No soy casual


por Vanessa Ll


Cuando tenía no más de seis meses, mi papá se tomó una foto conmigo jugando con la SNES. Desde entonces, veintitantos años después, numerosos controles y juegos han pasado por mis manos. A la fecha, conservo no sólo esa SNES con la que todo empezó, sino cada una de las consolas que he adquirido (incluyendo un Nintendo Switch con drift y un Xbox 360 que he rescatado varias veces del anillo rojo de la muerte), junto con una colección de casi cien títulos. ¿Por qué, entonces, me encuentro a mí misma una y otra vez tratando de explicarle a otros aficionados de los videojuegos que no soy una gamer “casual”?

Aclaro, no tiene nada de malo serlo. Distraerse un poco y jugar un rato sin que eso se vuelva tu pasión en la vida es completamente válido. La cuestión es que los videojuegos sí son un pilar de la mía, así que el término me hace poca gracia. ¿Por qué? ¿No acabo de decir que no tiene nada de malo? Tal vez. Pero el problema es que, en mi experiencia, “ser un jugador casual” no tiene nada que ver con alguien que juega poco y más bien es un insulto para referirse a alguien sin el nivel necesario para identificarse como gamer.

Ya sé lo que me van a decir: “Amiga, bájale tres rayitas. No es para tanto”. Lo he escuchado antes, pero seamos honestos. Las etiquetas importan; son parte de nuestra identidad, de quiénes somos y de cómo nos presentamos al mundo. Nos inventamos a partir de ellas y las usamos como medallas. ¿Creen que habría tanta ropa de Pokémon si no fuera así? La etiqueta gamer, como muchas otras subculturas con las que convivimos en la actualidad, nos da un sentido de pertenencia e identidad con respecto a otros que comparten nuestros intereses. O al menos, así debería ser. Cuando me llaman “casual”, me están quitando una de esas etiquetas que me definen y me están diciendo que no soy “suficientemente gamer”. Y estoy cansada; no, estoy harta de tener que demostrar una y otra vez lo contrario.

Lo que me molesta es que quienes usan el término “casual” como insulto son gamers que han asociado los juegos con un solo tipo: los competitivos. En varias ocasiones, confesar que no disfruto de títulos donde el mayor atractivo es la posibilidad de competir con otros jugadores ha sido el detonante para que la otra persona me mire de forma condescendiente y diga algo parecido a “ah, entonces solo eres una gamer casual, ¿no?”; como si participar en el juego competitivo y demostrar quién es el mejor se volviera el estándar con el que se miden los videojugadores. Claro, esto podría ser cierto para quienes se dedican a los juegos en un nivel profesional; después de todo, es su trabajo como atletas de los e-sports o como creadores de contenido en redes. Pero para quienes estamos en el promedio, esos que no vamos a ganar dinero jugando pero que podríamos acumular más de 20 horas de juego en cuestión de un par de días, ¿de verdad lo que nos hace gamers es nuestro lugar en un tablero virtual? Porque eso parece. ¿No juegas el battle royale de moda? Eres casual. ¿No tienes a todos tus personajes de Super Smash Bros Ultimate en Elite? ¡Casual! ¿No juegas PvP en cualquier juego que ofrezca este modo? CA-SUAL. Es una cantaleta tan repetitiva que, a la larga, sólo consigue esto: que quienes nos sentimos así dejemos de compartir nuestro interés por los videojuegos, nos alejemos de las comunidades y que se asocie ser gamer con los jugadores tóxicos que se encargan de retener la puerta para que nadie entre al territorio que decidieron llamar suyo. Y ya sé: “No todos los que juegan de forma competitiva son así”. No. Pero también tenemos “no todos los hombres”, “no toda la gente blanca”, “no todo lo que quieran” y miren cómo estamos. Si bien ser gamer o no es lo de menos comparado con cualquiera de los verdaderos grandes problemas del mundo, es el colmo que hasta para jugar videojuegos tenga que estar validándome constantemente.

Reitero, el problema no son los juegos competitivos, ni que haya quienes los prefieran y se sientan orgullosos de sus logros en ellos. Aunque a mí no me encanten, sé que hay mucha dedicación detrás de cada una de esas victorias, mismas que yo saludo, aplaudo y respeto. No tengo la menor duda de que quienes participan en ellos se sumergen en el juego de su elección hasta volverse casi expertos, una tarea nacida del interés propio en la que se invierten incontables horas. Pero ¡vaya! Son las mismas mil horas que yo llevo jugando, por ejemplo, Fire Emblem. Mientras estudio los mapas y las habilidades con una mano (porque me niego a ser víctima del permadeath), hago fanart con la otra. Me sé las historias de los personajes, compro los libros de arte, escucho la música mientras trabajo. Si eso no es dedicación a un juego, yo no sé qué lo es.

Entonces, ¿por qué mi forma de acercarme y disfrutar del medio es menos válida? ¿De verdad es porque no compito contra nadie? Si esa es la razón, me parece completamente absurda porque estaríamos haciendo a un lado un gran número de títulos hechos para un solo jugador. Los hay de todos los géneros: de plataformas, de mundo abierto, de aventuras y simuladores; los hay realistas, como de zombis y virus propagados por el mundo, y otros más fantásticos donde los millennials podemos comprar casa y tener un trabajo estable; y entre esos dos extremos, hay universos infinitos de posibilidades. En lo personal, favorezco los juegos de rol y de aventura que siguen las historias de uno o muchos héroes, puntos bonus si están ambientados en algún universo de fantasía, y puntos de overkill si además tienen una banda sonora épica. Pienso en franquicias clásicas como lo podrían ser The Legend of Zelda, o Kingdom Hearts; pienso en títulos que alcanzaron el estrellato, como TESV: Skyrim o Hades; y aquellos que me gustaría que más gente cercana a mí conociera, como Xenoblade Chronicles o -mi descubrimiento más reciente- Triangle Strategy. Que me llamen una gamer casual teniendo estos y muchos más títulos en mi currículum de jugadora me parece equiparable a negar el valor de estos juegos y con ello el potencial que tienen más allá de un medio de competencia. Para mí, por lo menos, son mucho más que eso.

De entrada, son medios narrativos donde los jugadores tomamos el rol de los protagonistas (a veces uno, a veces varios de forma simultánea) de dichas historias. Es cierto, las tramas de los videojuegos empezaron de una forma simple, como un pretexto que explicaba, por ejemplo, por qué un hombrecillo de gorra roja tenía que ir por el mundo rompiendo ladrillos. ¿Qué mejor pretexto que rescatar a una princesa resguardada por una especie de dragón en su castillo (o en otro castillo, si se trata de los primeros siete mundos)? Sin embargo, la profundidad y variedad de las historias que ahora ponen en nuestras manos ha sobrepasado por mucho a esas narraciones que antes sólo nos daban un objetivo básico. Algunas siguen siendo lineales, pero con personajes entrañables, complejos y grises, cuyos pasados trágicos debemos ir descubriendo a lo largo del juego. En otros videojuegos, las historias se diversifican de acuerdo con las decisiones que tomamos y en nuestras manos quedan la vida y muerte de continentes enteros. Y entrelazado a las historias está el gameplay a través del que éstas se cuentan, pues lo que los videojuegos nos ofrecen después de todo es la interacción, haciendo que el espectro de posibilidades sea aún más diverso. Incluso entre videojuegos que continúan usando lugares comunes, la forma como se adaptan a un género u otro crea universos completamente distintos. Un ejemplo es el héroe que debe reunir de 3 a 7 objetos mágicos para poder tener acceso al poder que le permitirá salvar el mundo. Si ese héroe debe recorrer su mundo en un juego de plataformas de alta velocidad, estamos hablando de Sonic; mientras que, si lo hace comandando a su ejército en un juego de estrategia táctica, probablemente estaríamos hablando de Chrom de Fire Emblem. Con tanta variedad a nuestro alcance, es natural que escojamos a qué darle nuestro tiempo y dinero, y yo no podría encontrar una mejor inversión de ambas que títulos que sigan ofreciéndome historias nuevas o perspectivas diferentes a las que ya conozco. ¿O acaso estoy mal por preferirlas en vez de otros tipos de juegos? ¿Realmente no cuentan al no tener un modo de juego PvP cuando son un medio tan variado?

He escuchado dos argumentos en contra. El primero es “queremos jugar, no ver películas”. Créanlo o no, estoy de acuerdo con este argumento; un juego en el que no haya mucha interacción entre una escena y otra podría resultarme un poco aburrido. En efecto; si decidiera una tarde jugar Skyrim en vez de sentarme a ver El Señor de los Anillos sería para enfrentarme a orcos yo misma, no para ver a Legolas hacerlo. Pero incluso en los juegos donde las escenas cinemáticas o los diálogos son muchos y extensos, ninguno en realidad me ha tenido presionando un único botón para continuar sin poder interactuar de algún modo u otro con el juego mismo. Por lo general, se busca que haya un equilibrio entre ambas partes para que la experiencia sea óptima, y aunque no todos los videojuegos encuentran el punto exacto, creo que la mayoría de ellos lo hace o no seguiríamos llamándolos juegos.

El segundo argumento, tal vez un poco relacionado, es que al jugar solos no hay en realidad ningún reto, mientras que los juegos con PvP y la constante competencia que conllevan hacen que las partidas sean siempre impredecibles y desafiantes. Pero no concuerdo con esto. La falta de un oponente humano no significa que los juegos carezcan de un factor de dificultad y riesgo al cual el jugador deba enfrentarse; desde el manejo de recursos para los magnates de los parques de diversiones, hasta monstruos y dioses casi invencibles en todas sus presentaciones. Las formas en las que esto ocurre varían según el género del videojuego: puede ser el límite de tiempo o de vidas, las habilidades y números de enemigos que atacan al mismo tiempo o una cantidad limitada de recursos. En cualquier modo, es posible perder y para evitarlo, el jugador debe poner su ingenio y/o destreza a prueba, de igual forma que lo haría cuando se enfrenta a otro oponente. Es cierto que algunos juegos incluyen la opción de disminuir la dificultad, pero también es posible aumentarla y autoimponerse retos que provean un giro diferente a un juego conocido; por ejemplo, los retos Nuzlocke de Pokémon o jugar Fire Emblem clásico en nivel lunático -ambos son modos de juego que he probado por el puro gusto de tener una experiencia intensa. No encuentro nada casual en eso.   

Así que, en pocas palabras, declaro mi caso: si juego con la misma dedicación, si puedo apreciar el valor de los juegos que elijo (e incluso los que no), y si estoy enfrentando los retos que el juego pone frente a mí y agrego más de mi propia cosecha, con o sin un oponente a quien demostrárselo, ¿junto las acreditaciones para ser gamer o sigo siendo, ante los ojos del mundo, sólo “casual”? Mi respuesta es sí, soy gamer y ya es hora de que lo pueda decir fuerte y claro. Lo somos a los que nos apasionan los videojuegos, sin importar cuál sea nuestro género favorito, contra quién juguemos o a cuántas personas se lo demostremos. Habiendo tantas posibilidades de interactuar con los mundos mediante nuestros controles, unos cuantos jugadores pretenciosos no me quitarán el saber quién soy sólo porque no comparto los mismos gustos que ellos. Así que lo voy a decir una última vez para que quede claro: Soy gamer, y ¡NO SOY CASUAL!



Vanessa Ll (o Vane, pa’ los cuates). Ella. Fan número 5555 de J.R.R. Tolkien (pues admite que no se sabe todos los nombres en el Silmarillion de memoria), apasionada de las historias que involucren dragones y espadas en diferentes medios, gamer porque el destino así lo quiso y aprendiz de ilustración por elección propia.

Arte de la autora.

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