por Daniel Haro
Cayó desde la ventana, oscilando en el viento como una pluma. Alguien, que llevaba un tiempo eterno extraviado entre esas calles y que buscaba el sol para inferir la hora, lo miró incrédulo. Debo estar alucinando por el cansancio, pensó al verlo. Pero aquello que miraba caer era real y no dejó de caer, mutar y encogerse hasta tocar sus pies en la forma de un papelito rectangular. Era un billete de 500 euros.
Recogió el billete y miró de nuevo hacia la ventana, la única abierta, ubicada en el último piso del edificio departamental que tenía frente a sí. Esperó en vano a que alguien se asomara. Tampoco había testigos alrededor. Podría haberse guardado el billete y alejarse caminando, pero la idea lo incomodaba. Entró al edificio para buscar al dueño del dinero.
Al llegar al último piso una puerta se abrió de par en par ¿Era la entrada al departamento que buscaba, el de la ventana abierta que vió desde la calle? Llamó primero tocando con el puño, luego a gritos. Como única respuesta le llegó desde el interior una corriente de aire que lo hizo estremecerse. Juntó valor y entró.
El interior estaba vacío y era más pequeño de lo que había imaginado. Ni la falta de mobiliario contribuía a la más mínima idea de amplitud. En la pared opuesta a la de la entrada estaba, en efecto, la ventana abierta que había visto desde afuera. De cerca parecía más grande. La integraban dos hojas de madera que el viento abatía sin dificultad, produciendo un chiflido demencial, acaso más intimidante por ser el único sonido que se percibía. Era esa ventana la única fuente de luz en toda la pieza.
Gritó otra vez para llamar la atención de algún posible habitante oculto. Nada. Inspeccionó dos cuartos pequeños y lo que parecía un baño. Le extrañó que no hubiera instalaciones eléctricas o de otro tipo. Marcas en todo el piso hacían suponer muebles arrastrados recientemente, aunque sus formas eran irregulares: no remitían a camas o armarios. En el último cuarto dio por terminado su juego de detective y se dispuso a abandonar el lugar.
Cuando estuvo de nuevo frente a la ventana, se sorprendió al ver bajo ésta un bulto cuadrangular cubierto con una manta. Debía medir al menos metro y medio por lado, más otro metro de altura. Habría jurado que aquello no estaba allí cuando llegó, pero en circunstancias tan inusuales, más lo crispado de sus nervios, era también posible lo contrario.
Jaló sin más la manta que cubría el bulto, dejando al descubierto una pila de billetes agrupados en fajos con ligas. Los de la parte superior se desparramaron con lo brusco del movimiento. Se quedó petrificado con la manta en la mano, frente a todo aquel incalculable dinero. Para ser una broma, quienquiera que se la hubiese tendido había llegado demasiado lejos.
Disipado un poco el susto, buscó algo a su alrededor que le diera indicios sobre la naturaleza de su hallazgo, quizá los mecanismos de alguna trampa. Buscó cámaras de video en las esquinas, incluso deshizo algunos fajos para comprobar que no estuvieran rellenos con papel periódico como en las películas, pero encontró siempre billetes.
¿Qué pensar? ¿Estaba ante una especie de recompensa por su intención de regresar el primer billete? Tras un largo cavilar, fue la única explicación que halló o la que más le satisfizo. Debía tratarse de una retribución, quizá divina, por su intención de devolver algo que no era suyo a algún desconocido, que probablemente necesitaba esos 500 euros de forma apremiante.
Tras regocijarse en ese pensamiento, sacó del pantalón el billete de 500 euros recogido de la calle. Era idéntico a todos los que componían la pila. Lo incorporó a un fajo, acomodó también los que se habían caído, y puso la manta encima de nuevo. Ahora debía ser práctico, buscar la manera de llevarse su recompensa, quizá hubiese un costal o una bolsa que no había visto en alguna de las recámaras…
Sobrevino entonces una nueva y más intensa ráfaga de viento. Preocupado porque la manta y el dinero se levantasen por efecto del aire, se abalanzó sobre la pila, pero ni la manta ni billete alguno se movieron de su lugar, como si fuesen inmunes al aire. Miró confundido todo aquel inamovible dinero, hasta que un estruendo lo sorprendió nuevamente: se había cerrado de golpe la puerta de la entrada. Corrió de inmediato hacia ella para tratar de abrirla, pero estaba atascada, sin ceder a empujones, puñetazos o patadas. No había tampoco, como comprobó después, un solo objeto en todo el departamento que pudiera ayudarlo a romper la puerta.
Se desgarró la voz, pidiendo auxilio primero, implorando perdón después, ofreciendo a gritos una gran suma de dinero a cambio de que alguien lo ayudase a salir. Pasó así un tiempo indefinido. Cuando por fin se supo ajeno a toda esperanza de ser escuchado o de vencer la puerta, se fue hacia la ventana. Desde allí notó que la calle seguía desierta y el sol en alto, tan en alto como antes de que entrara al edificio. Se trepó sobre el marco, inhaló muy hondo, dudó todavía un momento, y finalmente se dejó ir.
Cayó desde la ventana, oscilando en el viento como una pluma. Alguien, que llevaba un tiempo eterno extraviado entre esas calles y que buscaba el sol para inferir la hora, lo miró incrédulo. Debo estar alucinando por el cansancio, pensó al verlo. Pero aquello que miraba caer era real y no dejó de caer, mutar y encogerse hasta tocar sus pies en la forma de un papelito rectangular. Era un billete de 500 euros.
Daniel Haro: 38 / Diseño gráfico / Web / Ilustración / Weird Fiction / Cositas Lindas. Web: www.eye-eye-eye.org/ Instagram: instagram.com/eye_eye_eye_org