por Manuel Santana
Todos en el pueblo dormían tranquilos a sabiendas de que el idiota cuidaba la puerta.
Al caer la tarde se congregaban en la plazoleta del soportal y allí aguardaban la aparición del singular mecenas. A punto del anochecer él aparecía y bendecía con gestos toscos y un grotesco ceremonial la entrada a la ciudadela.
Después todos le creían y se marchaban a sus tumbas de papel crepé a esperar el alba, mientras el idiota corría desnudo por el atrio y gritaba verdades a medias.
Cierta noche un general venido de un pueblo diminuto al norte de Peninburgo, cuya ubicación ya todos ignoran, marchó con su ejército a la ingenua ciudad. Entró por el umbral principal sin oposición más allá de los falsos muros y el memo nudo que susurraba mentiras, a medias también.
Murieron miles, la mayoría ancianos y niños, que clamaban piedad a los habitantes que bajo los gritos hilarantes del centinela vulgar habían perdido ya la capacidad de escuchar.
Nadie culpó al idiota, que al final fue confiado a participar de un puesto honorífico del nuevo régimen dictatorial.
Manuel Santana, nacido en Guadalajara, Jalisco, ha dedicado la mayor parte de su carrera profesional a la investigación, sin dejar atrás un gusto expreso por la literatura. Ha sido colaborador en proyectos cinematográficos independientes, así como guionista y cuentista.
Ilustración de Giorgio de Chirico.