Secuencia de tres batallas


por Darío González


Enfrentamiento de figuras

Mi tierra de suelto abdomen,
el campo sin figura abierto o tendido,
cargado fusil y munición y rabia.
Diario suelo cercado por los ojos.
Mapa, largo espejo de inhumana especie,
prisión o engaño que no cuadra, no complace.

Este suelo abdomen por la vista amedrentado,
amorfo, ilógico a la desnudez, caótico,
de batalla constante, de fusil y rabia.

Suena el tiro y el combate, la trompeta,
sobre mí qué cruel prejuicio y su inseguridad.
Estalla en tiros otra vez, mi carne de vergüenzas,
el largo estallido, la presión que no se calla.

Otra vez un duelo incontrolable por el cuero,
cargado fusil, fusil y rabia. ¿Otra vez
qué duelo con el cuero?

Oh, espejo, tus morteros desde la otra orilla,
¿Qué mirada cual disparo me tiene en su mira?
¿Qué bocado también dará la guerra de la culpa?

No haya paz, no haya calma.
Cubro mi figura con el fango, me guardo
del disparo pecho tierra, me escondo.

Este suelo de carne, este campo que habito en su ruina,
indefenso a las palabras, imperfecto,
este cuerpo herido por metrallas de ideal,
me toman prisionero, me condenan a la culpa.


Derrota inminente

La bandera a media asta, levitante, somnoliente,
antes ojo o faro que, hoy tejido sin rumbo,
lastimado por las balas.

¿Qué batalla se presenta a mis ejércitos?
¿Cuál larguísima de enfrentamientos esta guerra?
¿Qué decesos ignoran ya mis tropas,
con tan sólo el ánimo de huir?

Un fantasma recorre este campamento
comiendo los huesos de los sueños,
desgranando la juventud,
pudriendo la esperanza,
que se plantó en las trincheras.

Anda como tiritando, bañada por el fango,
acarreando las ratas, su plaga y su peste,
arrastrando el tormento con tintineo de monedas.

Anda por las camas repartiendo miedo,
perdiendo las armas, cortando los cables.

No hay fuerza para avanzar,
el ánimo perdido, la fe caída en la tierra,
todos aquí arrastran los brazos, los dejan caer,
asoman pañuelos blancos que arrastra el viento,
se tienden de rodillas en medio del humo y la ráfaga.

Los que quedamos, los que quedamos,
volveremos a casa al amanecer,
en ancho letargo de maderas o polvo,
con la promesa rota, con el orgullo herido.
Volveré mañana a casa; ¿para qué?


Fusilamiento

Al paredón, el de los largos ladrillos,
vergüenza y señal, dios de los hombres,
al paredón me ordenaron,
mi amado y yo, mi amado y yo.

El enemigo pasó por el pueblo
y está cuadrado por las esquinas,
el de los fundamentos y ley,
el de la buena doctrina.

No se oyen ya tiros, ya no se oirán,
por las calles las madres predican en contra de mí
amenazando a sus hijos con darles de palos,
hacerlos erguidos, varones de bien.

Los cuervos que acechan la altura, mi amado,
los tantos que penden de las sogas suyas,
parecen reír, conjurar. Me denuncian.

La celda de al lado gruñe el futuro
con rabia de perro en los ojos del deudo,
con rezo fantasma de vergüenza y señal
a mi oreja, al dormir.

Y yo, adherido al amor que me fuera otorgado,
pregunto ante el juez, ante su viril tribunal.

No leen mis cargos, se apenan de mí, me exigen mujer.
¿Mi paso en la tierra, levanto de polvo,
qué guarnición ha llamado a la bulla?
Los ojos azotan pedradas de barro,
me lazan, no manos, el cuello, los ojos.
Me hieren camino al murmullo y, desnudo,
señalan cual dedos fusiles y lenguas
el paredón, el de los largos ladrillos.



Darío González Rodríguez (Uruapan, Michoacán. 1999). Estudió Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa, es poeta.

Arte: Paul Nash, Batalla de Gran Bretaña (1941)

Entrada previa ¿Estetizar o no la guerra?: breves notas sobre fotografía documental, a propósito de Civil War, de Alex Garland
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