La identidad del mexicano y su formación a través de la polisemia de la palabra chingar


por Rosalba Gil

 

La identidad del mexicano ha sido tema de discusión para muchos autores. Y más aún, el origen de la palabra “chingada” y sus múltiples significaciones, intrínsecas en las innumerables facetas de la misma. Pero, ¿de dónde viene el carácter ambivalente de esta expresión: “hijos de la chingada” con la que denotamos un carácter positivo o negativo? A continuación, presentaré un esbozo de su procedencia para poder entender mejor el significado y sentido que ha adquirido esta palabra en la vida y el contexto mexicano y la complejidad de su envergadura, la cual representa el sentir y actuar que nos impulsa a ser tan peculiares.

De acuerdo a algunos escritores, como Octavio Paz, basado en: “La anarquía de la lengua española” de Darío Rubio, la palabra chingada es de origen náhuatl, “chingaste es xinachtli (semilla de hortaliza) o xinaxtli (aguamiel fermentado)” (Paz). Sin embargo, la palabra xinachtli no explica ni fonética ni semánticamente el origen del verbo chingar. Por otra parte, otros postulan que chingar es un préstamo proveniente de las migraciones, de esclavos del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII de origen africano (en específico angolano), que llegaron a Veracruz. Muchos de ellos con idioma original bantú y quienes, entre sus muchas palabras, traían “kuxinga” y “muxinga” y algunas variantes, ya significando los muchos sentidos que los mexicanos dan a estas palabras[1], de ofensa y daño físico. Es por esto que la acepción proveniente del africano, tiene más sentido que la propia versión de origen náhuatl. Sin embargo, no se sabe a ciencia cierta cuál es el verdadero. Existen más versiones como la de Juan Corominas y José A. Pascal, donde se habla de que el vocablo referido proviene del gitano “čingarár” que significa “pelear” y es de origen índico, pero que se mezcló con una palabra nativa de América y dio por resultado a nuestra tan usada palabra chingar. En la actualidad el Diccionario de la Real Academia Española considera como significado de chingar, coloquialmente hablando, como importunar o molestar a alguien. Y la Academia Mexicana de la Lengua, incluye entre otros, el de hacer daño, ocasionar perjuicio, dañar, romper o descomponer.

Aunado a esto, también podemos comparar cómo se usa esta palabra y sus derivados en partes de América Latina y algunas regiones de España. El recorrido que Octavio Paz nos ofrece en el capítulo de “Los Hijos de la Malinche” en su Laberinto de la Soledad nos refiere a ellos de manera concisa:

La voz y sus derivados…asociados a las bebidas alcohólicas o no: chingaste son los residuos o heces que quedan en el vaso, en Guatemala y El Salvador; en Oaxaca llaman chingaditos a los restos del café; en todo México se llama chínguere, o significativamente al alcohol; en Chile, Perú y Ecuador la chingana es la taberna; en España chingar equivale a beber mucho, a embriagarse; y en Cuba un chinguirito es un trago de alcohol. Chingar también implica la idea de fracaso. En Chile y Argentina se chinga un petardo, “cuando no revienta, se frustra o sale fallido”. Y las empresas que fracasan, las fiestas que se aguan, las acciones que no llegan a su término, se chingan. En Colombia, chingarse es llevarse un chasco. En el Plata un vestido desgarrado es un vestido chingado. En casi todas partes chingarse es salir burlando, fracasar. Chingar, asimismo, se emplea en algunas partes de Sudamérica como sinónimo de molestar, zaherir, burlar. Es un verbo agresivo, como puede verse por todas estas significaciones: descolar a los animales, incitar o hurgar a los gallos, chunguear, chasquear, perjudicar, echar a perder, frustrar. (Paz)

Sin embargo, en México, este signo lingüístico cargado de pluralidad de significados va más allá. Lo encontramos como una contradicción que se ha ido forjando por una parte en el sentido de agresión y por la otra en el de una terapia para expulsar distintas emociones. En la vida cotidiana lo expresamos para ensalzar actos o para referirnos a distintas situaciones dependiendo del contexto en el que se use. Así pues, podemos escuchar frases compuestas por el verbo chingar y sus derivados, y también en forma de distintas categorías gramaticales como:  sustantivo, adjetivo e incluso interjección, vgr. ¡a la chingada! “frase muy común que usamos cuando le damos fin a algo, tiramos un objeto por inservible, cuando terminamos un trabajo a como dé lugar o cuando ya no queremos ver a una persona y la mandamos justo a…” (Montes de Oca Sicilia) o ¡chingá! “interjección y apócope de chingada madre que se refiere a cuando alguien logra sacar al ogro que todos llevamos dentro y entonamos un ¡Chingá! acompañado de un gesto de molestia, haciéndole saber que ésta es la primera advertencia, ya que la siguiente podría ser peor (Montes de Oca Sicilia). La encontramos también en canciones y en pasajes, clásicos de la literatura, como: “La muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes:

TÚ la pronunciarás: es tu palabra…

—Chingue a su madre
—Hijo de la chingada
—Aquí estamos los meros chingones
—Déjate de chingaderas
—Ahoritita me lo chingo
—Ándale, chingaquedito
—No te dejes chingar
—Me chingué a esa vieja
—Chinga tú
—Chingue usted
—Chinga bien, sin ver a quién
—A chingar se ha dicho
—Le chingué mil pesos
—Chínguense aunque truenen
—Chingaderitas las mías
—Me chingó el jefe
—No me chingues el día
—Vamos todos a la chingada
—Se lo llevó la chingada
—Me chingo pero no me rajo
—Se chingaron al indio
—Nos chingaron los gachupines
—Me chingan los gringos
—Viva México, jijos de su rechingada… (Fuentes)

Por otra parte, esta palabra es una puerta abierta a un repertorio vasto de posibilidades adheridas a lo que somos, una puerta que deja ver una compilación de la historia tergiversada, mal contada, que mezcla destellos de verdad y de traición. Pero no la traición de la que creemos ser el resultado, sino de la traición de que nos hacemos a nosotros mismos por no asumirnos dueños de la gran cultura de la que somos hijos. Entonces, se pregunta Paz, ¿Quién es la Chingada? al igual que muchos de nosotros, adentrándose en la “psique del mexicano” y responde: “Ante todo, es la Madre. No una Madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicana de la Maternidad, como la Llorona o la ´sufrida madre mexicana´ que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre…” (Paz). Pero, ¿qué culpa tiene la madre? Nótese que una vez más, el señalar a alguien para hacerlo inferior, culpable, en este caso una mujer, tiene cabida en un acontecimiento de la historia. Una historia mal contada que siempre busca chivos expiatorios.

Y peor aún, la frase hijos de la chingada, que da rienda suelta a la concepción de agresión sexual metafórica o literal, desplegada del Premio Nobel de Literatura de que somos “hijos de la chingada” y que mitifica a la traición encarnada en mujer, personificada por la Malinche; la traidora que se puso del lado de los españoles, de los colonizadores; la que abrió las piernas a Hernán Cortés, el conquistador. Y es en lo siguiente donde aparece el clímax de lo referido: “Después de esta digresión sí se puede contestar a la pregunta ¿qué es la Chingada? La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El ´hijo de la Chingada´ es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si se compara esta expresión con la española, ´hijo de puta´, se advierte inmediatamente la diferencia. Para el español, la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, una prostituta; para el mexicano, en ser un fruto de una violación”.

La Malinche, Malintzin o Doña Marina como fue bautizada, se convierte en un símbolo de injuria, de violación que da pie a la obsesión de identificarla como la traidora a la patria. Patria que ni siquiera existía debido a “que el imperio azteca sólo dominaba 40% de la totalidad del territorio mexicano, y en su mayoría existían los señoríos independientes” (González Hernández).  Malintzin la que se entregó y llevó a cabo el coito con un hombre blanco, no con uno de los “suyos”. La que se “rajó” ante su propio pueblo. La que se dejó “chingar” por Hernán Cortés. La sobajada, la esgrimida. Y para que no se piense que está paráfrasis de trasfondo prosaico no tiene su sustento, cito una vez más a tan polémico escritor:

El símbolo de la entrega es la Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados. (Paz)

Afortunadamente, este concepto se ha venido transformando en una postura anacrónica. En una preocupación por la alteridad y por la naturaleza de lo híbrido. Por resaltar y sentirse orgullosos de ser mestizos. Por dejar a un lado el prejuicio con el que La Malinche ha sido tachada y vilipendiada. Habría también que tomar en cuenta, si hemos de emitir un juicio, si la Malinche tuvo en realidad la oportunidad de elegir o si sólo siguió el rumbo en el que se encontraba predestinada por haber sido ofrecida como esclava.

Se dice que Cortés se encontró con Malintzin por primera vez cuando ella le fue entregada como regalo por uno de los caciques de Tabasco, junto con diecinueve mujeres más y otros varios objetos, entre los que había lagartijas, diademas y perros. Fue entonces que Cortés descubrió que era bilingüe y como Jerónimo de Aguilar, un español que había sido prisionero en Cozumel, conocía la lengua maya; él podía traducir del español al maya, y la Malinche del maya al náhuatl. Ella conocía la lengua de Coatzacoalcos, “que es la propia de México, y sabía la de Tabasco, como Jerónimo Aguilar sabía la de Yucatán y Tabasco, que es toda una; entendíanse bien, y Aguilar lo declaraba en castellano a Cortés” (Díaz del Castillo).

De esa relación nació un hijo mestizo llamado Martín Cortés, el cual se convirtió en el simbolismo ad hoc para resaltar la procedencia del mexicano/mestizo como un hijo de la chingada, de esa madre violada, Malintzin, esclava de 17 años que fue entregada, la que cae mal por traidora, la de “moral distraída”.

Fue ese trauma de la conquista que sirvió de pretexto para enfatizar una identidad del mexicano, como excusa de todas sus desgracias y justificación de su realidad basada en un mito y una pésima enseñanza de la historia. Como pretexto del machismo y el odio hacia la mujer y para la imposición con función de consuelo de otra madre, inmaculada e intocable, mejor conocida como: la Virgen de Guadalupe, una integrante más a la tríada de la identidad fantasiosa y de las caras que se le quieren imponer a la mujer mexicana, junto con la Llorona. Que se traduce en el estereotipo femenino a los ojos del macho mexicano, en donde la mujer, aquella madre virginal, se proyecta en la vida cotidiana a través de la infidelidad que se da en el matrimonio o en el noviazgo en donde el hombre macho ”respeta a la madre de sus hijos”  en pro de su virginidad; en el que su novia o su esposa deja de ser la amante, la que despierta el deseo, para convertirse en la madrecita pura y casta de sus hijos, por lo cual justifica, como señal de “respeto” el ser infiel con las de “moral distraída” para divertirse y hacer alarde de su virilidad. Concuerdo entonces, con las palabras del escritor Juan Manuel Zunzunegui a este respecto: “En México todos somos hijos de una madre virgen, y de que parte de la abnegación de la madre esté en renunciar a su sexualidad (por lo menos con su marido, que la está respetando). Así de torcida está la mente del mexicano promedio, que venera a la mujer virgen, la exalta y la colma de regalos y piropos encaminados a quitarle su virginidad…, para luego despreciarla por haber cedido. Algo así como ‘la mujer que esté dispuesta a acostarse conmigo no es digna de ser mi mujer’. Por algo la canción ranchera es una combinación de exaltación y vilipendio de la mujer al mismo tiempo. Tal vez el día que el pueblo mexicano pudiera someterse a un psicoanálisis comprendería y aceptaría que, por razones naturales, todos somos hijos de la Chingada…, tal vez entonces deje de llevarnos la ÍDEM”.

Aunque algunos hijos de la chingada son más iguales que otros. Esta atribución característica de nuestro sistema, patriarcal y machista sólo perpetúa esa imagen de la Malinche y la pone en una condición desigual ante el hombre.

Dicho esto, me gustaría resaltar a una escritora que asume otra postura en el análisis expuesto en su libro: “Lo que nunca pasó por sus labios”, en el cual aborda la figura de la Malinche y examina el papel tan zaherido de la mujer en tiempos de la Conquista.

Cherrié Moraga propone que, si las mujeres son consideradas traidoras, no es entre ellas que se deban traicionar o entre su gente, sino a los roles culturales en los que han sido encasilladas, como madres y esposas abnegadas y sumisas. Ella comenta que para que se pueda evitar ser “aquélla, la que es pasivamente colonizada”, las mujeres se deben transformar entonces en: “el chingón”.

Me parece valiosa y sugestiva su postura y la interpretación que cada quien le quiera dar. Yo la concibo en el sentido de “ser chingonas” y no dejarse humillar ante ninguna situación, ni ante la sociedad en la que vivimos, la cual pareciese por momentos estancada en tiempos de la Conquista, que refleja el machismo que sigue teniendo vida, en especial en nuestros grupos de poblaciones indígenas, al igual que la discriminación hacia los mismos.

La palabra chingar, chingada, etc. ha adquirido distintas formas, nocivas o no, que se han ido expandiendo por el escaso conocimiento de una historia que no ahonda en los acontecimientos de manera más objetiva y sin prejuicios, en una sociedad que sólo conserva el conocimiento que le arrojaron. Una población sedienta de identidad. Identidad que posee, pero que la ignorancia no le permite elucidar.

Es por esto, que propongo valernos de “chingonerías”, desentrañadas en sentido de lucha, nacidas de la madre “chingada” y violar la propia idea de que fuimos el producto de una violación. Ser verdaderos: HIJOS DE LA CHINGADA, apropiándonos de la vastedad de identidad, historia y diversidad que tenemos. Ser chingonas y no reforzar el paradigma mexicano de la Malinche como un recordatorio de la incapacidad de la mujer para valerse por sí misma. Mandar a la chingada el concepto de “chingón” (macho/racista/corrupto/infame/vividor) y transformarlo en “capaz de…”. Dejemos de ser los exprimidos y dejemos de admirar a los exprimidores. Informémonos de lo que sucede. Evitemos estar expuestos sólo a pedazos de una realidad y no de toda. Convirtiéndonos en autores de un lenguaje que intenta decir la verdad al poder. Disfrutar de la polisemia terapéutica de nuestro léxico y dejarnos de chingaderas.

 

Notas:

[1] Etimologías de Chile. 27 de agosto de 2016.  http://etimologias.dechile.net/?chingar.

 

Bibliografía:

Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España . México: Porrúa, s.f.

Fuentes, Carlos. La muerte de Artemio Cruz. Madrid: Anaya-Muchnik, 1994.

González Hernández, Cristina. Doña Marina (La Malinche) y la formación de. Madrid: Encuentro, 2002.

Montes de Oca Sicilia, María del Pilar. El Chingonario. México: Otras Inquisiciones, 2010.

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cutura Económica, 2004.

 

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