200 años de dictadura y libertad: la Novena de Beethoven y ‘La naranja mecánica’


por Arturo Martínez Paredes

Entonces noté, en medio de mi dolor y malestar, qué música era la que tronaba y resonaba. Era el Cuarto Movimiento de la Novena Sinfonía de Ludwig Van“.


De alguna u otra forma, Beethoven es conocido en todas partes, uno de los más grandes músicos de la historia, sin dudas, un ícono de la cultura alemana y europea en general. Es apreciado, en todos los estratos, incluso los delincuentes podrían encariñarse con él.

La novena tiene la gran facultad de ser un himno que hermana a la humanidad. Beethoven fue el primer músico en asumirse como un artista y ejercer un rol protagónico, como un personaje por sí mismo más allá de su obra, una celebridad creativa que desafió a las autoridades de su tiempo, o simplemente el gran ícono de la música universal.

Beethoven, además de un sordo talentoso, fue el puente entre el periodo clásico y el romanticismo. Su última obra es sin duda una de las piezas musicales más relevantes de la historia, quizá la más importante. El 7 de mayo de 2024 cumplió 200 años aquel estreno en Viena, el cual se celebra en todo el mundo. Se rinden homenajes al artista, a la humanidad y al gran himno que nos dejó como gran legado político. En esta ocasión no quiero homenajear nada de eso: creo que es más interesante revisar que una pieza musical arruinó la política y limitó al mundo a una sola ideología, musicalizó la condena a una dictadura.

La novena sinfonía es un cliché. Está en todas partes, se utiliza con el fin de crear un ambiente épico, para lo cual funciona muy bien. Lo innovador en esta sinfonía es la presencia de un coro, además de 4 cantantes solistas, como aquellos cuatro cristos abrazados en el buró de Alex en La naranja mecánica, y una orquesta sinfónica completa que, en conjunto, tienen el propósito de musicalizar un famoso poema de Friedrich Schiller. El cuarto movimiento es comúnmente conocido como “Oda a la alegría”, o bien “Himno a la alegría” en los países hispanohablantes. Se volvió un tema musical ampliamente reproducido, se diluyó el poema de Fichte a una canción espantosamente simplona, en especial cuando se traduce al español.

El legado de la Novena y de su cuarto movimiento es inmenso, como refiere Slavoj Žižek en la cinta del 2012 The Pervert´s Guide to Ideology (Guía de la ideología para pervertidos). La Novena ha servido como estandarte político para las más diversas causas, como Sendero luminoso, un grupo armado y partido comunista en el Perú; Hitler la usó para su causa, a fin de cuentas, Beethoven era alemán; es el himno no oficial de la Unión Europea; y como si fuera poco lo anterior, también fue el intro de Derbez en cuando en la televisión mexicana. Se puede usar para cualquier causa y siempre funciona, según parece.

Particularmente queda bien como el himno del mayor bloque económico, la Unión Europea, ya que consagra los valores propios de la integración y la unificación, la humanidad como una familia grande y bonita donde los rusos y tailandeses se abrazan con italianos y nigerianos. Además, se trata de un músico alemán y el poema que utiliza también, así que ensalza los valores de la UE: mientras la fiesta la dirijan los alemanes, la familia europea es válida y puede ser universal. Hitler y Carlomagno estarían orgullosos.

El problema con el uso de la “Oda a la alegría” es que funciona como campaña política vacía, como el propio concepto de libertad, un recipiente sin contenido al que le podemos adjudicar la causa que nos parezca mejor. Enarbolar la idea de libertad significa que nadie se compromete a nada, porque no significa nada; la gran ventaja es que parece poderoso y sublime, le otorga credibilidad, seriedad e importancia al mensaje, es un concepto tan poderoso como abstracto. Todo vale, siempre que se asuman las reglas de quien use la Novena a su favor, ya sea Biden o Mao.

Es un perfecto himno totalitario, ya que nadie se excluye. En este proyecto neoliberal se nos obliga a ser felices y libres, aunque no lo seamos, como a Alex. El problema con aceptar este proyecto es que tampoco se puede escapar de sus consecuencias, y sólo los que dirigen la orquesta parecen plenamente satisfechos con la puesta en escena. Esta dictadura en apariencia es diametralmente opuesta al fascismo, sólo que no se puede disentir tampoco, la división entre izquierda y derecha se reduce al mínimo y se evitan los conflictos en favor de pocos.

Los chicos del coro y la orquesta, que somos el restante 99.99%, muchas veces somos como Alex en la escena que mejor retrata la tolerancia liberal en la historia del cine: con una camisa de fuerza gritando en contra de una autoridad que representa al compromiso del Estado y la Ciencia en contra de la violencia y los enemigos de la Gran Familia del Mundo, Alex está en camino a ser feliz a través del condicionamiento ideológico. A este otro Alex le retiran su capacidad de elección a través de la libertad. Hay que aprovechar mientras no cobran las gotas que nos ponen en los ojos.

El punto culminante de la Novena fue durante uno de los momentos políticos y sociales más significativos de la Historia, y donde se ha dicho que acabó la propia Historia: la caída del muro de Berlín. Poco después del suceso se celebraron un par de conciertos en ambos lados del muro. La orquesta, dirigida por Leonard Bernstein, interpretó la Novena para celebrar la unificación y la libertad de Alemania, la derrota y la inminente caída del bloque oriental, el fin de la guerra fría y la victoria aplastante y contundente del capitalismo y el fin de las dictaduras. La libertad triunfó también en la música, ya que en vez de la palabra original “alegría” (Freude, en alemán), el coro y los cantantes, cantaron “libertad” (Freiheit) al interpretar la oda de Schiller y Beethoven, una licencia que el propio director dijo que Beethoven habría aprobado.

Me gusta pensar que Alex habría denunciado que es un pecado “(…) hacer eso con Ludwig Van, Él no hizo daño a nadie, Beethoven sólo compuso música”. Bernstein simboliza al Dr. Brodsky de La naranja mecánica, quien menciona, mientras educa a Alex quitándole su pieza musical favorita: “No puede evitarse. Quizá este sea el elemento de castigo. El Gobernador debe estar complacido.”

Quien puso las reglas unificó al mundo bajo una familia disfuncional que no ha servido para la mayoría. A 200 años, no podemos escapar de la libertad, de sus consecuencias, ni de la ideología impuesta. Beethoven fue el soundtrack que introdujo una dictadura del pensamiento, de ética y de paz. La introducción de armamento nuclear ha imposibilitado las guerras de gran magnitud, nos trajo una paz obligada en la que tenemos que adoptar las reglas de potencias, pregúntenle a Japón si no, Beethoven y la caída del muro nos obligan a adoptar al mundo libre y sin violencia ideológica. La paz significa orden e imposición, no sólo el cese al fuego.

Evitar la violencia a toda costa es contraproducente, así como reprimir la posibilidad de cambio, una respuesta a la represión puede ser incluso más destructiva que la propia represión. La cura de Alex con el final de la Novena de fondo fue canalizar su violencia, jamás reprimirla indeterminadamente, no es posible una paz perpetua. Llegan finalmente personajes con violencia, que se abren paso ante la dictadura e incluso fomentados por una parte de los gobiernos. Los intentos de alternativa explotan de forma ciega, bestial, sin proyecto real de cambio o apoyo sostenido, sin plata y solo cuentan con odio antitético a los tibios pacifistas de siempre.

Estos nuevos personajes enarbolarán también a Beethoven y el concepto de libertad, necesitan la credibilidad. Quien es libre es porque no está sujeto a la esclavitud, no es necesario tener idea de qué hacer cuando se es libre, la esencia de la libertad es oponerse al yugo de otros, la autodeterminación opuesta a algo más. La búsqueda de la libertad sólo se plantea ante el disentimiento: si todos pensamos igual, creemos lo mismo, y tenemos las circunstancias que nos benefician, no buscaremos escapar. La libertad es necesariamente revolucionaria, incluso en un ámbito individual se busca la determinación propia en oposición a otros, pero no es un valor en sí misma.

Llegamos al fin de la sinfonía y no hay certidumbre, nos da miedo la violencia, y aunque sabemos que es indispensable, no sabemos sostener un cambio sólido. Tanto Alex como nosotros necesitamos violencia en otro sentido, no buscar la libertad en sí. Sólo podemos entender lo que tenemos y atender los desafíos reales que tienen a la mayoría descontenta, estudiar el origen de la miseria y atacar.



Arturo Martínez Paredes es economista. Afortunadamente para el bolsillo del contribuyente y la dignidad nacional, no ejerce como tal. A veces escribe cosas que le gustan y a veces analiza datos para compañías multinacionales.

Entrada previa Llorona
Siguiente entrada Un país