por Alexis Aparicio
Dr. Cuco Highsmith[1]
El hombre posmoderno está expuesto, de manera permanente, a una multiplicidad de estímulos y actividades; su tiempo de ocio es, las más de las veces, mínimo o inexistente. De suerte que permitirse un desliz, una distracción o un rato de sosiego resulta fatal para su vida productiva. Al problema se suma una dificultad de origen biológico —mediada, claro está, por las convenciones sociales en las que se inscribe— que resulta incompatible con el ritmo de vida de las ciudades modernas: nos referimos[2] a la erección matutina, fenómeno que será motivo de análisis de este trabajo.
A principios del siglo XX, el eminente Sigmund Freud —pensador de una actualidad apabullante— postuló que el inconsciente humano resguardaba una serie de pulsiones de origen animal, entre las que quisiéramos destacar la sexual. El sueño, dictadura del inconsciente, está irremediablemente poblado por una sarta de marranadas —¡oh paraíso!— que se encargan de transportar un torrente sanguíneo hacia el órgano reproductor masculino, torrente que termina por erigirlo y tensarlo.
Desafortunadamente, la tensión no se marcha con la fantasía, sino que sobrevive durante centenas de segundos y, tragedia inminente, se conjuga con la necesidad urinaria producto del vaso de agua nocturno. El resultado se traduce en una serie de poses y acrobacias incómodas que el ciudadano debe llevar a cabo en su pequeño baño, y que vuelve más lenta la evacuación del flujo urinario. Se trata, pues, de tiempo desperdiciado, tiempo que el habitante de las urbes no está en posición de tirar por la borda.
A continuación, enumeraremos una serie de actividades que un individuo podría realizar en ese tiempo perdido: escuchar una canción; hacer diez lagartijas; ver un video de dos minutos; ver dos videos de un minuto; imaginar un escenario con su amor imposible de secundaria, Martha, la muchacha del pueril brillo de ojos y la brisa serena que, tenue, se paseaba por el cabello bruñido para producir una imagen de ensueño, síntoma del amor más puro; barrer su cuarto, etc. Sin embargo, lo que se juega en ese par de minutos trasciende a las vacuidades enumeradas anteriormente. Estamos hablando tiempo productivo, tiempo que puede arrebatarle a Pepe Mejía[3] un día de salario.
Revisemos el siguiente caso para entender las implicaciones del problema. Cada vagón del metro llega a las estaciones en un aproximado de cinco minutos, ¡CINCO MINUTOS! Imaginemos que un tren llega a las 6:20 am, en tanto que Pepe Mejía, víctima del tiempo arrebatado por la erección, llega apenas a las 6:21 am. Tal vez el lector ingenuo —aquel que no se ha zambullido 200 000 000 de páginas de teoría sociológica[4]— no sea capaz de cronometrar la gravedad del asunto. La hora de llegada de Pepe Mejía a su trabajo es a las 7:00 am, con una tolerancia de 30 segundos. Pepe Mejía invierte 40 minutos desde que aborda el metro hasta que logra llegar al trabajo. Si Pepe Mejía arriba al metro a las 7:21 am, tendría que esperar hasta las 7:25 am para poder abordar el vagón, lo que imposibilita su llegada puntual al trabajo; lo que le arrebata un día de sueldo; lo que lo lleva a comer frijoles durante dos semanas; lo que le produce flatulencias y una necesidad imperiosa de permanecer en el baño; lo que se traduce en mucho más tiempo desperdiciado; lo que finalmente lo dejará, dados los estrictos lineamientos del horario, sin trabajo.
Un caso análogo fue analizado por Pierre Bourdieu en uno de los pocos ensayos que escribió. Según el francés ese, un individuo depende de su trabajo para comer. El autor lo refiere de manera más clara: “La metasignificación empleada en las estructuras socio-jerárquicas de distribución análoga de los capitales —con la consecuente subdivisión proto-distintiva, ya de bienes simbólicos fehacientes, ya de productos propios de la cultura disruptiva de los discursos— tienen como consecuencia una reproducción del trabajo inscrita en los mecanismos de poder más indisolubles. Es decir, jerarquía jerarquizante de jerarquización jerarquizadora que jerarquiza los jerarquizidores jerarquizados” (Bourdieu, La jerarquización, México, Siglo XXI, 2021, pp. 128-1189, traducción del Fraile San Hipólito de Torquemada y Balbuena).
Lo anterior ocurre cuando se trata del metro. Ahora pensemos que Pepe Mejía depende (chan chan) del Microbús. En este caso, el problema se complejiza hasta niveles inabarcables, por lo que es preciso dedicar una centena de tesis para poder entenderlo. Me limitaré a ofrecer un breve esbozo. Los habitantes de la Ciudad de México —antes México-Tenochtitlan— son conscientes de la nula fiabilidad del microbús y sus conductores. Además de arriesgar su vida exponiéndose a un choque, Pepe Mejía se enfrenta a un transporte cuyo tiempo de traslado es incierto, ya que la llegada a su destino puede tardar entre 25, 30, 40, 60 minutos y hasta 2 días —dependiendo de si secuestran el camión y los usuarios cooperan—. De tal modo que, usando el microbús como transporte, Pepe Mejía siempre se halla propenso a perder un día de salario. Y la situación se acentúa, claro, con la erección matutina.
¿Qué alternativa proponemos para el caso de Pepe Mejía? En principio, nos parece pertinente que el Estado provea a toda la población, de manera mensual, de tabletas de a-sidenafilo (el reactivo tiene un efecto contrario al del sidenafilo, no sea huevón y B-Ú-S-Q-U-E-L-E). Algunas campañas, como la del Partido Honesto del Cuidado de los Perritos, han iniciado un reparto masivo de esta sustancia, pues son muy generosos[5]. Además, los especialistas —entre ellos mi primo Samuel que es bien chido— recomiendan mascar chicle dos horas antes de dormir. Esto, me dijo Sammy, inhibe los deseos sexuales y produce que el aparato reproductor amanezca flácido, acaso muerto, y listo para evacuar sustancias nocivas en forma de líquido amarillento.
A guisa de conclusión, podemos decir que hemos esbozado una serie de aspectos que permiten entender la problemática de las erecciones matutinas y plantear soluciones tentativas. La cuestión necesita, no obstante, un tratamiento más profundo en el que podamos incluir perspectivas multidisciplinarias: desde la antropología, la psicología, la biología, la zoología, la paleontología, la taquimecanografía, la bugía, etc.; y aún parece necesario crear una disciplina dedicada a estudiar el fenómeno de las erecciones (Propongo llamarla Erectología). Por esta razón, solicitamos de manera urgente que el Estado nos provea del capital suficiente para solventar esta investigación, pues de lo contrario los casos de pérdida de empleo incrementarán de manera desmesurada. Nos vemos, ¡oh lector!, en otra ocasión.
Notas
[1] El Dr. Cuco Highsmith pertenece al DEI (Departamento de Estudios Irrelevantes) de la Universidad Humano-Robótica de Colima. Ha publicado alrededor de quince artículos sobre la influencia de las quesadillas sin queso en la guerra contra el narcotráfico; ha sido organizador de los últimos diez Congresos Tomatinos®; una vez su abuelita le dijo que se veía guapo, etc.
[2] Utilizamos el plural por dos razones: 1) Me siento solo y 2) Creo en la hermandad de todos los sociólogos del mundo. Por lo que considero que este es, como todos los intentos por develar las estructuras invisibles de nuestras sociedades, un trabajo realizado por un organismo que me gusta llamar “Sociólogos Unidos SA de CV”.
[3] Hemos querido abandonar el carácter abstracto de “individuo moderno” o “habitante de la urbe”, pues, además de no producir ninguna cercanía con los lectores del presente artículo, creemos que suena bien gacho. A partir de este momento usaremos a Pepe Mejía como sujeto de nuestro análisis, con la finalidad de pensar en casos concretos. Invitamos al lector a imaginar a Pepe como un señor de mmm… 40 años, ligeramente calvo y que usa camisa verde…No, mejor azul.
[4] ¡Ayúdenme, no tengo amigos y mi novia me acaba de dejar por un taxista!
[5] VoteporelpartidoVoteporelpartidoVoteporelpartidoVoteporelpartidoVoteporelpartidoVoteporelpartido.
Alexis Aparicio Díaz estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Escribe cuentos, ensayos y poemas feos. Casi siempre lo rechazan en las convocatorias.
Arte: Dana Widawski, Artist’s Rest