Ni voto útil, ni razonado, ni de castigo: voto de exigencia


Por Aldo Bravo.

 

Nuestros sueños no caben en sus urnas” y “Tu rock es votar” son campañas publicitarias, no argumentos.

Gustavo N. Peralta.

 

Adelanto el final: la tesis del presente texto pugna por una resignificación del sentido del voto, tanto en su dimensión ética como en la tangible; el tema es repensar nuestra noción sobre la participación política, para así confrontar la concepción liberal, donde el mayor poder ciudadano se expresa votando.

  1. Votar o no votar.

El debate público hizo mella en mis reflexiones internas, cuando alguna mañana de marzo recibí la inesperada visita de una reclutadora del INE; su intención, obviamente, fue advertir que salí sorteado para fungir como funcionario de casilla durante las próximas elecciones. Segunda vez que me toca, pues fui escrutador en 2012. Ella, sabedora de mi experiencia, lo utilizó como argumento para convencerme de ayudarla. Ése es el discurso que generalmente usan los reclutadores en su persuasión.

La situación, incomparable con la elección presidencial de hace tres años, no me permitió confirmar mi participación, pero tampoco fui capaz de darle un rotundo no.

Mi primera reacción fue desinterés, motivado por tres factores: desconfianza por las instituciones, desencanto por la política electorera y la aparente irrelevancia de las elecciones intermedias. No obstante, sin percatarme, mi posición se tornó timorata; el culpable, quizás, fue un extraño virus moral introyectado a través de los discursos sobre la participación ciudadana –concepto que detesto–, el servicio público, y la democracia –en discurso reducida al acto de votar. Un arsenal de palabrerías atacó sin piedad mi consciencia política.

Me declaré indefinido frente a la reclutadora del INE y solicité tiempo para meditarlo. Sea como fuere, ella no esperaba una respuesta definitiva en esta primera visita. Al cerrar la puerta y a modo de broma concluí: “acepto si me designan presidente”.

No soy, ni cerca, el fanático número uno de la democracia liberal. En realidad me considero crítico y opositor de muchos de los valores, prácticas y modelos de la ideología liberal-capitalista. Soy de esos anacrónicos que aún la nombran democracia burguesa. Por ello, en un inicio sostuve una posición de anulación o bien de abstencionismo, puesto que, y como incluso algunos opinadores liberales argumentan: el voto es el acto de legitimación no sólo del candidato sino del sistema en su conjunto.

Ante el desolado, desértico y gris panorama que nos ofrecen los partidos políticos actuales, mi deseo –que confundí con mi posición ética- susurró “no los legitimes”; he aquí un primer punto de quiebre en donde mi postura viraría posteriormente.

Como votante ideológicamente identificado con la izquierda y bajo el contexto mexicano el razonamiento es el siguiente:

Ninguno de los partidos que aparecerá en la boleta pretende una transformación radical del campo político mexicano, todos necesitan adherirse a las prácticas del partido hegemónico para sobrevivir, por ello no debe sorprendernos que las reglas impuestas por el PRI sean adoptadas por el resto de partidos (clientelismo, compra del voto, despilfarro de recursos, corrupción, compadrazgo) por mencionar las más visibles.

Las opciones de izquierda parece que en realidad no lo son. Dudo mucho que alguien con algo de cordura y sensatez pueda hoy afirmar que el PRD es un partido de izquierda, por más que legalice el aborto o acepte la diversidad sexual, y a pesar de las pequeñas tribus rebeldes sobrevivientes a su interior y si así sucediera lo rebatiría con facilidad. La dirigencia de Morena nos ha dado más de una razón para desconfiar. No obstante, considero que merece realizarse una enorme distinción entre su base social, su militancia y su cúpula. La verdad es que, como postura ética, no me apetece legitimar a ninguno, pues adolezco de evidencia para pensar que la llamada oposición actuará como tal.

Pese a lo anterior, sostengo una gran diferencia con las dos corrientes críticas que he observado posicionarse frente al evento electoral: socialistas y anarquistas posmodernos (http://bit.ly/1qtITq6 ). Los primeros llamando a la abstención o el voto nulo, bajo la clásica lógica en donde jugar el juego del régimen democrático burgués es pecado, ya que ninguna de las opciones partidistas destruirá al capital y la propiedad privada, por lo que concluyen que todo es una simulación; los segundos, quienes plantean que la democracia electorera no merece más que su indiferencia, debido al total desengaño por los grandes relatos, las grandes cuestiones, la gran política. Cancelan la lucha por una transformación desde el Estado. Para ellos, la cuestión reside en una modificación del ethos, cuya meta final consiste en prescindir de un orden social basado en la coacción jurídico-estatal, en aras de un orden social fundado en lazos solidarios y afectivos entre comunidades. Más comunidad menos sociedad, claman, por tanto preocuparse por votar o no votar los tiene sin cuidado.

Sorprende que, guste o no, ambas posturas parecen omitir que la disputa por mucho de lo que desean transformar, revertir o solucionar, pasa inexorablemente por los puestos de poder.

Si bien coincido con muchas de las ideas, propuestas y prácticas de ambas ideologías, como ya decía, marco una gran diferencia: pienso que la desconfianza/desarraigo por las instituciones liberales no implica el desentenderse de ellas. Al final es ahí donde se decide en buena medida la conducción político-social de un país. Es cierto, ningún partido acabará con el orden existente, es siquiera absurdo pensarlo. Sin embargo, pensar que todos son exactamente iguales parece el análisis digno de un ojo apolítico.

Abandonar el terreno institucional, históricamente ha marginado a la izquierda haciendo de sus luchas espirales de clandestinidad; en la derecha, el abstencionismo es sólo un mito, por ello duele que todos aquellos que pudiesen frenar o contrarrestar las fuerzas de la derecha prefieran ausentarse de uno de los muchos campos de batalla. Se les deja campo abierto, aunque es cierto, pareciera que las opciones no le dejan opción a nuestra moralidad.

Renunciar o desdeñar los espacios de crítica y lucha así sean institucionales, que ofrece el modelo liberal ha representado un craso error para la izquierda. La confusión parece radicar en que lucha institucional y lucha social no pueden articularse.

Evidencia reciente. El resultado de las últimas elecciones presidenciales en España arrojó como vencedor al PP, cuya administración actual se caracteriza por un dogmático neoliberalismo, la más dramática de sus consecuencias, la desocupación de viviendas de familias enteras, etc. En medio de aquel proceso electoral existió un poderoso movimiento social anti partidista o bien anulista, que es hoy un partido político de izquierda con altas posibilidades de triunfo.

  1. Las Hostilidades.

El verdadero debate del presente proceso electoral lo observo entre las opiniones de la comentocracia y no en las campañas; pareciera que el dilema se traza en votar o no, pero poco se habla de por quién.

Resuelto el primer paso de mi postura, empecé a sumergirme en una variedad de textos sobre el voto nulo y el voto estratégico, así como en algunos de los periódicos de la izquierda socialista. Este debate posa su contenido en tres corrientes teóricas: la deontología (anulación de voto como postura ética), el rational choice (voto útil-efectos tangibles) y la teoría crítica (abstención o boicot a las elecciones).

A continuación enuncio los que pienso son los mejores argumentos de cada postura. Debo decir que, si se lee con cuidado a cada uno de estos autores, aún con sus discrepancias ideológicas y de enfoque, en cada uno de ellos se puede rastrear cierta perspectiva crítica contra el status quo.

Por la teoría crítica rescato: la verdadera intención de las elecciones es la búsqueda de una legitimación del sistema, el cual atraviesa por una crisis de deslegitimación, hartazgo y desencanto, según autores como Jimena Vergara (http://bit.ly/1cZRrzQ y http://bit.ly/1FO3Hyu ), lo que esencialmente me parece cierto. No obstante, sobre este sentido del voto como legitimador hablaré más adelante. Otro de sus argumentos es, “votes o no votes organízate y lucha” (http://bit.ly/1BrKRrV ); más que argumento parece una orden. Sin embargo, guarda algunas ideas coherentes a su interior, al menos para quienes no gustamos del orden liberal pues, como dije, la acción es en todos los frentes. Y un tercer argumento retoma la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, ya que todos los partidos son cómplices, de alguna u otra manera, de éste episodio –una suerte de posición ética- y votar es avalar al régimen criminal. En lo primario encuentro certeros estos argumentos pero cojean cuando se abandona la dimensión ética.

La cuestión del boicot me causa demasiado conflicto, un grupo, sea minoritario o mayoritario, organizado no puede asumirse vocero del pueblo y evitar que, quienes decidieran votar, lo hagan. Ello sería profundamente violento y autoritario. De tratarse de una comunidad entera en consenso cambia el asunto. Por otro lado, parece muy endeble aquella idea sobre extraerse del sistema no votando, porque en realidad no votar es ya una posición prevista y permitida por el sistema denominada abstencionismo; en consecuencia, de esa manera ya se está participando en el sistema y se le reproduce. Bajo la lógica de la aritmética electoral, se agregaría que en los hechos efectivamente se favorece al partido más fuerte pues nada intenta detenerlo. El problema central de esta tesis es que declaran “ninguno hará lo necesario, ninguno ofrece verdaderas soluciones”. Sin embargo la argumentación no rebasa esa conceptualización, no ofrece otra vía más que “la lucha organizada”. ¿Por qué razón no pueden buscarse formas de articular la lucha organizada, no institucional, con la batalla institucional? ¿Realmente todo es simulación y no valdría la pena?

En la posición que identifico como deontológica, tenemos entre sus más populares impulsores a los comentaristas José Antonio Crespo (http://bit.ly/1dyrzM9 ), Denise Dresser (http://bit.ly/1LKc5jr ) o José Ignacio Lanzagorta quien causó ruido en redes sociales digitales con su texto Yo, anulista (http://bit.ly/1PqtCTg ). Los mencionados analistas conciben al voto nulo como una forma de protesta, es decir un simbolismo que como todos regula el orden real, puesto que ningún partido se merece el aval ciudadano. Afirman que todas y cada una de las tropelías partidistas –suelen centrarse principalmente en la corrupción e impunidad– son legitimadas al momento de emitir el voto. Además sostienen: “El voto nulo busca cambios sistémicos para que los partidos rindan mejores cuentas a sus representados. Castigar a uno en favor de otro, o evitar que alguno tenga mayoría no genera cambios sistémicos” (http://bit.ly/1FP0RJO ). Aquí descansa su tesis central, la autoridad electoral no funciona correctamente, permite actos ilegales y se encuentra controlada por todos los partidos, las cosas no funcionan como en teoría debería ser. Su argumento consiste en deslegitimar al sistema a través de una anulación masiva que fuerce al sistema jurídico electoral a reformarse.

Aquí tendríamos que pensar si realmente anular el voto se convierte en una protesta con algún tipo de fuerza o injerencia que haga mella en las cúpulas partidistas; ¡vaya, parece una protesta tibia! No obstante el nivel ético donde se mueven resulta irrefutable.

Por el lado del rational choice considero que, lamentablemente, sus argumentos contienen mayor potencia, ya que su concepción aséptica del mundo les permite pensar exclusivamente en elementos eficaces y resultados tangibles. Digo lamentablemente porque esta concepción mecanizada, utilitaria e instrumental, actualmente dominante, no sólo permea la política sino el conjunto de la realidad social. En las vitrinas de comunicación, analistas como Roberto Duque Roquero y Javier Aparicio (http://bit.ly/1Ey592I ) animan esta corriente. Su premisa es simple y contundente como lo es su filosofía: de todos modos alguien va a gobernar. Sus argumentos son: si estás descontento con tu gobernante vota por el otro: el denominado voto de castigo. Continúan, si de todos modos alguien va a ganar, vota por otro quien tenga posibilidad de competir: voto útil, mientras que anular o abstenerse no incurre de ninguna manera en la realidad, los efectos de tales acciones son ambiguos (http://bit.ly/1J2l9Ca ). A ello suman variables sobre las reglas electorales consistentes en la aritmética y la sobrerrepresentación parlamentaria (http://bit.ly/1Fbhdrp ). Citando a Duque Roquero: “Los partidos mayores suelen tener: a) más militancia; b) más estructuras territoriales, y c) más operadores políticos y brigadas. O sea, más maquinaria. El voto nulo beneficia a los partidos grandes”.

Al prescindir de la ética como factor determinante de una decisión, estos argumentos se olvidan del tema “legitimidad” y de que en esencia, todos los partidos incurren en las prácticas que generan el descontento generalizado, por lo que un voto de castigo resulta inexistente en el caso mexicano. La respuesta más consistente que he encontrado, y que el raciocinio que le subyace es de la misma corriente, la hallé en José Merino, quien contrapuntea “para sostener que voto nulo ‘te anula’, tendrías que argumentar y sostener que el voto ‘no nulo’ no te anula” (http://bit.ly/1HVO7QZ ).

  1. El híbrido.

Varias semanas después, en sábado, la reclutadora del INE, sin previo aviso tocó a mi puerta cargando manuales y mi nombramiento, antes me informó que fui elegido para fungir como el presidente de casilla. Nuevamente sentimientos encontrados.

A estas alturas creo tener una decisión. En las tres posturas aquí esbozadas, encuentro algo de razón.

No deseo legitimar al sistema, los partidos no paran en su cinismo, y los independientes parecen ser un chiste (algunos de ellos cooptados por los partidos antes de iniciar las campañas). Con base en esto, una de las acciones más sensatas que encuentro para modificar lo que me desagrada es utilizando sus propios espacios de acción, lo que no quiere decir de ningún modo que se deben abandonar aquellas luchas que no inciden en el campo de lo institucional.

Si el voto nulo, efectivamente, no cambia nada, pero el voto de castigo no existe, pues es igualmente nulo mientras no haya cambios sistémicos que obliguen a los partidos políticos a actuar diferente, observo que la única forma para iniciar algún cambio, dentro de lo institucional, es no limitar nuestra participación al acto del voto.

Entonces, desconfiando de las instituciones, pero prefiriendo no desentenderme de ellas puesto que se deja el campo libre a las derechas, propongo: Primero, modificar el sentido ético de nuestro voto; que éste no implique legitimidad a priori, sino exigencia: yo voté por usted y usted ahora debe trabajar para mí. Concédanme este idealismo pensando en que la próxima elección de autoridades locales e inmediatas, al menos en el DF, permite imaginar tal situación.

Que el voto no se quede en el mero acto de tachar la boleta, sino que trascienda a una cuestión de exigencia, si yo voté por usted tengo todo el derecho de exigir

Pienso que la cuestión en nuestro contexto debe pasar por una modificación de nuestra relación con lo político. Quizás debamos pasar de un rol quejumbroso a uno comprometido, intromisorio, interesado. Pero ojo, que la propuesta siempre es desde lo social y desde lo institucional, es decir, sin la necesidad de una escisión.

Es gracias a instrumentos como el Pacto por México que todos los partidos parecen más o menos lo mismo, y hacen de todos los votos una nulidad, pero permítanme preguntar ¿PRI y Morena son lo mismo? No faltarán quienes me dirán que sí, tal vez los enunciados socialistas y anarquistas posmodernos, pero estoy seguro que Morena con mayoría parlamentaria, las reformas estructurales neoliberales no serían hoy un hecho. Eso al menos para mí ya los hace diferentes. Enlazo lo anterior con el siguiente punto.

Segundo, pienso que Morena se merece el beneficio de la duda (me sumo a los argumentos de Raúl Zepeda http://bit.ly/1SCBkZJ ), además porque cuenta con una característica irrepetible frente al resto de partidos, una base social que milita con toda convicción, poseedora de un gran ímpetu por la participación política. Pienso que éstas personas que con todo fervor –después podemos discutir si bueno o malo– militan en su partido, se merecen el respaldo ciudadano; quizá sepan trascender a las cúpulas del partido si se encontrasen con el apoyo y sobre todo la exigencia de sus electores.

Alguien gobernará, más allá de que prefiero que sean los menos malos (ahí sí ni cómo defenderme); no quiero que el PRI tenga carro completo. Prefiero votar con quien exista la posibilidad de exigir, de acercarse, de llevar mi participación más allá de la urna, aunque sea tan evidente que sus alcances no sean, ni de cerca, la transformación deseada por muchos. Y después de todo, de la mayoría que conforma Morena no puede decirse que incurrieron en lo de siempre, pues van llegando.

El tema, como adelanté, yace en no limitar nuestra idea de la participación política en las elecciones, pero sin olvidarnos de las mismas, como si realmente no importaran. No encuentro distinción entre aquellos indiferentes que se quedarán viendo el futbol, cuyo argumento es “pues da lo mismo” y quienes, politizados, sostienen “votar no cambia nada”.

Al final acepté ser funcionario de casilla y no lo puedo decir con orgullo. Admito que me comen los nervios de ser la autoridad de un suceso, pero como sociólogo no me podía permitir ausentarme de este trabajo de campo. Por cierto, no deja de ser divertido cómo una minoría nos rasgamos las vestiduras con este debate cuando la mayor parte de la población tiene claro el sentido de su voto o simplemente no ir a votar.

Mis sentimientos siguen encontrados, la razón no. Sin embargo, nunca distingo cuál de las dos guía nuestro actuar.

Para los clavados dejo algunos otros artículos sobre el tema:

El debate de los anulistas por Mauricio Merino.

http://www.elunivehttp://www.animalpolitico.com/blogueros-democratas-

Voto Nulo: carta a Denise Dresser de Roberto Duque.

http://lasillarota.com/voto-nulo-carta-a-denise-dresser#.VWZYvM8n_Gc

¡A votar sin esperanza, a votar castigando! de Democracia Deliberada.

http://www.animalpolitico.com/blogueros-democratas-deliberados/2015/05/21/a-votar-sin-esperanza-a-votar-castigando/

¿Cómo votar? Guía práctica para descontentos de Julene Iriarte http://fragmentos.nexos.com.mx/?p=868

¿Voto nulo o voto de castigo? de Gerardo Esquivel

http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2015/05/76264.php

 

Aldo Bravo es egresado de la licenciatura en Sociología por la FCPyS-UNAM.

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