por Israel Rojas
Alcanzada una pata por el filo del acero, un caballo de guerra cae y hace rodar a su jinete ―el comandante de las fuerzas del clan Tokugawa, Honda Takadatsu―, quien después de un par de volteretas se reincorporó con su katana desnuda, recuperando la postura de combate para enfrentar a la línea enemiga que se aproximaba a él y su guardia. Ofuscado, Takadatsu dio un vistazo y se percató de que la ofensiva estaba siendo repelida y su flanco izquierdo había sido arrasado, por lo que urgía reorganizar el ataque y para eso era necesario reagrupar a sus hombres. Sin dilación, el comandante llamó a presentar armas, sus guerreros alrededor se unieron al estruendo y poniendo el rostro nuevamente al enemigo, el comandante tomó su arco, extendió en alto los brazos y tensó…
…la cuerda, apuntando fijo contra la diana, evadiendo la algarabía del público que intentaba afectarlo con cánticos y rechiflas. Titubeó, sin embargo, Damián Torre se obligó a recordar cómo y por qué estaba ahí, en una ronda de octavos de final de tiro con arco individual en unos juegos olímpicos. A diferencia de gente que no competía o de competidores de los que no comprendía su pensamiento, él no había venido sólo a contender en unas justas veraniegas para resignarse a una anécdota medianamente digna de ser contada, pues llegado a este punto sabía que todo se resumía a ganar o perder. Todo el trabajo, los entrenamientos, la disciplina, los fallos y los aciertos, estaban diseñados y enfocados para este momento en que su maestro le permitía incluso fallar, mas no la desconcentración, el extravío de sí mismo y mucho menos de su técnica, condición fundamental para alcanzar el mushin (no mente), estado de claridad y orden mental que fusiona al practicante con el arco, la flecha y su objetivo; y el cual debería ser su noble pensamiento, de seguir una práctica netamente tradicionalista del Kyudo (el camino del arco); pero él sólo es un japonófilo de los miles que abundan en México, con la diferencia de haberse tomado en serio su pasión por la historia nipona, su literatura y sus artes marciales. Así que, afianzándose a la confianza en la senda practicada por años, Damián centró su mirada, presionó con firmeza las aletas de la flecha y liberó la cuerda…
…acertando justo en el pecho de un samurái que se había arrojado contra su intento por llegar hasta donde Li Naomasa, amigo y compañero de armas, se batía en duelo desigual. Honda Takadatsu inhaló fuerte con la espalda pegada contra la roca que le servía de escudo, calculó el trecho que le faltaba para llegar hasta donde el grupo de Li, apretó su aljaba para conocer el número de saetas y con un movimiento natural y contundente de su mano dio la orden a su séquito de saltar tras de él. Sus enemigos fueron sorprendidos por una silueta en el aire con el cuerpo extendido y su arma presta. Los movimientos de Honda eran tan finos, rápidos y precisos que daba la impresión de ser la sombra de un fantasma mortal que descargaba flecha tras flecha sobre los sorprendidos adversarios que nada podían contra la andanada de disparos y su ola de guerreros trás él, que, por supuesto y sin expresarlo, admiraban la depurada técnica de aquel samurái que avanzaba contra los dardos enemigos como buscando la flecha letal inscrita con su nombre, al mismo tiempo que sus ráfagas tenían las precisión de un hombre que hubiera alcanzado la anulación de todo pensamiento, emoción y ansiedad, dueño de sí mismo y pleno en el presente, hecho uno con el espacio y sus objetivos que buscaban lo mismo que él: acertar y ganar en el juego de la vida y la muerte. Sin embargo, el comandante Takadatsu se reprochó su propia falta de enfoque cuando cayó en cuenta de que había arriesgado la cabeza de Li, al priorizar, un tiro antes, un objetivo de mayor rango ―para gloria propia―, en lugar del guerrero que estuvo a nada de ensartar a su amigo con la punta del yari. El comandante se dijo que aquello no era un torneo, tampoco un ejercicio de entrenamiento; al final se trataba de una guerra real, de vidas humanas, de un objetivo común y mayor a uno mismo, por lo que una vez que tuvo reagrupado a sus mejores hombres, Honda Takadatsu pidió consejo y junto a ellos planeó un contraataque en dos flancos y una carga suicida por el centro comandada por él mismo, y en la que no podían cometer errores…
…pero a pesar de las rutinas de meditación, Damián hiló dos pifias consecutivas que lo sacaron de enfoque: la primera fue un inesperado tiro de siete puntos, y la segunda era haberse olvidado del otro arquero, justo a un lado de él, que buscaba el mismo objetivo: acertar y ganar en el juego de la vida y la muerte; y aunque no era su enemigo directo, pues los maestros subrayan que la competencia es con uno mismo, la realidad era que sus disparos exhibían destreza, seguridad y toda la intención de imponerse y atemorizar a su contrincante; y lo había logrado. Después del siete, vino un tiro de ocho que aumentó más la presión en Torre, que se veía obligado a un último turno de diez puntos, situación que fue celebrada por la porra contraria, que estalló en aplausos…
…que alertaron a Takadatsu de que la línea enemiga contra la que iba a chocar era la del comandante Otani Yoshitsugu, quien entre sus guardias personales contaba con uno al que apreciaba y protegía con especial cuidado: Hiroshi Teitaro, una figura a la que sus espías no le habían perdido el rastro durante la lucha y que ahora, si acertaba su saeta a pesar de la distancia, incitaría a Yoshitsugu a cargar contra él, debilitando y abriendo los flancos para el ataque de Li y las fuerzas de Oda Nobunaga, cerrando así la pinza que, calculaba, los pondría en ventaja decisiva, por lo que buscó el ángulo que le permitiera poner bajo la mira a Hiroshi Teitaro. Sin embargo, el trayecto parecía imposible y ya sólo contaba con una flecha en la aljaba, por lo que estaba obligado a un tiro perfecto, pero está ocasión exigido por una situación mayor a su ego, incluso a su señor: una oportunidad de terminar pronto con el ataque y con ello evitar la muerte de jóvenes pobres y campesinos, utilizados en el frente como abono de trinchera. Haciendo acopio de todo lo aprendido para retomar la quietud necesaria, Honda dio la orden para que el resto de sus arqueros prepararan una lluvia de flechas sobre el enemigo, mientras perfiló la punta de su arma…
… dejando fluir los sonidos, las voces, la presión y cerrando los ojos para visualizar, por un instante, un entorno que adquirió la atmósfera de una reyerta donde todas las miradas estaban posadas en su disparo, mientras Torre identificaba entre el caos de armas, caballos, armaduras y cuerpos cercenados, la cabeza sobre la que acertaría su saeta. Para Takadatsu fue menor la sorpresa, pero no por ello menos emocionante en su corazón, cuando liberado de sí mismo cerró los ojos por un instante en que sólo vio un destello de luz solar que le dio la sensación de aligerarse hasta disolverse en una unidad donde concluía el tiempo y el lenguaje, y comenzaba la no mente…
…No mente, fue el último pensamiento de Damián Torre antes de experimentar el mushin y soltar la cuerda que liberó la flecha… que fue a dar limpiamente contra la testa del comandante Teitaro; tras lo que Honda Tadakatsu se puso al pie de sus hombres y con un llamado de combate emprendió la carga victoriosa… abandonado ya todo temor, alcanzada la máxima meta, Damián Torre se dejó habitar por sus emociones y con la felicidad en el rostro dio la espalda al objetivo solicitando la bandera de su país, sin siquiera prestar atención al diez perfecto perforado en la diana.
30 de julio de 1570, batalla de Anegawa, provincia de Omi, Japón / 30 de julio de 2024, parque de los inválidos, juegos olímpicos de París, Francia.
Israel Rojas. Alumno del laboratorio de poesía del poeta Óscar Oliva, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 2016. Ganador del Sexto Bazar de Horrores de Arcadia Fusión Cultural y Fóbica Fest 2022, con sede en la ciudad de Guadalajara, con el cuento El lenguaje de la muerte. Editor en la editorial El Viaje y el camino, colaborador de la revista Siglo80mil1 y autor de los libros: Península Hamartia (poesía), Descantar del Homo Dipsómano (poesía), La moneda está en el aire (narrativa) y Breve mitología del fin de los tiempos (plaquette de poesía).
Arte: Mizuno Toshikata