Édgar Omar Avilés nació en Morelia, Michoacán, en 1980. Es maestro en filosofía de la cultura, licenciado en comunicación y diplomado de la sogem. Autor de No respiramos: inflamos fantasmas (Editorial Posdata/conaculta, 2014), Cabalgata en duermevela (Tierra Adentro, 2011), Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2011; Luna Cinema (Tierra Adentro, 2010), Premio Nacional de Libro de Cuento de Bellas Artes San Luis Potosí 2008;Embrujadero (secum, 2010), Premio Michoacán de Libro de Cuento Xavier Vargas Pardo 2010; La noche es luz de un sol negro (Ficticia, 2007) y de la novela Guiichi (Progreso, 2008). Becario del fonca en 2009-2010 y 2011-2012.
¿Cómo te acercas a la lectura?
Yo no fui un niño lector. La verdad es que fui un niño desmadroso… Esto no le he dicho, por cierto, al menos no así: cuando estaba en la primaria, me la pasaba peleándome, me saltaba las clases para ir a ver películas porno, a los diez, once años. Era un desmadre, pero creo que no era un niño tonto.
Me hago lector porque una maestra de matemáticas me dice que soy un fracasado y que nunca voy a llegar a hacer nada, y no sé de dónde chingados saqué la idea de que leyendo voy a poder ser algo en la vida. La verdad no sé de dónde lo saqué. Mis papás son maestros, pero nunca me inculcaron la lectura.
Cuando empecé a leer, me impuse metas altas. El primer libro que leí fue el Quijote, lo que fue un reto muy duro, porque yo no tenía capacidad de abstracción. Cada noche me leía un capítulo, que son cincuenta y dos, multiplicado por dos, porque son dos partes; tardé los ciento y cuatro días, quizá un poco más. Así es como me hago lector.
Ahora, el trasfondo de esto está en que a mí me gustaban mucho las historias. Yo más que escritor me considero creador de historias. Cuando era niño me encantaba ver Los pitufos, La dimensión desconocida… Me gustaban las historias que me asombraban; creo que ahí está el trasfondo de por qué me hago lector: porque busco ese mismo asombro ahora en los libros.
Con todo lo caótico que te puedo decir, hubo mucha suerte para que me topara con la lectura, yo era un adolescente que no apuntaba a ser lector. Fue una suerte.
¿Cuáles fueron las inquietudes por las que empezaste a escribir?
Cuando tuve este pleito con la maestra de matemáticas es que empiezo a leer, a los doce años y medio, empiezo a jugar, a querer crear cosas como las que estoy leyendo. El primer libro que leí, te digo, fue el Quijote, después empecé a leer a Edgar Allan Poe, Lovecraft, y me encontré con el libro de un mexicano que admiro mucho, que se llama Emiliano González, un raro, rarísimo, en un botadero de libros, me costó cinco pesos.
Casi a la par que empiezo a leer, quiero jugar a generar esas emociones que a mí me creaba leer. Entonces empiezo a hacer mis cuentitos y se los muestro a mis compañeros. Yo era el loquillo ahí que escribía, se me ocurría escribir en clases y les gustaba a mis compañeros, yo creo que me daban el avión. En Embrujaderocomento poco de un cuento, “Tuániky”, que lo escribí cuando tenía trece años. De alguna manera, como estaban sangrientos mis cuentos, les atraían a mis compañeros; eso me incentivó a que no les aburrían tanto. De ese cuento hicimos una obra de teatro, nos lo dejaron de tarea en la escuela.
Empecé a escribir jugando. Después ese juego se extendió. Ahora voy a decir una cosa: yo creo que todo lo que vale en la vida es juego. Uno es jugando. Todo lo que te obligan a hacer no eres tú, pero mientras juegas eres tú. Tuve la suerte de jugar a escribir.
Gabriel García Márquez no escribía sin flores amarillas a su lado; Hemingway escribía desnudo, de pie y con la máquina de escribir a la altura de la cintura; Cortázar y Kafka escribieron varios de sus cuentos de un tirón. ¿Cómo escribe Édgar Omar Avilés?
Soy muy controlador en mis cuentos. Yo ya sé en qué van a acabar, suelo hacer estructuras antes de escribirlos. No empiezo a escribir si no tengo una idea que me guste mucho, si no tengo un final que me plazca, y si no estoy descansado; si estoy cansado, no escribo, tampoco si no tengo tranquilidad. De ahí en más no creo que haya algo.
Eres un escritor de literatura fantástica. ¿Qué encuentras en lo fantástico que no hay en el realismo?
Me considero escritor de “fantasía especulativa”; es decir, lo que yo creo que es la literatura fantástica es una forma de hablar de la realidad con la lupa de la fantasía. Yo no creo que la fantasía tenga algo más que la realidad, pero la realidad tampoco tiene algo más que la fantasía. Nuestro mundo tiene por cimientos preconcepciones que son fantásticas. Nuestro mundo es un gran invento humano, es una gran fantasía humana a la que todos hemos llegado al acuerdo de que eso es cierto.
Los cuentos de tu libro Luna Cinema están conectados por un mismo hilo, escenarios al límite del apocalipsis. ¿Crees que el mundo tenga salvación?
Creo que somos una hermosa coincidencia. No creo que tengamos un final hermoso. Si yo escribo fantasía, escribo mucho sobre Dios, es porque me gustaría que existiera. La verdad es que me falta mucha fe para poder asegurarlo; pero el hecho de que nosotros dejemos de existir y nos muramos por una bomba atómica, que deje de haber sol, o lo que sea, tampoco es que sea un final triste. Desapareceremos y quedará la hermosura de que alguna vez existimos. Y ya. No creo que la muerte en sí sea algo triste.
En tu libro Cabalgata en duermevela combinas la minificción con el cuento, además tienes otro libro únicamente de minificciones, que el sólo título ya es un excelente cuento de una línea: “No respiramos: inflamos fantasmas”. ¿Qué es lo que te gusta de la brevedad?
Mi primer libro, La noche es luz de un sol negro, también tiene muchas minificciones, y Embrujadero, también. No sé si propiamente la minificción me guste, porque, insisto, yo soy más un creador de historias que escritor. A estas alturas ya no me interesa si me dicen escritor o no. Me interesa contar historias, contarlas de la manera más eficaz. Hay historias que permiten ser contundentes en tres líneas, o en una o en dos, y cuando escribes diez líneas se pierden, se convierten en otra cosa. Por ejemplo, a mí me encanta el título (No respiramos… ), me siento muy orgulloso, si le agregamos dos palabras, se difumina.
Me gusta la minificción en tanto que me gusta descubrir historias que pueden ser contadas en pocas líneas. Pero también me gusta que haya historias que puedan ser contadas en más líneas. Si acaso he de decir algo extra, pero esto es circunstancial, que está padre que puedas leer algo en un minuto, porque estamos en este mundo en el que es tan urgente decir tanto en tan poco tiempo, porque hay tanto en el mundo.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Corrijo hasta la humillación, en serio, ya hasta que siento que el texto me está humillando. Ahora tengo una novela eterna que llevo no sé cuántos años escribiendo. Bueno, termino una novela y termino un libro de cuentos. El año pasado en realidad no hubo ningún libro nuevo, se publica No respiramos…, pero es una antología personal, con algunos textos nuevos. El último libro en que publico algo nuevo es Cabalgata en duermevela, que es del 2011. En estos últimos cuatro años he estado escribiendo estos dos libros —la novela y los cuentos— y haciendo difusión de lo que he escrito; este año, parece, se van a reeditar dos libros, además corregidos, Guiichi, que se va a llamar Vudú cósmico o la mutación al mal, y Embrujadero. A mí nadie me conoce, estas reediciones me permiten llegar a más lectores, además de los otros dos libros que voy a publicar.
Para terminar, tres autores mexicanos muertos y tres vivos que recomiendes.
Los muertos: Salvador Elizondo, Francisco Tario, Octavio Paz. Y me faltó, obviamente, Juan Rulfo, sería el cuarto. Vivos: Emiliano González, Alberto Chimal y Hugo Hiriart.