Las partes indómitas de la muerte


por Abigaíl Cortés

 

Silencio.

Luego, la mujer más vieja comenzó a narrar:

no estuve ahí pero me lo contaron. O sí, en realidad sí estuve pero no recuerdo nada porque ese día nací. Ahora repito relatos sobre un pasado que no recuerdo, soy la única que queda para contarlo.

Chasqueó la boca, nos miró a los ojos y, con un gesto de temor, prosiguió:

no nos juzguen, éramos sólo perros viejos, tristes, flacos. Teníamos hambre, queríamos ser dueños de algo, deseábamos ser y  luego descomponernos en paz.

No éramos buenos. Eso es lo que digo yo, porque los malos nunca ganan y nosotros lo perdimos todo. Llegamos aquí fingiendo ser bestias heridas, bajamos las cabezas y servimos hasta que ellos confiaron en nosotros.

No éramos buenos, pero ellos no lo sabían.

Antes de llegar aquí, llevábamos meses comiendo arena. Cuando llegamos aquí, nuestro espíritu ya estaba envilecido. Dejamos de ser humanos y no nos habíamos enterado. Teníamos hambre de risa, hambre de dicha. Ellos tenían mucho de eso. Nosotros queríamos ser dueños de algo, de una tierra para morirnos, de una fosa de arena caliente aunque fuera.

Llegamos aquí fingiendo ser bestias heridas. Cuando confiaron en nosotros, algo pasó. Levantamos las cabezas y tomamos este lugar en el que estamos sentados.

Un día esta tierra se murió.

Ese día yo nací.

Ese día Dios tenía miedo, estaba desesperado y comenzó a llover. Dios llovía en todas las cosas. O no. No sé si era lluvia, sólo recuerdo un goteo sobre mi cara, a lo mejor era mi madre. Yo creo que era mi madre porque se le asomaba la desesperación por los ojos. Yo creo que fue mi madre la que llovía porque para ese entonces Dios ya nos había abandonado.

Yo creo que Dios nos abandonó porque la tierra se murió.

No éramos buenos y por eso no merecíamos nada bueno.

No pudimos ofrecerles algo mejor, miren a su alrededor, el reino nuestro son la vileza y el fracaso. Para ahora que les digo esto, ya todos hemos aceptado al destino.
Sólo quedo yo para decirles cómo fue que creamos este mundo.

Después de eso, la mujer más vieja no volvió a hablar jamás. El día que murió, se llevó sus historias sobre este lugar. Ese día el tiempo no se detuvo y yo comprendí que narrar es fundar un origen. El origen de las bestias heridas que andan con la muerte en las espaldas. Ahora repito relatos sobre un pasado que no recuerdo…

 

 

Abigaíl Cortés (Ciudad de México, 1993). Lengua y Literaturas Hispánicas, FFyL-UNAM; Investigación, poesía, ensayo. Inútil a la patria. Habla sobre el mar y otras cosas en twitter: @lyla_ae

Ilustración de Arthur Boyd.

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