Dos minificciones


Peligro

Después de la explosión creí que no volvería a toparme con otra persona viva jamás, y era feliz con eso. Me divertía jugando a ser el único sobreviviente, vestido de Rambo postapocalíptico, imaginando que huía de zombies o caminantes blancos, decidido a llegar tan al sur como lo permitieran mis pies y la lluvia ácida. Pero un día la vi, hurgando entre las ruinas de un Walmart. No hizo falta acercarme a ella: reconocí al instante a mi exnovia.

Ahora viajo hacia el norte, ya no hay diversión en mi viaje. Ahora sé que el peligro es real.

 

—Mario Arroyo

 

No eres tú, es el fin del mundo

Las mañanas suelen ser frías, y a mí me importa un carajo. Que los días y las noches parecen no tener una división, porque tanto en los dos la guerra de oriente y occidente retumba por las calles. A mí la poesía posmoderna me importa un carajo. Todo me es indiferente en cuanto a los pensamientos pasajeros de unos cuantos justicieros sociales. Poetas, por favor, todos son lo mismo. Su inspiración es la matanza de cristianos en Camerún, o los índices de entretenimiento en páginas web “degollaciones.com”

Las mañanas, las malditas mañanas solo son inicios del día. Para qué tanto adorno metafórico, al fin y al cabo nos cuelgan en la vía pública. Homosexuales, cristianos, de la derecha, de izquierda, qué más da. La Hora ha llegado, se dice. A mí me importa un…

De qué me sirve seguir leyendo, si todo se ha acabado. Mamá ya no manda galletas por correo, el mundo se muere. Las revistas se apresuran a buscar nuevos escritores de las mismas nuevas malas. Jesucristo, resucita. La Hora ha llegado. Y las galletas se pierden en el camino.

Kalki, con tu poder infinito, haz de mi larga desdicha un artículo y mándalo, con mis datos, a las desesperadas empresas que apoyan la guerra. Que quede claro que me dan igual sus sádicos ideales, mas no han mandado el cheque por mi último relato, que era una crítica a la música y su relación con los amores imposibles. De seguro no lo han aceptado porque no hablé de guerra e incendios forestales. A las personas no les sorprende encontrarse con un cuerpo decapitado, o llevar a sus hijos a la escuela, y cuando los dejan en la puerta se enteran de que hay un coche bomba. Allahu Akbar.

Los días han perdido brillo, y yo, fe. Ahijole, ahora todos son expresivos seres de mil conocimientos, amantes de la paz y consumidores de Herbalife. Mis libros se vendían por montones y ahora solo recibo cartas amenazantes de editoriales que piden mi opinión acerca del fin del mundo. Para qué me desgasto, todos moriremos y nos iremos al carajo. Personalmente pienso que esto apesta. Ya no hay vino en las tiendas. No hay algo, mejor dicho. Mi opinión es que no quiero ser un Bukowski a causa de que estoy sobrio en estos incruentos días de drama y South Park. Pero vivo como un ebrio, un acosador de mujeres y perseguidor de problemas. Es el maldito fin del mundo con un carajo. Los días han perdido vino, y yo, talento.

La literatura es como un control, si juegas con él a ser el malo, la gente hace lo contrario a lo que predicas. Actualmente es eso lo que nos hace falta, ser malos: predicadores hay muchos, y todos ellos se han vendido a la idea de la salvación. Yo escribo y soy realista, no me ando perdiendo en mundos fantásticos ni en palabras efímeras. No entiendo esa idea de seguir haciendo del baño y romperme la madre en hacer un haiku. Al carajo, si el mundo no siente nada por lo que ocurre, mis veinte minutos cagando e inventando complejas ideas no valdrán la pena. La literatura es como un juego donde nadie pierde. Y en el fin del mundo los juegos son exóticos.

La Hora ha llegado, repito. Espero bombardeen esta zona de la ciudad, justo en mi vecindario. Sin galletas, sin vino y con escasez de asombro de parte de mis lectores, ya no me queda algo por lo cual me siga quejando. Utopías, distopías y entre más encantos, quedan en el registro de lo que alguna vez fuimos como especie. Nuestros héroes se entierran más y más en el olvido. No soy cristiano, pero le pido perdón a Dios por todo lo que he escrito acerca de él. Si hoy muero, así como estoy, en pijama, no quiero irme al infierno. Ahí estarán todos los editores de mis obras; ¡cuánto los detesto!

Sin esposa y sin hijos. También pediré perdón por eso. Pero quién se ha de imaginar en toda su vida que será testigo del final de los tiempos. Poemas eróticos basados en fantasías a lo Sigmund Freud. Perdón, mamá. Borracheras y criticas sin sentido al pobre estilo creativo de borrachines al igual que yo. Lo siento. Pido disculpas a todas las personas que ofendí en la transición de mi carrera, en especial a los amateurs. Jodidos, abusadores del hipérbaton. Y a los chinos, por ser a los únicos quien personalmente pedí que no leyeran mis libros y demás mareas letradas.

Mañanas frías, libros que no alcanzan a compensar la realidad, poemas absurdos, realmente ridículos, noches sin vino, muertes en las calles, viento olor a dinamita, animales extintos, la quiebra de la economía mundial y un pésimo servicio al cliente en FedEx. Así es como imaginé el fin del mundo. Allahu Akbar, feminismo, etc.

 

—Milton Vázquez

 

 

Mario Arroyo (Los Reyes, Michoacán, 1990). Estudia la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha publicado en las revistas Punto de Partida, Espora y Animalario.

Milton Vázquez. Estudiante, ocioso, malviviente que desempeña un penoso papel en el mundo literario. Nacido en Salamanca, y actualmente con 17 años, adquirió el gusto por la lectura en la secundaria. Lo de escribir aún no, porque lo que ha publicado hasta ahora, un libro, le ha resultado fatal. Sin embargo, cree en Dios y en que, por él, sus demás relatos y minificciones tendrán el honor de ser criticados por los verdaderos amantes de la literatura.

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