En busca de la resistencia: hacia los XV años del Festival Internacional Ollin Kan


Son más o menos las 12:46 p. m. del primer día enteramente nublado que la Ciudad de México ha visto en un buen tiempo, y yo subo las escaleras de la Pulquería Los Insurgentes en busca de la rueda de prensa que anunciará la decimoquinta edición del Festival Internacional Ollin Kan de las Culturas en Resistencia.

El aroma del maguey perfuma la escalinata, por donde ya se escucha el jolgorio rítmico e intrigante de un conjunto de música gitana, que más tarde aprenderé se llama Alola Melón. Suenan muy bien en vivo y la acústica del lugar es sorprendentemente buena, dado que estamos apiñonados en un estrecho saloncito en forma de L con un piso de madera que rechina y unos ventanales empañados sobre la pared derecha.

Pero en caso de que ustedes, como yo, no estén familiarizados con el Festival Ollin Kan, hagamos un pequeño resumen antes de entrar en materia.

Nacido en 2003, Ollin Kan es un proyecto surgido de la necesidad de promover músicas y demás expresiones artísticas de culturas marginadas y ancestrales. A lo largo de su historia no sólo se ha realizado en la Ciudad de México sino en Portugal, Mali, Colombia, Francia y Brasil, creando en cada sitio públicos nuevos en torno al gusto y conocimiento de las artes originarias.

Para esta magna edición de aniversario, el festival congregará del 11 al 22 de julio a 16 agrupaciones internacionales y 25 mexicanas en el Multiforo Ollin Kan y el Deportivo Vivanco de la Delegación Tlalpan. Entre las propuestas nacionales destacan Los Brass, Sangre Maíz, Ganja, Iraida Noriega, los ya mencionados Alola Melón y el legendario conjunto Los de abajo. La música internacional vendrá de dos vertientes: 1) el rock y los géneros de fusión latinoamericanos, con exponentes como Huba Watson Sound System, El Guato (ambos de Costa Rica) y Holman Trío (Chile) y 2) las corrientes jazzísticas y folclóricas de África, representadas por Sekou Couyaté (Guinea), Paco Sery (Costa de Marfil) y Cheick Tidiane Seck (Mali), entre otros. El festival lo cerrará Orqueska Internacional, un proyecto de big band que reúne a miembros de Ganja, Inspector, Panteón Rococó y Maldita Vecindad.

En el lugar nos encontramos unas 30 o 40 personas de prensa (¡sí, gente, la Marabunta ya es prensa!) y se nos agregan más entre staff de la pulquería, músicos invitados, promotores y gestores del festival, incluyendo a José Luis Cruz, su director. Entre los músicos presentes están Max Potenza (de Neoplen), Mayumi Toyoda, Liber Terán (de Los de abajo) y la jazzista Iraida Noriega.

En un ambiente de congratulación y orgullo por el camino recorrido, José Luis Cruz habló de la importancia de Ollin Kan para la formación de una escena cultural verdaderamente alternativa no sólo en México, sino en el mundo, a través de la conformación de una red de músicos y festivales que comercian con ideas y talento. Según dijo, la edición de este año tiene especial énfasis en el intercambio entre América y África. Asimismo, refrendó el compromiso de Ollin Kan con “la generación de derechos sociales mediante la gratuidad” (sic). O sea que pueden ir gratis, chavos.

Cuestionado acerca del lugar de Ollin Kan en la escena cultural mexicana, Cruz mencionó que previamente había un vacío en lo referente a World Music, una etiqueta que aparecerá varias veces y en varias bocas a lo largo de la rueda de prensa, y que en cada ocasión hará detenerse y torcer el gesto a quien la pronuncia. Todos parecen estar peleados con la etiqueta de World Music, que sin embargo es la más apropiada para definir la variopinta propuesta del festival. Es una de las grandes paradojas de la existencia poscolonial y de resistencia: a menudo uno termina definiéndose y creando identidades, bien que mal, a partir de los términos ambiguos y condescendientes de las culturas colonizadoras.

Tanto Cruz como Iraida Noriega y un par de promotores del festival hablaron acerca de la inutilidad de las palabras World Music para describir de modo verdadero producciones tan dispares como el rock latinoamericano, el jazz-fusion europeo o la música del desierto africana. Y tienen razón. Sin embargo, ninguno de ellos señala que, al fin y al cabo, esas propuestas tan dispares y en teoría irreconciliables son las que dan forma a Ollin Kan. Entonces sí debe haber algo que una a la llamada World Music, ¿no?

Pienso que el mismo José Luis Cruz, más adelante, alcanzó a esbozar un poco de ese algo cuando habló de la World Music como un concepto casi racista y sin duda alguna clasista que se creó para meter en un solo costal a la música del “tercer mundo”. ¿Pero qué pasa cuando ese tercer mundo resignifica la etiqueta y la usa para crear festivales como este?, me pregunto. ¿No hay allí acaso un espíritu de solidaridad entre los pueblos marginados que tal vez sea la mejor consecuencia posible de una clasificación tan general y vasta?

A pesar de no relacionarlo del todo con este asunto de la World Music, varias voces sí tomaron este espíritu de solidaridad como eje de la discusión. Liber Terán fue uno entre varios que describieron la postura de resistencia de Ollin Kan como una necesidad en estos tiempos de nacionalismos redivivos y enfrentamiento social.

Tomando la idea como punto de partida, este corresponsal incómodo no pudo evitar preguntar al panel sobre el significado del nombre completo del festival; i. e., con quince años de aprendizaje y llegada la coyuntura de 2018, ¿qué significa para los implicados en Ollin Kan ser y representar las “culturas en resistencia”?

No quiero presumir, pero es aquí donde (humildemente, pobremente, diría Ya Sabes Quién) siento que se terminaron de cristalizar algunas de las ideas más claras de la sesión.

En concreto, Iraida Noriega tuvo una intervención arrebatada donde reivindicó la radical individualidad del artista que hace las cosas por ideales, sin esperar nada y sin saber si se arribará a donde se camina, así como el hecho de que “la música independiente, incluso sin hablar de política, habla de la verdadera independencia”, ésta entendida como un amor “por las posibilidades del mundo”.

Por su parte, Max Potenza (quizá el músico más joven del panel, o lo parecía) habló de toda expresión cultural como “salida” ante un entorno cultural opresivo, y sobre el quehacer artístico de resistencia como una imperativa de obedecer al corazón.

En general, me sorprendió gratamente que tanto las ideas planteadas en la rueda de prensa como el ambiente de la reunión en general era mucho más festivo que de protesta socioeconómica, como la gente suele creer de todo lo que sea arte popular y/o folclórico. Creo que ese es el ambiente propicio para el disfrute y la creación artística, ya sea de resistencia o no: la algarabía y el colorido de lo carnavalesco por encima de la estulticia de la torre de marfil o el reduccionismo de la propaganda política.

En la vida hay que tener prioridades. Y algo que me quedó muy claro sobre el Festival Internacional Ollin Kan, sus quince años y su espíritu de supervivencia “a pesar de la insuficiencia del Estado” es que su gente y sus músicos tienen una profunda convicción de su lugar y su utilidad.

Parafraseando a José Luis Cruz, la idea es diseñar, transmitir y promover desde la entraña y desde la utopía, no porque un mundo de perfecta convivencia entre culturas sea posible, sino porque uno mejor es indispensable. “Las coyunturas [sociales] pasan, pero la cultura queda”, y una cultura de intercambio, solidaridad y diversión siempre será una más nutrida (y nutritiva).

Para miles de comunidades humanas, tanto vivas como extintas, la música siempre ha sido la mayor excusa para congregarse, conocerse, echar un buen desmadre y paliar las penas de cada día. Esperamos que lo sea de nuevo durante esos 11 días del siguiente mes.

Y esperamos que no llueva, también.

Más información en https://www.facebook.com/ollinkanmexico.

 

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