Por Alberto Puebla
1
Si me pongo una pistola contra la sien, me violo, me erotizo. Si me deseo la muerte, si me maldigo, toco mi sexo oscuro. La muerte es una gran masturbación.
2
Sólo me molesta la suciedad que desconozco. La carne existe cuando hay palabras que la nombran.
3
¿Cuántos sabrán lo que significa masturbarse hasta el dolor? Entonces el signo del placer resulta fugitivo, aunque existe. Pero sobre todo es dolor. No de llaga abierta, sino de asfixia. Sigo por el ritual. Ésta también es una forma de destrozarme.
4
El sexo y la escritura me incomodan a partes iguales. Hay algo de creación absurda y grotesca; hay algo de carne estéril y dolorosa. Comparten el ridículo de un carnaval en el que todos hacemos de bufón. Imposible decir quién es el rey de los feos y a quién le toca la paliza.
5
Estamos desesperados por encontrar una estética de la perversión. Nos mantenemos ciegos al hecho de que la vida es esa estética morbosa y turbia.
6
Los temas del placer son infinitos. Los motivos del placer son infinitos. El tumulto del mar, el ruido de la noche. El mundo basta para sentir la herida. Un cable roto arañando el aire; la cabeza de una mujer tras una ventana, recortada por la lluvia. Puedo sentir el sexo duro. Una destrucción inmensa, inmediata, terrible.
7
Porque estoy solo es que puedo masturbarme
y de la herida brota
todo el deseo
angustiado,
brusco,
como una deuda de sangre.
Invisible, al fin, mi herida
es como un llanto sordo.
Y triste me desgarro
y me hago trizas obscenas.
En la memoria
este momento de no saber nada
mientras afuera llueve.
Sólo para borrarme es que me toco.
Sobre el autor. Alberto Puebla. México. 1990. Never gonna give you up, never gonna let you down, never gonna run around and desert you. Never gonna make you cry, never gonna say goodbye, never gonna tell a lie and hurt you.
Fotografía de Helena Luna. Síguela en Twitter @ojodeluciernaga