Confesión de un hombre repulsivo


por Miguel Carpio

A D. F. W.

 

—En realidad, yo ya sé cómo terminará todo. Pero igual no puedo dejar de hacerlo. Desde que todo comienza, yo ya sé lo que estoy buscando. Y, sobre todo, sé para qué las estoy buscando. Así que todo comienza así: yo con la idea de que voy a fracasar. Si le hablo, pienso, es porque voy a fracasar. Tengo que fracasar. Y a partir de ahí surge todo lo demás. A veces de forma espontánea y a veces no, a veces yo creo las oportunidades y otras veces ellas simplemente aparecen. Es como ir al supermercado. Vas, buscas, encuentras, pagas y te largas. Si te pones a mirar, ya perdiste. Si te pones a comparar marcas de pastas dentales o la información nutricional de los cereales, ya perdiste. Y cuando vas a la caja pasa lo mismo; buscas la luz encendida y después escoges la que tenga la fila más corta. Pues en esto es más o menos igual. Buscas a la indicada, la que sabes que no podrías tener. Es lo único que necesitas: saber que no la podrás tener. Después, da igual lo que hagas. No importa si lo primero que dices es un chiste o si le preguntas la hora. No la podrás tener. De cierta forma, eso te quita un peso de encima, ¿sabes? Te da libertad. Libertad de perder, claro, pero libertad al fin y al cabo. Así que, a partir de ese punto, tú puedes hacer lo que quieras. A veces ni siquiera se molestan en responderte. Otras veces te siguen la charla, dándote la oportunidad de que seas tú el que guíe el barco, que seas el autor de tu propio fracaso.

—Dr.: …

—No sé exactamente cómo comenzó todo, pero me atrevería a decir que fue hace unos tres o cuatro años, cuando todavía salía con ella. Es decir, sí estoy seguro que comenzó cuando todavía salía con ella –no en vano descubrí todo esto con sus amigas- pero no sé si fue alrededor de la mitad o el final de la relación. Fue una noche en la que me invitaron a casa de una de sus amigas. Al principio me pareció extraño, claro, que me llamaran a mí para decirme que fuera. ¿Por qué no hablan con ella para que ella me avise?, pensé. Pero tampoco le di mayor importancia y simplemente fui. Estaba cerca del lugar, y me dijeron que fuera lo antes posible. La fiesta ya había comenzado, se notaba por la música de fondo y la deficiente vocalización de la amiga que me llamó. Supuse que ella estaba ahí también. Pero cuando llegué descubrí que no, que ella no estaba. Es más, había muy poca, poquísima gente. No más de cuatro o cinco personas, e incluso con eso estoy exagerando. Lo primero que hice, claro, fue preguntar por ella. “No, ella no vendrá”, me dijeron. Yo pregunté si estaba enferma o algo así, pero me dijeron que no, que simplemente no la habían invitado, y después se limitaron a cambiar el tema de conversación. Yo tampoco insistí más, solamente les seguí la corriente. Y la verdad es que no la estaba pasando tan mal. Poco a poco los pocos que estaban se fueron yendo, hasta que solamente quedaron sus dos amigas y yo. Todavía teníamos bastante alcohol y cigarrillos, así que nos sentamos a seguir bebiendo y fumando mientras hablábamos. Poco a poco los temas de conversación se fueron haciendo más… íntimos, ¿entiende? Hasta que, inevitablemente, llegamos a mi relación con ella. “¿Por qué sigues con ella?”, se atrevió a preguntarme una de ellas, la más alta. Yo comencé con la perorata de siempre; que me sentía bien, que me hacía un mejor hombre, que sí, a veces era una chica difícil, pero en el fondo, a pesar de todo…; pero no las convencía, a ninguna de las dos. Pero a pesar de eso se portaban bien, sólo asentían con la cabeza, sonreían y volvían a preguntar “Sí, pero a pesar de eso…”, y entonces yo me daba cuenta que en realidad no hacía nada más que darles la razón, ¿sabe?, demostrar que en realidad, aunque yo no lo quisiera aceptar, en realidad yo sí era demasiado bueno para ella. Yo sabía que era ahí donde ellas querían llegar, pero trataba de hacer todo lo posible para desviarlas del camino y poder hablar de otra cosa. Pero ellas seguían y seguían, y en medio de todo eso el alcohol seguía sirviéndose y los cigarros fumándose, hasta que llegó un punto en el que los tres estábamos bastante… ¿cómo decirlo?, cercanos.

—Dr.: …

—No, esa noche no pasó nada. No faltó mucho para que ellas se dieran por vencidas y terminaran hablando de sus malas experiencias amorosas, y entonces las dos se pusieron a llorar y yo tenía que turnarme para poder abrazar a cada una y besarles la cabeza diciéndoles que todo iba a estar bien, que los idiotas habían sido ellos, que seguramente ya encontrarían a alguien que las supiera valorar, etcétera, etcétera, etcétera. Entonces vino una primera sospecha porque, un poco nublado por el alcohol pero todavía lo suficientemente lúcido para darme cuenta de lo que pasaba, terminé poniendo mi mano encima de la pierna de una de ellas, la de las tetas más grades. No fue al intento; de hecho, creo que en realidad yo quería poner mi mano encima de mi pierna, pero de todas formas mi palma terminó arriba de su rodilla. Y aunque mi primer impulso fue retirarla, me di cuenta que a ella no pareció molestarle, no sé si porque ya estaba lo suficientemente borracha como para no darse cuenta, o si en realidad ella… Y ahí me vino la idea por primera vez. ¿Acaso en serio yo había creído posible que ella…? Y no, no era solamente porque era su amiga. Era porque ella era, justamente, el tipo de chica que yo jamás podría conseguir, ¿entiende? No necesité más. Incluso si ella no hubiera estado tan borracha, probablemente tampoco me hubiera quitado la mano de su pierna, ¿y sabe por qué? No, no porque le hubiera gustado tener mi mano ahí. No, sino porque ella también sabía que en realidad no importaba que tuviera mi mano encima de su pierna o alrededor de su espalda, eso era lo más lejos que yo podría llegar. Y ella y yo lo sabíamos, y de alguna manera su cuerpo y el mío también lo sabían. Pero de todas formas eso fue suficiente para comenzar con este… problema, por llamarlo de alguna manera.

—Dr.: …

—No, esa no fue la causa de nuestra ruptura. De hecho, eso pasó como un año antes de que dejáramos de vernos. No, ella nunca ni siquiera se enteró de… de la situación. Ni siquiera cuando comencé a filmarnos. Porque lo siguiente que vino, claro, fue la idea, pero ya no sólo como una simple idea, sino que poco a poco fue convirtiéndose en una fantasía, ¿sabe? Así que lo que me venía a la cabeza cuando me masturbaba ya no eran las chicas en lencería que siempre me habían gustado, no, sino su amiga. Y no, no por sus tetas –aunque sí eran bastante grande se veían bastante bien desde cualquier escote u orilla de sostén- sino por la idea de que yo jamás podría estar con ella. O, para decirlo mejor, de que ella jamás accedería a estar con alguien como yo. Así que a la hora de masturbarme yo me acordaba de cómo había sido tener mi mano en su pierna, la textura de su pantalón, el ancho y la carnosidad del muslo…, y después solamente imaginaba el resto; el haberle rodeado la espalda con el brazo, el haberme acercado, escabullir la vista en medio de sus grandes tetas, oler su cabello… pero todo sabiendo que no pasaría nada. Como un voyerismo pasivo, ¿entiende? No sé si es el término adecuado… De todas formas, las ideas, ya convertidas en fantasías, iban por ahí. Después fue sólo cuestión de tiempo. Poco a poco la lista de candidatas fue aumentando; ya no era sólo la amiga de tetas grandes, sino también la otra, la de tetas redondas y cara bonita. Luego las dos juntas. Hasta que un día, mientras ella y yo estábamos en mi cama, la miré detenidamente y me puse a pensar que, después de todo, ella también era una de ellas, ¿entiende?, de las chicas que yo jamás podría conseguir. Supongo que muy en el fondo yo lo sabía, pero nunca me había detenido a pensar en eso… Pero entonces surgía una incongruencia, porque yo sí la tenía, así que la fantasía terminaba por estropearse. A menos que…

—Dr.: …

—No, y de hecho yo también pensé eso al principio. Es más, cuando todo comenzó y yo me ponía a pensar en eso –todavía en la época de la amiga de las tetas grandes-, la primera razón que se me venía a la cabeza de por qué nada podría suceder era justamente esa, y tal vez yo mismo me hubiera quedado con esa idea si no hubiera seguido hurgando más dentro de ella. Pero no, todo el asunto iba mucho más allá de ese hecho. Porque de haber sido así, me habría limitado a masturbarme sólo con sus amigas basándome en la premisa de que nada podría suceder justamente porque eran sus amigas. Pero no. Y, como le digo, esa también fue la primera idea que se me vino cuando todo esto comenzó…

—Dr.: …

—Cierto. Entonces, como le decía, como yo ya estaba con ella, entonces la fantasía se rompía cuando teníamos relaciones, o simplemente cuando estábamos en la cama besándonos y acariciándonos un poco. Así que tuve que –digo tuve que pero en realidad nunca lo hice de manera consciente, ¿sabe?, fue más bien como que mi mente tuvo que hacerlo para que así la fantasía pudiera sobrevivir- comenzar a imaginarme que, aunque yo estuviera con ella, en realidad ella pensaba en otro a la hora de estar conmigo. Entonces, cuando estábamos haciéndolo y yo sentía que ya era hora de terminar, simplemente la veía y pensaba que ella imaginaba que estaba haciéndolo con otro, ¿entiende? Con algún compañero de trabajo, con algún amigo, con algún exnovio… no importaba, lo que en verdad importaba es que fuera otro el que estuviera en su mente, que fuera otro el que le proporcionara ese placer, que fuera otro el que ella deseara. Y lo mismo al masturbarme pensando en ella. Ya no funcionaba si recordaba las veces que estuvimos juntos. Así que comencé a imaginarme las veces que ella estuvo con otros hombres, basándome en las historias que ella me había contado. Por ejemplo, si me había contado que una vez, todavía estando en la universidad, había hecho un viaje de curso y que uno de sus exnovios había ido también, entonces yo tomaba eso como referencia y comenzaba a recrear situaciones –ni siquiera tenían que ser posibles, a veces ni siquiera sabía adónde exactamente habían viajado, sólo tenían que ser lo suficientemente coherentes para mí- en las cuales los dos hubieran podido estar juntos. Y claro, como yo ya había viajado con ella, entonces solamente necesitaba juntar ambas cosas: el recuerdo de nuestro viaje y la fantasía del viaje con el exnovio. Así, si, por ejemplo, nosotros habíamos tenido sexo en la ducha durante la primera noche, me imaginaba que ella había tenido sexo con su exnovio en la ducha no sólo la primera noche, sino cada mañana y cada noche del viaje. A veces podía no ser coherente con la verdad, porque, por ejemplo, en el caso del sexo en la ducha, ella sólo lo había hecho conmigo. Pero entonces yo alimentaba la fantasía basándome en ese hecho, imaginando que ella en realidad sí lo había hecho en la ducha con otros hombres antes de mí, y no sólo con exnovios sino también con extraños que conocía en los cruceros a los que iba con su familia o en viajes aleatorios que le tocaba hacer sola, sobre todo por motivos de estudio durante sus años en la universidad. Y así, el que ella me hubiera mentido respecto a eso, servía para aumentar lo placentero de la fantasía, como si ella decidiera ocultarme los momentos más placenteros que había tenido, los hitos de su vida sexual, por pena, porque en el fondo ella sabía que yo jamás iba a poder proporcionarle un placer y goce tan altos, por lo que…

—Dr.: …

—¿Triolismo, dice? No sé qué es eso.

—Dr.: …

—A ver, pásmelo… ¿En qué página dice que está?

—Dr.: …

—A ver… Hum… No, no se trataba de eso. De hecho, la simple idea de verla con otro hombre, incluso ahora, me da cierto asco. Y también risa. Porque me imagino que, tal vez como un mecanismo de defensa en esa situación, comenzaría a decir cosas como “Hazlo de esta manera, así es como le gusta”, o “Conmigo no podía dejar de gemir, tienes que mejorar tu desempeño, compañero”. Pero no, no se trataba de ese triolismo. En realidad, estaba más cerca del placer de saber que ella había disfrutado más con otros que conmigo, que de verla haciéndolo con otro. Y era porque, al verlo de esa manera, resaltaba mi incapacidad de realmente poder tenerla, ¿sabe?, de ser un hombre verdaderamente capaz de poseer a una mujer así. Y, de alguna manera, mi mente relacionaba eso con la idea de pensar en mujeres que en verdad no podría llegar a tener.

—Dr.: …

—No, creo que la cosa no iba por ahí… En todo caso, después de que terminamos –nunca llegué a hablarle sobre el tema- la fantasía comenzó como a extenderse, ¿entiende? Solía ir a lugares solamente para ver a las chicas que estaban ahí, sabiendo que eran chicas que yo no podría tener nunca. A veces iba con amigos y a veces lo hacía solo. En verdad no me importaba dónde iba o qué hacía, sólo me gustaba ir y buscar mujeres que yo sabía que no podría tener. Verlas reír, hablar, bailar, besar…, y saber que eso jamás pasaría conmigo. Con eso era suficiente, después llegaba a casa y comenzaba a masturbarme pensando en eso, en mi incapacidad de hacer algo y mi sobrecapacidad de desear hacerlo. Porque eso sí era cierto: en el fondo esas mujeres sí me gustaban. Me hubiera gustado poder estar con ellas, y seguramente hubiera disfrutado mucho tener relaciones con ellas. Pero yo sabía que era imposible, que chicas de ese estilo nunca se fijarían en mí.

—Dr.: …

—Algunas veces, sí, pero tampoco muchas. Y cuando pasaba, yo hacía más o menos lo mismo que hacía cuando tenía sexo con mi ex; pensaba que, aunque fuera yo el que estuviera teniendo relaciones con ellas, en realidad ellas deseaban a otro. Incluso a veces inventaba historias al respecto, ¿sabe? Que tenían un novio que estaba de viaje y que ellas estaban muy, demasiado, necesitadas de sexo, y que sólo por eso habían terminado conmigo, con el último eslabón en la cadena de conquista. O que esa noche habían tenido una fuerte pelea con sus novios y estaban increíblemente despechadas, pero que en el fondo ellas deseaban que el que estuviera dentro suyo no fuera yo, sino otro, su supuesto novio, su supuesto amigo, el supuesto chico alto y lindo de la barra que no les había hecho caso cuando ellas se habían acercado a bailar cerca de él para que él las invitara a bailar, pero como no había funcionado y yo estaba cerca… Era eso, la imposibilidad real de tenerlas, o, mejor dicho, de tenerlas realmente. Como si yo fuera una especie de accidente o de caridad, ¿entiende?

—Dr.: …

—Sí, ahí iba. Entonces llegó un momento en el que, si por alguna extraña razón yo terminaba acostándome con una chica, por más que lo intentara, no podía conseguir que esa fantasía fuera lo suficientemente fuerte como para llegar a sentir placer. Podía dar miles de vueltas a distintas historias, distintas versiones de una misma historia, distintas posibilidades, no importaba; simplemente no funcionaba. Porque, aunque mi mente dijera que yo no podía tener una mujer así, mi cuerpo decía lo contrario y, ¿adivine qué?, mi cuerpo tenía las de ganar porque, después de todo, era mi pene el que estaba dentro de esa vagina. Así que tuve que comenzar a boicotear las veces en las que lograba algo, ¿sabe? Si de repente estaba mirando a una chica –pensando, claro, que jamás podría tenerla- y por alguna razón ella confundía eso con una señal de coqueteo y, por otra aún más extraña razón, se acercaba y comenzábamos a hablar o algo, yo tenía que hacer algo para que la todo fracasara. A veces les decía que lo sentía, pero que estaba esperando a que mi novia saliera del baño. Otras veces me sentía menos paciente y simplemente comenzaba a decirles cosas directamente desagradables, como que sus tetas se veían espectaculares con ese sostén, o que, si ellas no tenían problema, me hubiera gustado meter mi lengua en su ano y comenzar a deletrear el abecedario chino. Algunas salían espantadísimas ese mismo instante, pero a otras más bien parecía gustarles la idea y tenía que buscar otra forma rápida de deshacerme de ellas para que la fantasía no terminara de desmoronarse.

—Dr.: …

—No, las fantasías masturbatorias no se basaban en eso. Eran más bien remembranzas de cosas que veía. Como, por ejemplo, si intentaba acercarme a una chica y todo iba mal, después intentaba verla bailar con otro o con sus amigas, no importaba, lo que era realmente era importante era verla bailar. ¿Alguna vez ha visto cómo bailan las mujeres? Bailan tan bien… Incluso cuando lo hacen mal. Yo nunca fui bueno bailando, pero siempre tuve la fantasía de que una chica bailara así conmigo.

—Dr.: …

—Ya sabe, cuando a una chica de verdad le gusta un chico baila con una cierta… soltura. Se mueve diferente, hace gestos diferentes… A mí me gustaba ver bailar chicas –obviamente chicas con las que no podía estar- y después iba y me masturbaba pensando en ellas. Pensando en ellas bailando, tan cerca de mí, y yo sin poder tocarlas, sin poder siquiera mirarlas con total libertad… Porque fue ahí cuando todo esto en verdad comenzó, ¿sabe?, el verdadero problema.

—Dr.: …

—Pues era un día en el que yo estaba en una discoteca. Esa noche había decidido no hablar con nadie, sólo verlas y tratar de memorizar todo lo que pudiera para después ir a casa y masturbarme. Entonces la vi, no tan cerca de mí, pero tampoco demasiado lejos, sino lo suficiente como para poder ver claramente sin tener que disimular demasiado. Estaba esta chica, tan parecida a ella, a mi ex, y también tan parecida a su amiga de las tetas grandes y también con algo de la amiga de las tetas redondas… Tan… completa, ¿sabe?; como si cada mujer imposible que yo hubiera deseado se hubiera fusionado en esa chica. Cada movimiento con el que yo había fantaseado, cada gesto en el que había pensado cuando me tocaba… Todo, simplemente tenía todo. Y estaba ahí, bailando con este tipo, la clase de tipo que yo jamás podría llegar a ser, ¿entiende? Alto, lindo, bien vestido, fuerte… Todo lo que yo no tenía. Así que me quedo viéndolos y pensando en cómo ella lo deseaba, en cuánto ella lo deseaba. Me puse a pensar en lo que ella estaría pensando, en las fantasías que ella estaría teniendo mientras bailaba con él, en lo mucho que deseaba que él la tomar ahí mismo, en medio de la oscuridad iluminada que tienen todas las discotecas, que la penetre en medio de toda esa gente, que la música tape sus gemidos y que, dentro de todo, a nadie le importe y que ella esté teniendo tanto pero tanto placer que no podía evitar comenzar a acabar y manchar su ropa interior, sus piernas, su ropa…, pero no le importaba, no; a esa chica, que probablemente hubiera hecho un tremendo escándalo si se me hubiera derramado un poco de agua encima de su vestido, no le hubiera importado llenarlo de fluidos corporales siempre y cuando hubiera sido él el que los hubiera provocado. Y no pude más. Simplemente no aguanté y comencé a hacerlo ahí, ¿sabe?, en medio de esa gente y de la música. Al principio nadie pareció darse cuenta, o al menos eso yo creí. Pero lo que en verdad estaba pasando era que yo me había metido tanto en la fantasía que en realidad era yo el que no se daba cuenta de que los demás sí lo habían notado y que comenzaban a alejarse mientras yo seguía masturbándome a través del pantalón. Y lo peor, claro, es que lo hacía mirándolos, y a pesar de que en realidad ya no los estaba viendo, mi vista sí estaba fija en ellos. Y cuando él se dio cuenta la dejó y se acercó a mí, furioso, listo para reventarme la cara, seguramente. Pero yo no me daba cuenta, porque seguía pensando en cuánto ella lo deseaba… Hasta que lo sentí, doctor. Sentí el golpe en el estómago y recién me di cuenta de que lo tenía ahí, encima de mí, gritándome y sacudiéndome por el cuello de la camisa. Pero ya era demasiado tarde, simplemente no podía hacer nada. Ya había terminado, y no importaba lo que él me hiciera o dijera, simplemente no podría arrebatarme ese momento, ese placer, ese poco de semen que había terminado aplastado en mis pantalones.

—Dr.: …

—Claro que no intenté explicarle nada. Él simplemente dijo no sé qué cosas al guardia que apareció y terminaron pidiéndome que me retirara. Yo no discutí ni nada. Sabía que era muy posible que algo así terminara pasando, y obviamente no iba a explicarles todo esto. Así que ahora no sé qué hacer, doctor, porque, después de todo, cuando el otro día me encontré con ella y la vi con este otro tipo, me di cuenta de que lo que en verdad me había hecho seguir con ella no era amor, sino la imposibilidad de saber que en verdad podía tenerla, ¿entiende? Así que ahora simplemente me dedico a llamar a sus amigas y preguntarles si no quieren salir conmigo, o a hablar a chicas en la calle que sé que están fuera de mi alcance. Sólo me acerco y les pregunto si quisieran ir por un café o si me dejarían acompañarlas a sus casas. Y ahí es donde viene el problema, ¿entiende? Porque todas siempre dicen que no, unas con mayor cortesía que otras, pero la respuesta es siempre no, y después yo pienso en eso y me las imagino diciendo que sí a otros hombres, y yendo a bailar con otros hombres y besándose con otros hombres y termino masturbándome con esa idea. Hasta que… El otro día, bueno… El otro día una dijo que sí, y yo… yo no supe qué hacer, así que no se me ocurrió otra idea que venir aquí, ¿sabe?, creí que era la última opción donde podría conseguir ayuda.

—Dr.: …

—No, no… En realidad, esto es sólo para que usted entienda por qué le pido esto… No sé si otra persona, ni siquiera algún amigo, podría entender y hacer el favor… No sé si a usted le gustaría salir con esa chica, ¿entiende?

 

 

Ilustración de Francis Bacon.

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