La piedra del diablo


por Mikheil Javakhishvili

traducción del georgiano de Lia Katselashvili


En nuestra conversación abordó muchos temas: los derechos de la mujer, el vendaval revolucionario de 1905, sus reacciones, el heroísmo y la cobardía, Asia y Europa y finalmente se paró en la psicología de las masas.

El anciano nos narró:

𑁋Esta historia ocurrió cerca de Tbilisi. Soy un terrateniente de allí. Mi hija Sofía justo acababa de terminar sus estudios y vino de visita en sus vacaciones de verano. En menos de un mes, la joven se convirtió en la favorita de todo el pueblo.

Era una criatura fascinante: risueña, sensible y sentimental. Si alguien quería ver a la encarnación de la bondad, debía visitar mi casa. Mi casa, que de día y de noche estaba llena de visitas. Todos venían a verla a ella: hombres y mujeres, campesinos, viudas, huérfanos y necesitados.

Sofía para ellos era al mismo tiempo su médico, su consuelo y su consejero. Si un campesino tenía algún asunto que tratar conmigo 𑁋cortar leña, pagar el diezmo o cualquier otra cosa𑁋, primero iba a verla a ella, porque estaban seguros de que su petición sería atendida. Así, Sofía se adueñó de mis quehaceres y lo utilizó para seguir haciendo más obras de caridad. Nosotros no decíamos nada: era nuestra única hija y no le prohibíamos nada.

Si alguien llegaba a la hora de la comida o de la cena, Sofía le invitaba a pasar, lo sentaba a su lado, le daba de comer, cumplía su petición y sólo así le despedía. Si iba o venía con el carruaje y por el camino se encontraba a algún campesino, le llevaba. Muchas veces sucedió que aunque su pasajero tuviera un destino distinto del de ella, debido al mal tiempo o cualquier otro tipo de contratiempo, Sofía les traía a casa, les daba de comer y una cama caliente y les despedía al día siguiente.

A veces salía muy temprano de casa y no regresaba hasta bien entrada la tarde. Por la mañana recorría el barrio de abajo y por la tarde el de arriba. Detrás de ella siempre venían niños y ancianas.

Una vez alguien la llamó ángel y desde entonces todo el pueblo se refería a ella por ese nombre. Muchas veces decían:

𑁋Iré donde mi ángel, sólo ella podrá ayudarme, nadie más.

O también:

𑁋Sólo pido que nuestro ángel siga viva, nada más.

O:

𑁋Que Dios nos conserve por mucho tiempo a nuestro ángel, si ella no existiera a saber qué sería de nosotros.

Cuando Sofía salía a pasear por el pueblo, enseguida acababa sabiéndolo todo el mundo. Alguien decía: “El ángel anda por el pueblo” y esta frase recorría el pueblo de arriba a abajo. “¡Que viene el ángel, que viene!”, se decían las viejas y limpiaban los patios, porque esperaban su llegada, su saludo, su consejo y su ayuda.

Los de su edad se reían de ella y hablaban a sus espaldas. A la cara le decían:

𑁋¿Qué pasa contigo, Sofía? Te pasas el día con los pueblerinos pegados a tus faldas. Nosotros también amamos hacer el bien, pero…

Y añadían recriminaciones.

Sofía sonreía tímidamente, no respondía y trataba de que su bondad no la notara ni la viera nadie.

Una vez, en el pueblo, llegó un mal y en una semana se extendió por todas partes. No quedó familia que no tuviera un enfermo. Sofía se puso en marcha. Trajo un médico de Tbilisi y junto a él recorría todo el pueblo de día y de noche. Visitaba a los enfermos y les llevaba el consuelo, la bondad y las palabras de aliento. Nosotros tuvimos miedo, le advertimos muchas veces, nos enfadamos con ella, pero siguió con lo suyo.

Al poco tiempo, ella también se puso enferma. Su madre, yo, el médico y los familiares no la dejábamos sola y con dificultades la arrancamos de los brazos de la muerte.

Ese verano, en los alrededores de nuestro pueblo, empezaron los robos. Primero empezaron por los huevos y las gallinas, después fueron las ovejas y los cerdos, al poco a algunos campesinos les robaron todas las reses y finalmente pasaron a entrar a las casas. No pasaba día sin que se dijera en el pueblo:

𑁋Anoche, a Mikha, “el retoño del lobo” le robó la leña.

O:

𑁋Ayer, al pastor de los Godala le atacaron los tártaros y le robaron dos ovejas. Dicen que “el retoño del lobo” también estaba allí.

O también:

𑁋Esta mañana, al amanecer, entraron en la casa de la viuda de Kaishauri y le robaron lo poco que tenía. Eso sólo puede ser cosa del “retoño del lobo”.

Los campesinos se me quejaban a menudo:

𑁋Estos delincuentes nos han arruinado. Ya no podemos más, no nos han dejado ni las gallinas ni el caballo ni un toro. No sabemos qué hacer.

𑁋Sabemos quiénes son, lo sabe todo el mundo, pero nadie dice nada. Tienen miedo, porque “el retoño del lobo” es capaz de todo y no perdonará a nadie que le arrebaten la libertad.

“El retoño del lobo” le llamaban a mi vecino Data. Como compañero tenía a su primo Solo. Los dos eran chicos jóvenes.

Data era un joven conflictivo, envidioso y malvado. Le llamaban retoño del lobo porque tanto física como mentalmente se parecía al lobo. Sobre su cara nadie había visto ni risa ni sonrisa. Siempre iba cabizbajo y desde abajo movía con maldad sus ojos negros.

Solo era un joven bondadoso, pero siendo pusilánime y sin carácter, Data consiguió convertirle en su fiel siervo.

Los dos crecieron ante mis ojos. No trabajaban, ni labraban la tierra, ni sembraban, pero vivían mejor que muchos nobles. Llevaban cinturones de plata, botas nuevas, la vestimenta de seda y los sombreros “kartuz” se los cambiaban cada mes.

Si estaban en el pueblo, se pasaban el día en la taberna comiendo y bebiendo. A veces traían a los músicos y a las mujeres de la ciudad. Tenían como amigos a los tártaros y no trababan amistad con nadie más.

El pueblo enfureció y muchas veces les espiaron y les siguieron, pero no consiguieron nada: el lobo era astuto y sabía cazar con cuidado.

Una vez también a mí me robaron cuatro vacas del establo. Todo el pueblo se puso en pie, persiguieron a los ladrones y el mismo día a unos kilómetros del pueblo, en el bosque, encontraron a los animales atados.

Data y Solo se hallaban durmiendo allí cerca. Ataron a los dos y los metieron en la cárcel, pero no había pasado ni un mes, cuando los liberaron porque no pudieron demostrar el robo. Volvieron los dos y se vengaron doblemente del pueblo. A los campesinos que más empeño pusieron en su arresto, no les dejaron nada, llevando a sus familias a la ruina absoluta y a uno de los campesinos hasta le rompieron la cabeza.

Dos semanas después, les arrestaron de nuevo. Hubo un juicio y salieron libres. El pueblo dijo:

𑁋Si no lo arreglamos esto nosotros, nadie lo hará. El gobierno está de su lado.

Hablaron y decidieron seguirles.

Un día, muy temprano, un ruido recorrió el pueblo. Los hombres corrían calle abajo, las mujeres gritaban, los niños lloraban. Pronto este griterío invadió todo el pueblo y envié a un chico que me trajo las nuevas.

Cerca del pueblo vivía una viuda de la que se decía que tenía muchos dinero escondido en la casa. Tanto Solo como Data conocían estas habladurías.

Esa noche los dos visitaron a la viuda, rompieron la puerta y la amenazaron con la espada. La viuda primero lo negó todo, pero después, cuando utilizaron la fuerza, ella cavó un poco en el suelo de la vivienda, extrajo una pequeña caja y se lo entregó a los asaltantes. Dentro sólo había unas pocas monedas. Lo contaron allí mismo y cuando ya se iban, la viuda les reconoció a pesar de llevar las caras tapadas. Sin pensarlo mucho les gritó:

𑁋¡Ya veréis, ya! ¡Os he reconocido! ¡Y verás ya, retoño del lobo!

Los dos se pararon, intercambiaron unas palabras, después volvieron sobre sus pasos y apuñalaron a la pobre viuda, para inmediatamente echar a correr. La gente se dio cuenta de quiénes habían sido y llegaron hasta su casa. Los hallaron escondidos. Solo lo confesó todo inmediatamente, pero Data lo negaba.

Sofía se enteró de esto, había estado enferma y sólo llevaba en pie dos días. Andaba con dificultad. Al poco rato, llegó la vieja madre del “retoño del lobo” gritando, cayó a los pies de Sofía y llorando le suplicó:

𑁋¡Señora, ayúdame! ¡Ayuden a aquél boca-negra!

Sofía se puso en marcha.

𑁋Voy ahora mismo… No tenga miedo, no pasa nada, yo le ayudaré 𑁋le decía mientras se vestía.

Sabía que era peligroso dejarla salir, pero también sabía que sería imposible disuadirla, así que, también la acompañé yo.

La vieja iba delante de nosotros y se lamentaba en voz alta. Nosotros íbamos detrás apresuradamente, pero Sofía seguía apremiándome.

La casa de la viuda a un lado tenía la calle y al otro el río. El pequeño patio estaba llena de gente. Todo el pueblo 𑁋grande y pequeño, hombre y mujer, viejo y joven𑁋 se había reunido allí. Los recién llegados se descubrían la cabeza, entraban en casa y poco después salían con los ojos anegados de lágrimas. Las mujeres empezaban a llorar ya antes de entrar. El sonido del llanto también salía de la casa. Una vieja, familiar de la asesinada, se sentaba junto a la verja y clamaba:

𑁋¡Qué se os pudra la derecha! ¡¿Por qué no se les aguarían las entrañas a vuestras madres?!

 Los hombres, en pequeños grupos hablaban en alto y constantemente se oía.

𑁋No podemos tolerar esto más. Si se los damos al gobierno, acabarán soltándoles.

𑁋Claro que les soltarán.

𑁋Pues ya os digo gente 𑁋decía el campesino al que Data le había roto la cabeza𑁋 que aquí mismo les degollaré como a cerdos con esta espada y luego que me pase lo que sea. Me salvaré más en Siberia, que de estos lobos.

𑁋¡Los traen! 𑁋Dijo uno.

𑁋¡Los traen! ¡Los traen! 𑁋se oyó por todas partes y todos miraron hacia la calle.

La madre de Data no se separaba de nosotros. Sofía intentaba calmarla:

𑁋Tú tranquila… no tengas miedo.

Unos diez jóvenes armados con espadas y porras trajeron a los dos hombres atados. Los dos tenían las manos atadas a la espalda. La gente les rodeó y por todas partes empezaron a sonar las amenazas:

𑁋¡Desgraciados! ¡Retoños del lobo! ¡Asesinos!

Una vieja se puso delante de Data y con los ojos anegados de lágrimas y la voz quebrada, le dijo:

𑁋¡Vergüenza a tus barbas, a tu hombría y a tu derecha! 𑁋y les escupió a la cara a los dos.

La gente se conmovió, todos iban hacia los asesinos y hacían cola para escupirles y les repetían.

𑁋¡Vergüenza a vuestra hombría y a vuestra derecha!

Una mujer se tiró sobre Data y empezó a arañarle los ojos. La furia de la gente aumentó. Las ramas, los cayedos y las porras se levantaron en el aire y todos avanzaron. Alguien gritó:

𑁋¡Esperad, gente! Primero hablemos, de todas formas no podrán irse a ninguna parte.

La gente retrocedió.

𑁋¡Empecemos! 𑁋dijo uno.

Un segundo sugirió:

𑁋¡Saquemos a la muerta y que hablen delante de ella!

𑁋¡Saquémosla! ¡Saquémosla! 𑁋repitieron por todas partes.

Algunos hombres entraron en la casa. A los asesinos los llevaron un poco lejos y detrás de ellos se colocaron algunos jóvenes armados para custodiarles.

Solo tenía la cara gris y en los ojos el brillo de las lágrimas. Data, con la cabeza gacha, miraba como un lobo, se notaba que sólo pensaba en una manera de librarse de aquello.

Las mujeres aumentaron el llanto. Cuatro hombres sacaron a la muerta. La gente se separó haciéndoles un pasillo. Sacaron también un tapiz, lo pusieron a los pies de Data y Solo y sobre él depositaron el cadáver.

Una mujer le quitó el sudario y le descubrió el pecho para mostrar las heridas. Todos se callaron. Cayó un silencio de muerte.

A Data no se le alteró la cara. Quitó los ojos del cadáver y empezó a mirar en otra dirección. Sin embargo, Solo se quedó mirando a aquella mujer. Durante un tiempo miró su cara, se encogió, se quedó quieto como si el corazón le hubiera dejado de latir, le temblaron los labios, se convulsionó, se adelantó poco a poco, se arrodilló para caer sobre el pecho del cadáver y llorando profirió:

𑁋¡Ay, madrecita!

Estas palabras le llegaron a la gente como ascuas.

𑁋¡Ay madrecita a tu pobre madre! 𑁋murmuró una vieja.

𑁋¡Ay, pobre! 𑁋dijo un segundo.

𑁋Pobre… pobre. Pobre… 𑁋se oía por doquier y todos sentían que ahora el “pobre” era Solo sollozando sobre el pecho del cadáver.

Sofía me agarró del brazo y se apoyó en mí. Temblaba, tenía la cara blanca, respiraba con rapidez y tragaba saliva de vez en cuando. La madre de Data seguía pidiéndole en voz baja a Sofía:

𑁋¡Por favor, señora! ¡Por el amor de Dios!

Sofía no le respondía y ya no la consolaba.

𑁋Sofía, vámonos 𑁋le dije.

𑁋No, esperemos 𑁋me respondió ella temblando, mirando al cadáver y a Solo.

Solo lloraba ardientemente, temblaba y repetía:

𑁋¡Ay, madrecita… madrecita… madrecita!

𑁋¡Soltadle las manos, desgraciados! 𑁋gritó alguien.

Unos cinco se apresuraron a soltarle rápidamente las manos.

𑁋¡Levantadle! 𑁋gritó otro.

Otra vez, unos cinco lo levantaron.

𑁋No lo hagas una segunda vez 𑁋le dijo un anciano dulcemente𑁋 si no, ya sabes…

𑁋¡No lo volverá a hacer! ¡No lo hará! 𑁋le socorrieron unos y otros.

Nadie dijo nada, porque todos sentían que la gente le había perdonado el crimen a Solo.

Éste se introdujo entre la gente y desapareció. 

Ahora le tocaba el turno a Data. Un joven gritó:

𑁋¡Mírenle, mírenle a este retoño del lobo! ¡Mírenle cómo se comporta!

𑁋¡Si parece un lobo enjaulado! 𑁋dijo otro.

Data realmente parecía un lobo enjaulado: se había empequeñecido, había escondido la cabeza entre los hombros. Alguien le espetó:

𑁋¡Arrodíllate, retoño del lobo!

La gente volvió a enfurecerse, se embraveció.

𑁋¡Arrodíllate! ¡Arrodíllate! 𑁋se oyó por todas partes, pero Data no se inmutaba.

𑁋¡Hacedle arrodillarse a la fuerza! 𑁋gritaron otra vez.

Se le echaron encima y trataron de arrodillarle, pero no lo consiguieron. Su tozudez enfureció aún más si cabe a la gente.

𑁋¡Miren a éste, aún se resiste! 𑁋gritó uno y le golpeó en la nuca, otro le golpeó con la porra, un tercero le soltó un guantazo y la vieja de antes, volvió a arañarle los ojos.

𑁋¡Gente! 𑁋gritó un anciano𑁋 ¡Oídme!

El revuelo se calmó y todos escucharon.

𑁋¡Gente! 𑁋volvió a repetir el anciano𑁋 si dejamos suelto a este retoño del lobo, aniquilará a todo el pueblo.

𑁋¡Es verdad! ¡Es verdad! 𑁋gritó el pueblo.

𑁋¡No podemos soltarle! ¡No podemos! 𑁋gritaron otra vez.

𑁋Si le entregamos al gobierno, le soltarán y se vengará 𑁋prosiguió el anciano.

𑁋¡Es verdad! ¡Es verdad!

𑁋¡No podemos soltarle! ¡No podemos!

𑁋Debemos hacerle pagar por todo nosotros mismos.

De repente, en este griterío generalizado se oyó con nitidez una palabra. Aquella palabra que todos tenían en la mente pero nadie se había atrevido a decirlo en alto:

𑁋¡Apedreémosle!

Y la gente gritó al unísono:

𑁋¡Apedreémosle! ¡Apedreémosle!

Y la justicia de la turba 𑁋simple y furibunda𑁋 explotó como una fuente. La ira se apoderó de todos y dieron rienda suelta a la venganza.

La madre de Data, asustada y enloquecida, corría de un lado a otro y a viva voz pedía:

𑁋¡Perdonadme, gente… perdonadme a mí!

Como respuesta seguía recibiendo la misma palabra:

𑁋¡Apedreémosle! ¡Apedreémosle!

El pueblo se unió y rodeó al asustado Data. Unos amenazaban con el puño, otros con el cayedo… Y aquella palabra seguía resonando. Esta palabra tenía algo secreto, una fuerza invisible y terrible. El cuadro de antes 𑁋el arrepentimiento de Solo y la resistencia tenaz de Data, su comportamiento altivo y arrogante𑁋 a mí también me llenaron el corazón de ira, del veneno y de venganza. Este sentimiento aumentaba poco a poco, me envolvía y me cegaba el entendimiento. Cuando gritaron por primera vez esa palabra, que era un veredicto escueto, no tuve miedo y diré más: en mi corazón alguien dijo con cierto placer: “¡Se lo merece!”. Después, cuando la gente se sublevó, cuando su grito me llegó, yo también lo sentí así y me di cuenta de que yo también debía apoyarles, seguir esa misma marea y mezclar con ellos mis deseos, mi ser y mi entendimiento.

Miré a Sofía. Jugueteaba con los dedos y con la cara tensa y pálida miraba a Data. Me di cuenta de que ella también era presa del mismo sentimiento que yo. Que el griterío de la gente también la había envuelto, que esa sola palabra “¡Apedreémosle!”, también se le había metido entre los ojos, que ese veredicto también a Sofía le parecía de suprema justicia y que ella ya no se opondría, que incumpliría su promesa y que ya no salvaría al hijo de la vieja madre.

La gente hacía ruido. Se incitaban unos a otros y esperaban a ver quién sería el primero en dar el paso.

Aquello bastó. Él mismo le dio la señal esperada a la turba.

𑁋¡Cogedle! ¡Cogedle! 𑁋se oyó por todas partes.

𑁋¡Vamos, que se escapa!

Le persiguieron y le cogieron. Alguien gritó:

𑁋¡Levémosle al río! ¡Al río!

Los demás también repitieron:

𑁋¡Al río! ¡Al río!

El río estaba allí mismo. El pueblo se movió. Se azuzaban unos a otros y unos cinco corrían alrededor del gentío para gritarles:

𑁋El que se eche atrás, el que nos traicione, lo pagará muy caro. ¡No le perdonaremos!

Perdí de vista a Sofía. La ola de la gente también me llevó hacia el río. A Data le llevaban hacia el río a empujones. Él, mordía, daba patadas, luchaba con la cabeza, con los pies y las manos, aullaba y decía algo, pero nadie le hacía caso. Las viejas iban delante de todos, corriendo. La gente se extendió como hormigas al llegar hasta el río. Después, todos se separaron y empezaron a recoger las piedras. Detrás de mí, se seguían oyendo las amenazas.

𑁋El que nos traiciones lo pagará muy caro.

 Una anciana me puso una piedra en la mano y me dijo:

𑁋¡Cógelo, señor, ahora está con nosotros!

Y era verdad, en ese momento yo también era uno de ellos. La piedra se me quedó en la mano. Alguien gritó:

𑁋¡Soltadle! 𑁋y la turba lo repitió al unísono:

𑁋¡Soltadle!

Soltaron a Data y le dejaron en el centro del círculo que habían hecho a su alrededor.

𑁋¡Ahora, lapidadle! 𑁋gritó el cabecilla.

En ese instante, Data agachó la cabeza y se metió corriendo entre la gente. El grupo se revolvió y se disolvió.

𑁋¡Se escapa! ¡Se escapa!

Data rompió el círculo y corrió hacia abajo. La turba gritó y le persiguió. La primera piedra silbó en el aire, después una segunda, una tercera y pronto llegó una lluvia de piedras.

Data se tambaleó y se cayó. Trató de levantarse, se arrastró, pero la turba ya le había dado el alcance. El griterío se extinguió y ya sólo se oía el ruido de las piedras al caer. Las piedras, las ramas y las porras se mezclaban entre sí.

De repente, vi a Sofía. Tenía las manos hacia atrás y sujetaba una piedra. Una vieja le señalaba hacia el apedreado y le decía algo. Corrí hacia ella, pero ya era demasiado tarde. Sofía levantó la mano, corrió hacia abajo, se introdujo entre la gente y desapareció. Cuando volvió a aparecer, me vio, se tapó la cara con las dos manos y puso su cabeza sobre mi pecho.

Todo terminó. La gente primero se quedó quieto, después se separó… Ya nadie decía nada. Todos se escabullían como ladrones. Unos corrían hacia arriba y otros hacia abajo, unos a la izquierda y otros a la derecha. La mayoría corría como si alguien les persiguiera. No se miraban a la cara, porque sentían vergüenza los unos de los otros.

En el río sólo quedamos cuatro: Data enterrado entre las piedras, allí cerca su desmayada madre, Sofía y yo. Mi hija me abrazaba, me besaba y constantemente pedía perdón.

𑁋Yo… yo no quería… no quería… esa mujer… esa mujer… me tentó.

Ya no pudo decir más. Empezó a llorar y a reír, a besarme y a repetir:

𑁋Yo también le tiré una piedra… una piedra… una única.

Me costó llevar a mi hija a casa, alterada y casi desmayada ya. Al día siguiente resultó que la enfermedad había vuelto. Su sufrimiento duró diez días.

Todo al que veía 𑁋a mí, a su madre, al médico𑁋, a todos nos hablaba sobre aquella única piedra y nos aseguraba que ella no era mala, que alguien la había tentado, que se le habían nublado los ojos y que no se acordaba de cómo había cogido aquella piedra y cómo le había tirado a Data. Durante sus delirios febriles no paraba de decir:

𑁋Sólo le tiré una piedra… sólo una… y ésa también me la hizo tirar el diablo… Yo no lo tiré, no… ¡No!

Después de un silencio prolongado, el anciano añadió:

𑁋Después de una semana, la enferma se nos escapó de entre las manos.



Mikheil Javakhishvili (1880-1937) fue uno de los mayores novelistas georgianos del siglo XX, distinguido por su estilo realista y moral con toques de humor negro y temáticas tabú. Entre sus mayores obras se cuentan la picaresca Kvachi Kvachandiradze (1924) y la novela social El collar blanco (1926). Fue asesinado por la dictadura stalinista en 1937.

Lia Katselashvili: Nací el 29 de enero de 1988 en Tbilisi (Georgia). Desde pequeña me apasionaba la lectura y acabé estudiando Filología Hispánica en la Universidad de La Rioja. Soy coautora dos libros “Diccionario etimológico de nombres y palabras bíblicos” (2008) y “El “catálogo de las lenguas del mundo” del abate Lorenzo Hervís Panduro y los caldeos-kartvelios de Zenaare” (2014) y actualmente, colaboro en la revista Liberoámerica.

Arte: Gigo Gabashvili, detalle de Khevsurs en el festival de Alaverdoba

Entrada previa La vela y el bonsái
Siguiente entrada Muestra de poesía