La narración del cervatillo


por Vazha-Pshavela

traducción de Lía Katselashvili

 

En este texto de Vazha-Pshavela (seudónimo del escritor y poeta georgiano Luka Razikashvili) se inspiró la archiconocida película animada de Disney, Bambi.

 

I

Soy pequeño, huérfano. La fortuna me es adversa: me quedé huérfano en mala hora. Visto un pequeño abrigo de piel, perlado con cuentas blancas. Todavía no me han salido los cuernos y los dientes, ni mis pezuñas se han endurecido todavía. Ando perdido. Mirad mi pie ensangrentado, me lo hice cuando bajaba al barranco a beber agua… me duele el corazón… el corazón… ¡Pobre madre mía! Mientras tuve a mi madre viva, siempre estuve rodeado de mimos: me daba de mamar, me acariciaba. Me aconsejaba. ¡Qué será ahora del desdichado de mí! Ya no mamo de la ubre, solo absorto el rocío de la hierba día y noche y así, mato el deseo de la leche. Como no tengo a nadie, siempre tengo miedo, tiemblo. Siempre espero la muerte, ando perdido… ¡Dios, cuántos enemigos tenemos! Antes, he salido triste al claro del bosque… miraba alrededor. De repente, sobre mi cabeza, se oyó un trueno. Miré arriba: un pájaro con ceño fruncido y pico abierto, venía directamente hacia mí. Yo, asustado, salté al bosque. El maldito pájaro no pudo con su cuerpo y se estrelló en el lugar en el que había estado yo. Me recorre un escalofrío al recordar su pico y sus brillantes garras. Llegó y al no encontrarme chocó sus alas entre sí. Entornó sus ojos amarillos, le molestó que hubiera huido. Se estiró y se levantó con dificultad, casi se cae entre las zarzas. Yo estaba escondido detrás de un árbol y con el corazón desbocado, lo miraba con un solo ojo. ¡Bendito sea el bosque! Tú me ayudas mucho, si no, ya no quedaría de mí ni la piel. El corazón me dice que seré la presa de mis enemigos.

No tengo experiencia, solo estuve con mi madre una semana. Ella me enseñaba quién era mi enemigo y quién no. ¿Ahora, quién me enseñará? Siempre me acuesto entre la hierba alta, me escondo, los mosquitos no me dejan en paz… Mi madre y yo, vivíamos allí, donde empieza la colina boscosa y alrededor tiene barrancos: nuestra casa era inaccesible. Mi madre se acostaba en la colina, yo me recostaba a su lado. A veces, levantaba las orejas, yo la miraba, imitaba sus movimientos y también levantaba mis pequeñas orejas. Tres veces oímos un ruido poco habitual: aquello no se le parecía ni a la caída del agua que siempre escucho, ni al sonido del mirlo, ni al     toc-toc del pájaro carpintero. Tampoco a la caída de una rama de un árbol seco, ni al ruido que hacen las hojas movidas por el viento… Noté estos cambios, cada vez que mi madre oía el extraño ruido, se levantaba y me decía: ¡Hijo, ven conmigo, sígueme! Corría y yo saltaba detrás de ella con todas mis fuerzas, sin saber de qué huía. Ahora lo sé… ¡Oh, cuántos enemigos tenemos!.. ¡¿Por qué no me dejas libre, para que pueda andar tranquilo, comer la hierba fresca y pueda asomarme al cerro, mientras me acaricia la brisa de la tarde?! No puedo alejarme del bosque. Si salgo al prado, cerca del bosque, tengo perdida media vida. Siempre tengo que estar vigilante, escondiéndome mientras me derrito por dentro… ¿Qué te he hecho, humano, dime qué? ¡¿Qué te hizo mi pobre madre, qué te quitó, para que la mataras y me dejaras solo, huérfano?! ¡Oh, humano! Vosotros estáis acostumbrados a usar la fuerza, pero nosotros no tenemos la culpa… No notáis que nosotros también amamos la libertad, no notáis con vuestro corazón de piedra, que nosotros también amamos la vida, la naturaleza: las hojas movidas por el viendo, el correr del agua, al que escucho con sosiego, la hierba meciéndose y corretear con otros animales del bosque… ¡Y tú, humano!.. Que con los ojos inyectados en sangre me buscas a mí y a mis semejantes… tienes un arma, nos acechas, gastas en vano tus balas y nos despides del mundo…

 

II

¿Cómo no voy a tener miedo? Solo hace una semana que veo el mundo y ¡ya he pasado por tantos sustos y tristezas! Ayer, era un día lluvioso. Mi madre, llena de vida y tranquilidad, estaba al lado de un haya comiendo la hierba con apetito… Yo también estaba a su lado, me alegraba estar con ella. No me acordaba ni del enemigo, ni de la muerte estando a su lado. Desde las hojas caían las gotas de la lluvia… Yo levantaba la cabeza para que cayeran sobre mí y me refrescaran. ¿Te ha gustado? Me preguntaba mi madre. Yo asentía y saltaba, a veces jugaba con sus ubres. Delante de nosotros, un pájaro carpintero asediaba a un árbol seco y lo golpeaba tan fuerte que me extrañaba que mi madre, siendo tan grande, no fuera capaz de hacer tanto ruido como aquel pájaro pequeño. Daba vueltas alrededor del árbol y primero en un sitio, luego en otro, lo golpeaba con su pico… Yo, miraba con alegría las travesuras del pájaro carpintero. De repente, oí un: “Chje, chje”. Miré y un arrendajo volaba sobre nuestras cabezas. Mi madre me dijo: Esconde la cabeza detrás de mí o el arrendajo te arrancará los ojos. Yo, escondí la cabeza. Mi madre, trataba de hacerlo huir con cabezazos. El arrendajo quería venir hacia mí: lo intentó muchas veces, al final nos dejó en paz y se sentó sobre la rama de la haya y empezó a chillar. Su voz se parecía al mío. Mi madre se río y me dijo: El arrendajo es una cosa muy astuta, hijo, ¡ten cuidado!.. Es enemigo de los cervatillos tan pequeños como tú… imita los sonidos y cuando ve a un cervatillo incauto, lo llama con su voz y ¡se le echa encima para arrancarle los ojo!.. A mí me recorrió un escalofrío… ¡Nunca le contestaré, me esconderé al verle! Así, así, hijo, mientras tengas a tu madre, no tengas miedo. Cuando yo no esté, entonces deberás tener cuidado. ¡Oh, cuánta experiencia me falta todavía al desdichado de mí!

 

III

Un día hizo mucho calor. Mi madre se levantó de la cama y me dijo que fuéramos a por agua. Nos fuimos y bajamos por el barranco. El barranco era muy hondo, los rayos del sol no llegaban hasta allí; alrededor, los árboles estaban unidos entre sí. Sobre las raíces de los árboles, habían salido las moreras, que agachaban las cabezas rojas y miraban el correr del agua. La cascada fría saltaba sobre las piedras y formaba un charco. Yo casi no podía andar sobre las piedras, me dolían las pezuñas. Mi madre me dijo: Ven, hijo, entra en el agua, es agradable cuando hace calor. Esta fría, no puedo, decía yo. ¡No te pasará nada, debes acostumbrarte desde ya, hijo! Me quedé un rato en el agua y luego volví atrás. Arriba, entre arbustos se oía ruido. Esa gente no es mala, dijo mi madre, solo es una mujer y un niño. Nuestro enemigo no grita así, pero debemos tener cuidado: vayamos otra vez para la colina, no dejemos que nos vean. Mi madre fue delante, pero yo no aguanté la curiosidad y saqué la cabeza para mirar atrás. Entonces oí una voz: ¡Mamá, mamá, un lobo! No tengas miedo, hijo, ¿dónde está?, le preguntó la madre. ¡Ahí está, ha sacado la cabeza! dijo el niño señalándome con el dedo. ¡Oh, hijo mío, eso no es un lobo! ¡Es un cervatillo! ¡Mira qué bonito que es! Cojámoslo le decía el niño a su madre y quería correr hacia mí. ¡No, hijo mío, sería una pena, él también tiene una madre! le respondió la madre. Yo, escuchaba en silencio y me gustaba oír esas palabras de salvación. Quería seguir escuchando, pero mi madre había vuelto sobre sus pasos y me dijo: ¡Ah, qué ingenuo eres! ¡¿Crees en lo que dicen!? ¿Qué miras? ¡Vámonos de aquí, sígueme! Ellos se irán, le enseñarán nuestra casa a los cazadores y nos matarán. Mi pobre madre sentía que así sería.

 

IV

Mi madre saltó y yo la seguí, fuimos hacia arriba saltando. Al final, solo oí esto: ¡Mira, su madre está con él! Seguimos barranco arriba, había muchos charcos por todas partes y en el barro, huellas de cervatillos tan pequeños como yo. Hacia mucho calor. Nos molestaba. Nos acostamos en la sombra de un árbol. Sus hojas no dejaban que los rayos del sol nos quemaran. De repente, desde las cimas de las montañas que nos rodeaban, descendieron las nubes, se reunieron. El cielo bramó, tronó, el rayo se enculebró. La lluvia empezó a caer como pilares a lo largo de los cerros. Pronto, cayó también sobre las hojas cercanas a nosotros y hacía tanto ruido que parecía como si el bosque y las montañas se derrumbaran. Se acalló todo ser vivo: los pájaros no se atrevían a trinar… El arrendajo que antes me daba tanto miedo, ahora ya no me parecía tan terrorífico, se había sentado sobre una rama de la haya, había cerrado los ojos, se le caía un moco desde el pico y tenía los hombros caídos. Cerca de él, se había sentado un pájaro con el corazón rojo, era un gorrión inofensivo, había cerrado los ojos tranquilamente y gorjeaba de vez en cuando. El arrendajo se asustó, abrió los ojos y empezó a chillar nerviosamente. Yo me reí, porque hasta entonces había pensado que él era el más fuerte, sin embargo, ahora veía su verdadera cara. La tormenta amainó. Los pájaros empezaron a cantar a coro. Las hojas y la hierba echaron lágrimas de alegría. Mi madre amaba caminar sobre lo mojado… Iba al prado y yo también le acompañaba. Ahora también fuimos hacia el prado, hacia la montaña, donde se oía el dulce sonido de una flauta. En las faldas de la montaña, se extendía un rebaño de ovejas que comían la hierba recién mojada. El sol estaba escondido a medias cerca del cerro. Sus rayos se estaban despidiendo de las montañas y del bosque. En la cima del cerro estaba sentado el pastor y tocaba la flauta. A su lado, recostado, estaba un perro peludo y terrible: miraba vivaz al rebaño de ovejas y a veces, se le quedaba contemplando, con candor, a su dueño. Hemos venido a un mal lugar, me dijo mi madre, el pastor es inofensivo, no tiene arma, pero el perro podría seguir nuestro rastro. Vuelve atrás. Si viene hacia nosotros, escóndete en la hierba, yo me enfrentaré a él. El rebaño, al vernos, se asustó y el perro enseguida empezó a ladrar y echó a correr hacia mí… El pastor empezó a gritar y también corrió hacia mi madre. Yo me puse a temblar. Mi madre se deslizó rápidamente y por un tiempo la perdí de vista. Los ojos se me llenaron de lágrimas y se me partió el corazón. ¡Ay, madre, puede que el malvado te haya cogido! Durante mucho tiempo oí el ruido de las piedras al estrellarse contra el cerro. ¡Puede que haya cogido a mi madre y la esté devorando con sus dientes! Oscureció. El pastor silbó al rebaño y se lo llevó. Miraba sus movimientos con el corazón desbocado. Pegaba a las pobres ovejas, a algunas con el cayado y a otras les lanzaba piedras. A un cordero tan pequeño como yo, le lanzó una piedra, el pobre se cayó y movía las patas lastimosamente. El pastor llamó al perro y al rato, lo vi a su lado con la lengua roja colgando. Yo pensaba asustado: puede que su boca esté manchado con la sangre de mi madre. Oscureció del todo, la negrura era total. No se oía ningún ruido. ¿Qué pasó con mi madre? ¿Puede que ya no me encuentre si está viva? Al poco tiempo, oí un berrido, se parecía a la voz de mi madre. Yo le respondí. La pobre llegó agotada hasta mí. ¿Estás aquí, hijo? No tengas miedo, tu madre está viva. Ni perro, ni lobo, podrán con ella… ¿Estás vivo? Me preguntaba. Estoy vivo, le respondía yo. Mi madre me acarició… No sé a quién pedir, a quién suplicar, quién es tan todopoderoso que me permita volver a mirar en los ojos a mi madre y me llene otra vez con sus caricias. ¿Cómo puedo desquitarme? ¡Ojalá, el enemigo bebedor de sangre, también me hubiera matado a mí! ¡¿Para qué sigo vivo?! Un día antes la veía viva, llena de belleza y siendo mi esperanza, ¡cómo iba a pensar que al día siguiente la perdería para siempre!

 

V

Anduvimos toda la noche en el prado, ya no teníamos miedo. Al amanecer, corrimos hacia el bosque. ¡Maldita sea el amanecer de ese día! En el prado, la hierba estaba acostada y había dos cerezos: los pájaros llegaban en bandadas. Unos llegaban y otros se iban, se llevaban el alimento para sus hijos. Mi madre me advirtió: Es peligroso andar a estas horas, es ahora cuando el enemigo busca nuestras huellas. Estemos ojo avizor. Mi madre se preocupaba como si sintiera la muerte. Arrancaba una hoja del árbol y se quedaba quieta. Encima de nosotros, había unos arbustos y detrás, habían salido tres o cuatro árboles muy juntos. De repente, como un trueno del cielo, un arma bramó. Su sonido recorrió valles y montes, las hojas de los árboles y las plantas, comenzaron a temblar, el humo se extendió sobre la hierba. Mi madre suspiró una vez y cayó. ¡Madre! Me quedé helado allí mismo. Mi madre rodaba, la veía, rodaba de cabeza y dejaba la huella de sangre sobre la hierba. De detrás de los árboles saltó un joven, se había levantado los faldones de chokha[1]. ¡Qué suerte! exclamó y rápidamente, fue tras mi madre. Mi pobre madre trataba de incorporarse, a veces se erguía, pero volvía a caer sobre las rodillas. Yo morí, me derrumbé, cuando el maldito cazador sacó su daga brillante y degolló a mi madre. La sangre brotó y salpicó a los árboles. ¡¿Lo veía claramente, pero cómo podría ayudarla, pobre de mí!? Sobre las ubres, aquellas ubres que yo mamaba, dejó caer la daga y la traspasó. Se la puso sobre los hombros y se la llevó. Empecé a llorar. El corazón se me puso enfermo. Desde entonces, estoy medio muerto; lloro y eso es mi consuelo. Ando y lloro a los árboles, a los valles y los montes, al agua y a la hierba, soy huérfano y quién sabe quién se adueñará de mí; quién sabe ¡¿quién se teñirá las manos con mi sangre?!

 

Notas

[1] N. del T.: Traje nacional georgiano para hombre.

 

Luka Razikashvili (Vazha-Pshavela) fue un poeta y escritor georgiano nacido en 1861. Es autor de más de cuatrocientos poemas y alrededor de cuarenta narraciones épicas, entre las que destaca “El anfitrión y el invitado”, considerada la obra maestra de la literatura georgiana. Su obra se popularizó durante la época soviética gracias a traducciones al ruso llevadas a cabo por Osip Mandelstam, Marina Tsvetáyeva y Boris Pasternak, entre otros. Al día de hoy, se lo puede leer en más de veinte lenguas. Murió en Tíflis en 1915.

Lía Katselashvili nació el 29 de enero de 1988 en Tbilisi, Georgia. Desde pequeña le apasionaba la lectura y acabó estudiando Filología Hispánica en la Universidad de La Rioja. Es coautora dos libros: Diccionario etimológico de nombres y palabras bíblicos (2008) y El “catálogo de las lenguas del mundo” del abate Lorenzo Hervís Panduro y los caldeos-kartvelios de Zenaare (2014). Actualmente colabora en la revista Liberoamérica.

Ilustración de Tilly Strauss.

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