Chile tiene una pena


por Francisco Ballesteros


Chile tiene una pena, como cantó sobre Arauco la Violeta Parra.

La paralización de Chile va camino a cumplir su primera semana y no tiene fecha para terminar. El gobierno sigue reprimiendo a la gente en las calles. Están reprimiendo a la gente con balas, lumas y lacrimógenas. No tenemos certeza de cuantos actos de represión han acaecido a lo largo del país. No tenemos certeza de cuantos muertos hay. El Presidente no tiene la menor idea de las necesidades de la población, pero sigue insistiendo en que la ‘forma violenta’ no es el método. Está prometiendo cosas que no cumplió siquiera en su primer mandato. Reitero, no tenemos certeza de cuantos muertos hay.

Este país austral y largo está pasando por la crisis institucional más grande en sus últimos treinta años. Digo que la crisis es solamente institucional porque su tenor social ya estaba instalado prácticamente desde antes que Chile iniciara su periodo ‘democrático’.

Conmovedor resulta pues, que la mayoría de las personas diga que ‘no son solamente por treinta pesos’. Esos treinta pesos que hicieron que durante más de una semana los estudiantes secundarios se organizaran para protagonizar evasiones masivas que el gobierno intentó aplacar militarizando en tiempo récord todas las estaciones del metro, principal sistema de transporte público de Santiago, que movía diariamente a más de dos millones de personas.

El asunto como crisis política se generó porque, como pasa en todos los países de la región, la autoridad está más interesada en dejar a sus amigos de la oligarquía tranquilos y con los bolsillos llenos a costa de la población, cada vez más endeudada y pobre.

La idea de hacer feliz a la oligarquía a la cual pertenece el mismo gobierno no es antojadiza. El sistema de pensiones es absolutamente privado y tiránico porque obliga a los cotizantes a entregar un décimo de su sueldo a empresas que lo invierten sin ningún tipo de responsabilidad, con retornos finales de hambre, donde el principal parámetro es el ahorro personal; un sistema de salud pública que no tiene fondos, a pesar de que sus trabajadores llevan meses pidiéndole recursos a un ministro que se los niega diciéndoles falsamente que administran mal los dineros públicos; un sistema de transporte público que se lleva más del diez por ciento del sueldo de las clases populares; un sistema de carreteras administrado por privados que cobra por mantenimiento cifras que suben dos veces por año, adicional a los impuestos derivados, las obligaciones de seguros, y el cobro de parquímetros que no ofrecen ninguna seguridad; de una educación, hasta en las universidades públicas, que en las carreras más económicas tiene valores superiores a las del sueldo mínimo, que ofrece como solución de financiamiento créditos que persiguen de por vida a estudiantes, que no tienen como pagar porque no hay trabajo o porque los sueldos no alcanzan; a un sistema de créditos que las familias promedio utilizan para comprar alimentos en las pocas cadenas de supermercados que hay en el país; y así un largo etcétera de vulneraciones y ridículos por parte de la autoridad.

Estos ridículos son tan gráficos como el del ministro del trabajo que, para oponerse a la disminución de la jornada laboral (de cuarenta y cinco a cuarenta horas), amenazó que la selección masculina de fútbol no podría volver a jugar una Copa América porque no podrían hacer horas extras; a la del ministro de hacienda que pidió felicidad a los románticos porque las flores bajaron un 3,6%; o como cuando el mismo ministro le pidió rezar a las madres del país para que se acabara la guerra comercial entre Estados Unidos y China; al ministro de salud que dijo que la gente no solamente visitaba al médico en los consultorios, sino que también lo utilizaban como ‘elemento social, de reunión social’;  al ministro de economía que, frente al alza del transporte, ofreció como alternativa a los trabajadores levantarse más temprano para ahorrarse dinero; y así otro largo etcétera.

Cabe hacerse la pregunta retórica de si es posible que un trabajador puede levantarse más temprano todavía. En las principales ciudades del país, las jornadas de trabajo son largas (más de ocho horas diarias), pero si incluimos los largos desplazamientos (porque las ciudades además son muy segregadas, y a los pobres los mandan a vivir a barrios lejanos y sin protección) y las horas de alimentación (que no están incluidas en la jornada laboral), fácilmente un trabajador puede pasar más de doce horas afuera de su hogar.

Adicionalmente, el país tiene problemas en la distribución de la riqueza: el salario promedio está en CLP $570.000 mensuales (USD $1 es igual a CLP $710) pero el mínimo está en los CLP $300.000 y la mediana está entre los CLP $350.000 y los CLP $400.000. Esto ha generado que cosas básicas como el acceso a la vivienda (que está absolutamente privatizado) se eleve a valores que la gente no puede abordar.

Lo más paradójico de todo es que los gobiernos de los países vecinos están empezando a importar desde Chile cuestiones inherentes al modelo económico de la dictadura de Pinochet, tal como Bolsonaro propuso instaurar el sistema de capitalización individual de pensiones, Macri imitando la austeridad y poco gasto fiscal, lo cual terminó mandando a la cuerda floja su reelección, etc.

El problema no queda aquí. El sistema chileno funciona solamente por la fuerza. Desde la dictadura, esta ha sido la primera vez en que el sistema neoliberal se ha visto realmente amenazado. Basta con recordar que la dictadura chilena duró 17 años. Mantuvo profundas crisis económicas que entregaron a la democracia un país asustado, violentado y torturado con un 40% de chilenos bajo la línea de pobreza. El sistema empezó a implementarse a mediados de la década de los 70, y sucumbió a diversas crisis que fueron solucionadas por la fuerza.

Este fue el primer país donde se aplicó el sistema neoliberal que jibarizó el Estado, delegando todas sus funciones a privados, a quienes paga para hacer más rentables funciones públicas. Así, Chile es el único país en tener al agua bajo total propiedad privada; además, privatizó gran parte de las empresas estatales que habían sido el motor de la economía a mediados del siglo pasado; delegó la educación a privados, etc.

Si a quien lee todo esto no le parece una afrenta, debería considerar que los dueños de todos los servicios básicos, y no tan básicos, que son los que reciben gran parte de los sueldos de las personas, son un puñado de sujetos que durante décadas y generaciones se han dedicado a tratar a las clases más populares como analfabetos y flojos. Siendo que el origen de la riqueza de estas clases pudientes son las rentas de sus negocios, las rentas de la tierra, y posteriormente las rentas de las empresas que les regaló el tirano en dictadura.

Tienen tanto poder y tan poca vergüenza que han sido reiteradamente descubiertos amañando los precios de bienes de consumo básico, como los pollos, el papel higiénico, etc; pagando a políticos para que les dicten leyes que los favorecen directamente (como en el caso de la ley de pesca, donde se repartieron el mar entre las empresas de siete familias acaudaladas); el uso de información privilegiada por parte del presidente, como cuando compró acciones de una pesquera peruana favorecida por la nueva delimitación marítima después del juicio entre ambos países en la corte de la Haya (siendo Sebastián Piñera presidente en ejercicio); anteriormente dividiendo las grandes empresas en filiales para prohibir la formación de sindicatos de trabajadores (aunque esto último desde hace tres años que ya no pueden hacerlo), y otro largo etc.

No recuerdo exactamente cual era el medio de comunicación extranjero que describía que la manera chilena de salir de las crisis políticas era básicamente taparlas con nuevas crisis políticas más fuertes. Esto es parcialmente cierto. En concreto, sucedía que la población no alcanzaba a reclamar justicia cuando ya estaba pasando un asunto nuevo más grave.

Entonces, el país vio como la clase dirigente, que es la clase pudiente, perdió la decencia. El país, hastiado y de manera natural, empezó las protestas el viernes 18 de octubre.

Bastó con cerrar las líneas del metro, que hasta ese día no estaban vandalizadas, para que mucha gente empezara a protestar cuando se iban a pie por la Alameda Bernardo O’Higgins (principal vía de Santiago). En cuestión de minutos, se armaron focos espontáneos de protesta.

En este punto empezaron a suceder una serie de cuestiones que son, por decirlo menos, extrañas.

Esa misma noche, empezó a quemarse desde el piso 11 la escalera de emergencia del nuevo edificio de la empresa eléctrica ENEL. Sí, se empezó a quemar una escalera anti-incendios en el piso 11. Los noticieros culparon a los manifestantes. ¿Cómo habrán llegado ahí? ¿Dónde están las imágenes? Esto, en un mundo donde está todo grabado por cámaras de celular. Jamás obtendremos respuestas.

En el mismo instante, se empezaron a quemar por dentro algunas estaciones del metro. Cabe destacar que estas estaciones se mantenían cerradas desde hacía horas en la tarde, estaban bajo resguardo. Se hablaba de que nueve décimos del contingente policial de la capital estaba destinado para cuidar el metro. ¿Cómo se quemaron, si allí estaban desplegados los Carabineros?

Al día siguiente, el Presimiente de la República declaró estado de emergencia en las ciudades de Santiago, Valparaíso y Concepción. Sucedió que la mecha del reclamo por los 30 pesos y la posterior represión policial incitó que los ciudadanos de todo el país salieran a manifestarse contra el gobierno y la clase política por todas las cuestiones que ya enumeré.

La declaración de estado de emergencia incluye despliegue de cuerpos militares en las zonas afectadas. Se instauró un toque de queda en dichas ciudades.

Pero lo peor estaba a punto de empezar.

Los medios de comunicación comenzaron a avisar que había saqueos y quemas de supermercados, esto en lugares que tenían presencia policial y militar. ¿Cómo es posible que se incendien lugares donde supuestamente las únicas personas que podían transitar eran cuerpos de seguridad? Jamás tendremos respuesta.

Cada vez que Piñera y su primo, el ministro del interior y ex colaborador de la dictadura de Pinochet, Andrés Chadwick Piñera, hablaban, en vez de referirse a las protestas, se dedicaron a tratar de convencer a la gente (que era la misma que estaba protestando) de que unos maleantes organizados estaban asolando al país.

El discurso militarista de Piñera fue subiendo de tono hasta la noche del domingo, cuando declaró que Chile estaba en estado de guerra contra un enemigo poderoso. Dijo que el enemigo estaba articulado y buscando hacer daño. Dice también que las personas de buena voluntad que se están manifestando no son sus enemigos, pero empieza a correr por redes sociales una serie de videos que realzan la violencia de los Carabineros contra civiles desarmados (salvo por los civiles que estaban armados hasta los dientes con cacerolas de destrucción masiva).

Con lo que no contaba Piñera era con que la mayoría de la población estaba haciendo cacerolazos afuera de sus casas, aún con la prohibición militar de salir a las calles. Se empiezan a correr las primeras voces sobre muertos, lo que los medios declaran que son resultados de saqueos a supermercados. Sí, encontraban cuerpos calcinados en los saqueos, realizados en horas durante las cuales los únicos humanos que transitaban eran militares y policías. ¿Cómo se saquea un supermercado sin civiles si todos están afuera de sus casas manifestándose?

Lo más ridículo de todo es que dentro de las declaraciones de estado de emergencia, o de estado de sitio de facto, mandan a la gente a que esté con sus familias y dialoguen sobre la situación de violencia, como si el suicidio de una pareja de ancianos por no tener qué comer ni dinero para remedios, ocurrido hace unos meses, fuera una situación provocada por este cuerpo de maleantes criado en las orillas de las Termópilas invisibles. Al presidente se le incendió la escasísima credibilidad que le quedaba.

Día a día empiezan a surgirle nuevos focos de protestas en todos los rincones del país. ¡Si hasta la gente más acomodada estaba saliendo a la calle! Todos le pedían medidas concretas al mismo hombre que estuvo escondido 24 días de la justicia en 1982, cuando quebró un banco en la ciudad de Talca y fue a refugiarse con todo el dinero a la casa del obispo de La Serena, en el centro norte del país. El obispo era su tío Bernardino Piñera, que le consiguió un perdón de manos del dictador Augusto Pinochet.

¿Qué tiene que reflexionar la sociedad chilena? ¿Por qué no votó por otros candidatos cuando este sujeto con antecedentes delictuales de sobra se postuló y salió dos veces no consecutivas como la primera autoridad del país que ahora se incendia?

¿Qué se puede reflexionar cuando el que reclama tiene todo para ganar y los dos primos tienen todo que perder?

Tal vez podríamos reflexionar sobre cómo es que un ministro encargado de la fuerza pública se mantiene en el cargo a pesar de que el año pasado hizo un montaje para hacer parecer que el homicidio de un joven mapuche y campesino llamado Camilo Catrillanca fue producto de un enfrentamiento por el robo de unos vehículos. En realidad, el tipo solamente iba pasando en un tractor (que la policía declaró como el vehículo en que iba huyendo) con un menor de edad, ante el cual no tuvieron miramiento alguno. O tal vez podríamos reflexionar cómo es que la gente que compraba políticos y amaña precios termina tomando clases de ética, porque al presimiente Ricardo Lagos (un sujeto que cuando ganó las elecciones parecía ser la reencarnación de Salvador Allende) se le ocurrió que era buena idea eliminar las penas de cárcel para los delitos de cuello y corbata (el argumento fue que el delito estaba en desuso, en serio, ojalá esto fuera un meme o una broma).

Las autoridades políticas, encabezadas por el Presimiente de la República Sebastián Piñera se han esmerado en transmitir que las protestas han sido violentas e ilegítimas. En la misma línea, sus ministros han puesto el foco del conflicto en las propiedades privadas siniestradas, entregando datos, principalmente, sobre locales de supermercados quemados. Sospechosamente, la mayor parte de los supermercados dañados son de la filial chilena de Walmart.

La fuerza pública está haciendo política en las calles. Están deteniendo a gente de manera aleatoria, muchas veces dentro de sus propias casas, disparando a diestra y siniestra a transeúntes, a personas que viven en la calle. Disparan todo tipo de proyectiles, desde balas de goma a la cabeza de los manifestantes (hay una cantidad enorme de personas que están siendo sometidas a operaciones porque les ha explotado el globo ocular por los disparos) hasta balas de guerra. El servicio medico legal (entidad que se encarga de las defunciones) desde hace días que no da un catastro oficial de la cantidad de muertos.

Resulta paradójico que la policía, Carabineros de Chile, sean los principales defensores de la inequidad social y los principales represores de estas protestas, siendo que sus fuerzas son sacadas de las mismas poblaciones en las que nos criamos los que estamos protestando. Sin embargo, cuando uno les pregunta por la situación, ellos responden que están cumpliendo funciones. A esta gente le gusta con furia su trabajo.

Más aún. Les gusta tanto su trabajo que ayer se descubrió un centro de detención y tortura dentro de los túneles del metro. El gobierno está borrando los videos donde transeúntes desde la superficie escuchan gritos de ahorcamiento, que se filtraban por los ductos de ventilación.

En internet se pueden apreciar videos de militares organizando los saqueos. Se pueden apreciar videos de palizas callejeras por parte de los Carabineros de Chile (es más, ya murió un joven protestante producto de las bestiales agresiones con palos de luma). Se pueden apreciar videos de como el Ejercito y Carabineros entran a casas de particulares sin orden ni permiso. También se pueden apreciar videos de Carabineros tirando bengalas en centros comerciales para incendiarlos, y escoltando microbuses que cinco minutos después aparecen quemados. Toda la evidencia sugiere que gran parte de los actos vandálicos en los que el gobierno ha justificado la acción represiva son organizados desde las mismas instituciones encargadas de la seguridad, tal como Nerón alguna vez pretendió culpar a los católicos del incendio de Roma que él mismo encendió.

Pareciera que estos años sin dictadura militar fueron un breve descanso antes de volver al horror a cargo de estos salvajes, que tratan a los habitantes de este país como si fueran el enemigo a pesar de que han jurado defender los colores de la patria que desangran.

La represión y el abuso son constantes, y aunque a pesar de que la gente les ha perdido el miedo y el respeto y les grita lo que son, cada una de nuestras noches se va transformando en una pesadilla. No sabemos cuanta gente está presa. Muchos de ellos no se sabe si están presos siquiera. Los mismos que alguna vez hicieron desaparecer chilenos y se han negado a entregar la información sobre sus paraderos han vuelto a actuar de la misma manera para recordarnos que la única forma en la cual el capitalismo neoliberal funciona es reprimiendo al pueblo.

No tenemos certeza de las identidades de todos los fallecidos. Quienes trabajan en los servicios de urgencia declaran que las personas muertas son más que las reconocidas por el gobierno. Es importante que el gobierno dé datos concretos sobre las acciones represivas, en vez de seguir dando los datos precisos sobre la propiedad privada. Porque un país puede tener casas que no serán hogares si no son habitadas por personas.

Ojalá los militares y los Carabineros se den cuenta de que esta situación, con o sin Piñera y su primo Chadwick, se va a normalizar. Que tenemos material de sus agresiones en nuestros teléfonos. Que haremos lo posible por devolver las balas en forma de poder civil. Y que por más que muchos se hayan escapado de la justicia por sus delitos en dictadura, el país estará preparado para empezar a ganar en dignidad, con ellos enfrentando a la justicia.

A mí, en lo personal, el gobierno y los Carabineros me pueden seguir tirando sus lacrimógenas como todos estos días. Voy y vamos a seguir hueviándolos hasta que todo cambie, hasta que nuestra gente tenga la dignidad que toda la vida le han negado, y hasta que no les quepa duda de lo ratas miserables que son. Viva Chile.

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