La belleza de la falla o El principio del caos en Joker


Siga bajo su propio riesgo. El texto contiene spoilers.

 La película Joker (alias, El bromas, para los que nos subimos al tren del mame en internet) se estrenó la semana pasada en México y consigo trajo una oleada de críticas polarizadas; desde aquéllas que señalan a Joaquin Phoenix como indiscutible ganador del Oscar, hasta aquellas que sencillamente la consideran demasiado violenta1; sin embargo, lejos de la crítica a la actuación, hay que poner atención a algunos aspectos del desarrollo narrativo que hacen de esta película una lectura muy acertada de qué es el Joker.

Este spin off del universo DC, más que proponer un personaje al cual se le pueda dar continuidad, propone una interpretación de lo que representa el Joker; mantiene e intenta explicar algunos de sus elementos característicos. El que Arthur sea un paciente con una enfermedad mental (serios problemas de depresión, megalomanía y una especie de Tourette que se manifiesta en la risa) aborda de manera clara el estado psicológico del Joker. Sin embargo, una lectura demasiado facilista sería casarse con el diálogo que enuncia antes de matar a Murray: “¿Qué pasa cuando juntas a un hombre enfermo y solitario con una sociedad que lo abandona y lo trata como basura?”. Ciertamente, Arthur cae en la desesperanza absoluta de salvarse a sí mismo cuando se ve abandonado a su suerte, sin origen ni destino, pero responsabilizar a la sociedad o al sistema de haber creado al Joker sería erróneo; en otras palabras, la sociedad no tiene toda la culpa.

Un elemento fundamental en la creación del Joker, como concepto, reside en el caos. La teoría del caos se utiliza para estudiar sistemas complejos y pretende explicar las grandes alteraciones a partir de leves modificaciones en sus variables. Constituye un sistema que pretende determinar los resultados de un suceso a partir del conocimiento absoluto de cada uno de sus factores iniciales.

Arthur es un hombre que intenta encajar en el sistema: asiste a sus terapias obligatorias por mandato jurídico, tiene un trabajo con el que intenta ayudar a otros (“llevar alegría a todo el mundo”) y procura cuidar a su familia (su madre). Vive en un contexto de alta vulnerabilidad social: como persona con enfermedad mental, ya se sitúa en un grupo minoritario y lo resiente (“lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actuaras como si no la tuvieras”), además vive en una zona marginada de la ciudad donde la violencia está a la orden del día, también es víctima de clasismo y discriminación. Sin embargo, estos elementos generalmente están enlazados en los perfiles de conducta criminal; en otras palabras, Arthur presentaba todo el contexto social para encaminarse hacia las actividades delictivas. Sumado a lo anterior, también se plantea la ausencia de su origen; su madre lo convenció de que él era hijo de Thomas Wayne, pero se descubre que en realidad ella también tenía una condición médica y que Arthur en realidad fue adoptado.

El aspirante a standupero únicamente vive según se lo marque la corriente. Si el cauce lo encaminaba a pertenecer a la sociedad, hacia allá se dirige. En ese sentido, Arthur parece un héroe moderno que trata de encontrar valores auténticos en la sociedad. Pero ese afán de pertenencia no le es propio. En realidad el Joker siempre ha estado ahí, oculto tras la cara de Fleck. En un principio, el multihomicidio en el tren pareciera un asunto de legítima defensa que se salió de control, ¿entonces por qué perseguir al tercer sujeto y vaciarle el barril del revólver? En realidad, no hay un propósito detrás de esa acción; lo anterior queda claro en la entrevista con Murray: “No es una postura política, no creo en nada de eso… Quiero dejar de decir que no fue divertido matar a estos tres sujetos en el tren, porque sí lo fue”. Después, esa simple acción sin sentido alguno desata todo un movimiento sociopolítico de reclamo hacia la clase alta de Gotham; en algún sentido, la revuelta final también estuvo latente todo el tiempo (de ahí que bastara una chispa para desatar todo el caos que se retrata hacia el final de la película, por lo que la ciudad, más que un agente de creación del Joker, es un espejo de Arthur.

Quizá, el aspecto más relevante sea el suicidio de Arthur, pues lo ensaya una vez recibida la invitación a su talk show favorito. Después de los asesinatos cometidos y de enterarse de que en realidad no tiene una historia que lo identifique, el último paso hacia su completa despersonalización es suicidarse, pero como héroe moderno, que en ese momento encarna, necesita dejar una huella en el mundo, un último testimonio de que no existe ningún valor auténtico, quiere convertirse en el hombre frenético de Nietzsche que declara la muerte de Dios. Y algo muy similar ocurre. Arthur comete un suicidio más bien ontológico, mata en sí mismo su fachada de “decencia” y deja que el Joker aflore libremente. No se resiste al arresto, es más, se puede percibir un aura de felicidad en sus gestos. Joker al fin es libre de sí mismo; se convierte en el hombre-monstruo que retrató el romanticismo.

El epítome del caos ocurre en la escena del “renacimiento” del Joker, cuando un grupo de protestantes lo saca de la patrulla en que se accidentó y lo coloca sobre el toldo del vehículo y le suplica levantarse. Joker se pone de pie y danza como si ésa fuera su gran presentación ante el mundo: todos lo ven como un símbolo de libertad y de justicia, él ve todos (incluso a sí mismo) como algo carente de sustancia de destino.

Más que una apología al estallido de violencia por parte de un individuo, el filme Joker plantea una oscura reflexión filosófica: ¿cuál es el sentido de todo si únicamente es fruto del azar? Se dice que cada uno de los actores ha encarnado a un tipo distinto de Joker: Romero hizo al payaso; Nicholson, al mafioso, Ledger, al anarquista; Leto, al psicópata y bien podría decirse que Phoenix interpreta al nihilista.


1 “Millenials abadonan proyecciones de Joker por ser demasiado oscura” en Tomatazos, disponible en aquí (consulta: octubre de 2019).

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