por Franco Selke
Las altas y coloridas figuras se expanden por las azoteas de los edificios del centro como jardines bellamente mortales que se alzan en formas torcidas al cielo. Clamando algo. Avisando lo que viene.
El helicóptero rodea un perímetro de quinientos metros en torno a las torres mellizas de la Alameda antes de descender y aterrizar sobre la torre más alta. Bajamos torpemente con los equipos sobre el concreto de la ciudad. La urbe nos recibe desierta, aparentemente estéril de toda vida humana. El silencio casi absoluto sólo se ve interrumpido por el esporádico batir de las alas de los pájaros que cruzan el cielo y el viento que silba besando las espigadas paredes laterales de los edificios colindantes. Ha sido difícil concentrarme en el trabajo. Procurar no empantanarme en los recuerdos de la vida anterior. De los rostros conocidos, de los gestos que se han ido difuminando con los años y los olores que asocio a la palabra hogar.
Las cúpulas resplandecen en colores fosforecidos con los tibios rayos del sol de la tarde. Parecieran moverse. Cuernos luminosos con vida propia. Astas que anuncian la llegada de un celo de muerte. En este edificio, el G304, son veintisiete los cadáveres que se conglomeran mirando las nubes.
Se han descrito alrededor de cuatrocientas especies de Cordyceps hasta la fecha en micología. Los más conocidos, entomopatógenos, parasitan diversos tipos de artrópodos e insectos. Incluso se tienen registros de subespecies que fagocitan y gorronean otros tipos de hongos. Pero no se había registrado nunca un hongo que se hospedara, de esta forma, en humanos. El micelio invade poco a poco el cuerpo del huésped, sin dar aviso alguno hasta que se ha desarrollado ya en el interior del infectado. Cuando llegan los dolores de cabeza el hongo ha comenzado ya a reemplazar los tejidos vitales; glóbulos rojos, sangre. La carne está podrida.
Las formas tradicionales de los estromas suelen poseer un cuerpo cilíndrico, creando figuras espirales de colores variados que florecen desde la cabeza del parasitado. Similares a brócolis fantaseados nacen buscando el cielo, maduran y, posteriormente, liberan sus esporas. Los colores y las formas me recuerdan por unos instantes el “ColorRun” anual que se hacía en la ciudad cuando era adolescente. Siempre la encontré una actividad insulsa. Muchas de las costumbres de las comunas colindantes siempre las vi con ojos de superioridad. Pueblo con aspiraciones de ciudad. Costumbres rupestres. Mucha actividad superflua y poco desarrollo del intelecto. Con los años todo parece teñirse un poco de ensueño. Pero pretendo no desconcentrarme.
Los estromas desarrollan decenas de peritecios pequeñísimos, de formas tubulares, que contienen ascas. Las células sexuales del Cordyceps. Éstas lanzarán posteriormente al viento infecciosas ascosporas filiformes.
Del mismo modo que el Cordyceps unilateralis, esta cepa aún sin nombre, afecta la conducta del hospedador entrando al cuerpo por actividad enzimática a través de las vías respiratorias. Análogamente a las criaturas de los bosques lluviosos, que trepan a las hojas más altas de las plantas, los individuos repletaron las azoteas de edificios, tejados de las casas de tres pisos, árboles, montañas rusas y cualquier estructura con mayor elevación. Para así asegurar la máxima distribución de las esporas.
A pesar de los estudios se ignora cuál es la motivación o pulsión concreta que impulsa al individuo infectado a escalar. Pero responde a una pulsión animalesca, como los viajes de las aves en invierno o las grandes migraciones de los mamíferos en las planicies del mundo. Una voz arcana que mueve los hilos de sapiencias más allá de nuestro mundano entendimiento.
Se manejan registros de especímenes multiformes en China, Japón, Corea y Tailandia, usualmente vinculados a climas templados y bosques húmedos. Es prácticamente imposible que se haya generado naturalmente el hongo en este clima mediterráneo. Se investiga la mutación no natural de la especie en algún laboratorio o centro de investigación. Información que podría ser de gran relevancia para el caso. Algunos claman la responsabilidad de transnacionales y empresas agrícolas que han modificado diversas cepas de uvas para el vino de exportación. Otros hablan de la intervención bioquímica del maíz para el consumo del ganado. Modificaciones para el control de insectos. Plagas de frutales y producción agropecuaria en general.
La cordicepina es una sustancia milenariamente trabajada en lugares como el Tíbet donde, a través de experimentación en el pastoreo de yaks, se han trabajado sus propiedades inmunosupresoras para el trasplante de órganos. En China, los pastores, hace más de mil quinientos años alimentaban a sus rebaños con pastos que poseían el “zong chao” —gusano de hierba— para criarlos fuertes y resistentes a las enfermedades. A partir del micelio del Cordyceps se crean antibióticos, se trabaja con vitaminas B1, B2, elementos como el cromo, potasio, fosforo, entre otros. Este antecedente viene a respaldar la hipótesis de un uso —y abuso— de la experimentación con este tipo de hongo en las industrias. Pero no se tiene registro. No legalmente por lo menos.
Ciertamente el país, en su condición de nación tercermundista productora de materias primas, nunca se ha caracterizado por un proceder correcto en lo que respecta a la extracción de recursos naturales. Deforestación y eliminación de bosque nativo para la llegada de transnacionales de celulosa y exportación de madera. Extinción de especies nativas por la introducción de animales para la producción de carne y derivados. Tratados ilícitos. Robos. Coimas. Abusos y fraudes electorales. Nepotismo. Abuso y control de la policía. Dictaduras militares. Asesinatos. Malversación de fondos. Estafas. Introducción de empresas extranjeras. Apropiación de las carreteras. Extracción desmedida de materias primas. Cobre. Litio. La Mina el Teniente. La gente de la mina. El falso estatus social de las gentes grises que mueren por enfermedades respiratorias. La cultura de la ciudad minera. Siempre detesté la concepción de Rancagua como ciudad minera, considerando que el porcentaje exiguo de gente que trabajaba en torno al cobre. Aunque ahora lo entiendo mejor. El sistema económico y político. Las tradiciones huasas y neo-capitalistas. El declive de las tradiciones nativas en beneficio de la modernización del entorno. Los medios mintiendo. La tensión social de las castas ignoradas.
Con una sacudida S me saca de mi letargo. Hay trabajo por hacer. No hay tiempo para cavilar mucho. No ahora por lo menos.
Los más osados apuntan, a través de redes sociales, blogs y canales de YouTube, que la infección ha sido liberada a propósito para intimidar a la gran masa de la clase media que amenazaba hace meses con movilizaciones sindicales contra el gobierno por el descontento con las reformas educacionales, sanitarias y tratados internaciones de expropiación y privatización de materias primas.
Observo los cuerpos. Los hongos que se yerguen orgullosos por sobre sus cabezas. Una vez contagiado el individuo, el parásito comienza por consumir los tejidos no vitales. En la medida que se va desarrollando produce compuestos químicos que afectan al sistema nervioso central y periférico, y así se va extendiendo por el cuerpo. Cuando ya ha muerto el huésped el hongo continúa creciendo, el micelio invade los tejidos blandos, consumiendo todo el líquido corporal. Por las cuencas de los ojos, boca, nariz y oídos brotan los brazos mortales erigiéndose sobre la coronilla del cuerpo ya en vías de podredumbre. Formando los coloridos esporocarpos tubulares del espécimen ya maduro. Los brazos secretan diversos tipos de agentes microbiales para evitar cualquier tipo de competencia. Parecen bailar sobre los cráneos de las personas en la azotea. Se abren. Liberando las esporas. El proceso puede durar de cuatro a diez días. Sea como sea es un bello espectáculo.
Los sujetos permanecen en su mayoría en posiciones naturales, apoyados en la reja del mirador de la azotea. Un par de cadáveres permanecen encaramados en la antena satelital que brinda un par de metros más de altura. Algunos ya han comenzado el proceso de descomposición, pero ni aves, ni insectos se han acercado. Alertados por voces invisibles.
Este es el sexto edificio que me ha tocado revisar. Al parecer, tampoco hay supervivientes. Mis colegas han tenido mejor suerte. Nos acompaña el cuerpo de limpieza que se llevará los cuerpos para ser reconocidos y luego incinerados. El trabajo de mi sección es tomar muestras de los Cordyceps para ser analizados en el laboratorio. Los altos rangos deberán decidir en base a esa información. Somos solo un eslabón invisible.
Mientras los novicios recolectan muestras de las diferentes cepas que han brotado tomo un descanso. Son varios días ya sin dormir lo suficiente. Desde que se me solicitó asistencia por lo menos. Las imágenes en contraste, el recuerdo de infancia y juventudes pasadas, los años sin regresar al país y la falta de sueño parecen acentuar la nostalgia.
Me detengo junto a la baranda que da al poniente. El sol se aproxima a su declive y los tintes del cielo han comenzado a tomar tonos purpúreos. La luz del comienzo del ocaso parece potenciar la vida de los hongos. A través del plástico de la mascarilla pareciera ser una visión de realidad virtual. La calle, una docena de pisos más abajo, luce desordenada, atochada, tendida en un caos total. Como si un preescolar hubiera tirado sus autos de juguete para no volver nunca jamás. Los autos quedaron sobre la calle, en el taco en que se encontraban cuando comenzó todo. Pero ¿cómo comenzó realmente? Más allá de las conjeturas e hipótesis planteadas. Se supone que la zona 0 es esta ciudad, cerca de la Vega de Baquedano. Pero han surgido teorías del surgimiento de brotes paralelos. Me desperezo. De todos modos, no tiene sentido perder el tiempo en este pensamiento, no por lo menos ahora. Desde este punto alcanzo a ver un par de esculturas de gran tamaño. Las mismas de las caminatas de mi adolescencia. En la distancia, cercano al terminal O’Higgins, flamea aún la nueva bandera nacional.
Cuando se dio con el parásito que infectaba a la población se declaró inmediatamente la zona en cuarentena y el estado de emergencia. En las semanas que ha durado todo esto se han cercado todos los caminos en cien kilómetros a la redonda. Los militares custodian todas las fronteras. Estamos en pleno auge de la investigación. No sé qué vaya a pasar con esto. ¿Debería llamar a mis familiares? El pensamiento me lleva a M, ¿estará bien? ¿Habrá sido afectada? Los datos de infectados y albergados los manejan los militares. Pero todos los días aumentan las cifras. ¿Estará viva siquiera?
La ciudad está aislada, los animales aparentemente se han ido. No se ven perros ni gatos callejeros. Sólo las aves que se aventuran a cruzar el cielo. Desconozco aún si el parásito afecte también a los animales. El equipo de zoología debería presentar los avances de sus investigaciones en un par de horas.
La gente que no fue infectada ha sido enviada a refugios en las comunas cercanas. Fuera de las urbes. Me turban tantas interrogantes. Los procedimientos. Las teorías. Las personas. Hace años no visitaba el país. La ciudad lucía como un espejismo olvidado ya en fotos y recuerdos antiguos. Jamás pensé que regresaría, menos de esta forma. ¿Pero trabajo es trabajo no? Mentira, no puedo engañarme a mí mismo. Podría haberlo rechazado. Pero la tierra natal a uno lo llama. Aunque haya dolido el viaje. Aunque los recuerdos sean punzantes. Aunque esta vida y esta ciudad sean parte de un pasado que quisiera borrar.
Sacudo mi cabeza. Siento náuseas. Reviso mis indicadores de oxígeno. Todo bien. Suspiro en el interior de mi traje. Los cadáveres de este edificio parecieran estar alineados en alguna figura geométrica. Entrecierro los ojos. Me zarandeo justo cuando D, mi colega en la recolección y análisis, se me acerca con celeridad. Algo me dice, no lo entiendo, aún estoy turbado. Es difícil concentrarse con tantas cosas en la cabeza. Abrir la puerta a las emociones. Pero debo concentrarme. Sólo seguir órdenes. No pensar tanto. Será lo mejor para la misión y para mi estabilidad emocional.
Agita las manos D. Algo repite. No logro leer bien sus labios a través de la máscara. Me hace un gesto para subir el volumen al auricular. Creo que se descompuso. Un segundo. Espera. Ya lo consigo. Lo escucho. Me pide que lo acompañe. El equipo de limpieza ha encontrado un grupo de sobrevivientes.
Francisco Cáceres, (tampoco) conocido como Franco Selke, es un joven autor de narrativa y prosa literaria. Reconocido en concursos literarios como Concurso Pablo de Rokha, Un cuento para Rancagua, Doñihue en una hoja y la excelentísima revista Marabunta. Se desempeña como profesor de Lengua y Literatura a la espera que el universo conspire para hacer más reconocido su trabajo literario.