La adaptación y sus bemoles


A todos nos ha pasado: vamos al cine con el grupo de amigos a ver X-Men o Los Juegos del hambre o El señor de los anillos, y entre la banda hay alguien que ya leyó el libro o el cómic y que, naturalmente, nos lo va a hacer notar cada que haya una discrepancia entre el texto original y la película. Que si en el cómic los X-Men usan disfraces de distintos colores, que si la Comunidad del anillo camina aún más kilómetros en el libro de Tolkien, que si le cambiaron una coma a lo que dijo Katniss Everdeen, etc. Es el tipo de cosas que nos quita la concentración para seguir lo que pasa en la película, y nos hace divagar. La idea que motiva esa actitud, creo yo, merece ser discutida: pensar que el texto original —libro o cómic— es una especie de instructivo para hacer películas.

Cuando el ilustrador Jack Kirby diseñó a los X-Men para Stan Lee a principios de los sesentas del siglo pasado, no lo hizo pensando en que algún día serían adaptados al cine, sino porque así serían más atractivas las páginas del cómic, un medio completamente visual con fortalezas y límites distintos a los del cine o la televisión. Es por eso que los mutantes de coloridos uniformes llenan a la perfección las viñetas de una historieta pero quizá serían demasiado escandalosos para el público actual que asiste a las salas de cine, y tantos colores tal vez resultarían en escenas carnavalescas que no irían acorde con una historia de tono serio. De ahí que Bryan Singer —quien ha dirigido la mayor parte de las películas protagonizadas por los alumnos del Profesor X— optara por uniformes negros, pertinentes en un cine que ha quedado marcado por la estética de Matrix (1999).

Los cambios visuales del texto al cine suelen ser los más notorios, pero quizá las alteraciones que más hieren las susceptibilidades de los puristas son las relacionadas con la trama. [Lo que sigue son spoilers de las más recientes películas de Batman. Léalos bajo su propio riesgo] Así, hubo quienes consideraron imperdonable que Bruce Wayne decidiera dejar de ser Batman, primero en Dark Knight (2008), y de nuevo en Dark Knight Rises (2012). La indignación está basada en el hecho de que en las historietas Batman jamás se retiraría por gusto. Y tienen razón, sin embargo, no se toma en cuenta que los cómics —como ningún otro medio actualmente lo hace— relatan historias que duran décadas y que DC Comics jamás jubilaría a Batman porque entonces se acabaría el negocio. [Fin de los spoilers].

Un cómic por muy malo que sea durará seis números y, si resulta un trancazo, durará años y años con nuevos escritores e ilustradores que suplan a los anteriores. Una serie de entregas en el cine, si es buena, durará lo que el contrato del actor protagónico estipule, de tres a seis películas aproximadamente. Si la primera entrega de la saga es mala, entonces hasta nunca, como pasó con Green Lantern (2011). Esta limitación para contar historias que tiene el cine repercute en el tipo de relatos que se cuentan: el superhéroe cinematográfico debe de pasar por distintas fases, puede ser transformado por los conflictos que atraviesa; el superhéroe en el cómic debe permanecer más o menos igual a través de los años.

Mi punto es que al ir cine lo recomendable es evaluar una película por sus méritos propios, ver si aprovecha las posibilidades que da el medio en el que se presenta, y pensarla como una obra artística independiente del material en el que está basada. La versión del personaje que se ve en la pantalla es otra de la que se lee en el cómic o en el libro.

Este fenómeno no es extraño para los fans de los superhéroes. Por cuestión de popularidad, utilizaré el ejemplo de Batman. Existen múltiples versiones del justiciero de Ciudad Gótica, desde el bonachón camp interpretado por Adam West en la serie de televisión Batman (1966-1968), hasta el atormentado vigilante de Christian Bale en Dark Knight, pasando por el silencioso y estilizado encapotado de Michael Keaton en Batman Returns (1992). Cada quién podrá tener su favorito pero difícilmente se podrá argumentar que alguno es más Batman. ¿Dónde estaría la batmanidad que uno sí tiene y los otros no?

Quizá valga la pena no molestarse por el desapego al material de origen y, en cambio, disfrutar las diversas interpretaciones de un personaje o de una historia precisamente por eso: por su particularidad.

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