On the Queer Road


por Sol Girón


Estaba dormido la primera vez que te vi. Atravesábamos un baldío arenoso por carretera, que reflejaba los últimos destellos del día que estaba por culminar.

En la cajuela estaban nuestras pertenencias: libros, cobijas, una mesa de madera, una parrilla, y, curiosamente, unos álbumes de fotos.

Estábamos dispuestos a empezar una nueva vida. Me tomaste de la mano, una mano sudorosa que goteaba como si hubiera estado remojada en la orilla de algún oasis en medio de la nada inmensa que es mi consciencia, sobrepoblada por cientos de objetos inútiles.

Sintonizaste la radio, porque no podíamos viajar sin un estímulo auditivo. Pude sentir una paz tan grande que agradecí cada fracaso que me llevó a ti y a ese momento tan simbólico. Claramente, como todo sentido aspiracional, eras una mentira que me había hecho inmensamente feliz en medio de tanta miseria, de camino al trabajo que tanto detestaba. Pensaba en nuestro viaje, imaginaba tu mano que abrazaba la mía mientras manipulaba mi mouse descompuesto, imaginé que una caricia tuya podría mejorar mi mano dolorida, que empezaba a mostrar síntomas de daño en el músculo carpiano.

Mientras calentaba mi comida en el horno de microondas, me preguntaba si tú habrías comido. Esperaba que hubieras cocinado algo delicioso, porque un buen hombre, útil como tú, debía cocinar excelsamente. Deseaba que tu día fuera inmensamente mejor que el mío.

Ahora, de regreso a casa, vuelvo a pensar en ti. Antes de verte, mis pensamientos se sintonizaban para: llegar temprano al trabajo – comer – llegar temprano a casa. Cuando tuve tiempo de pensar en algo que no fueran clientes furiosos, colores y la diferencia entre el rayón y el nylon, en ese pequeño lapsus que vino de mi sistema límbico, pensé en ti mientras erguía vigorosamente el lápiz con el que escribí esta historia; pero, sobre todo, en cómo haría para volver a emprender ese viaje juntos.

Entré a una aplicación de citas. El catálogo era inagotable, y diariamente encontraba caras muy similares a la tuya: “Tú sí, tú podrías ser, tú no, definitivamente no, tú no eres hombre…” Hasta que, por fin, el día llegó: Te encontré. Encontré a Jorge con los ojos claros, bigote, el cabello negro y muy alto. Era perfecto, eras tú.

¿Parecería un loco si le decía que lo había visto antes en mis sueños? Me lo preguntaba constantemente.

Hicimos match y, mientras platicábamos, cada una de las pertenencias del carro empezaron a tener sentido. La mesa de madera; Jorge construía muebles de madera.

Los álbumes de fotografía eran el único recuerdo de una familia unida, los rezagos de nuestras infancias, quizá los últimos momentos de plenitud de cada uno.

Jorge es músico, por eso debía haber música en esta fantasía.

Necesitaba una parrilla para compartir el increíble gusto de ambos por la cocina. Mi infancia estuvo dirigida totalmente a las labores domésticas, pero él tenía un toque exquisito, aunque fuera en parrilla. Nada lo detenía cuando de sueños y comida se trataba.

La cobija en un caso como éste tenía funciones varias. Simbolizaba que estábamos dispuestos a viajar grandes distancias sin importar el clima, la luz o la propia oscuridad. Para alejarnos considerablemente de lo que nos aquejaba, era preciso manejar a velocidades altas y aceptando las inclemencias del tiempo.

—Es posible que me tomes por loco, pero no es la primera vez que te veo. Estábamos juntos en el desierto, huíamos de algo.

—¿Y yo qué hacía? —me preguntaste con insistencia.

—Tú me tomaste de la mano sudada, me sonreíste con esos enormes ojos verdes y la sonrisa, esa sonrisa, la que me agita el tuétano, la que me recuerda por qué vivir no sólo es tener un techo. Me recordaste que debía encontrarte para emprender la aventura de viajar en el desierto pese a todo.

—Eso suena hermoso, ¿podrías decir que sientes algo por mí?

—No sé cómo describir lo que siento, pero siento una peculiar familiaridad, porque naciste en mis sueños, porque te vi crecer de un ser etéreo a uno físico, que satisfizo primero mi memoria, y se clavó ahí hasta que cubrió de besos mi sexo.

—Pero yo no hice nada para estar en tus sueños.

—Los sueños representan nuestra parte más auténtica, pero también nos recuerdan algo que quizá ya habíamos visto.

Quizá mi respuesta no fue suficiente para él. Cuando llegué a casa traté de compartirle un meme por WA, pero nunca le llegó. Me asusté, creí que algo le había pasado, pero al entrar a la app descubrí que había quitado el match. Enloquecí. Necesitaba respuestas, pero cuando le marqué, tampoco entraron las llamadas. ¿Han terminado algo que sólo estaba en su mente? En definitiva, no hay una ruptura más insuperable que la que ni siquiera se convierte en recuerdo.



Sol Girón. Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y con una pretenciosa licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, me he dedicado a la docencia, al marketing digital y a la gestión de redes sociales. Actualmente dirijo la revista digital Username Magazine y soy Community Manager de una agencia de publicidad digital.

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