por Elizabeth Cadena Sandoval
Cuando pensamos de manera general en el cine, pensamos en entretenimiento, en las aproximadas dos horas que “invertiremos” en mirar la pantalla. También pensamos en historias: en un principio y un fin, en un planteamiento y un desenlace. Sin embargo, es posible pensar en “otro cine”:[1] el cine expuesto o el cine “de los museos”. En lo que sigue, me dispongo a introducir brevemente qué es el cine expuesto y en qué radica su importancia, pues me parece que, a pesar de su significación cultural, dicha práctica académica y cinéfila no ha sido difundida y explorada lo suficiente.
Queda primero aclarar que por “cine expuesto” no me refiero al video arte ni a la experimentación artística con medios audiovisuales como tal, sino más bien a aquel material hecho para ser visto de la manera “tradicional” (es decir, en pantallas grandes y chicas) y luego se exhibe bajo nuevos recursos en galerías y otros espacios de exposición artística. Como potenciales ejemplos en México, podemos considerar el material presentado en la exposición de Kubrick recientemente resguardada por la Cineteca Nacional. Como ejemplos internacionales, pensemos en las exposiciones permanentes de los museos de cine de Amsterdam, Berlín o Frankfurt, del museo de la Imagen en Movimiento de Nueva York o del museo de Karel Zeman en Praga. Si definimos al “cine expuesto” más allá del objeto, podemos pensarlo como una práctica tanto de aquellos que lo promueven (y lo hacen) como de aquellos que lo reciben.
En principio, entonces, el cine expuesto es una práctica académica. Así como escribir ensayos especializados o impartir seminarios, es una práctica enfocada a promover y enriquecer el conocimiento por medio de la investigación y la educación. Se forma a partir del trabajo de especialistas cuya tarea principal es estudiar y difundir el valor de objetos fílmicos específicos. Este cine es resultado de una larga exploración dentro de la inmensa industria fílmica. Es, sin más, un ejercicio y una posibilidad para la enseñanza del cine de manera colectiva. La relevancia de esto, aunque ya ha sido sugerida, puede resumirse en que el cine expuesto es una manera más de estudiar la cultura, que se diferencia de las demás por su elevando interés en la difusión y participación pública.
Por otro lado, el cine expuesto es una práctica cinéfila como también puede serlo ir al cine, ver una película en casa o asistir a un festival. Esto quiere decir que es resultado de cierta afección hacia la industria cinematográfica y, particularmente, hacia productos específicos de la misma. Su relevancia como actividad de este tipo radica, entonces, en que, de manera colectiva, nos permite alimentar nuestro interés y conocimiento sobre algún objeto fílmico; esto no sin antes hacernos prestar atención y reflexionar sobre ciertos detalles que, en prácticas más tradicionales y de entretenimiento, damos por sentado. Consideremos, por ejemplo, la exposición de Karel Zeman antes mencionada, la cual se enfoca en descubrir la labor de dicho cineasta, quien inventó varios de los efectos visuales que hoy en día son aún usados y adaptados a nuevas tecnologías. Su objetivo es, en cierto sentido, exponer la magia del cine y ofrecer un umbral entre lo que es “real” y lo que es “creado” con la ayuda de la cámara, al mismo tiempo que se alza como monumento a un personaje imprescindible en la historia del cine.
En términos formales, el cine expuesto mantiene características claramente distintas a las de una vista tradicional de películas. Si consideramos mi descripción general sobre “qué pensamos cuando pensamos en cine”, el cine expuesto no se resume a “dos horas frente a la pantalla” porque su duración depende de la decisión activa del público respecto a cuánto tiempo permanecer en la experiencia. También porque el cine expuesto no depende sólo de ponerse frente a una pantalla, sino además de lo que rodea a ésta (objetos o descripciones) y de las condiciones que ésta plantea (¿se contempla o se toca? ¿es silente o sonora?). A esto se suma que del cine expuesto no nos motiva la historia, al menos no en el modo convencional de inicio, desenlace y final. Quizás la propuesta de exposición se basa en alguna narrativa; sin embargo, ésta llega al público de manera fragmentada: por medio de objetos varios que una vez pensados en conjunto ofrecen su historia.
La relevancia de las nuevas estructuras (y experiencias) del cine expuesto radica, justamente, en la novedad de cada propuesta de exposición. A medida que incrementa la abundancia de diferentes expresiones audiovisuales, nuestra apreciación de las mismas también se hace costumbre: no sólo hay más material fílmico en circulación, sino también nos hemos apropiado de las herramientas básicas (la cámara) para documentar nuestra vida diaria. El cine expuesto es una respuesta a esto, pues plantea el (re)uso de dicho material y dichas herramientas aunado a la reflexión de los mismos, a explorar nuevos horizontes y nuevas posibilidades. Con esto, pareciera que el cine expuesto NO es entretenimiento, aunque lo cierto es que tampoco es opuesto a él. Es, simplemente, otra parte en el espectro de la experiencia fílmica. Una parte que, innegablemente, se ha vuelto más y más necesaria.
En México, con un espacio como la Cineteca Nacional, se han comenzado a explorar las posibilidades del cine expuesto respecto a nuestra apreciación fílmica, nacional e internacional. Sin embargo, aún queda mucho por considerar, quizás nuevas formas y espacios, más películas y personajes. Por ahora, cuando pensemos en cine, pensemos en toda la experiencia, cinéfila y emocional, educativa y reflexiva, individual y colectiva. Pensemos en un cine sin límites.
Notas
[1] Erika Balsom, en Exhibiting Cinema in Contemporary Art (Amsterdam: Amsterdam University Press, 2013), propone usar —en lugar de “other cinema”— “othered cinema”, que posiblemente pueda traducirse como “cine alterado”.