Construcción simbólica en “El anillo del zanate” como objeto maldito


por Luz Andrea Venosa Castañón


A lo largo de la historia de la literatura fantástica se han presentado objetos que son portadores de cargas semánticas atribuidas por los mismos intérpretes, las cuales se clasifican comúnmente como sacras o malditas, y que hasta cierto punto le otorgan vida a un objeto inanimado. El anillo del universo de J. R. R. Tolkien es la referencia contemporánea[1] más famosa de un objeto vivo que busca volver con su dueño, a diferencia de otros objetos dentro de la literatura gótica, por ejemplo, que sólo desatan un mal para quien los posee, como en el cuento de Stephen King, “El mono”, en el que cada vez que este juguete toca los platillos, alguien muere. Por nuestra parte, hemos encontrado un anillo en un cuento mexicano que no es fantástico ni sobrenatural; dicho anillo no sólo posee un elemento simbólico en su imagen física, sino que podemos verlo ‘actuar’ para corroborar la existencia de un mal vivo en él. El presente estudio tiene como objetivo analizar este objeto que aparece en el cuento “El anillo del zanate” del escritor michoacano Xavier Vargas Pardo como símbolo de maldición, a partir de la categoría del interpretante desde el enfoque de Umberto Eco, para desarrollar un análisis semiótico desde su breve écfrasis hasta el contexto en el que se encuentra presente. Como parte del estado del arte, se cuenta con la tesis de maestría El hombre frente a la violencia: una aproximación semiótica y hermenéutica a tres cuentos de Xavier Vargas Pardo, de Luis Miguel Estrada Orozco, uno de los pocos estudiosos del autor de Céfero, libro en el que se incluye el relato de interés.

La obra titulada Céfero fue publicada en 1961 por Xavier Vargas Pardo. Dicha obra contiene once cuentos hilados mediante la narración del personaje Céfero, la cual está expuesta con abundantes coloquialismos y regionalismos que imitan un carácter oral para contarnos sucesos de los que el narrador ha sido testigo. En este caso, nos centraremos en un objeto a partir de una categoría que se manifiesta de una sola manera y que adquiere fuerza tras diferentes sucesos.

Antes de entrar directamente en la categoría de interés, es pertinente retomar algunos conceptos clave definidos primeramente por Charles Sanders Pierce en “La división de los signos”; uno de ellos es el símbolo como “un Representamen cuyo carácter Representativo consiste precisamente en que es una regla que determinará su Interpretante” (Peirce, pág. 22). Aquí Peirce habla del interpretante como el mismo receptor, es decir, como una persona que le otorga un significado al símbolo.

Por su parte, en su libro Tratado de Semiótica General, Umberto Eco recurre a la teoría de Charles Sanders Pierce para explicar la categoría del interpretante, al mismo tiempo que hace la distinción entre lo que se ha llegado a confundir con el intérprete, y no precisamente con aquél que transmite la información del mensaje, sino con el receptor que, al igual que el emisor, es quien interpreta el significado de cierto objeto: “Según Pierce, el interpretante es lo que el signo produce en esa ‘casi-mente’, que es el intérprete […]. No obstante, la hipótesis filológica más fructífera parece ser aquella por la que el interpretante es otra representación referida al mismo objeto” (Eco, 2005), es decir, se puede interpretar otro significante del primer significante para establecer su significado, y puede repetirse sucesivamente, lo que genera un proceso de semiosis ilimitada[2]. Eco destaca en principio que el interpretante no es el intérprete, sino aquel que “garantiza la validez del signo aun en ausencia del intérprete” (Eco, 2005).

Así queda delimitada la diferencia entre el intérprete y el interpretante, el cual puede tomar varias formas. Una de ellas es la “asociación emotiva que adquiera el valor de connotación fija (como /perro/ por ‘fidelidad’ y viceversa)” (Eco, 2005). De esta manera, nos es posible asociar las cosas que nos rodean mediante factores culturales o sociales dentro de diferentes conjuntos en los que se generan interpretantes de la representación de un signo; en este caso, Eco ejemplifica con la figura del perro asociado con la idea de ‘fidelidad’, el cual forma parte de un plano connotativo, es decir, va más allá de su significado compuesto de sus semas denotativos ‘animal mamífero’, ‘canino’, ‘doméstico’. La importancia del interpretante tiene que ver con la construcción simbólica de interés para el presente estudio, el cual sería el signo de ‘maldición’, representado por un anillo, ya que se asocia a una serie de acontecimientos que adquieren sentido y que reafirman la significación de un objeto, y deja en segundo plano el significado de lo que un anillo tiene por definición.

El relato titulado “El anillo del Zanate” se divide en dos partes. En la primera se centra en un personaje llamado Camilo Guízar, que porta un anillo maldito con una imagen del zanate, un pájaro negro. Le cuenta a Céfero el por qué está maldito, y después de eso, aparece otro personaje importante para la segunda parte, conocido como el Cortito, que gusta de apostar en juegos. Después, relata que son atacados por unos bandidos y él se reúne con Camilo y el Cortito, quienes logran combatir con un enemigo y esconderse, hasta que un disparo mata a Camilo, destrozándole la cabeza. El Cortito aprovecha para quitarle el anillo, a pesar de que Céfero le advierte que no robe a los difuntos. En la segunda parte del cuento no tienen actividad alguna, y en uno de los descansos, el Cortito juega cartas con unos desconocidos y Céfero lo acompaña durante el juego. El Cortito siempre resultaba vencedor, pero el desconocido, que cargaba un machete consigo, no se rendía, hasta que descubre que el Cortito tiene una carta de más, por lo que le castiga cortándole la mano con su machete. Otros hombres llevan al Cortito para que lo asistan, y Céfero se queda ahí, viendo la mano mutilada y ensangrentada que tenía colocado en un dedo el anillo que había pertenecido a Camilo.

Tenemos entonces a un portador de un anillo con un significado relacionado con la muerte. “La presentación de este anillo en el texto es central: la consecución del anillo, o su transmisión a un nuevo portador, abre […] una secuencia. La transmisión del anillo del zanate, pues, se reviste de la figura de /maldición/” (Estrada Orozco, 2011). Como se puede apreciar en el resumen, ocurre una tragedia y una mutilación. Ambos acontecimientos bien pudieron ocurrir sin tener en cuenta el anillo, pero ése es justo el punto de la trama, que el anillo estuvo presente todo el tiempo. Ahora bien, la descripción del objeto es la siguiente:

Tenía una piedrita negra en forma de pájaro; a mí se me figuró una urraca, pero él dijo que era un zanate. —Es lo mismo —le dije. —No, no es lo mismo —respondió—: las urracas piscan los maizales y el trigo; en unos cuantos días acaban con una labor si no las espantan, pero no son tan dañinas. Los zanates son pájaros misteriosos, muy bonitos y de tan negros se ven azules con la luz, pero nunca hay que darles de comer, ni matarlos, ni quedárseles viendo, porque piscan el corazón de los hombres, envenenan y train la desgracia. (Vargas Pardo, 2011)

Lo que apreciamos primero es el elemento que le daría fuerza a la maldición que se nos expone en el relato más adelante, el cual es una piedra negra que tiene la forma de un pájaro llamado zanate. El zanate, o quiscalus mexicanus, es un ave que habita en gran parte de Latinoamérica, principalmente en México, capaz de adaptarse a cualquier región en donde haya agua[3], y de emitir más sonidos diferentes que otras aves. Tienen un pico alargado y ojos amarillos, y en el caso de los machos —ya que las hembras son más pequeñas y de color marrón—, sus plumas negras tienen un efecto iridiscente, en el que se pueden apreciar tonos azules, verdes o violetas. En México, la superstición adquiere fuerza a través de elementos naturales, relacionados principalmente con los animales, de los cuales las aves son importantes. Su relación con la muerte, como señala la doctora Dolores Romero López en su artículo “El trasfondo ocultista del cuervo: desde su simbolismo poético a los topoi modernistas”, tiene que ver con el alma en tanto que flota o vuela al abandonar el cuerpo físico. Las alas son la imagen más significativa de ello, desde la mitología griega y sus dioses alados[4]:

Esta significación del pájaro como alma es un frecuente motivo folclórico debido a la creencia de que el alma escapa volando del cuerpo después de la muerte. Se suma a su facultad transmigratoria de las aves la de ser mensajeras y buenas consejeras de los humanos. El color del pájaro modifica su primitivo significado antropológico. La doctrina simbólica tradicional dota al negro de un significado infernal, diabólico, de mal agüero. Negro es el color de las tinieblas y, por ende, de la muerte. (López, 2013).

La lechuza es el ave con mayor carga simbólica dentro de la cultura mexicana, e incluso en otras culturas, en relación a la muerte, pero la imagen del cuervo también se ha transmitido a muchas culturas, principalmente la hispanoamericana, como pájaro de mal agüero. Un ejemplo descrito en la literatura hispanoamericana, respecto al uso de la imagen de un ave en relación a la muerte es en María (1867), de Jorge Isaacs, en donde el desenlace nos muestra a un pájaro[5] que llega a la tumba de María, aterrorizando con sus graznidos a Efraín, pero no podemos saber el color de éste, o si se trata de un cuervo, pero se vuelve aterrador por el hecho de haberse colocado en la tumba y graznar, como suelen hacer los cuervos. El zanate, en este caso, no es un cuervo, pero tiene un color negro azulado que lo vuelve estéticamente bello, pero a la vez lúgubre, tal como se aprecia en el fragmento citado del cuento respecto al anillo. Además, no se trata de una asociación simbólica popular en México, sino que ha sido interpretada por Vargas Pardo a través de un personaje, sin indagar si realmente existe tal asociación en la realidad.

Sin embargo, su maldición no proviene de un hechizo antiguo o de fuerzas malignas, ya que su historia no es tan remota ni es espeluznante. El contexto del objeto es el siguiente: Camilo encontró el anillo entre las cosas de su mujer, quien se casó con él sólo para mejorar su situación, pero da a entender que ella ya había estado con alguien más cuando dice: “y sin saber yo nada del arrastrado que la tuvo antes. Al otro día lo mandó matar el padre de ella” (2011, 34); Camilo le cuenta a Céfero que cuando ella le confiesa todo, hace un intento por asesinarla violentamente:

El día que me confesó todas sus tretas la até de pies y manos pa echarla a que la exprimiera el molino de la caña, pero no pude… No pude porque había un niño sin nacer de por medio. Por ahí ha de andar con el crío y aquí cargo yo el anillo colgado del pescuezo, pa que no se me olvide lo que hizo si algún día llegamos a encontrarnos. Este anillo, Céfero, trai la desgracia a todo el que lo carga, a mí ya no, porque cuando mucho podría matarme y eso… ¡eso es lo que yo quisiera! (Vargas Pardo, 2011).

La relación del anillo con lo acontecido con su ex mujer pareciera no tener sentido, en primer lugar, porque no se sabe con exactitud si ella sabía de la existencia del objeto —ya que Camilo lo carga para recordar lo que le hizo si la vuelve a ver— y por tanto, en segundo lugar, se desconoce si el anillo siempre le perteneció a ella o a alguien más, o si Camilo sólo lo había encontrado por casualidad y, tras esto, se desata lo ocurrido. La historia de Camilo genera confusión, pero se entiende que hay un objeto de por medio que, de acuerdo a la interpretación que le da Camilo, atrae desgracias. De esta manera, hay un intérprete que le atribuye significación a un objeto mediante las circunstancias ocurridas tras ser encontrado. Además, Camilo desea la muerte, mas dice que no le llega gracias al anillo, pero más tarde su deseo se cumple; se podría apreciar lo siniestro en torno a su destino sangriento y a lo que respecta al deseo cumplido.

Incluso la apariencia melancólica del personaje de Camilo Guízar le da un ambiente oscuro al relato; Céfero nos dice que casi no comía y que siempre estaba triste, que intentaban iniciar conversación con él, pero no hablaba, sólo de vez en cuando pedía un cigarro y Céfero a veces lo encontraba “rezando en un librito de oraciones que guardaba” (Vargas Pardo, 2011), también sacaba una flauta para tocar canciones tristes. En medio de esta descripción del personaje, menciona la manera en que Camilo carga un anillo en el cuello[6]: “Una vez alguno de los compañeros le dijo ‘lurio[7]’ porque cargaba un anillo colgado del pescuezo como si fuera medalla de la Virgen” (Vargas Pardo, 2011). Es interesante la relación de lo religioso con el collar y el anillo, puesto que las medallas tienen un valor de suma importancia de protección[8], ya que se le atribuye una significación de amuleto, y esta significación ha sido transmitida por la tradición católica. El hecho de comparar al anillo, el cual vemos que es un objeto maldito, con un objeto bendito como las medallitas o relicarios, tenemos un contraste entre objetos de protección —tales como los amuletos—, y los que son dañinos. Lo que le acontecerá a Camilo puede relacionarse con su penar y con su muerte, y esto le da una idea de contradicción al objeto que, por la manera de llevarlo, genera a los demás una actitud de protección. Es curioso cómo Vargas Pardo alude a la forma en que Camilo lleva el anillo, ya que en la obra de J. R. R. Tolkien, El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, Frodo también lleva al cuello un objeto maldito que puede traer desgracias y sufrimiento para quien lo porta, como ocurre con Camilo; “el anillo, en su calidad de objeto maldito, es ya un representante del destino fatídico, de la desgracia” (Estrada Orozco, 2011), no necesariamente de muerte, como en el caso del Cortito, al que Céfero introduce desde antes del evento trágico: “Había entre los cuates de la escolta otro muchacho chaparrón, de ojos zarcos, que le decían el Cortito. Se la pasaba sobando la baraja y viendo a quién dejaba hasta sin mugre. En cada viaje le echaba el ojo a algún pasajero y al rato regresaba con los quintos y el sarape o el sombrero del cristiano” (Vargas Pardo, 2011).

Tenemos entonces a un personaje apostador, de quien Céfero no dice más que lo insoportable que era en ese aspecto. Más adelante, en la escena de la muerte de Camilo, momentos después de que los disparos cesaron, ocurre lo siguiente; dice el Cortito: “¡Pobre Camilo…! Quería morirse y mira…”, mientras corta el hilo del que pendía su anillo, dispuesto a quedárselo. Céfero le dice: “Mejor déjalo, no hay que robar a los muertos”, y el Cortito insiste diciendo que de cualquier manera se lo robarían. Aquí termina la primera parte del cuento, con el anillo que es robado por alguien que no le conocía bien, un apostador que no inspira confianza alguna a Céfero, lo cual se vuelve importante porque en la segunda parte, una vez que trae el anillo, es mutilado por un contrincante al que le hizo trampa durante el juego, lo que por un lado es una acción que ocurriría de cualquier modo, pero la presencia del anillo en la mano cortada permite que Céfero se convierta en el interpretante de ese anillo en particular, como testigo de lo ocurrido, ya que al finalizar el relato, la narración se centra en la mano mutilada con el anillo del zanate: “Allí me quedé un ratito mirándola sobre la mesa en medio del charco cuajado y pegostioso, con sus cinco dedos engarruñados, y en el más largo, el maldito anillo aquel, con su pájaro muy negro” (Vargas Pardo, 2011).

Como se pudo observar, el interpretante permaneció en Céfero como mediación entre el anillo y Camilo, aún en ausencia de este último, ya que Céfero reafirma esta significación a través de su narración, y los lectores entendemos que en esta historia hay un objeto maldito. En el caso del Cortito, Céfero no le advierte del mal que posee el anillo, ya que era una resignificación ajena a sus experiencias, pero sí le había advertido de no robar; no obstante, la manera en que el Cortito paga su fraude resulta perturbadora ante Céfero, sobre todo la imagen final, que termina por convencerlo, y a nosotros como lectores, de que ese anillo en particular carga con un mal cuyo origen sigue siendo desconocido.


Notas

[1] El anillo de los Nibelungos es otra referencia al anillo como objeto mágico.

[2] Proceso de creación de significantes de un significado, el cual se desarrolla en la mente de un intérprete.

[3]  “Los grupos de zanates se pueden establecer cerca de cuerpos de agua, en pastizales, en zonas agrícolas y ganaderas, en parques, jardines, basureros”, etc. (Cerna y Schondube s/n).

[4] “En la mitología griega Hermes actuaba como psicopompo, guía de los difuntos, ayudándoles a encontrar el camino hacia el más allá. En la Iliada aparecen los dioses alados Hipnos (Sueño) y Tánatos (Muerte) sacando el cuerpo de Sarpedón de la batalla durante la Guerra de Troya. Según Homero, Psique, la divinidad griega que personifica al alma, sale volando de la boca del que muere como si fuera una mariposa, asentando así la idea de que el alma tiene alas” (Romero López 202, 203).

[5] “Había ya montado, y Braulio estrechaba en sus manos una de las mías, cuando el revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra despedida: la vi volar hacia la cruz de hierro, y posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto” (Isaacs, 230).

[6] Imagen que se asemeja al personaje Frodo Baggins de la trilogía de J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos.

[7] Que es disparatado o alocado.

[8] En México, aún se conserva la tradición de obsequiar a un bebé este tipo de medallas cuando son recién nacidos, o más tradicionalmente, cuando reciben el sacramento del bautizo.


Bibliografía

Estrada Orozco, Luis Miguel. (2011). El hombre frente a la violencia: una aproximación semiótica y hermenéutica a tres cuentos de Xavier Vargas Pardo. Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. PDF.

Eco, Umberto. (2005). Tratado de Semiótica General. México D. F.: Debolsillo. Impreso.

Pierce, Charles Sanders. La ciencia de la semiótica. “La división de los signos”. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. PDF.

Romero López, Dolores. (2013). “El trasfondo ocultista del cuervo: desde su simbolismo poético a los topoi modernistas”. Revista de Ciencias de las Religiones. Universidad Complutense de Madrid. PDF.

Vargas Pardo, Xavier. (2011). Céfero. México: Fondo de Cultura Económica. Impreso.



Luz Andrea Venosa Castañón nació, vive y trabaja en Cuernavaca, Morelos. Tiene la licenciatura en Letras Hispánicas por parte del Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales, y la Maestría en Estudios de Arte y Lieratura por parte de dicho Instituto en colaboración con la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Ha colaborado en proyectos para Nextia Multimedios como guionista de videos y redactora en redes sociales, ha sido correctora de estilo de manera independiente y para la XIV edición del concurso Leamos la ciencia para todos, y labora como docente de ortografía y coordinadora de secundaria en el Colegio Nuevo Continente, así como asesora de Lengua y Comunicación en el Curso de preparación del Examen General para el Egreso de la Licenciatura (EGEL) de Nutrición.

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