-Un editorial en memoria de las víctimas en México, Palestina, Líbano, Ucrania, y los múltiples pueblos originarios alrededor del mundo.
Aquí en el hormiguero, la vida es bastante pacífica en su mayor parte. Después de un relajado turno de 72 horas, una hormiga editora suele pasar su tiempo libre tejiendo con gancho, apostando en peleas de ácaros y leyendo las ocurrencias de las pocas otras revistas literarias que sobreviven. En una de esas, una de las hormigas se dio cuenta de que el último número de la Revista de la Universidad de México fue dedicado a la Paz. A pesar de las múltiples acepciones de la palabra, que permiten hablar de la ciudad en Bolivia tanto como debatir por 589a vez este lustro las virtudes del poeta que lleva ese apellido, se nos hizo curioso el timing para elegir ese tema, con tantas partes del orbe ardiendo en conflagraciones y odios fatuos al mismo tiempo. Tal vez haya que escribir sobre la paz precisamente porque no existe, así como un soñador dibuja el boceto de una nueva máquina voladora en un papel antes de poder realizarla. El problema es que los sueños, sueños son, y un buen día a los soñadores alguien suele aplastarles la cabeza con una pala, sobre todo si descubren que sus dichosas máquinas voladoras en teoría pueden cargar una bomba y evadir los radares del pinche país de enfrente.
Pero, ¿quién empuña la pala? ¿Quién limpia la sangre? Así pues, también hay que escribir de la guerra.
La palabra suele remitirnos a imágenes de un campo de batalla abierto, o bien surcado por alambre de púas, donde dos grupos militares enemigos, diferenciados limpiamente por el color del uniforme, chocan de frente. La historia —y la vida diaria— enseñan que la realidad es distinta. Es parte de la guerra quien pelea, pero también quien se duele sobre una tumba, quien desentierra una caja de cartas de un desván, o quien se enfrenta a las fuerzas de un otro y sale tan cambiado que su única respuesta posible es crear arte sobre lo perdido y lo ganado en el encuentro, dejando que la tinta se derrame como sangre. No es más película de guerra Salvando al soldado Ryan que Cold War, por decirlo así.
Incluso en el ámbito puramente militar, las cosas no son tan fáciles de representar como nos las han pintado. Sabemos que Rusia invadió Ucrania y sabemos que alrededor de 40,000 palestinos han muerto a manos de Israel desde el 7 de octubre del 2023, pero es difícil discernir cómo opera la guerra moderna en un día a día, sin espadas ni bayonetas; cómo se respira el polvo en las calles bombardeadas o a qué suena el acercamiento de un dron mortal. ¿Y qué sucede con quienes sobreviven? O con quienes sobrevivimos, tomando en cuenta que nuestro país también arde en interminables guerras contra el narco, convertidas en conflictos paramilitares y civiles imposibles de acabar porque son como la hidra: cortas una cabeza y salen otras tres, dejando una insoportable estela de huesos y de ausencias.
El presente número de la Marabunta trata de responder a algunas de estas preguntas e impulsos con una colección de textos que saltan inusitadamente de ubicación, de forma y de fondo. Esta es una de las publicaciones más cosmopolitas de la revista, y nos llevará de Rafah a San José; del japón medieval a un taxi en la Ciudad de México, todo en aras de hurgar entre las ruinas de la guerra —esa tormenta de idiota brutalidad que no parecemos capaces de dejar de hacernos unos a otros— y extraer al menos un poco de sentido, ya sea en retrospectiva o como advertencia hacia el futuro.
Como dijera Auden y repitiera medio mundo desde entonces, literature makes nothing happen. No esperamos que ni estas ni otras letras detengan el curso de ninguna catástrofe. Sin embargo, siguen siendo el único modo de gritar, lo cual nunca es suficiente pero siempre es, por desgracia, necesario.
Arte de portada: Idu Zshugost. Conoce más de su trabajo en su perfil de Instagram.
Fuerte y real el comentario editorial que nos ubica en un mundo bizarro, ¿hasta cuándo terminará el hombre con su propia depredación, hasta cuándo seguiremos cerrando los ojos ante una realidad atroz que minimizamos para cerrar los ojos