Por José Manuel Vacah
La música de Alabama Shakes llegó a mí por inspiración. El último sueño que tuve antes de despertar aquel sábado oscuro de 2012 me condujo hacia uno de los caminos más inhóspitos de la memoria musical. Cuando hablo de la memoria musical me refiero a aquel conjunto de melodías que habitan en nuestras neuronas y que comienzan a sonar intempestivamente en momentos o situaciones particulares de nuestra vida. Por ejemplo, cuando te dan tu primer beso, la memoria musical se activa y comienza a sonar una melodía en tu cabeza que te pulsa las sienes. Esta melodía puede ser una canción o un conjunto de canciones, o simple y llanamente una música inexplicable. Esto último fue lo que escuché aquel sábado por la mañana mientras mis intestinos se revolvían en su música particular obligándome a visitar el retrete, el día es más agradable cuando se desaloja el vientre desde la mañana. En mi cabeza rugía la inesperada voz de una cantante de piel negra, sí, el color de piel también es un rasgo distintivo de la música, pero es más un rasgo distintivo de la voz de un cantante. Toda la mañana esa música extraña contaminaba mi sinapsis. Recuerdo vagamente que mi madre me preguntó si estaba drogado, “tan temprano y ya estás drogado mijo, ay debí de mandarte a la escuela militar”. Salí a tomar el sol pero no me calentaba, por eso digo que aquel sábado era oscuro, como el moho que se alimenta de la loseta de mi baño.
Vagué sin rumbo fijo por mi colonia. Esa maldita música… ¿de dónde vendrá?, era lo único que me preguntaba. Las señoras que llevaban a sus hijos al catecismo me han de ver visto ojos de lunático y el semblante descompuesto, porque al pasar se santiguaban. Así de cabrona puede ser la música cuando a uno le parte el cerebro como por inspiración. Pues sí, así de esta manera tan pinche cabrona se apoderó de mí la música de Alabama Shakes aquel oscuro sábado de 2012, obviamente en ese momento no sabía que la música era de la banda originaria de Athens, Alabama, eso lo supe tiempo después. Esta banda sureña debutaba apenas en el panorama musical del fin del mundo con su disco apocalíptico Boys & Girls. La mejor combinación para aquella atmosférica sensación de destrucción planetaria era ese rock suave y potente como una Sangría con sal y limón, esa extraña mezcla a todas luces retro, de soul sureño negro, blues y rock and roll blanco.
Esta combinación en mis oídos se me transfiguró en una visión profundamente filosófica, ahora lo comprendo bien, el álbum de los Alabama Shakes era el símil perfecto de la época. Esa mezcla vintage entre la nostalgia y el deseo, entre el azul y las buenas noches, entre la mariguana y las metanfetaminas, entre los lentes de pasta y los lentes de contacto, en fin, entre el Dr. Chapatín y Heisenberg. El mundo era reconfigurado a través de la desgarradora voz de Brittany Howard, con sus inflexiones de R&B clásico, y sus gemidos de loba que llegan al alma me sugerían que no todo en la vida son rubias encueradas.
Mientras esperaba en un puesto de garnachas –había pedido una gordita con queso y salsa roja –un cuervo de tres ojos se paró sobre un automóvil cercano. ¡No mames! ¡No mames!, exclamé mientras señalaba al cuervo de tres ojos, pero la gente que esperaba sus órdenes de garnachas sabatinas parecía no prestarme atención. El cuervo comenzó a aletear bien acá, como si quisiera darme a entender que lo siguiera. Así que me tranquilice, pedí mi gordita de chicharrón para llevar-comiendo (una expresión que no es posible dilucidar ahora) y me decidí a seguir al pajarraco mutante. En mi cabeza sonaba una pinche canción bien cabrona, luego supe que esa canción era “Hold On” de los Alabama Shakes, la mejor canción del 2012 según la Rolling Stone. El cuervo de tres ojos graznaba al compás de la salsa roja de mi gordita deshaciéndose en mis jugos intestinales. “Bendice mi corazón”, parecía decirme el maldito cuervo de tres ojos. “¡Jamás!” le grité a la monstruosa ave. “Bendice mi alma”, graznó de nuevo y de su pico salía humo de colores. “Jamás”, volví a repetir mientras desde el infierno Alan Poe me hacía una seña obscena con el dedo.
El cuervo me condujo hacia una farmacia del Dr. Simi donde una mujer con barba me ofreció el disco Sound & Color de Alabama Shakes. Estamos en el 2012, le grité, ¡todavía faltan tres años para que sea lanzado! La mujer barbuda comenzó a reírse de mí, su boca era una masa negra, no tenía dientes, su lengua era putrefacta. De aquel agujero maloliente salía una risa gutural y horrenda que me revolvió las tripas. Todo comenzó a girar en mi cabeza, se aceleraron las horas y los años, y una voz en dothraki me sugirió que cabalgara en las montañas cuando el atardecer se vuelva un leopardo de fuego. Tomé mi caballo y corrí hacia mi casa, con el vinil de los Alabama Shakes bajo el brazo. Llegué a mi casa y mi madre al verme suspiró, “ay mijo, debí de mandarte a la escuela militar”. Prendí mi toca discos y el vinil comenzó a girar echando unas luces magníficas. Seguí una de aquellas luces y descubrí que la canción “Sound & Color”, la primera rola del tracklist, era un canal de luz, amplísimo, una explosión de emociones que canalizaban en un misticismo particular, un prisma por el cual viajaba mi cuerpo y al atravesar sus paredes me desintegraba en un haz multicolor.
Luego seguí por “Don’t Wanna Fight”, una de las mejores canciones de este discazo. La canción es un juego armónico entre la derrota y el amor a la vida. El sentimiento y la honestidad hallan cabida en la letra de la rola, con un coro fantástico que anuncia una solidaridad inesperada con las cosas que van quedando atrás: amores perdidos, fantasías caducadas, sueños rotos, dolor, resignación y una rabia contenida, la violencia jamás en nuestros puños. “Dunes” me gusta porque me recuerda a una película de David Lynch. “Gimme all your love” es otra canción que no puedes dejar pasar, de violenta raíz amorosa, es una de esa rolas que evocan recuerdos. “The Greatest” es una buena canción que te hace sacudir el tuétano, una obra magistral del claroscuro, si con “Sound & Color” viajas por un prisma de luz, por esta rola se viaja a través de un túnel del metro a rabiosas horas impregnadas de cerveza, locura y amor. Una y otra vez reproduzco el disco, sin interrupciones, tengo el alma reventada y no puedo dejar de tararear:
A rabiosas horas impregnadas de cerveza, locura y amor.
A rabiosas horas impregnadas de cerveza, locura y amor.
A rabiosas horas impregnadas de cerveza, locura y amor.
Sound & Color es un disco imperdible.
José Manuel Vacah. Periodista de Rock y Lucha Libre. Ex director de Revista Hysterias y creador de historias policiacas en Linne Magazine.