A favor de la lectura fragmentaria como acto de rebeldía


por Armando Gutiérrez Victoria


Es verdad que a veces dan ganas de leer un libro de poesía como quien escucha un disco. Primero repasar en su totalidad las partes, de principio a fin cumplir con el recorrido que el artista nos sugiere, para luego imponer nuestra íntima tiranía, quedarnos con lo que nos gusta nada más y reproducirlo una y otra vez, a nuestro antojo, sin estructuras, sin planificaciones complicadas que no sean las de nuestro gusto.

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Estamos /estoy, yo lo estoy en realidad/ tan acostumbrados a que tiene que gustarnos todo, todo en su totalidad, el conjunto, la unidad, como cuando se nos pide terminar todo lo que está en nuestro plato. Sin darnos cuenta, nos encerramos en prácticas restrictivas y conservadoras de consumo. Mientras no tenemos ya reparo en liberar al creador de la angustia del todo unitario, nosotros seguimos atrapados en el paquete entero, en la coherencia desmedida que todo debe tener a todas horas.

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A favor de la lectura fragmentaria como acto de rebeldía. Sería un buen título para una ponencia o para un artículo de revista de prestigio. O quizá no, porque suena demasiado vago, no se alcanzan a distinguir sus partes, suena más a ocurrencia, a ganas de querer abarcar todo. Pero si lo que queremos es hacer un ensayo, habría que iniciar con una idea, de preferencia atractiva, algo como esto: “Es verdad que a veces dan ganas de leer un libro de poesía como quien escucha un disco”, o en su defecto con una cita brillante, de algún autor famoso y a la moda, siempre hay que estar a la moda.

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Hay que desechar la siguiente idea: que siempre tiene que gustarnos todo en un poemario, cada verso, cada letra, cada decisión gráfica. En cambio, habría que comenzar a subrayar aquellos textos que más nos significan, empezar a recopilarlos. Hay que hacer nuestro propio playlist. Se vale hacerlo de nuestro escritor favorito. Hay que ponerlo en los días terribles, cuando sentimos que nos lleva la chingada. Una antología personalísima de poesía para cuando siento que me lleva la chingada y siento que leer poesía hará que ya no me lleve, o me lleve menos.

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Desechar los versos desafortunados. Los feos, pues.

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Yo acostumbro señalar los malos versos con un subrayado y a lado, justo a lado, un pequeño tache (X) a lápiz. Como quien dice “No hay nada bueno que ver por aquí”, porque no vale la pena perder el tiempo intentando encontrar lo que sea que el poeta o la poeta quiso decir y no logró y no nos llega, se quedó en meras intenciones, buenas, pero se quedó, atorado como esos discos viejos que se rayaban y ya no servían de esa parte.

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La poética del fragmento y lo no lineal suena bien, parece muy innovadora y, sin embargo, no lo es. Ya lo dicen los eruditos en un sinnúmero de artículos académicos soporíferos sobre su génesis en Baudelaire, en la poesía moderna, en las vanguardias. Tomar sólo lo que nos nutra, lo que nos llegue a significar, no en un sentido de falsa colectividad, sino sólo como sensibilidades pensantes. Porque, cómo quieres representar a un grupo, si no sabes sentir primero por ti mismo, solo, con tu cuerpo nada más. Hay que sentir bien para pensar bien.

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No hay que confundir, realmente, la poética del fragmento con el collage y con lo que fue escrito carente de rigor, porque no es la misma cosa. En una hay decisión, raciocinio, ganas de conservar algo que nos gusta, que primero reconocemos que nos gusta.

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Repetir / Repetir / Repetir (las veces que haga falta) lo que nos gusta, hasta que llegue a hartarnos y, como ciertas palabras, se erosione su sentido. O como una canción que ponemos diario, una y otra vez, mientras vamos al trabajo, mientras comemos, en las noches, antes de dormir.

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Leer poesía como se juega dominó. Un poema contra-puesto a otro igual y distinto, que nos deje continuar la cadena de sentidos. Hasta que se nos acaben las fichas. Todo al azar.

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“No puedo negar que pienso en las virtudes del bolillo” (Elisa Díaz Castelo) ✓✓

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También hay que marcar los buenos versos. Incluso en los malos libros.

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Escribir, escribir, en pedazos, siempre en pedazos, como nosotros, como lo que sentimos o los poemas que tanto nos gustan.

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Manual para ya no leer de corrido, como si fuéramos caballos idiotas que sólo siguen un camino. Manual para la no complacencia y la monotonía en la lectura. Y Manual para la apropiación (en verdad la apropiación) de un texto. Sí, eso es en realidad lo que hace falta. Que alguien lo escriba.


Tlalpan, marzo 2024



Armando Gutiérrez Victoria (CDMX, 1995). Ensayista, poeta y crítico. Estudia el Doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Autor de Week-end en Zipolite y otros poemas póstumos (Premio Don’t Read, 2023). Ha colaborado en revistas y publicaciones electrónicas como Punto de Partida, La Palabra y el Hombre, Didasko, Carcaj, Enpoli, Campos de Plumas, Plástico, Página Salmón, Ibídem, Periódico Poético, Primera Página, Espora, Noche Laberinto, entre otras. Director de la publicación electrónica independiente Irradiación. Revista de Literatura y Cultura.

Arte: Lisa Kokin

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