Sospecho que no hay un grupo de superhéroes con el que mi generación se sienta tan identificada como con los X-Men. Sus temas de diversidad e intolerancia tienen una enorme resonancia para nuestro tiempo, además de ser una historia que mezcla la tragedia y el melodrama; con fuertes personajes femeninos como no los hay en ningún otro cómic. De ahí que no me sorprenda la euforia que se sentía en la sala de cine de una función cualquiera de domingo para ver X-Men: Apocalipsis, la más reciente entrega de la saga de la que también forman parte X-Men: Primera Generación (2011) y X-Men: Días del Futuro Pasado (2014).
Cada película de la trilogía está ubicada en diferente década: los hechos de la primera película acontecen en 1962, la segunda se desarrollan en 1973, mientras que la más reciente sucede en 1983, con referencias al cine, música, política e incluso videojuegos de la época. Contextualizar cada trama con hechos históricos reales me parece una idea brillante, le da mayor peso a los hechos y permite crear un gran universo ficticio más grande que otros, ya que se amuebla con aquello que los espectadores ya saben del mundo real.
En esta ocasión el profesor Xavier y sus alumnos se enfrentan a En Sabah Nur, el primer mutante, alabado como un dios por distintas culturas; quien, tras despertar de su letargo milenario, se da cuenta que las normas del mundo de los hombres oprimen a los mutantes, por lo que decide reclutar a cuatro de los más poderosos, sus “jinetes del apocalipsis”, para derrocar a las potencias estadounidense y rusa, e imponer así el reinado de los más fuertes.
Como en entregas anteriores, las excelentes actuaciones de James McAvoy y Michael Fassbender como el Profesor X y Magneto, respectivamente, son lo más sobresaliente de la película. Mientras que Oscar Isaac convierte al sereno y calculador Apocalipsis en el villano más interesante de lo que va del año. De entre los actores que interpretan a los nuevos estudiantes destaca Sophie Turner, quien parece una adolescente Jean Grey arrancada de los cómics. Y sí, nuevamente el Quicksilver de Evan Peters se roba por momentos la película, sobre todo, por las escenas de acción en las que participa.
Precisamente las secuencias de combate y acción son el mejor aspecto de la película, en particular la última pelea. De hecho, a diferencia de los guiones de las películas anteriores que son más redondos y con un ritmo fluido, este guion se toma su tiempo para ensamblar todas las piezas que conformarán el muy satisfactorio tercer acto, el momento en el que muchas otras películas de superhéroes fracasan.
Es interesante ver la evolución del director de Apocalipsis, Bryan Singer. Él fue quien dirigió X-Men (2000), la película que inició esta nueva ola de sagas de superhéroes. En ese entonces para sus escenas Singer optó por una paleta de colores muy específica, más cercana a The Matrix (1999) que a los cómics de donde salían los personajes. Ahora, desde los créditos iniciales hasta la conclusión hay una propuesta de estética más atrevida y bien lograda. De hecho, de todas las películas sobre los X-Men, ésta es la que mejor emula visualmente los cómics. Aquí vemos una clara influencia del célebre ilustrador Jim Lee, no sólo en los efectos visuales, sino también en el vestuario. Esta transformación visual no sólo habla de la trayectoria de Singer, sino también de los espectadores de cine que con los años nos hemos hecho más receptivos a mundos que presentan un mayor desafío visual para nuestras expectativas.
X-Men: Apocalipsis de los estudios Fox posee un guion de trama y diálogos un tanto simples (sobre todo si se le compara con la casi impecable Primera Generación), pero también con escenas de acción creativas y visualmente interesantes que la distingue de las propuestas cinematográficas de Disney y Warner.