Argentina ’78: Teatro de lo humano


por Mauricio Rebolledo Cervera

 

El fútbol es el deporte más hermoso del mundo. El fútbol es el deporte más hermoso del mundo porque es humano. Es hermoso porque es imperfecto, sucio, distraído, apasionante y triste. En tan sólo 90 minutos reír, cantar, gritar y llorar se vuelven en posibilidades. El fútbol es el mito de lo humano por antonomasia. Precisamente por ello, de vez en cuando, nos topamos con una anécdota que nos recuerda que este deporte va más allá (o más acá) de los millones de dólares que Ronaldo y Messi cobran mensualmente. De vez en cuando nos topamos con una historia que nos recuerda que el futbol es (lo) humano.

En esta ocasión, el fútbol nos remonta a 1978, el mundial de Argentina. La fecha exacta es el 21 de junio del 78 en Rosario, Argentina. Perú se enfrenta a la anfitriona, la albiceleste. En aquellos tiempos, Sudamérica era la región del cóndor, de Kissinger y de la dictadura. Ningún día era un día normal: la persecución, la censura y la desaparición eran temas de la vida cotidiana. El mundial de fútbol representaba la única oportunidad para el ciudadano argentino de olvidar, por lo menos durante 90 minutos, que la libertad de pensamiento y la alteridad política eran crímenes que acarreaban la muerte.

No fue, cabe mencionar, la primera y última vez que el deporte haya sido recibido con los brazos abiertos por un régimen dictatorial, totalitario y genocida. En 1934 en la Italia de Mussolini, el equipo anfitrión conquistó la copa bajo amenazas de muerte en caso de fallar. Dos años después, Hitler recibió las Olimpiadas en Berlín, con el fin de promover y presumir la estabilidad y el poderío del estado ario. Posteriormente en 1968, la Ciudad de México recibió la justa Olímpica, tan sólo diez días después de la masacre de estudiantes en la plaza de Tlatelolco en la capital mexicana. En fin, a lo largo de la historia, el deporte ha sido el improbable aliado de los regímenes totalitarios del siglo XX.

En 1978, la dictadura militar de Argentina, presidida por el General Jorge Videla, era joven, con apenas dos años de existencia. No obstante, su impacto social, económico y político era más que notorio. A pesar de ello, la FIFA, siempre en el meollo de la controversia, corroboró la sede de la justa mundialista. Videla y sus asociados vieron el mundial como la oportunidad perfecta para presumir las “bondades” de su dictadura. El éxito de esta estrategia, sin embargo, dependía en gran parte de la actuación de la albiceleste en el campo. Si la selección fallaba, entonces el gobierno se veía mal. Esto, sobra decir, no era una opción.

El formato de la competencia es diferente al que la mayoría de nosotros está acostumbrado: la fase inicial estaba dividida en cuatro grupos con cuatro equipos cada uno; de esos cuatro grupos dos equipos calificaban a la siguiente ronda. En la segunda ronda se formaban 2 grupos, igualmente con cuatro selecciones por grupo. El primer lugar de cada grupo calificaba directamente a la final, mientras que el segundo lugar le tocaba jugar el, siempre amargo, juego por el tercer puesto.

En la primera ronda, Argentina aprovechó su condición de local y derrotó a Hungría y a Francia dos goles a uno, pero perdió contra Italia por la mínima diferencia. Estos resultados le permitieron calificar a la segunda ronda en un grupo que sería conformado por Brasil, Polonia y Perú. La escuadra dirigida por el mítico Cesar Luis Menotti derrotó a Polonia dos goles por cero, mientras que empató contra Brasil cero por cero. Brasil, por su parte, derrotó a Perú tres goles por cero. Habrá que tener en cuenta que en aquellos tiempos, el tercer partido de grupo se jugaba a diferentes horas, a diferencia de los mundiales más recientes en dónde el tercer partido se juega de manera simultánea. Por tanto, Brasil jugó casi tres horas antes del partido de Argentina. En su partido, la verde-amarela derrotó tranquilamente a la escuadra polaca tres goles a uno. Por ende, Argentina, mucho antes de siquiera pisar el césped, sabía que necesitaba por lo menos cuatro goles para calificar a la final de su mundial.

Uno de los hechos más devastadores de la época de las dictaduras sudamericanas ha sido la falta de claridad en cuanto a los desaparecidos se refiere. Hasta la fecha no está  claro cuántos jóvenes, hombres y mujeres, desaparecieron. De acuerdo a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), alrededor de 30,000 personas fueron asesinadas o secuestradas únicamente en Argentina. El miedo, la paranoia y los secretos eran parte de la dieta diaria del argentino. Todo hombre y mujer era un potencial desaparecido. Cualquier movimiento cuyo objetivo fuera la resistencia al estado militar sería considerado como enemigo y por ende sujeto a la desaparición.

El 21 de Junio de 1978 en el estadio “El Gigante de Arroyito” en Rosario, Perú y Argentina finalmente se alinearon para comenzar el partido. La escuadra peruana, tras haber perdido sus dos partidos previos no jugaba más que por su orgullo, mientras que Argentina se jugaba el pase a la final. Para añadir a la presión, el General Videla se encontraba en el palco acompañado de un invitado muy particular, el Secretario de Estado de los Estados Unidos Henry Kissinger, supuestamente uno de los arquitectos de la Operación Cóndor y padrino de los diversos estados dictatoriales en Sudamérica, incluyendo Argentina. Esta escena parece una copia a calca de la final del mundial de Italia en 1934 cuando la escuadra local se enfrentó a Checoslovaquia con Il Duce, Benito Mussolini, en el palco. Antes de aquel partido el mandatario fascista se comunicó con el entrenador Vittorio Pozzo para advertirle que sólo Dios podría ayudarlo a él y a sus pupilos en caso de perder la final.

Por la escuadra albiceleste alinearon varios jugadores que pasarían a convertirse en leyendas, entre ellos: su capitán Daniel Passarella, hasta la fecha reconocido como uno de los mejores centrales de la historia, y Mario Alberto Kempes, el matador. Perú, por su parte, no contaba con la misma calidad que los llevó a sorprender y cautivar durante el mundial de México 70. Sin embargo, contaba con dos leyendas vivientes: el mítico Teófilo Cubillas y su capitán, Héctor Chumpitaz. Desafortunadamente, estas míticas figuras no serían las protagonistas del encuentro. En realidad, el protagonista sería, injustamente, el portero peruano, Ramón Quiroga.

Quiroga no era un gran portero. Muy lejos estaba de figuras como Lev Yashin, Gordon Banks y Sepp Maier. En realidad, difícilmente se le podría comparar a Ubaldo Fillol, el portero argentino de aquella tarde. El protagonismo de Quiroga, por tanto, no radicaría tanto en su habilidad bajo los tres palos, pero por la procedencia de su país natal: Argentina. Quiroga decidió nacionalizarse peruano y jugar para la selección inca en gran parte gracias a razones deportivas: al equipo peruano le faltaba un arquero de calidad, mientras que Quiroga sabía que no tendría oportunidad en la selección de Menotti.

El partido comenzó con el estrés y nerviosismo típico de cualquier partido de estas instancias. Cual boxeadores, cada equipo utilizaba los primeros rounds de la pugna para tantear a su contrincante. No fue hasta el minuto 20 de la primera parte que Argentina marcó el primer gol. Aunque el tanto de Kempes ayudó a la escuadra local a relajarse, el equipo peruano continuaba muy bien parado. En realidad hubo pocas oportunidades. El primer tiempo estaba por terminar, los 37,000 argentinos reunidos en el “Gigante de Arroyito” reclamaban por un segundo gol. Videla, en su palco, serio y tranquilo. Entonces llegó el minuto 43 y Tarantini marcó el segundo. Este segundo gol abriría la caja de Pandora.

Inmediatamente comenzó el segundo tiempo y Argentina marcó el tercero. La selección estaba a tan sólo un gol de lograr la hazaña. Finalmente, al minuto 50 Leopoldo Luque marcó el cuarto, el de la hombrada. Pese a saberse calificados, Argentina aprovechó la oportunidad y marcó dos goles más. Al final, Argentina derrotó a Perú 6-0. A pesar de que la selección local había calificado a la final, había entre la afición una nube que los incomodaba. El aficionado argentino sabía de los extremos a los que la dictadura podría llegar. Si eran capaces de desaparecer miles de hombres y mujeres a diario, arreglar un partido de fútbol era poca cosa.

Algunos reportes indican que Videla visitó el vestuario peruano previo al partido con el fin de amenazar y sobornar a la escuadra inca. Otros reportes indican que Videla se reunió con Francisco Morales Bermúdez, dictador de Perú, para pactar un acuerdo entre las dos naciones con el fin de que la selección albiceleste calificará a la gran final. Aunque todos los involucrados en aquel partido niegan tales historias, es bien sabido que Argentina donó al país vecino una cantidad no reembolsable, tan sólo quince días después de que se disputó el partido. Sin embargo, el gran villano de aquella tarde fue, injustamente, Ramón Quiroga. El crimen de Quiroga fue el de soñar, soñar con jugar un mundial, de prepararse arduamente y aprovechar las oportunidades que el fútbol le había otorgado.

Difícilmente cualquier otra competencia internacional suscita tanta controversia y polémica como el Mundial de fútbol. El gol fantasma de Wembley, la mano de Dios de Diego y el Korea-España del 2002 son algunos de los ejemplos, de las anécdotas, que esta competencia nos deja cada cuatro años, recordándonos que el fútbol es más que una metáfora. El fútbol es (lo) humano. El fútbol es hipócrita, el fútbol es convenenciero, el fútbol es injusto. Ramón Quiroga y la escuadra inca son tan sólo unas víctimas más del deporte más hermoso del mundo.

Cuatro días después en Buenos Aires, la selección Argentina derrotó a la Holanda de Rensenbrink tres goles a uno en tiempo extra. El resto, como dicen, es historia.

 

 

Mauricio Rebolledo. 25 años. Es Licenciado en Filosofía por la Universidad Iberoamericana. Sus intereses académicos radican en la filosofía política, filosofía de la resistencia y antropología filosófica.

Entrada previa No Country for Old Men (o Que Sampaoli y Pizzi me chupen un huevo)
Siguiente entrada La culpa la tiene el pasto