por Sandra Cruz
A Juan Rulfo
Higinio lleva dos semanas desmemoriado, no se acuerda quién es y porqué está aquí con nosotros. Hay días en los que se le olvida cómo hacer la siembra, le tenemos que ayudar del diario pa´que el patrón no lo corra o le pague menos, le tenemos que ayudar porque tiene mujer e hijos. Mi papá y yo tenemos a mi mamá y a mis hermanas, nosotros somos dos aquí trabajando fuerte pa´mandarles el dinero y que coman, aunque también son dos los años que no las vemos, desde que yo tenía 8 y era un poco más chamaco. A veces me da miedo que se me vayan a olvidar sus caras y sus voces, que ya ni sepa cómo son. No sé cuándo habrá que irse de aquí pero por mientras, aquí nos quedamos, así dice mi papá.
Nadie sabe bien qué le pasó al Higinio, unos dicen que esa noche se topó con las ánimas que andan rondando estas tierras y les roban el alma a los cristianos que se encuentran, que a él le perdonaron la vida pero lo dejaron sin recuerdos, sepa porqué. Otros dicen que nomás fue que se pegó en la cabeza porque se cayó de borracho, la verdad no sabemos y él no nos sabe decir, lo único que se hizo fue ponerle alcohol en la herida y limpiarle la sangre. Dice mi papá que aunque todos los jornaleros nos hubiéramos cooperado pa´pagar el doctor no nos hubiera alcanzado, además que aquí ni hay de esos matasanos cerca. Cuando yo me enfermé de la panza el patrón le dijo a mi papá que no había cómo hacerle, que él no cubría gastos de salud y que además era nuestra culpa por andarnos tomando el agua puerca del arroyo… puerca, como la conciencia del patrón, así dijo mi papá.
Y es que aquí no hay otra agua que nos podamos tomar sin que se la cobren a uno, no hay nada que no se pague, ni siquiera la tantita calma que buscamos cuando no estamos trabajando, nos cobran hasta el rato que uno busca pa´olvidarse de que al otro día tiene que levantarse temprano a seguir la siembra de chiles y pepinos, porque es todo lo que crece aquí junto con la tristeza y los recuerdos, eso dice mi papá, que en este lugar lo que enraíza es la tristeza, los recuerdos y de a veces el coraje.
Para estar poquito contento, uno tiene que acostarse en su lugar dentro de la casa y aunque haya mucho lodo, olvidarse y mirar el techo imaginándose cosas bonitas, cosas como que uno puede jugar donde sea sin que lo regañen, que uno tiene una cobija grandota y que su mamá lo abraza; eso hago yo porque no tengo de otra. Ya me hubiera yo cansado de correr con los demás niños por todo el terreno pero al patrón no le gustan nuestros gritos y nos cobra si encuentra algo pisoteado o quebrado.
La vez que estuve más contento fue el día que cumplí los 10 años, nos fue rete bien con la comida y hasta música hubo, nos reímos todos, bueno, todos menos el Higino que ya estaba en su cancha descansando la cabeza porque la noche antes fue que lo desmemoriaron.
Me acuerdo que esa noche el frío arreció como nunca, se me congelaron toditos los huesos, hasta ni sentía la carne, lo único que me andaba recorriendo todo el cuerpo era el miedo, anduve pensando que qué tal que a lo mejor el lodo, de tanto que ya había adentro de la casa, me tragaba completito cuando todos estuvieran bien dormidos y nadie se daba cuenta, qué tal que cuando mi papá despertara ya no me hallaba y se olvidaba de mí; así anduve piense y piense toda la noche:
—Papá, pá, apá —susurré quedito pa´que no me escucharan los otros, lo sacudí recio pa´que se despertara rápido.
—Eh, ¿qué quieres, chamaco? duérmete ya, ¡ándale!
—Tengo frío… oye, si nosotros nos vamos de aquí, si nos desaparecemos o nos morimos, ¿quién nos va a recordar?
—¿Cómo? ¿Morirnos dices? no nos vamos a morir, no seas tarugo. Además, no por nada somos dos, si yo me muriera para eso estás tú, pa´que me recuerdes, y si tú… que dios no lo va a permitir, yo te recordaría siempre, pero ya está bueno… ¡ni de broma lo digas, pues! quítate esas mensadas de la cabeza y ya acuéstate que nos va a agarrar la mañana aquí, ándale.
Mi papá se volteó y se tapó la cara con un cartón, yo me volví a acostar pero todavía tenía como una temblorina bien agarrada al cuero, cerré los ojos y me repegué más a él pa´ver si así, después de un ratito ya se iba el miedo y de paso el frío. Tal vez fueron los recuerdos, que querían apretarse conmigo pa´que nunca los soltara, que me andaban pide y pide que no los dejara.
Ese día en la mañana nos habíamos levantado tempranito a darle a la siembra, me quería apurar porque Higinio me dijo que me iba a dar un regalo por mi cumpleaños, uno que era de parte de él y de mi papá. Cuando terminamos la jornada, se fue hecho la mocha al pueblo pa´traerlo, antes de irse me dijo: -Andate listo pa´recibirlo mañana- y me dieron más ansias de saber qué era. Después de eso no lo volvimos a ver hasta en la noche, mi papá y yo apenas si empezábamos a pegar el ojo de nuevo cuando escuchamos ruidos afuera, era el señor Pedro que lo traía casi arrastrando y con su chipote en la cabeza, nos dijo que se lo encontró tirado en medio del camino junto a una botellita de tequila que ya estaba toda regada en el suelo, que también había un carrito y una playera nueva, luegito supe que esos dos eran mis regalos.
El señor Pedro le dijo a mi papá que también vio pisadas del caballo del patrón, que estaba enojado porque el Higinio ya le debía mucho dinero de las cosas que se llevaba de la tienda y no podía terminar de pagar nada, que todo su trabajo del mes no le iba a alcanzar pa´terminar de saldar la cuenta. Le dijo a mi papá que el patrón también andaba por ahí, por donde el Higinio y que se hicieron de palabras. Sepa qué fue pero al otro día el patrón nos mandó unos pollos rostizados y la música pa´festejar mi cumpleaños, fui rete feliz.
Mi papá dijo que al patrón lo rondó la culpa y que nosotros no podemos decir nada, que hay cosas que se tienen que callar, hacer como que no las sabemos pa´que no nos vaya más mal, que a veces el infierno es más profundo cuando el diablo tiene cola que le pisen, eso dijo mi papá. Yo no le entendí pero creo que ese día siempre lo voy a tener bien fresco en la cabeza.
Extraño rete harto que el Higino me diga que le recuerdo a su hijo el mayor, extraño que me diga: ¡Cómo te me figuras a mi niño, tú Salvador! y que me traiga dulces de la tienda. Ojalá ya se ponga bueno y se acuerde de todo, ojalá que ya a ninguno nos vuelvan a desmemoriar, que no nos quiten los recuerdos porque es lo único que tenemos.
Ilustración: “The Veteran in a New Field” de Winslow Homer