Limpieza dental


por Glenda Prado


Carretera vacía, hirviente pavimento, lentamente cruzan dos tortugas, una, hocico abierto, ruidos extraños, la otra desdeñosa, ignorante del requiebro, remisa a ser cogida, aplastada a mitad del orgasmo por trailero drogado; inteligente o feminista odia machos, ignoro.

Quizás debería ser esta la historia, pero, ¿a quién interesa idilio quelonio mitad de la nada?, ya solo chac chac quijadas cachondas entre malezas lejano cada vez más, inútil idilio sin futuro, mejor busque otra hembra, cambie de sexo, más sencillo.

Dejo de mirarlas, acomodo bolsa al hombro, ajusto lentes, esponjo pelo, extiendo brazo, pulgar arriba, pasan uno tras otro, autos, motos, viejas trocas, destartaladas como los dientes del bato que me mira orgasmeado al abrirme la portezuela, —A donde chikitita —pinto el dedo, sonrisa chimuela raya la madre, ¡huevos, a la chingada, next!, las horas pasan, hierven los pies, los muslos se derriten hasta el vientre, el sudor es una laguna entre los pechos, el sol amenaza fulminarme, soy la mujer de Lot en un comal, una parrilla eléctrica, lista para el estofado dominical; ya extraño tortugas cachondas.

—¿A dónde? —pregunta chica fresa, maquillaje corrido, sonrisa húmeda, rostro bronceado, como sus piernas, como sus senos erectos bajo la camiseta manchada, huele a tibio perfume, a esas flores en libros viejos, marchitas a sol, polvo y olvido, me agrada, es una solitaria, como yo.

—A la ciudad —respondo trepando al asiento trasero de un brinco, rie. —Vente mejor acá, es más cómodo y podemos platicar a gusto —da unas palmaditas al asoleado cuero, un segundo y estoy a su lado, aprieta acelerador, salimos disparadas; las tortugas van quedando atrás como mi pasado.

El aire en el rostro reanima, escucho callada a la chica, —Lo bueno es que pasé antes que anocheciera morra, dicen que se pone bien feo ya para la madrugada, ya sabes como, si está la situación de la chingada, más para nosotras —asiento sin responder, ella continua, su voz en el viento se extiende con noticias de mujeres desaparecidas, otras halladas muertas en moteles perdidos, leyendas urbanas, cuentos de levantones, fantasmas, demonios, vampiros; sigo mirando el inmenso desierto deslizándose bajo las ruedas, vuelvo a acomodarme la blusa, el cabello.

—Si, tienes razón, hay que cuidarse mucho —respondo mirando su perfil a contraluz del sol que ya cae entre los pelados montes, parece una buena chica, con algo de miedo.

—Estos rumbos son muy peligrosos —recalca.

—Lo menos son los aparecidos —contesto, intentando inútilmente prender un cigarrillo que el aire se obstina en apagar. —Los de la letra son peores.

Ella voltea, sus ojos oscuros, maquillados cuestionan, esperan continúe la historia; así es siempre, quieren saber más, limito las palabras, prefiero callar, el cigarro se consume rápidamente.

—Creo que sabes a lo que me refiero —hago una pausa, sigue conduciendo sin voltear— Me llamo Arlen, Arlen Cantú, vengo desde la frontera, busco jale, soy bailarina, ya sabes, el table, la escorteada, pero se puso feo, llegaron y valió madre el negocio, levantaron a los dueños, a las morras, balacearon los antros, se acabo todo, me amenazaron, no quise vender ni distribuir su mierda, tuve que salir huyendo con lo que traigo, y pues, aquí estoy, caminando en medio de la nada hacía ningún parte.

—Como lo siento, amiga, te entiendo perfectamente, nos jodieron la vida a muchas. Soy Marlena Garza, era dueña de un Smart Fitness en Monclova, no me iba tan mal, wey, pero un día se presentaron a según ellos cobrar la cuota o el derecho de piso, esa madre, los mande a la verga, al día siguiente que llegue habían aventado una bomba y echado gasolina; ni pensé en ir a la policía, ¿para que?, rematé lo que pude entre las compas, cargue maletas y fuga, y sí, también aquí estoy, ando como gitana de aquí para allá, a veces bailo, otras taloneo, saco pal motel, comida, chupe, y sigo adelante, hasta donde tope.

Extiende la mano.

—¿Amigas?

—Claro —respondo, me acerco despacio y rozo su mejilla con mis labios.

—¡Jajajaja, ok, ok, vaya con la prima fronteriza, se ve que el calor no le ha bajado —se carcajea ruborizada, nerviosa, su mano se cierra sobre la palanca de velocidades, vamos entrando a las primeras calles de un pueblo, casas de adobe, calles solitarias, plazuela de escuálidos encinos el palacio municipal oscuro y gris como la semiderruida parroquia, todo esta cerrado, no hay ni patrullas, ni siquiera un perro mugroso en las aceras; pasamos de largo, a lo lejos las luces neón de un motel.

—A descansar, ya no aguanto la chinga, vengo manejando desde San Luis. Voy a parar, mañana le seguimos hasta Querétaro, ¿te parece? —voltea a verme, mirada cansada, percibo pequeñas arrugas en sus párpados, en las comisuras de sus labios que de repente tiemblan sin querer, me hace preguntarme cuantas cosas ocultamos en el alma y preferimos guardar bajo siete llaves, vuelvo a acercar mi rostro al de ella, pero esta vez le planto un profundo beso que la hace estremecer.

Aquella noche las horas volaron, bebiendo ambas de nuestras vaginas anhelantes; las lenguas exploraron cada centímetro de la piel, rincones ocultos y oscuros donde dejamos caer aullantes orgasmos hasta quedar exhaustas, ahitas de líquidos seminales.

Son las tres de la madrugada, miro al techo cubierto de yeso y grietas, por la ventana la luna se desparrama en oleadas sobre sus nalgas y mi vientre, duerme con suaves susurros, en paz, tranquila, yo sólo veo insomne el infinito, pienso, recuerdo.

Frio, oscuridad, arena, huizaches, gritos, ruegos, mis compañeras desnudas, sangrantes, van cayendo una a una con el cráneo partido, empujan los cuerpos a los hoyos excavados en la tierra dura, seca, luego los cubren con basura, se acercan a donde estoy, las escuadras humean, me gritan puta, zorra, algo de drogas, les escupo las patas forradas de piel de víbora, luego un trueno en mi cabeza, sombras, silencio.

Despierto con un grito, las manos empujan, desgarran plástico, mierda, lodo, emerjo de aquella tumba a mitad de una tormenta, el agua atraviesa la piel, la hiende, se lleva la sangre, la piel muerta, me arrastro como una serpiente herida entre la inmundicia, paso al lado de las fosas donde están las otras, pero yo sigo viva, ¿Por qué?, de repente caigo en cuenta, ¡no escucho los latidos del corazón!, un frío helado, glacial, sale de mis huesos, cubre cada centímetro del cuerpo con un pálido sudario, alzo el rostro al cielo y emito el grito en que se va el último hálito de la existencia; ha dejado de llover, y allá arriba, la menguante Selene observa indiferente.

Su mano en el hombro interrumpe aquellos pensamientos, en la penumbra del cuarto adivino sus ojos oscuros, sus labios, se acerca, cruzamos tibios alientos, nos besamos, volvemos a sentir el ardiente soplo de las respiraciones sobre los erectos pezones, la abrazo, la envuelvo, aprieto suavemente cual una cariñosa anaconda, cariñosa y mortalmente cachonda; ella sólo se estremece callada.

Amanece, será otro día sofocante, el sol como una bestia roja amenaza derretir la ventana, las cortinas, el mundo entero, tomo una ducha rápida, salgo fresca, renacida, el sonido de la secadora no rompe la quietud matutina, bragas, tanga, blusa, jeans, botas polvosas, cepillada, maquillaje ligero y ya esta, tomo mi bolsa, un salto ligero y ágil hacia la cama, beso su frente, ojos, nariz, labios, me detengo en el cuello largo, blanco, bajo por sus pechos, vientres, la vagina, las piernas y llego hasta sus pies, las uñas cuidadosamente arregladas y pintadas.

—Si, era una nena muy fresa.

La cubro cariñosamente con la sábana, lo último que veo en ella son esos dos pequeños puntos rojos sobre su pubis, sobre el marchito monte de Venus, tan lívido, como mi piel aquel día de tormenta; cierro despacio la puerta.

—¿Es suyo el auto señorita? —el oficial da vuelta, revisa las placas, los engomados, pide papeles, ensaya sonrisa cachondona ante aquellos muslos blancos, tentadores.

—Sí, bueno, me lo presto una amiga, viene a trabajar por acá, al rato se lo llevo de regreso al Motel Fiesta, ahí nos estamos quedando, espero no haber cometido ningún delito —ensayo mohín de falsa culpabilidad, enrojezco las mejillas y bajo los ojos.

—No, no se preocupe sólo tenga cuidado con los semáforos y vaya más despacio.

Se aleja hacía la motocicleta cuando se detiene, hace una pausa y voltea, —¡Ah, y chéquese, tiene sangre en los dientes, le recomiendo que vaya con un dentista lo más pronto posible!

—Claro que si oficial, lo haré lo más pronto posible —acelero de retorno al pueblo, dejo el auto fuera de un negocio a la orilla y vuelvo a caminar rumbo a la nada esperando un nuevo aventón, entonces recuerdo esa noche, sonrío. —¡Vaya, jamás pensé que la maldita tuviera tanta sangre en el cuerpo!

—¿A dónde vas, mana? Si quieres te llevo hasta la gasolinera, aquí es mejor no andar, dicen que espantan —la mujer ríe con una carcajada fresca, sincera.

—Si, gracias, tienes mucha razón, mejor no arriesgarse. Me llamo Karina Cantú, ¿y tú?

Nos perdemos poco a poco en la lejanía, allá atrás sólo se escucha el chac chac de una tortuga caliente.



Glenda Prado Cabrera. 53 años, nacida en Monterrey pero adoptada por Saltillo y Queretaro. Periodista, escritora, bruja feminista, actriz y grabadora. Actualmente presento en Querétaro el montaje Isabel Bathory La Condesa sangrienta, y preparo mi tercer libro de poemas.

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