso nunca leía poesía
o no la leía como la masa descuidada
que sopesa un color entre sus manos ciegas
en la profunda oscuridad de una noche sin miradas
quien lee se aventura dentro de sí mismo
allí sólo puede llegar la luz
si algo nos ha roto letalmente

Ya se había desangrado más de la mitad del siglo
cuando las montañas de Palestina lo vieron nacer
no la Palestina de los árabes olivos y el incendio de la fe
sino la del café caldense y las montañas acuchillando el cielo

Sus nueve meses de sombra se disiparon el 3 de diciembre de 1970
anhelaba ofrendar al sol su piel recién nacida
pero lo recibió en cambio la pálida caricia de la luna
y la noche lo contagió de oscuridad y silencio

No cedió nunca a la tentación de hacerse amar
erigió su soledad en una celda de palabras legadas por los muertos
con sus oídos pegados siempre al muro, oyendo falsamente
igual que quien mirando las montañas cree a lo lejos que las ve
como si percibiera algo más que una difusa agonía del color

En vano desgastaron sus ojos el camino de los versos sobre el papel
se sentía una piedra arrojada al cielo que no conserva nada al caer
decía que sólo había leído realmente un poema en toda su vida
y allí se había detenido, rumiándolo como una hierba extendida
sobre un infinito pastizal en llamas

Muchas veces, al subir tras su silencio las laderas de Manizales,
veíamos al atardecer atravesar su corazón como un túnel
su arrebol teñido de sangre nos cubría como una nube de palabras evaporadas
esa luz permanecía aún en la noche
cuando en medio de tangos anticuados y bebidas ambarinas
le sonsacábamos alguna historia o comentario
y un resplandor asomaba por las grietas de su mirada

Algo, jamás supimos qué, había quebrado para siempre al profesor,
pero en los destellos de esos versos que le ardían por dentro
entendimos que no era infeliz, que se podía estar bien así,
hermosamente destruido por la vida, la poesía y la belleza.



Daniel Ramírez Orozco (Manizales, Colombia, 1995). Licenciado en español y literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Ha publicado algunos textos en lugares dispersos de internet. Su gran hazaña es sobrevivir como profesor.

Arte: Fidelo Alonso González Camargo, Paisaje del río Tunjuelo (c. 1909)

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