por Alejandro Medina Colón
Que no espere Puerto Rico independencia más que del valor con que sus armas la conquisten.
– Pedro Albizu Campos
1. «Amor de Puerto Rico», blog
Lateral viene la lata a declararse.
Habla como si no tuviera freno.
Habla del árbol y del tronco;
después convoca cierta la raíz:
la raíz es importante
eslabón del nido de la causa:
la causa es la independencia,
la independencia del pueblo y de nosotros.
El aroma de Lola tras la bala.
El acento de Albizu como el pueblo
que aspira a la bondad del bien por lo gratuito.
Ahora habla de la gracia
y el teléfono nos sirve de pancarta
en la que subir un lirio a la pared.
El mudo mirar de la pantalla
lo podemos convertir en propaganda,
nos sirve de medio a la expresión.
Podemos poner una foto de Lolita,
una imagen de Betances,
otra de Blanca o Doris Torresola,
de Elías o de Hiram. Podemos
difundir un comunicado guerrillero,
un poema de Lima con dos lenguas.
La voz de Filiberto y la entrevista;
también la voz de Pedro en Cabo Rojo.
Para que estemos colmados de nosotros,
repletos de patria y corazón
de matria y de volcán.
La estructura del amor no tiene bordes,
por eso hacemos el amor entre frazadas.
Hagamos el amor más libre que podamos.
Hagamos el amor con las palabras.
Hagamos memoria de la red.
2. En huelga
a la memoria de Lolita Lebrón
Todo mi ser anda de huelga
haciéndome de hambre.
Todo lo que soy, es hoy orquesta;
hoy ya rama y es país.
La rabia del país es limonada.
Hermana la huerta es de la sangre
el hilo que amarra como un puente.
De frente, es periplo ser lo que no quieren,
lo que nadie quiere que seamos;
y ellos no saben que ya somos,
que somos ya la llave
que se halla quiebre de cerrojos.
No es de modo el solo,
porque seremos libres
en tanto todos juntos anidemos,
anudemos al sol una bandera
con una estrella sola,
como siempre hizo falta azul de cielo,
no de sí en hielo blanco
y encendido todo,
mano de sol, Dolores
tirando plomo en un congreso
(y el congre del yanki que me odia,
no podrá con odio doblegarnos),
mano de sólidos Dolores
tirando tiro en un congreso.
Somos oro de luna,
que es lumbrera de la noche;
umbra con lumbre,
que es ubre de noche;
noche de sombra y universo
de sola fiebre vegetal;
fibra de noche repetida cuatro veces
y una era de fiambre
que fuera pradera de país.
Estoy en huelga, y Borinquen
es el hambre de nosotros.
3. Poema de guerra
a la memoria de Filiberto Ojeda Ríos
Tenemos ganas de dar el paso
de voltear la mesa y el mantel,
dejando intacta la vidriera, además
de conseguir del hilo la consigna
y retomar el mocho a tumbar caña,
para hacer la zafra,
pero esta vez de los corruptos
–de cabeza rodando escalinata
con el sonar de lata
del que muere abono de país–.
En la memoria está Albizu,
en el oído Lola y Filiberto
haciendo raíces con el plomo
del hecho a quemarropa;
que ya no viene a dorar pila,
sino que en todo hacer guazábara y calor,
alcanfor de luz o de bengala,
y en triunfo y voltereta
explotar como un convencido talibán
y en eso, ser hermanos
del terror terrícola y con suerte,
matar lo duro del imperio
que nos ha secado el alma mineral,
hasta ser de nuevo cola,
rabo de tierno cielo,
olorosa fruta libre del Caribe,
y sereno lenguaje de coral.
4. El muerto de los muertos: el mártir
Dios no lo quiera y resucite, y salga de atrás diciéndonos verdades que sólo los muertos reconocen. Que empiece a decir insultos y querellas. A pedir amor después de muerto, encabronado, cálido, muy solo.
Él está muerto, y muerto quiere decir, de alguna forma, huerto pálido de huesos. Él era íntegro y de izquierda, no recalcitrante, como era el primer Urayoán. Sus huesos podrían silenciar a las cloacas que lo han acusado por joder. Él ha querido disecarse. Hacerse momia fósil con diorita. Un cemí en la caverna. Pero es un poco tarde para eso. Ya está muerto y duro. Serán otros, los que puedan hacer de él muñeca embalsamada. Porque no se puede desmorir para luego verse liberado. No se puede ser enorme las dos veces. No se puede derretir un sin número de balas y querer hacer con ello plomo de vanguardia.
Hay que morir muerto. Hay que ver palabras en las tumbas, para que así se consagren los espejos, las salas con las mesas. El muerto tiene que morirse. El padre tiene que morirse de familia, morirse en el establo, para ver en las rosas los colores. El hijo tiene que morir del padre y por la patria, para fundar la matria de su prole. El trasfondo agrícola del padre se hará destello si se muere. Se verán cumplidos los dos bueyes. El mahón y todos los caballos. El lamento de todo aquello que se pierde. Los gallos que ganaron varios premios. Las garatas en la escuela. Todo eso, el hijo tiene que morirlo ido y cuando muera. Porque todo se consagra con la muerte.
LA RAZÓN DEL MARTIRIO, dice Corretjer, es el tiro sin clemencia. Francisco dice, que el crisol es el ejército de un ángel. El crisol es la llama, y el muerto ya lo sabe. El muerto lo supo antes de ser muerto. Y supo que lo muerto muerto se cumplía.
Allá, en el trasmundo, vio la cara de Manuel, y entendió todo de nuevo; el pulso de la mano de Rosado, de los dos Rosados como rosas. La de Elías. Los que hicieron la sonaja de un febrero con disparos. La bala del disparo que había llegado al cese del motivo, al seso de aquel terrible coronel, que era el mal sobre la tierra. El lucro del poder. El enemigo del mar y los mortales.
Eso no era cualquier cosa. Lo habían hecho sin apoyo financiero, sin la luna, sin las nubes o el arbitrio de ninguna deidad. Lo hicieron los dos acompañados por legión anónima de seres. Con el pasado de la lucha hicieron lo que hicieron. Declamaron su mejor poema con gatillos. El río de las balas. El arpón del tiburón. El alga proclamaron verde y se hizo fuente de infinito lucero de esperanza.
Ahora, la palabra quiere hacer con tiempo un homenaje. Homenaje de valor cumplido. Cumplido valor de nuestros muertos. Mirando el rostro de Dolores, de Andrés, de Irvin y de Rafa. El precio era la gran muerte y todos lo sabían. El valor del sacrificio, como decía El Maestro. El hechizo de la patria. El llamado de la espiga en el jardín.
DEL MUERTO NO QUEREMOS VER SU ROSTRO, ni encontrarnos los huesos en los baños. Porque queremos dejarlo que descanse. Llevarle sólo flores a la tumba. Porque él se merece dormir mucho el sueño largo de los puros. —Pero hay personas que lo llaman, que lo prenden, que lo quieren traer a la cañona. Hay personas, que lo quieren tener en una mano, por la fuerza. No lo dejan descansar, no le respetan la distancia. Y por eso viene y se levanta, se molesta y empieza a maldecir, pedir amores, o lunas sin dolor al mar comiéndole el azul.
El muerto hizo homenaje de otros muertos, de otras tumbas. Hizo vela del entierro, del destierro que se entierra, hasta ser el brote de futuro. Porque su vida fue su perdición heroica y salvable. La mina del oro, la boca del augurio, los consejos de un juez.
Él no sabía traicionar. Le tenía miedo a la reversa. A dar el cero, inabrir alas. Era marino en él el animal, el humor ciego. Era venido del agua primigenia. Era también la larva del ausubo. La heroína de la luz. El borde de la estrella. Era calamar. Era provincia y providencia. Proclive era en la marea el caracol de una lágrima extendida por la vía láctea en sus dos ojos.
A veces, no le dan un minuto de silencio y viene y se encabrona. Vuelve de babuya por la niebla a tumbar muebles. A repartir regaños. A mofarse del filo del carnero, del vivo del canguro y los gorgojos. Los gorgojos de la harina le dan ira. También los penepés. El coraje le hace tumbar pieles.
Por suerte, sus amigos son alegres, y quieren el amor. Se regocijan. Son valientes y, en gran medida, cariñosos. Afanosos en fundar una pirámide en la selva. Una tierra prometida de manglares. Porque quieren hacer la guerra del amor. Hacer una cabaña larga en la montaña. El cundeamor enroscando la amapola. La tibieza del tronco, el amor leve. Sin temor esperan las misiones y los otros estúpidos no sueñan.
Estos tupidos topos, enterrados están y ya son ciegos. Están atorados de inmundicia. Sin historia. Ajenos al amor. Y quieren anexarse, ser gusanos. Quieren hacer de sí la vida zombi. La vida de plástico y horror. Son, todavía, muchos. Un montón, y nos gobiernan. Manejan el negocio colonial. Se lucran del abuso colonial, y son traidores, sobre todo, borregos y cabrones, cabras y barrigas, son mojones, batatas y melones.
Son de todo, menos buenos. Menos sable. Menos bomba. Menos bala. Son de todo menos ellos. Son in-ellos sin nosotros. Son a-ellos sin las balas. No potables. No agrarios. No valientes. Nunca estables. Están rellenos, llenos, sí, de lodo. De fango. Están más perdidos que un juey visco. Más deformes que una caja que se moja. Más borrados que la historia.
Pero el país no aguanta más traiciones. Más elogios de chatarra. El pueblo se encuentra al borde de la ira. El pueblo está dispuesto. El gobierno ya no puede mentir mucho. El maremoto ya no come cuento. El maremoto viene a tumbar cholas. Choretas las cabezas van a desbordarse. Podrida escalinata de lechones. Oraciones de cura que trae puercos. Y el atajo tiene luz de mocho. El atajo son machetes.
EL MAL NO HABÍA PODIDO VERSE CLARO, hasta que vino la tormenta y los temblores, a quebrar la casa por el medio. Así se pudo ver el nido de miseria. Así se pudo ver el rostro sin careta. Por eso el cuento da razones. Por eso el muerto se encabrona, sale a la pantalla de la tumba, y dice Mayagüez y dice Cabo Rojo hirviendo en fiebre de Betances.
El muerto, que es el huerto de los huesos pulidos de nosotros, ha dejado calor en las frazadas. Ha regresado con el trueno. Como el turno de Pedro en la oratoria del chorro en su garganta de aurora venidera, declamando en púlpito la historia. El gaznate de Pedro no mentía. Decía la verdad. De verdad decía profecía. Decía estrellas con la boca. Con el coco de la mano sanaba nuestras pieles.
La casa del muerto tendrá que hacerse de madera. De pieles de madera. De cuerpos de nosotros, para que sea casa alegre, viva casa. Casa grande. Conuco de pueblo, enredadera. Parizongo país de los alegres. Carnaval de luz, de cama y de recinto. Amor de Caribe y piedra dura. Bandera luna entre los vivos.
Nadie ha venido a matar a nadie. Nadie ha venido a serse el malo. Nos han obligado a defendernos. Nos han obligado a comer tierra, a comer hierro. Porque todos queremos ser abrazo. Ser hermanos a dos brazos. Humanos en deseo de amor puro. De amar todo. De amor tanto. Y el frío tiene que parar. El tártaro en la patria tiene que quedarse en el pasado. El yanqui tiene que largarse. Tenemos que fundar la matria, para familia sana y combativa.
El muerto sabe regresar. Sabe ser preciso, primero, con las balas. Sabe meterse clandestino. Sabe decir piedra y leño de fogata, con fiebre de Vieques en los poros, sonando duros los bombazos. Como brillaba Cristóbal en La Nena. Cristóbal arrestado, brillando, muriéndose en barrotes, hasta vivir de pie desobediente, en la memoria de las bombas, y esperando, como espera Blanca con Mariana, de nuevo, izar una bandera sola.
Venir por las manos sabe quiere el muerto en la ceniza. Quiere el sable de un ciclón en la conciencia que sabe del rayo y la promesa. De la ira sabe el huracán. Del olor de la yautía sabe, de la hamaca que mece el sueño a los que vuelven en miembros a ser cuerpo.
El muerto sabe que el alma resucita. Que el alba se eleva tras la estrella. El firmamento del sano que no muere de muerte ciudadana, sino de fiera yerbabruja, de fiera encrucijada en la maleza, del sueño del cohitre. El destino de la llave y el candado. El sorgo de la luna recién hecha. El destino de la piedra en la esperanza. El mundo tras la espera del jardín, la espera por el plomo, la isla entera que se salva ¡PUñETA! en el amén.
EN NOMBRE DE CARMEN, DYLCIA, HAYDEÉ, Alberto, Alejandrina, Alicia, Ida, Adolfo, Luis, Ricardo, Oscar, se inmola cualquiera cualquier día. Cualquier árbol. Con la señal en cada vértebra del cuerpo. Con la seña, con la saña en cada plomo de algodón. Por cada mejora de país. Por cada familia de este pueblo. Por cada patriota que se exilia. Por cada camarada que se quedó de anónimo callando. Por cada perseguido. Por cada muerto asesinado. Por cada uno de nosotros. Por cada niño que no nace. Por todos los que faltan por nacer.
Aún de la cárcel se retorna como arma pulsante del crisol. Como memoria de pan vivo y memoria del pan nuestro. Pregúntenle a Elizam. Pregúntenle a los cuadros: coro de voces insurgentes. Con voz de fuerza armada. Armadura de pueblo por cumplirse, al irse diciendo las estrellas. Unido comando de explosivos comiendo la pólvora caliente del nido que explota por lo puro pintando luz para la sombra.
Para ser nosotros, para ellos, tener una mar libre, tener tierra y que otros siembren sus albores con amores de roble rudo tras el alba. Con raíz nacer una república, naciente nación emancipada, soberana, ecológica y de todos. De nosotros para el mundo. Y el que no lo haya comprendido, tiene los ojos vulnerados, tiene ciega la raíz.
¿Quién será el cirujano de este cuerpo? ¿Qué otro comando hará la gloria? En las montañas de Asomante se encuentra el baúl de las respuestas. Y pensándolo bien, que venga el huerto de enseñanza, el muerto, diosmediante, a ser de nosotros frisa en el abrazo, e inicio de casa y metalurgia.
5. La receta
La reafirmación es constante.
La sal, en el sabor, transforma las recetas.
La receta es la reafirmación del vínculo,
en nombre del roble, por sus ramas,
en la raíz, que es lo mismo,
lo mismo temblando a que durase.
Todos los días nos reafirmo
señalando la patria que pisamos.
Nutriendo el yagrumo dentro de la sombra,
para en alma de aire estarnos vivos.
En la clase leemos a Don Pedro
como entrando Pedro por su casa.
En la clase hablamos de la patria que sufre,
aunque nos boten.
En la mañana la brisa huele a tierra,
a comida de casa y a cariño.
En el carro la música
reclama espacio para el ritmo;
si suena en la salsa la marea
el gringo se marea, si es que baila,
gateando en la cuerda que nos ata.
En la mano el hilo se hace nudo y paladar,
se hace chorro de manguera
regando frutos en el patio.
Elaboramos la cena del amor
con el amor de lo nuestro cuando es bueno,
cuando es bueno lo nuestro en compañía,
la clara proclama del fermento
que nutre la sepa de la gente,
la sangre en la herencia que la afirma.
Alejandro Medina Colón (Puerto Rico, 1989). Escritor y editor. Parte de su trabajo ha sido incluido en varias revistas de interés literario, como Low-fi ardentía, Cráneo de Pangea, Trasunto, The Hound Magazine, La pequeña, La Alcaparra y Fracas; así como en dos antologías de poesía, Mundo musgo: muestra de poesía joven puertorriqueña (2015) y El libro de la promesa (2016). Ha publicado de manera independiente y autogestionada cuatro libros de poesía: Al cigoto (2014), Halorizonte (2016), El fuego y la palmera (2018) y La aleación (2019). Ha sido colaborador y gestor de varios proyectos de edición y publicación de otros escritores contemporáneos, así como de recitales y presentaciones públicas alrededor de todo el archipiélago puertorriqueño. Actualmente culmina estudios de maestría en Producción Editorial en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos en México.