La copromancia desaparece, no lo permitas. ¡Firma aquí!


En el arduo camino de la hechicería, el arte que más me ha interesado es la copromancia. Un arte ignorado, incomprendido y, por desgracia, con poco arraigo en los videntes occidentales. ¿Por qué es así? La respuesta es muy compleja, pero me atrevería a señalar que nuestra sociedad presenta una fobia terrible a la caca. Desde el nacimiento de la civilización occidental, mujeres y hombres han manifestado un profundo desprecio a sus desechos orgánicos.

Veámoslo desde el punto de vista psicológico, en la infancia aparece la fobia a hacer popi como parte del crecimiento natural del ser humano. Al transitar del pañal al excusado, todo infante adquiere la conciencia de la expulsión fecal, el miedo se genera a partir de saber que expulsamos materia del interior de nuestro cuerpo. Lo que en verdad sucede es que tememos que algo horrible salga de nosotros mismos.

El temor se magnifica cuando comprendemos —en la edad adulta— que somos capaces de expulsar nuestro destino. Algunos no soportan esta idea y prefieren jalar la cadena sin dirigir ni una sola mirada a sus excreciones. Además de pánico, estar conscientes de que las señales de nuestro futuro se manifiestan en las heces nos causa vergüenza, y mucho asco. Qué pinche porquería eso de la copromancia, dirán algunos. Este es el gran problema. Todo comienza desde el lenguaje, nos parecen obscenos los excrementos. Tan es así, que dentro de nuestra cultura hemos creado un término de lo más pedante: escatología. Esta palabra, en su acepción más común, designa “el uso de expresiones, imágenes y temas soeces relacionados con los excrementos”.

Los historiadores de la lengua señalan que escatología en realidad son dos palabras homógrafas. La primera proviene de la etimología griega skatós, que significa excremento.  La otra llega de éskhatos, cuyo significado tiene que ver con la idea de término o final. Este segundo concepto tiene un sentido totalmente teológico, por lo cual está enfocado en cuestiones de ultratumba: juicio final, muerte y resurrección. Todo lo anterior centrado en una doctrina sobre el destino último del ser humano y el mundo. Hasta aquí, parece evidente que estas dos palabras poseen significados totalmente opuestos. Pero me atrevo a asegurar lo contrario.

A riesgo de contradecir a los estudiosos, sostengo la teoría de que no hay una distancia tan grande entre una y otra. Es más, advierto que ambas palabras son una sola, pues ambos conceptos tienen rutas epistemológicas en común. ¿Acaso el acto de cagar no tiene también un sentido teológico? Si revisamos las hagiografías existentes, nos daremos cuenta que sí. Y si nos vamos un poco atrás, podemos recordar el pasaje bíblico en que Jesús tiene que defecar a la orilla del camino. Lamentablemente, el sistema cultural de occidente nos ha obligado a mantener tan alejados los dos sentidos que convergen por medio de la copromancia.

Aunque en oriente la adivinación por medio de la popó es un sistema social y espiritualmente valorado, en occidente hemos frenado la expansión de nuestra conciencia por insensatez, prejuicios y fobias ridículas. ¡Ya basta de vivir enceguecidos!  Sería muy fácil culpar a los maestros videntes por su desinterés en promover esta presciencia entre un público mayor. La culpa no es de ellos, sino de los jóvenes, quienes hemos abandonado el compromiso social de la adivinación. Además, no hemos sabido aprovechar las nuevas herramientas tecnológicas para su difusión. Por eso hago un llamado a todos los copromantes del mundo para que dejen de lado la apatía —o la egolatría— y comiencen a tomar acciones que revaloricen nuestro arte. ¿Cómo? Es momento de quitarnos la pena y anunciar nuestras consultas sin miedo. También hago un llamado a la sociedad en general para que se interese por este sistema y acuda a los copromantes. Cada que usted vea un letrero que diga: “se lee la caca”, ¡por favor, no ignore el llamado de su destino! ¡consulte al especialista! No se arrepentirá, se lo aseguro.  Sería muy ingenuo de mi parte no advertir de los posibles charlatanes, como en todo arte los hay. Al respecto, sólo le digo una cosa: no se deje engañar.

Hemos permitido que nuevas modas entre los oráculos entierren un sistema tan antiguo como el de la copromancia. Sí, está muy bien que ahora muchos hípsters practiquen la lectura del tarot, o que busquen en el yoga tántrico la tan sobada unión ente cuerpo-mente-alma. Hasta me parece muy bien que mujeres de cierta clase social confíen en la sanación por medio de los “ángeles”, o como sea que sea aquello. Todo eso está muy bien.

La santería, el tarotismo, la Wicca y hasta la quiromancia tienen un nicho comercial amplio y una divulgación permanente en espacios públicos. Pero carajo, evitemos la desgracia de perder un arte milenario y profundamente bello, tan primigenio como la misma necesidad de defecar. ¡Salvemos la copromancia de su inminente extinción! Ustedes me preguntarán ¿por qué es necesario hacerlo, maestro Vacah? Yo les digo con total honestidad, queridos amigos lectores, que la respuesta no puede traducirse en palabras. ¿Qué quiero decir con esto? No busco convencer a nadie con una retórica corriente y vulgar, me interesa arrojar una semilla a la tierra. Ustedes son el agua y el viento que pueden convertir esa semilla en un árbol.

Lo que sí puedo hacer es explicar un poco por qué confío en la copromancia, y cómo es que la he practicado durante tanto tiempo. También quiero revelarles que no soy el único escritor que la practica, de hecho, somos muchos —no sólo escritores sino artistas en general— y formamos parte de una cofradía de videntes que buscamos salvar a la humanidad de su autoaniquilamiento espiritual, emocional y físico. Como verán, la consigna no es para nada fácil. Pero tenemos un compromiso ético que nos impide claudicar. Para llevar a cabo nuestro objetivo, nos valemos de todos los recursos: mientras estás leyendo esto trato de entrar en tu mente y liberarte de las ataduras de pensamiento. He puesto algunos pases mágicos en esta escritura.

A diferencia de otras presciencias, la copromancia revela el estado presente del organismo humano. El arúspice de las heces no sólo conoce el contexto de la presencia espiritual de un ser en el mundo, también conoce su estado físico. Es decir, a través del proceso último del funcionamiento digestivo, la salud de un hombre o mujer es revelada con una claridad científica —de aquí se deriva la coprología y otras ciencias médicas—. De esta manera, pasado, presente y futuro simultáneos aparecen en la forma de nuestra caca. En rigor, el vidente debe tener conocimientos profundos sobre el funcionamiento interior del cuerpo. A través de la copromancia uno puede mantenerse en perfecto estado de bienestar.

Por las noches como papaya para mejorar el tránsito de mis intestinos. Mucho mejor que cualquiera de esas cochinadas llamadas cereales con fibra. Recuerdo en particular el momento en que concebí la idea de la famosa antología de narrativa que compilé: eran las nueve de la mañana, el día nublado, el frío agradable, entraba luz por la ventana del baño y el primer ¡plop! había caído. Ahí en el agua, sobre la textura marrón, estaba anunciado el título: Historias de sexo, conspiración y muerte. Ese fue el primer presagio de este libro publicado en 2017 que ahora ya va en su segunda edición, y —modestia aparte— es considerada por algunos críticos como una obra de culto. Hay otra experiencia que me gustaría compartirles. Muchos años antes —estaba involucrado en una relación destructiva— tuve una visión que me salvó: en el fondo del váter vi el cabello castaño y ensortijado de ella. Esa fue la señal que me ayudó a terminar con esa novia tóxica. Les hablo con el corazón. La copromancia, en muchas ocasiones, me ha conducido a la meditación y a la inspiración.  Los mejores poemas que he escrito han sido después de estudiar una buena evacuación.

Al principio de todo este camino pensé que me había vuelto un tipo extraño. Pero poco a poco me di cuenta que había otros escritores con esta misma inquietud. Uno de ellos —por supuesto— es Rubem Fonseca, quien me ayudó mucho a mejorar mi arte adivinatoria. Él fue mi maestro, hasta que decidió abandonar la práctica de todo tipo de presciencias y dedicarse al retiro espiritual con el fin de acercarse —con sabiduría— a la última etapa de su vida terrenal. Todavía recuerdo una de las más valiosas enseñanzas que me compartió el maestro: “La caca es sólo un mapa de lo que existe y puede existir”.

Thomas Pynchon es otro de esos escritores copromantes. Alumno de Kurt Vonnegut, quien a su vez fue alumno de Vladimir Nabokov.  Del lado latinoamericano, podemos mencionar a algunos poetas chilenos que conozco bien Juan Luis Martínez, Enrique Lihn y Héctor Hernández Montecinos, con este último solía intercambiar fotos de evacuaciones para comentar las posibles rutas de su interpretación. Entre los mexicanos se encuentran —por orden cronológico— José Juan Tablada, Salvador Novo (aunque éste nunca se asumió como un verdadero copromante), Concha Urquiza, Pita Amor, Salvador Elizondo, Antonio Velasco Piña, Juan Martínez (no confundir con el chileno que ya mencioné), Verónica Volkow, Luis Zapata, Guillermo Fadanelli, Mario Bellatin, Luis Felipe Fabre y Jaime Velasco Estrada… La lista es larga pero aquí le paro.

Como verás, querido lector, la copromancia es una práctica que debe revalorizarse. Un copromante te puede salvar la vida. ¡Salva tú a los copromantes! Si apoyas esta causa, deja abajo tu firma.

 

Ilustración de El Bosco

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