Aquí no estamos, tan pronto


por Jonathan Safran Foer

Traducción por Angela Rosas

Yo no era bueno dibujando rostros. Sólo bromeaba la mayor parte del tiempo. No era decidido en los vestidores, ni en ninguna otra parte.  Llegaba muy tarde porque estaba buscando flores. Iba pasando por un túnel siempre que mi madre llamaba. No podía tostar pan sin la radio. No era capaz de decir si los cumplidos eran irónicos. No estaba tan cansado como decía.

Tú no podías ignorar imperfecciones en los muebles. Eras muy ligera para armar la bolsa de aire. No podías abrir la mayoría de los frascos. No estabas segura de cómo debías llevar tu cabello, y así, diez minutos tarde y a mitad de las escaleras, examinabas tu reflejo en una fotografía enmarcada de familiares muertos. No estabas enojada, sólo protegías tu dignidad.

Yo no podía correr grandes distancias. Tú eras tan amable con mi hermana cuando yo no sabía cómo ser amable. Sólo trataba de remover una mancha, creaba una mancha más grande. Sólo estabas haciendo una simple pregunta. Casi siempre estaba en casa, pero no siempre estaba en casa en casa. No podías lidiar con una pila de más de tres libros en mi mesilla de noche o monedas de diferente tipo en el plato del cambio o el plástico. No me daba miedo estar solo, sólo lo odiaba. Tú simplemente estabas admirando el progreso del jardín de alguien más. Yo estaba tan cansado de la comida.

Fuimos a Atacama. Fuimos a Sarajevo. Fuimos al Lago Tobey cada año hasta que no lo hicimos. Desafiamos trece pulgadas de nieve para asistir a una charla en el planetario. Intentamos tener cenas. Intentamos no poseer nada. Dejamos huellas de manos en un jardín de musgo en Kyoto y nos unimos bajo una toalla en Jaffa. Nos enfrentamos a mis padres para el Día de Acción de Gracias y a los tuyos para el resto, ¿y cómo sucedió que repentinamente estábamos junto a mi padre mientras se ahogaba en su propio cuerpo? Me acosté a su lado en la cama, observé a mi mano alcanzar su frente, dije, “A pesar de todo—“ “¿Qué todo”, preguntó, así que dije “Nada”, o nada.

Siempre estaba destruyendo mi pasaporte en la lavadora. Siempre fuiste terrible para estimar. Nunca estuviste dispuesta a pensar en mis hábitos como encantadores. Yo sólo insistía en que ya era muy tarde para dominar un instrumento o cualquier cosa. Nunca fuiste de las que mencionan el dolor físico.

No podía explicar los ciclos de la luna sin pluma y papel o con ellos. Tú no sabías dónde estaban los correos electrónicos. Yo no felicitaba a una mujer hasta que ella dijese explícitamente que estaba embarazada. Cada día pasabas unos cuantos minutos arrepintiéndote secretamente de tu pereza que no existía. Debí perdonarte por todo lo que no fue tu culpa.

Eras terrible en las emergencias. Estuviste maravillosa en “El jardín de los cerezos”. Yo siempre estaba nunca quejándome, porque la confrontación era la muerte para mí, y porque todo estaba casi siempre bastante bien conmigo. No podías acercarte al océano de noche. Yo no sabía dónde estaba mi voz entre mi teléfono y el tuyo. Tú nunca estabas parada junto a la ventaba en las fiestas, pero siempre estabas cerca de la ventana. Estaba tan paranoico por las palabras amables. Simplemente no estaba viendo las noticias en el sótano. Hacías un esfuerzo heroico para que las cosas parecieran fáciles. Yo era terrible para reconocer los esfuerzos de alguien más. No tenías buena mano para la jardinería, pero no estabas contenta de no estar contenta. Siempre estaba necesitando sólo una buena camisa de vestir, o sólo un algo que nunca tuve. Estabas demasiado lastimada por cosas que sucedieron en el pasado distante como para que algo fuese fácil en el presente. Yo siempre estaba esforzándome por ser natural con mis manos. Tú nunca fuiste inmune a los regalos inesperados. Casi siempre sólo bromeaba.

No era neurótico, sólo apocalíptico. Siempre estabas sacando copias a las llaves y buscando palabras. Yo no temía al silencio, sólo lo odiaba. Así que mi mano estaba siempre en mi bolsillo, alrededor de un teléfono que nunca contestaba. No eras tacaña o hábil con las herramientas, sólo sufrías por mi distancia. Nunca fui indiferente a los hijos de los extraños, sólo me frustraba mi propio optimismo implacable. No estabas no sorprendida cuando, aquella última noche en Norfolk, te conduje al Lago Tobey, te llevé de la mano por la pendiente de zarazas y a través de los tablones podridos hacia las constelaciones en el agua. Compartir nuestra felicidad disminuía tu felicidad. Yo no iba a bailar en nuestra boda y tú no ibas a dar un discurso. Ninguna parte de mí estaba nerviosa aquella mañana.

Cuando le gritabas a nadie, te canté. Cuando finalmente te quedaste dormida, la enfermera se lo llevó para bañarlo y, aun durmiendo, extendiste tus brazos.

Él no era un dormilón terrible. Yo no le reconocí a nadie mi inhabilidad de estar quieto con él o con quien fuera. Tú no estabas agobiada sino agotada. Nunca tuve miedo de rodar sobre él mientras dormía, pero desperté muchas noches seguro de que estaba en el piso, bajo el agua. Me encantaban las cosas que colapsaban. Tú adorabas los pequeños calcetines. No estabas deprimida, pero eras infeliz. Tu infelicidad no me volvía defensivo, sólo la odiaba. Él nunca estaba contento a menos que lo sostuvieras. Me encantaba clavar cosas en las paredes. Tú odiabas no tener vida interior. Secretamente me pregunté si era sordo. Odiaba el anhelo constante que acompañaba tenerlo todo. Estábamos aprendiendo a ver la ceguera del otro. Googleaba preguntas que no podía hacerle al doctor o a ti.

Nos animaron a comprar un seguro. Tuvimos sexo para tener orgasmos. Adorabas volver a tapizar. Fui al gimnasio para ir a alguna parte y miraba en el espejo cuando había algo que esperaba no ver. Odiabas nuestra cama. Él podía ponerse de pie, pero no sentarse solo. Nos multaron por la basura de nuestros vecinos. No podíamos esperar por el inicio y el final de las vacaciones. Yo no era capaz de mirar un plano y ver una cocina renovada, así que me mantuve al margen. Vinieron a nuestra puerta durante las comidas, pero hablé con ellos y cedí.

Contaba los segundos hacia atrás hasta que se quedaba dormido y después comenzaba a contar los segundos hacia atrás hasta que despertaba. Tomamos las mismas caminatas una y otra vez, y una y otra vez comimos en los mismos restaurantes sencillos. Decían que se parecía a ellos. Yo siempre estaba viendo avances de películas en mi computadora. Tú siempre estabas limpiando superficies. Siempre estaba escuchando la risa de mi padre y nunca recordando su rostro. Rompiste los corazones de todos hasta que de repente no pudiste hacerlo. Él de repente dibujó, de repente habló, de repente escribió, de repente razonó. Una noche no pude ayudarlo con las matemáticas. Se casó.

Fuimos a Londres a ver una obra. Intentamos apartar un tiempo para no hacer nada más que leer, pero no hicimos nada más que dormir. Siempre estábamos no mencionándolo nunca, porque no sabíamos qué es lo que era. No hice nada más que buscarte por veintisiete años. Ni siquiera sabía cómo funcionaba la electricidad. Tratamos de pasar más tiempo juntos. Yo no estaba a la defensiva acerca de tu aburrimiento, pero mi felicidad no tenía nada que ver con la felicidad. Me encantaba cuando le agradaba genuinamente a la gente que trabajaba para mí. Siempre estábamos moviendo muebles y nunca haciendo contacto visual. Odiaba mi incapacidad para visitar ciudades extranjeras sin fantasear sobre bienes raíces. Y luego tu padre estaba muerto. Con frecuencia no estaba leyendo el libro que sostenía. Nunca no estabas en el jardín de alguien. Nuestras madres se morían por hablar de nada.

En cierto punto te convenciste de que siempre estabas leyendo el periódico de ayer. En cierto punto dejé de atormentarme por ser comprendido y me volví demasiado dependiente del GPS de mi auto. No podías tolerar los rastros de mermelada en el frasco de mantequilla de maní. Yo no podía tolerar la risa gratuitamente bulliciosa. En cierto punto podía mirar fijamente sin pretexto o disculpa. ¿No es gracioso que, si Dios fuese a revelarse y explicarse, la mayor parte del mundo estaría necesariamente decepcionada? En cierto punto dejaste de usar bloqueador solar.

¿Cómo puedo explicar la manera en que menospreciaba la aniquilación nuclear, pero temía mortalmente una caída pequeña? Tú no podías tolerar a la gente que no podía tolerar a los bebés en los vuelos. Yo no podía tolerar a la gente que insistía en que tomar un café después del almuerzo los mantendría despiertos toda la noche. En cierto punto podía escuchar mis rodillas y no sentía la necesidad de corregir la gramática de los demás. ¿Cómo puedo explicar por qué las ciudades extranjeras llegaron a significar tanto para mí? En un cierto punto dejaste de atormentarte por tu ambición, pero en cierto punto dejaste de intentar. Yo no podía tolerar a los magos que hacían cosas que alguien quien en realidad tuviera poderes mágicos no haría nunca.

Todos estábamos bien. Aún estaba enamorado de las Olimpiadas. Entre más pequeño el problema, más dejaba que tu aprobación me importara. Continuaron produciendo cosas nuevas que no necesitábamos que necesitábamos. Necesitaba tu aprobación más de lo que necesitaba cualquier cosa. Mi hermana murió en un restaurante. Mi madre prometió a cualquiera que escuchara que ella estaba bien. Cambiaron nuestros filtros. Tú querías ver la aurora boreal. Yo quería aprender una lengua muerta. Estabas en el jardín, no sembrando, sino detenida ahí. Soltaste dos puñados de tierra.

Y aquí no estamos, tan pronto: yo no tengo veintiséis años y tú no tienes sesenta. No tengo cuarenta y cinco u ochenta y tres, no estoy siendo llevado en hombros de nadie, adentrándonos en cualquier mar. No estoy aprendiendo ajedrez y tú no estás perdiendo tu virginidad. No estás apilando piedrecillas en lápidas; no estoy siendo raptado de los brazos de mi madre que reposa. ¿Por qué no perdiste tu virginidad conmigo? ¿Por qué no entramos a la intersección una milésima de segundo antes y morimos, en lugar de morirnos de risa? Todo lo demás sucedió, ¿por qué no las cosas que pudieron suceder?

Ya no soy poco realista. Ya no eres impasible. Ya no estoy interesado en las noticias, pero nunca estuve interesado en las noticias. Es más, probablemente soy ambidiestro, probablemente estaba destinado a ser sencillo. Luces como tú misma justo ahora. Fui tan lento para cambiar, pero cambié. Probablemente era un jugador de tenis nato, justo como mi padre solía decir una y otra y otra y otra vez.

Cambié y cambié, y con más tiempo cambiaré más. No estoy decepcionado, sólo callado. No soy atolondrado, sólo imprudente. No soy deliberadamente impreciso, sólo trato de decirlo como no fue. Entre más recuerdo, más distante me siento. Alcanzamos la mitad tan pronto. Después que todo es como nada.  Siempre nunca he estado aquí. Qué lástima que no fue sencillo. ¿Qué desperdicio de qué? Qué broma. Pero ven. Sin explicar o reparar. Permanece a mi lado en alguna parte: en los taburetes separados de esta barra, al borde de esta colina, en los asientos de este auto prestado, en la proa de este barco, en los cojines indulgentes de este sillón raído en esta casa desvencijada, llorosa de cobre, de un solo piso, por cuya ventana alguna vez miramos por horas hasta que entramos en razón: ¿qué haríamos nosotros con una casa así?

 

 

Sobre la traducción:

La prosa de Jonathan Safran Foer está plagada de oraciones repetitivas, negativos triples mezclados con afirmaciones y palabras compuestas que resultan infernales para quien se aventure a traducirlo, como fue mi caso con “this one-story copper-crying fixer-upper” y que terminó en “esta casa desvencijada, llorosa de cobre, de un solo piso”. Copper-crying resultó especialmente abrumadora; no existe ninguna traducción sugerida, y aunque me atrevo a pensar que se refiere al óxido acumulado en la infraestructura de cualquier casa abandonada a su suerte, no basta una conjetura para cambiar los posibles significados de la imagen, por lo que decidí apegarme en lo posible al original. Como mencioné antes, estas pericias del lenguaje son algo frecuente en su escritura: en Everything is Illuminated (2002), el narrador es un ucraniano de nombre Alex cuyo dominio del inglés es apenas aceptable, Extremely Loud and Incredibly Close (2005) se complementa de fotografías minimalistas para describir los sentimientos del personaje principal y Tree of Codes fue escrito recortando líneas del libro favorito de Foer, The Street of Crocodiles (2010), de Bruno Schulz.

“Here We Aren’t, So Quickly” (2010) condensa impecablemente los recursos narrativos que Foer ha empleado y perfeccionado a lo largo de los años. Además de los adjetivos hipercompuestos, encontramos el uso repetitivo de la misma palabra en diferentes contextos, dando paso a un desborde de representaciones. Con esto en mente, muchas veces decidí no utilizar sinónimos ni omitir ciertas palabras que podían ser prescindibles al momento de hacer la traducción, ya que su inserción en el texto no es una casualidad. Por ejemplo, el narrador utiliza el verbo agonizing en dos ocasiones distintas, muy cerca una de la otra: primero para hablar de él y su necesidad de ser comprendido, después para hablar del sujeto tú, su pareja, y su ambición. En ambos casos, decidí utilizar la palabra “atormentar”, ya que conecta no sólo las inseguridades que ambos padecen, sino también la violencia de las mismas.

Algo que siempre me ha atraído de este texto es el uso que hace Foer de los pronombres. Al principio sólo está “I”, después “You”, luego “He”, dolorosamente aparecen los “They” y al final remata todo con “We”. En inglés no es posible eliminarlos, pues el sujeto implícito, tan usado y querido en el español, no existe en este idioma. No obstante, las frases cortas y sencillas, sin conectores, propician que sean mucho más frecuentes y creen una tonada fluida de contrastes y enumeraciones: “Yo no era así. Tú eras así. Él era de otra forma”. Después de repasarlo muchas veces, ya pasadas las sorpresas sintácticas, el texto comienza a leerse como un poema y memorizarse como tal. Además, el orden en el que surgen ayuda a dar sentido a la historia y la narración de ese mundo que se construye en pareja. Los dos primeros párrafos separan al sujeto “Yo” del sujeto amoroso “Tú”. Se muestran de manera individual, alejados en el espacio del texto, enumerando fallas y detalles que son exclusivamente suyos. Sin embargo, ésta es únicamente una presentación formal de dos individuos cuyos caminos se han cruzado, porque el tercer párrafo los une. Primero se habla del Yo narrador, después del Tú, de nuevo el Yo y así sucesivamente. Los pronombres juegan ping-pong ante los ojos del lector, cuya atención es guiada de un jugador al otro.

Eventualmente, lo que parecía ser una competencia de personalidades da paso a un tercer sujeto, producto de la unión de los dos primeros pronombres del singular. Hay un bebé que nace, crece y forma su propio monólogo en el espacio de cuatro párrafos, evidenciando así la brevedad del tiempo. Sorprendentemente, no vuelve a hablarse de él una vez que se ha casado, pero durante su fugaz estancia, el texto revela que hay un mundo afuera que espera adentrarse en la rutina privada del matrimonio. Existe un Ellos que los fastidia con asuntos vecinales y promesas económicas, pero los dos sujetos que estructuran la narración apenas se inmutan. Cuando Él desaparece, el Yo y el Tú se unen en una sola palabra, el Nosotros: [Nosotros] Fuimos a Londres. Aunque el juego de enunciaciones individuales continúa, ya no presenciamos una competencia sino una danza, los movimientos pasan de uno al otro hasta formar un solo sujeto que recorre la pista.

La primera línea del texto reza que el narrador no es bueno dibujando rostros y se vale de esta afirmación para excluirse del arte de la descripción. Las cosas suceden, los viajes se hacen, los enfermos mueren y los bebés nacen en opaca síntesis. A pesar de esto, hay dolor. Quizás no se habla de llantos o gritos, pero sí de actitudes extrañas que surgen del duelo mal llevado o la depresión posparto. Asimismo, también hay felicidad en rituales y objetos mencionados, como los calcetines pequeños o tostar pan con la radio encendida. A decir del título, la gran tragedia del narrador y los sujetos que habitan su monólogo es que una vida puede contenerse en un puñado de acciones convertidas en palabras. Frases breves para instantes breves que sucedieron sin que él apenas se percatara, ordenados como instantáneas en un álbum fotográfico que es repasado muchos años después y al cual es ajeno, como si nunca hubiese estado ahí. Pero la nota final es menos desconsoladora, porque el otro amado, aunque terrible por momentos, permanece ahí, sin importar el escenario en el que se ejecute la acción. Está al alcance del discurso, expresado en sus virtudes y defectos, y acompañando al Yo en aquella desintegración personal en la que consiste el acto de recordar.

 

Fotografía del archivo de la traductora.  

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