por Guillermo Muñoz Alfredo era asquerosamente gordo. Su enorme culo no cabía más que en sillas fuertes; prefería no salir, pues casi en ningún lugar había sillas lo suficientemente sólidas para resistir sus 220 kilos de peso, no había automóviles, no había taxi que resistiera su peso, ya no digamos mujeres, siempre había estado solo, …