Trísidas


por Jennyfer Cabrera

1:34

Mariana sueña que su papá vuelve a casa y la abraza. También está ahí su abuela. El sueño la despierta y llora.

Nivel de energía: 3

21:45

Alicia sueña que los Santos Reyes Magos le traen la muñeca que pidió. Juega con ella toda la noche.

Nivel de energía: 2

22:52

María sueña con las clases de tejido de su abuela cuando era niña. En su sueño logra tejer veinte bufandas en un minuto, su favorita es color magenta.

Nivel de energía: 4

23:18

Gabriel sueña que está en su antigua escuela. Cuando abre la puerta del salón, dentro hay una selva para explorar. Ahí encuentra una cueva, al entrar se percata de que conecta con el patio de su escuela.

Nivel de energía: 8

23:45

Tomás sueña que vuela y cae. Se despierta en ese momento.

Nivel de energía: 1

00:32

Lucía sueña que está en otro planeta dónde todos los seres son de color rosa y hablan en lenguaje de señas. Trata de comunicarse con ellos, pero se percata de que no pueden escucharle, hasta que observa que tiene poderes mágicos y puede hacer lo que ella quiera.

Nivel de energía: 10


Goppi era un dimchecka, dedicaba su vida a revisar sueños, era lo que siempre había hecho. Supervisaba el nivel de energía que cada uno de ellos podía proveer y escribía anotaciones al respecto. A veces hacía grabaciones mentales de aquellos que le parecían más interesantes o divertidos. Los humanos eran un verdadero enigma para los Dimitas (Dims, de cariño), especialmente para Goppi, a quién le parecían fascinantes.

Los dims eran unos seres gelatinosos de color verde-azulado que vivían en el interior de la Tierra, muy cerca del núcleo. Ellos recolectaban los sueños de los humanos en forma de pequeñas semillas llamadas trísidas, las guardaban en su propio cuerpo para transportarlas a la bilda, una especie de fábrica dónde eran convertidas en su principal fuente de energía.

Cada sueño tenía un potencial distinto, los más valiosos eran aquellos que correspondían a los sueños dentro de sueños; en estos casos se creaban unas súper-trísidas que podían llegar a alimentar, por sí mismas, un día completo de energía en el mundo de los dims. También los sueños lúcidos representaban una fuente importante, puesto que, en cuanto los humanos se daban cuenta de que estaban soñando, los niveles de energía se duplicaban. Goppi era el encargado de evaluar el nivel de energía de cada sueño para que, cuando fueran recolectados, se depositaran en el contenedor correcto y todo funcionara de forma habitual. Cada vez que Goppi valuaba un sueño, se generaban reportes que pasaban por dimofis, dedicados a hacer trabajo administrativo, luego por dimboschs, que eran los supervisores y jefes del lugar, para llegar a los dimpickas que se encargaban de subir a la superficie a recolectar las trísidas que les habían sido asignadas. Cuando éstas llegaban a la bilda, eran trabajadas por los dimworkas que hacían la función de obreros y las convertían, finalmente, en energía.

Los dims eran expertos en pasar desapercibidos. Durante siglos y siglos de convivir con los humanos, éstos jamás se habían percatado de su existencia. Podían cambiar su forma de maneras inimaginables, camuflarse con el ambiente, convertirse a estados líquidos, sólidos y gaseosos y podían separarse momentáneamente en partes muy pequeñas y volver a unirse a placer. Conservaban su color verde-azulado cuando estaban debajo de la tierra sólo por preferencia; en realidad, podían adoptar el que quisieran.

Cada vez que un humano despertaba, aquello que había soñado se convertía en una trísida muy pequeña. Los humanos las desechaban todo el tiempo sin darse cuenta, en la ducha, en la calle, incluso en la cama, poco antes de levantarse. Era entonces cuando los dimpickas entraban, sigilosos, y recogían las trísidas que les habían sido asignadas. Éstas, por sí mismas, no tenían valor alguno. Se desechaban igual que el cabello o las escamas de piel muerta. Sin embargo, cuando entraban en contacto con el cuerpo gelatinoso de los dims, adquirían propiedades inigualables. Una vez que una trísida había sido recolectada, no podía entrar en contacto con el agua; por lo tanto, era muy importante mantenerlas dentro del cuerpo gelatinoso de los dimpickas hasta llegar a la bilda.

Un día cualquiera, Goppi revisaba sueños y generaba reportes, como de costumbre. Entonces se encontró con uno de los sueños más poderosos que jamás hubiera visto: un sueño dentro de otro sueño que, además, resultaba ser lúcido. La soñante, una humana de 16 años con un extraordinario potencial creativo, se había percatado de que estaba soñando, pero además había encontrado la manera de viajar entre sueño y sueño, creando y recreando, configurando y reconfigurando todo como le apetecía. El sueño había durado ya bastante tiempo cuando se encendieron las alarmas en la oficina de Goppi, aquellas que indicaban que este era un sueño especial, que por ningún motivo podía desperdiciarse. El dimbosch entró directamente a la oficina para revisar los reportes que Goppi había generado. Asintió varias veces e hizo largas anotaciones. Se mantuvo en la cabina durante mucho tiempo, hasta que el sueño terminó. Felicitó a Goppi por su trabajo y salió del lugar con el reporte en mano.

La recolección del sueño fue transmitida por medio de una disha, una especie de antena que el dimpicka tenía en su cabeza, y fue proyectada en una gran sala dentro de la bilda. Todos estaban muy emocionados; esto podría significar un descanso de hasta una semana completa para todos los trabajadores. Uno de los dimpicka más experimentados fue asignado para la misión. Sabía que todos sus movimientos eran observados y se sentía nervioso, pero decidió que ese podría ser el salto en su carrera que tanto había esperado; por fin podría jubilarse como picka y comenzar a ser bosch. Subió a la superficie de la Tierra por medio del elevador destinado a esa función. Cuando llegó, salió por el hueco de un árbol y se dirigió al lugar de la recolección. Eran las 6:30, la joven soñante debía estar despertando para ir al colegio. Un sueño de esa magnitud tardaría al menos unas horas en ser desechado. El dimpicka la siguió, paciente, durante toda la mañana. Hasta que, de pronto, pudo ver la trísida totalmente formada que comenzaba a desprenderse de su cabeza. Se aproximó, sigiloso. Todos en la sala de la bilda guardaban un silencio sepulcral y miraban la transmisión, nerviosos. Cuando la trísida estuvo en el aire, el dimpicka se aproximó a toda velocidad, la tomó con ligereza y habilidad, y la guardó en su gelatinoso cuerpo. En la sala de trasmisión sonaron gritos y ovaciones, incluso se abrazaron los unos a lo otros en un arrebato de felicidad.

Lo que ocurrió a continuación fue un hecho sin precedentes. El recolector salió, victorioso, de la escuela de la soñante. Se dirigió a toda velocidad hacia la entrada del elevador más cercano, corrió con júbilo y emoción, hasta que, en un intempestivo accidente, un automóvil lo arrolló, provocando que su masa gelatinosa permaneciera pegada en el asfalto. Los automóviles continuaron pasando, uno tras otro, hasta que el semáforo cambió a luz roja y el dimpicka pudo recobrar su forma original y mantenerse en pie. Cuando esto ocurrió, la trísida ya había rodado calle abajo y caído en un profundo agujero en medio del asfalto, producto de reparaciones a medias en la calle. En cuánto el dimpicka recobró su forma, corrió a toda velocidad hacia el lugar dónde se encontraba la trísida, camuflándose con el ambiente para pasar desapercibido. Cuando ya estaba muy cerca del agujero, sintió que una gota cayó en su cabeza; no lo podía creer, estaba lloviendo. En la sala de la bilda hubo un segundo silencio, aún más sepulcral que el primero. Todos los dims se mantuvieron congelados, perplejos, en estado de shock. Esto nunca antes había ocurrido, no sabían qué esperar, pero no podía ser bueno.

Habían pasado apenas unos segundos del inicio de la lluvia cuando se escuchó un rugido estrepitoso proveniente del agujero y salió una especie de árbol verde-azulado que creció vertiginosamente hasta los dos metros de altura. Los humanos estaban pasmados, no entendían lo que estaba ocurriendo. Se ordenó al dimpicka volver inmediatamente a la bilda; no había nada más qué hacer.

―Las autoridades ya han sido notificadas y pronto mandarán a los dimclingas ―decía el bosch.

―Ningún clinga ha sido requerido antes, en toda la historia… ―decía un dimworka, claramente preocupado.

Cuando los dimclingas, aquellos encargados de limpiar el desorden en caso de emergencias, fueron notificados, se encontraban jugando minigolf en uno de los clubes más exclusivos de las afueras. A ellos era a quienes mejor les pagaban porque su preparación era precisa, pero jamás habían sido requeridos para su función práctica.

―Pasó… ¿qué? ―preguntó uno de ellos mientras se bajaba los lentes oscuros por la gelatinosa masa que tenía por cara.

Los dimclingas llegaron casi inmediatamente y fueron recibidos con las mejores atenciones.

―Comencemos por el inicio… Que alguien haga el favor de explicarme cómo demonios sucedió esto.

Volaron explicaciones, gritos, murmullos y todo tipo de sonidos en la sala. El dimclinga que había lanzado la pregunta se quedó reflexionando un momento.

―Esto es realmente grave. Un sueño con ese potencial podría crecer exponencialmente en unas pocas horas. Si no lo mantenemos bajo control, no sé qué podría ocurrir.

Él y su equipo de dimclingas subieron por el elevador de vía rápida. Llegaron a la superficie. El mundo era un caos total. Los humanos estaban perdiendo la razón. El sueño era tan poderoso que había logrado multiplicarse y desarrollarse de forma autónoma. Ya no tenía nada que ver con la idea original; parecía tener vida propia.

―Mantengan los ojos bien abiertos, ahora no podemos confiar en ningún objeto del mundo, nada es lo que parece.

Apenas había terminado de decir esta frase cuando el puente por el que cruzaban desapareció repentinamente, haciéndolos caer al vacío y estampando su masa gelatinosa en el pasto. Cuando lograron recuperar su forma, el líder les dijo:

―Es peor de lo que creí, hora de usar las glasas.

De sus cuerpos gelatinosos extrajeron unos lentes especiales que colocaron enfrente de sus ojos. Con las glasas podían discernir claramente qué objetos del mundo eran reales y cuáles eran producto del sueño.

Los dimclingas encontraron el agujero con facilidad. Primero intentarían entrar en razón con el sueño. Aunque siempre se les había enseñado que esa era una mera cordialidad, sabían que tendrían que deshacerlo por las malas, desde el origen. Cuando el sueño se percató de la presencia de los dimclingas, ya tenía una consciencia bastante avanzada y se negó a detenerse. Los dims intentaron explicar las consecuencias de sus actos y el daño que estaba provocando a dos especies diferentes (humanos y dimitas), pero el sueño decidió que su existencia era lo único que importaba, tal cómo solían advertir los manuales. Los clingas se vieron obligados a bajar al agujero y buscar el lugar dónde la trísida se había asentado. No tendrían otra opción más que extirparla a la fuerza. El viaje a la superficie había sido ya bastante incómodo para los dimclingas, acostumbrados a toda clase de privilegios; pensar que, sólo unas horas antes, se encontraban en el club jugando minigolf, parecían tiempos tan lejanos. Aún así hicieron su mejor esfuerzo por cumplir la misión.

El sueño se defendió de todas las maneras posibles, pero los clingas podían distinguir perfectamente sus artimañas por medio de las glasas. Esquivaron insectos, animales, objetos extraños e incluso balas y flechas. Aquellos elementos que no lograron esquivar simplemente pasaron a través de sus gelatinosos cuerpos. Nada podía detenerlos. Los dimclingas estaban entrenados para esto. Cuando llegaron al lugar de la implantación se tomaron un momento para observar la hermosa trísida con admiración.

―¡Qué desperdicio! Tanta energía contenida en un solo sueño, es una lástima…

Cuando estuvieron listos, el líder sacó una shovala de su gelatinoso cuerpo. Los demás dimclingas hicieron lo mismo. Todos, al mismo tiempo, introdujeron sus shovalas y jalaron con fuerza intentando des-implantar la trísida del suelo. Fue un trabajo arduo. El sueño se resistió durante una hora y treinta y siete minutos. Los dimclingas tomaban relevos para seguir jalando con fuerza. Cuando, por fin, la trísida estuvo fuera, el líder la tomó y la introdujo en su gelatinoso cuerpo. El sueño comenzó a caer, poco a poco. Todos los colores, formas, animales fantásticos, construcciones imposibles, libros parlantes, seres de otros planetas y objetos irreales, cayeron lentamente, uno por uno, hasta que no quedó nada.

Los humanos se convencieron de que habían sufrido un episodio de psicosis colectiva, tal vez ocasionado por la intoxicación masiva de algún químico distribuido por medio del agua en la zona. Nunca pudieron comprobarlo, pero era la teoría más aceptada.

Los dimclingas volvieron a la bilda y depositaron la trísida seca en la sala. Era casi cinco veces más grande que las trísidas normales, pero se encontraba sin vida.

―Nuestro trabajo aquí ha terminado, esperemos que les sirva de lección ―dijo el líder con un orgullo poco disimulado, y volvió a su vida de clinga.

Los siguientes meses en la bilda fueron tensos. Los dimpickas eran mucho más vigilados que antes, y sus condiciones de trabajo empeoraron. El picka que perdió la trísida fue despedido. Cuando un dim no representaba algún beneficio para la sociedad, era desterrado. Al enterarse de la noticia, los dimpickas se percataron del peligro en que se encontraban; eran vulnerables y su trabajo era uno de los más riesgosos. Así que decidieron hacer reuniones en secreto en las cuales planeaban cómo mejorar sus condiciones laborales. Los dimpickas se organizaron, se sindicalizaron y, pronto, se volvieron intocables. El resto de los trabajadores quisieron seguir sus pasos, sin éxito. Dimcheckas, dimworkas y dimofis continuaron trabajando en las mismas condiciones de siempre.

Luvi, el picka que había sido desterrado, se encontró con más dims en su condición, todos aquellos que, por alguna u otra razón, no eran útiles y productivos en su sociedad. Habían encontrado la manera de vivir de manera pacífica, cerca de la superficie, plantando alimentos y pasando el tiempo. Luvi pensó que, tal vez, ser un desterrado no era tan malo.

00:21

Carlos sueña con formas y colores indefinidos. Se despierta con hambre y llora.

Nivel de energía: 2

1:17

Arturo sueña que va a la escuela y cuando llega se da cuenta de que no tiene mochila y está desnudo. Todos se ríen de él. Se despierta.

Nivel de energía: 2

3:25

Tania sueña que su madre consigue trabajo y que no tienen que pasar hambre. El sonido de su estómago la despierta.

Nivel de energía: 2

5:42

Cintya sueña que está volando en medio de altas montañas. De pronto, se da cuenta de que es un sueño y decide volar aún más alto.  

Nivel de energía: 7

6:58

Leonardo sueña que es hora de despertar. Despierta.

Nivel de energía: 1

00:32

Joaquín sueña que reprueba su examen de historia. Sabe que le espera una buena golpiza. La angustia lo despierta.

Nivel de energía: 3

Mientras evalúa, como de costumbre, Goppi no puede dejar de pensar en el día en que un sueño tocó las líneas del mundo, se alimentó de sus formas y se expandió en ondas multicolor. El día en que una trísida se implantó y un sueño coqueteó con la realidad.

¿Será que la vida es sólo esto, mirar sueños, evaluar y morir?



Jennyfer Cabrera nació en la ciudad de Querétaro, es psicóloga, compositora y educadora musical. Comenzó a escribir cuentos en 2020 y fue acreedora al Premio de Literatura León 2021 con el cuento “El ladrón de palabras”. Sus escritos han sido publicados en la Revista Alternativas. Actualmente su interés literario  está enfocado en la exploración del sonido de las palabras, los géneros de fantasía y ciencia ficción y la aparición de elementos musicales en los relatos.

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