por Ronny Masís Montenegro
Cárcel La Reforma. 1985.
Mis compañeros habían estado conversando de eso mientras fumábamos. Se suponía que era un secreto, pero todos en la Primera Comisaría sabíamos que las terroristas estaban en una de las celdas del interior. A pesar de que me llamaron varias veces yo no les puse atención, y apenas terminé el cigarrillo me metí. Eran las 5:30 de la mañana cuando el centinela que debía vigilar las celdas en aquel momento se me acercó.
—Bolaños, cubrime. Tengo que hacer una diligencia —me dijo.
No me dio tiempo de responder y se alejó por el pasillo. Yo no estaba haciendo nada, entonces caminé despacio viendo las celdas, casi todas estaban vacías. Las tres terroristas estaban en la última de la sección de mujeres, en la más pequeña. La compañera que les acababa de llevar café estaba saliendo en ese momento.
—¿Es Gallardo? —le pregunté mientras señalaba a la que estaba a la izquierda.
—Así es —me respondió.
No lo pensé y empujé a la policía a un lado. Creo que hasta le boté la bandeja en la que había traído el café. Solté una ráfaga de la M-76. Después me dijeron que fueron doce balazos, pero yo solo recuerdo que, cuando el humo se disipó, Gallardo estaba en el suelo con un charco de sangre que se hacía más grande. Las otras mujeres pegaban gritos porque unas balas que rebotaron les dieron. Mi compañera se quedó viendo boquiabierta y no me decía nada. Con el alboroto, llegaron los que estaban fumando en el patio. Yo iba de salida cuando me los topé.
—¿Cabo? —dijo uno de ellos.
—Lo hecho hecho está —respondí y le di el arma.
—¿Eso es todo? -preguntó el periodista.
—¿Qué más quiere que le diga? -respondió Bolaños.
—¿Por qué la mató?
Bolaños cerró los ojos, y las ojeras se hicieron más evidentes. Poco quedaba del suboficial de veinticuatro años que mató a Viviana Gallardo, terrorista de La Familia en la Primera Comisaría de San José. Ahora era sólo un hombre a quien los años en prisión habían hecho un flaco favor.
—Gallardo había matado a tres de mis compañeros. Yo la odiaba. En ese momento, se me nubló la vista y disparé. Fue como que se me metió el diablo.
—Eso ya lo había dicho antes.
—¿Y por qué pregunta de nuevo?
—Porque hay cosas que no me cuadran. ¿Una M-76? Esa no era el arma de uso reglamentario ¿Por qué la tenía?
—Un superior me la dio.
—¿Quién? ¿Para qué?
Hubo un instante de silencio que pareció alargarse demasiado. Bolaños se acomodó en la silla y se secó las manos en el pantalón.
—¿Qué sabe usted de Viviana Gallardo? —preguntó.
—Lo mismo que todo el mundo. Que había estudiado sociología, pero que dejó la universidad. Estuvo en el enfrentamiento con la policía el 12 de junio del 81. Tres policías, un taxista y uno de los compañeros de Gallardo acabaron muertos. A ella la arrestaron y la acusaron de terrorismo. En los días siguientes, arrestaron a más gente del grupo, se hacían llamar La Familia. Dos de sus compañeras estaban con ella cuando usted la mató el primero de julio.
—Exacto —dijo Bolaños.
—Pero eso es lo que todo mundo sabe, a mí me interesa lo que no se sabe.
—Pues verá usted, yo sé por qué maté a Viviana Gallardo. No sé por qué me mandaron a hacerlo.
—¿Lo mandaron? —el periodista anotó en su libreta y subrayó.
Bolaños acercó la silla y se aseguró que el guardia que los vigilaba no estuviera escuchando. Instintivamente, el periodista se acercó también.
—Unos días antes, mis oficiales superiores me citaron a una reunión y me dijeron todos los datos de mi familia, hasta cosas que se suponía no deberían saber. Luego, me dijeron que debía matar a Gallardo y me prometieron que no pasaría más de tres meses en la cárcel, que intercederían por mí.
—¿Y usted accedió? ¿Así sin más?
—¿No me está escuchando? Sabían todo de mi familia. Si eso no es una amenaza no sé qué es. Yo no acababa de decidirme, pero ese día mi esposa me llamó y me dijo que unos hombres sospechosos estaban vigilando la casa. Yo le dije que se calmara, pero supe al momento lo que pasaba y lo que tenía que hacer. Fue entonces cuando me dieron la ametralladora.
—¿Eso es todo lo que me va a decir?
—¿Le parece poco?
—Pues no, en realidad es mucho y muy importante. Por eso quiero saber más.
—Me dijeron que todo estaba planeado, imagino que hasta «la diligencia» del centinela. Se suponía que la policía que les iba a servir el café tenía que gritar que Gallardo intentaba escaparse, ahí entraría yo.
—Eso no pasó, claro está.
—No. Y mis tres meses de cárcel se convirtieron en dieciocho años, ya ve. Bueno, ya solo me faltan catorce.
—Entonces… ¿Mató a Gallardo por cuidar de su familia?
—No hubiera tenido otra razón. A mí me engañaron, soy un preso político.
—¿Cómo dice?
—O un preso por política, da lo mismo. Me quedan todavía catorce años.
El guardia de la prisión le indicó al periodista que se le había acabado el tiempo. Salió de allí frustrado, había obtenido tanto y a la vez tan poco de aquella entrevista. En su casa volvió a revisar sus notas sobre el crimen de Gallardo, porque nadie tenía duda de que fue un crimen, pero ahora con las palabras de Bolaños nuevas preguntas daban vueltas en su cabeza. Sin darse cuenta escribió en su libreta «¿Crimen de Estado?».
La prensa se dio un banquete con eso del terrorismo. Criticaron la falta de valores en la juventud. No faltó quien acusara al presidente Carazo por abrirle la puerta a los sandinistas. Otros más pidieron que se expulsara a la embajada soviética. La izquierda y los grupos estudiantiles se desmarcaron. Ya venían las elecciones y nadie quería ser ligado a Gallardo o a La Familia. En Costa Rica se podía cuestionar casi todo, menos la democracia.
La ministra de justicia de aquel entonces, había pedido que se investigara el asesinato de Gallardo y la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló a favor del Estado costarricense. Dijeron que no había violación alguna a los derechos humanos, en tanto el homicida actuó por motivos personales y fue juzgado según el caso. Claro, ese fallo se dio cuando Bolaños todavía aseguraba haber matado a Gallardo para vengar a sus compañeros caídos, pero aquella entrevista lo cambiaba todo. Le contó sus inquietudes a uno de sus compañeros. Este lo miró incrédulo.
—¿Un crimen de Estado? No jodás —le dijo.
—¿Entonces no me creés que Bolaños dijo eso? —insistió el periodista.
—Bueno. Que lo dijo, lo dijo. Pero que sea cierto son otros cien pesos.
—¿Por qué mentiría?
—Él mismo te dijo que le metieron dieciocho años. Yo con esa condena diría cualquier cosa para que me suelten.
—Pero no tiene sentido. ¿Por qué esperar hasta ahora?
—Yo qué sé.
—Además ¿por qué me lo diría a mí? Yo no soy juez, no puedo hacer nada para rebajarle la condena. Yo creo que quería que alguien sacara a la luz la verdad.
—¿Lo vas a publicar?
—¡Por supuesto!
—Vas a echarte gente encima… gente poderosa.
—¿Entonces creés que puede ser cierto?
—Cualquier cosa puede ser cierta en esta vida. Mirá hombre, yo lo único que sé es esto: hay heridas que es mejor dejar quietecitas, solo así sanan.
—¿Y la verdad?
—La verdad es que Viviana Gallardo está muerta.
—¿Quién pudo haberla mandado a matar?
—Exacto. ¿Quién tendría interés?
—Lo mío no es retórica.
—Lo mío sí, para que te escuchés a vos mismo. Los sandinistas duraron más de veinte años en tumbar a Somoza. En El Salvador ya llevan cuatro años en lo mismo y nada. ¿Vos creés que un grupo de veinte mocosos eran una amenaza para el gobierno? ¿A quién le va a interesar matar a una de ellos? Hasta es más probable que sus compañeros hayan querido matarla para que no los delatara.
—No eran veinte mocosos, eran más de cien.
—Ese no es el punto.
—Bueno, pero igual. No voy a decir que es cierto, solo voy a decir lo que dijo Bolaños.
—Pero… ¿Vos creés que es cierto?
*****
Basado en la historia de Viviana Gallardo Camacho, acusada de terrorismo y asesinada en su celda de la Primera Comisaría de San José, por el cabo de policía José Manuel Bolaños Quesada, el 1 de julio de 1981. Y en las sucesivas entrevistas dadas por Bolaños antes de su muerte en el año 2014. El crimen de Viviana Gallardo sigue sin esclarecerse.
Ronny Masís Montenegro nació el 16 de octubre de 1995 en Cartago, Costa Rica. Es estudiante de Historia en la Universidad de Costa Rica. En el año 2018 obtuvo el tercer lugar en cuento en el certamen “Brunca”, de la Universidad Nacional de Costa Rica, por sus cuentos “Desde la bruma”, cuatro relatos fantásticos basados en su ciudad natal.