Antología de Minificciones del concurso CUENTOber 2020


Detalle de la Ilustración de Gustavo Duane

En una charla sobre literatura, ciencia ficción y feminismo de La Máquina Descontenta, la escritora y editora Cecilia Eudeve declaró: “Como tengo bonsáis, me gusta cortar”, en referencia a su proceso creativo y el arte de la minificción. A la hormiga que esto escribe, también le gustan esos diminutos árboles que guardan un virtual deseo de expandirse, pero que nos lo deja a la imaginación; en sus pequeñas ramas se vislumbra el bosque en potencia.

En ese sentido, e inspirados por el tradicional INKtober con sus múltiples variantes, entre ellas, fotografía y, evidentemente, escritura, propusimos una dinámica en la revista Marabunta, para que la comunidad que nos lee y no nos pisa en su andar, nos enviara un distinta minificción según los temas que propusimos, inspirados en las cercanas fechas de Día de Muertos.

De esta forma nació la antología que presentamos a continuación, resultado del voto del público y una pequeña injerencia del Comité Intergaláctico Marabuntiano, donde encontrarán libros malditos, estudiantes devenidos zombis, posesiones, curas farsantes, perturbadoras historias de ángeles “caídos” y mucho más. Si éste es un atisbo de un bosque de bonsáis, tengan por seguro que sería uno siniestro y habitado por criaturas desconocidas.

Esperamos que disfruten de las minificciones ganadoras y las que recibieron mención honorífica. De antemano agradecemos a sus autoras y autores.

 

BESTIAS O CRIATURAS

I

“Grifúnculo”, de Alexandro Porras 

¿Sabes lo que hace un grifúnculo? Me imagino que sí porque lo reflejas en todo el cuerpo: los cardenales profundos sobre las manos y el cuello; los labios que parecieran suspirar entre los surcos grises; esa cara casi púrpura, imposible de maquillar y, en fin, el torso hinchado, que va lentamente bajando y bajando en su caja de roble.

II

“Sin título”, de Mdz.

Me sentía atrapada, como una insignificante presa. Sus manos sobre mí hacían sentir el final de los días, mientras un sudor frío recorría mi cuerpo que temblaba de nervios. Él sólo pensó en buscar el rincón más alejado y oscuro posible… “¿A caso nadie te advirtió sobre los riesgos de la oscuridad?”, susurré suavemente mientras mis garras comenzaron a abrir sus entrañas y el crujido de sus huesos me hacía desearlo más: jamás creí poder degustar un chico tan encantador…

III

“Sin título”, de Marian Huerta 

Sentía el aire frío en mi nuca, apresuré el paso, quería llegar pronto. La calle estaba silenciosa; si le hubiera hecho caso a mi instinto, hoy no estaría contemplando a ese monstruo mientras rasga mi piel y se come mis entrañas. Sólo espero que quede algo para mis padres.

 

DEMONIOS Y POSESIONES

I

“Sin título”, de Mario Yaír T.S.

Cuando me poseyó, me obligó a hacer cosas terribles. Me obligó a bailar reguetón cada fin de semana. A marchar con los Pro-Vida y a tomar cerveza caliente. A ver Venga la Alegría todos los días y dormir en punto de las 8. Pero lo que nunca le voy a perdonar al demonio es haberme obligado a buscar una solución en la religión.

II

“El Ángel malo”, de Pedro M. 

Mateo, un pequeño niño, tenía miedo. No de la oscuridad, de una araña o de esa polilla que reposa en el techo de su cuarto, no, le tenía miedo a un ser que por las noches lo visitaba, cuya presencia lo aterraba y como último recurso se escondía debajo de sus sábanas, para después sentir esas manos frías tocar sus piernecillas o acariciar su cabeza.

Alguna vez escuchó a su tía hablar acerca de seres que Dios no quería; estos provienen de un lugar oscuro donde además van todas las personas malas después de morir. No sabía cómo, pero estaba seguro de que este ente era uno de ellos. También escuchó de ciertas artimañas que usaban estos “no queridos” para hacer algo que Mateo no entendía bien qué era, algo como “poción” o “posición”, como sea, para lograrlo, estos “ángeles malos” (como prefería llamarlos) prometían ayudar a las personas tristes o cansadas, y nuestro niño era uno de ésas: primero, su papá fue a ver a Dios (eso le dijo su tía); segundo, vivir desde hacía ya una semana en la casa de sus tíos; tercero, entró a una escuela donde le dicen que su familia está “rota”. Y la cuarta… su mamá fue a alcanzar a su papá.

En fin, esa noche, después de otras tres seguidas, le habló por primera vez:

— ¿Quieres jugar conmigo?

— No, lo que quiero es que te vayas —contestó el niño.

— Por favor, si aceptas, te cumpliré un deseo —le dijo con malicia el Ángel malo.

— ¿Puedes hacer que mis papis vuelvan pronto? —externó entusiasmado el pequeño aún con el rostro cubierto por sus sábanas.

La entidad dudó unos instantes, pero después exclamó: “¡por supuesto, para eso están los amigos! Pero necesitamos que te descubras para poder jugar, ¿no lo crees?

El niño obedeció y se descubrió por completo, mostrando un pijama regalada por sus tíos. Aún era muy oscuro, así que no vio el rostro de su “benefactor”. De pronto, Mateo sintió cómo el ente hacía contacto con su piel, y no supo cómo explicarlo, pero entró en su cuerpo. Sintió a aquel maldito ser dentro de él. Sintió cómo su cuerpo le escocía, quemaba. Tuvo ganas de vomitar, su cabeza le dolía y sus piernas, así como sus brazos comenzaron a debilitarse. En ese momento, la luz de la luna entró en su habitación y por fin pudo ver la apariencia del Ánge… no, ni siquiera podía llamársele ángel. Con terror y desconcierto, Mateo, con ojos llorosos dijo:

— ¿Eres tú, tío? ¿Cómo podrías ayudarme haciéndome esto?

Existen humanos que son los verdaderos demonios.

III

“Sin título”, de Marian Huerta 

— No es real.

Repetía ese mantra una y otra vez, hasta que regresaba a mi recámara, recostaba mi cabeza en la almohada y cerraba los ojos.

— No es real. Me decía mientras lavaba mis manos y podía ver su reflejo en el agua.

— No es real. Gritaba cuando su voz me raspaba los oídos y quería sacarla de ahí a golpes.

— No es real. Sentenció mi psiquiatra cuando le conté de tu existencia.

— No eres real, aún así prefiero matarme antes de seguir compartiendo mi cuerpo contigo.

IV

“Sin título”, de Andrea Mariam Oropeza García

Y llegó el día en el que él ni siquiera me dejó pestañear con libertad. Ni siquiera lograron arrancarme de la cama; al final, el clérigo dijo anonadado:

— Ésta sí era de a de veras; ya valió…

 

DOBLES/DOPPELGÄNGER

I

“El mensaje en la botella”, de Hanz Herrada

¡AUXILIO, POR FAVOR AYÚDENNOS!

Era el encabezado de la carta que venía en la botella que encontré el otro día en la playa; la carta decía cosas extrañas…

¡Auxilio, por favor ayúdennos!

Necesitamos toda la ayuda que sea posible, nuestro fin es inminente, estamos viviendo una cacería sangrienta y despiadada.

Todo se salió de control, aniquiló a los piratas, la tierra de indios ahora es tierra de nadie y hay restos de huesos y sangre. ¡Hook o Hook! Los mares se llenaron de vísceras cuando terminó con las sirenas. Todas las criaturas mágicas que habitaban la isla encontraron un final aterrador: esto se volvió una carnicería.

Escribo esto porque perdí mis habilidades, sin el polvillo y sin esperanza no puedo retomar el vuelo. ¡Oh, Campanita!, la maldita desgarró y partió a la mitad a Campanita, ella no lo soportó, se apagó de inmediato, y Hook, cuando al fin había encontrado redención y paz en Nunca Jamás, terminó mutilado de sus dos manos: fue el fin de su amnistía, ella no tuvo piedad, terminó con todos y cada uno de los niños perdidos, si tan sólo hubiera podido evitarlo, si tan sólo…

Ella pide que le digan Shadow, yo la conozco como mi sombra, el problema es que conocía todos los puntos débiles de los demás porque yo también los sé. Cuando mi sombra se volvió a separar de mí, se fue con todos y cada uno de mis conocimientos adquiridos; mató a todos y desapareció. Necesito que, al encontrar esta carta, busquen y salven de mi sombra a Wendy.

Atentamente Peter Pan

Esa carta ha sido uno de mis descubrimientos mas insólitos al caminar por la orilla de la playa. Sin embargo, no sé si creer o no en los hechos relatados, la historia que me contaba mi mamá terminaba diferente.

II

“13 de Octubre”, de J. R. Andrade

El reloj marcó la hora en punto. Voy a llegar tarde, me decía a mí mismo en voz alta, a la hora y media no llegas. Tomé mi maletín con los documentos que necesitaba para la junta y mi termo de café. Me dirigí a la puerta y antes de girar la perilla vi mis zapatos. Zapatos café. ¿Combinan con la corbata y el saco? ¿Resaltan más? ¿Me veré mal? Levanté la mirada y vi mi reflejo, los zapatos combinaban con ese saco azul y la corbata gris. Te ves bien, me dije al ver el reflejo. Salí del apartamento y por un momento me asusté. ¿Dejé la llave en el cuarto? No, la traía en el bolsillo de mi saco negro… ¿saco negro? Miré mi corbata… ¿corbata azul? Pero, el reflejo… yo no tengo espejos de cuerpo completo cerca de la entrada. Se escuchó el seguro de la puerta. Me alejé y vi la sombra de dos pies en la rendija. Alguien (yo, o alguien que se parece a mí) con saco azul y corbata gris me miraba por la mirilla.

III

“Sin título”, de Marian Huerta

Mi abuela decía que los días en su casa resultaban extraños con el pasar del tiempo. Los muebles parecían cobrar vida y cambiar de lugar constantemente, las flores morían y renacían en un ciclo sin fin, así como mi abuela… que sacaba del armario a su otra yo, mientras ella se preparaba para morir.

IV

“Sin título”, de Andrea Mariam Oropeza García

El boleto para el salón de los espejos había sido en su momento una tranza y de las caras; disgustada por la artimaña exprimió el mayor tiempo posible dentro de la lona. El precio cobró sentido cuando al salir descubrió su rostro en cada transeúnte

V

“Sin título”, de Janine Quezmar.

He oído muchas veces que debemos tener cuidado con aquello que deseamos, porque corremos el riesgo de que se vuelva realidad. Así mismo pasa con los temores, quizá deberíamos comenzar a ser más selectivos con aquello que nos aterra, pues de una forma u otra en algún momento lo vamos a enfrentar.

Cuando niña, solía preguntar a mi madre por mi hermana perdida, ella jamás se tomó en serio mi cuestionamiento y pronto se cansó de explicarme que no tenía otra hija. Sin embargo, yo solía ver en el reflejo de los espejos a otra niña, una tan parecida a mí que me hizo pensar que las dos éramos gemelas, que estábamos separadas. Conforme crecí, entendí que esa niña no era mi hermana, pero sí era una parte de mí.

Me convertí en una mujer adulta y entendí que la gente llama locura a las vivencias que su limitada comprensión no es capaz de procesar. Así que tuve que mantener en secreto todas las experiencias que siguieron aconteciendo día a día, porque la niña del reflejo también creció y en alguna ocasión por fin se abrió una pequeña brecha de comunicación entre las dos: cuando supe que me observaba, le sonreí creyendo que podríamos hablar, pero ella no me dio oportunidad para decirle nada, huyó despavorida y yo me quedé observando un espacio vacío en el espejo. Supongo que hasta ése día, ella se dio cuenta que yo realmente existía.

A veces creo que compartimos el alma, pero tenemos dos cuerpos; lo digo porque hay muchos momentos en el día en que siento que vivo su vida o ella vive la mía. Por poner algún ejemplo, suelen llegar a mi mente recuerdos de situaciones que no he vivido, aunque participen las personas que conozco; yo sé que son momentos importantes porque se nos graban en el alma, ya sean momentos de dolor o de alegría, las dos nos hemos nutrido de esas experiencias que vivimos en la carne propia o en la “ajena”.

Sé que ella me tiene miedo, porque ha leído que los dobles deben exterminarse cuando la vida los ponga frente a frente; por el contrario, yo no quiero que esto termine, no quiero arrancar de mi vida la otra parte. Quizá yo sea el doble, porque soy la única que está esperando ese momento en que el universo vuelva a fracturarse y por fin podamos estar de nuevo frente a frente, espero que la suerte entonces me sonría y ella también esté lista para el encuentro, anhelo que para ese momento ella deje de sentir miedo y comprenda que no soy su enemiga, sólo su reflejo.

 

LIBROS PROHIBIDOS

I

“Asesino (o la insípida historia del libro de los celos)”, de Hanz Herrada

… y de esa manera nadie más supo de ella, solamente el joven escritor que disfrutó al deshacerse de ella.

Fin.

El escritor puso el punto final y se dispuso a ordenar las hojas, capítulo por capítulo, organizó su escritorio y comenzó a encuadernarlo, paso a paso, con amor, como si estuviera escribiendo trescientos treinta y tres poemas a la dueña de los ojos que lo hacían paralizar, pero ella, bueno, ella no estaba ahí, en realidad no existía, y él sólo le dedicaba el tiempo que se le debe dedicar a una obra de arte, a tu opera prima.

Cuando dejas tu alma, y otra, en tu obra. Fue un momento erótico, terminó su obra, y fue la cúspide al amor que le tenía.

Desde entonces el libro permanece en aquel viejo librero, llenándose de humedades, telarañas y polvo.

El escritor la mató, describió paso por paso cómo sabía besarla, narraba los sabores que producía en él, escribía detalladamente cómo amarla.

El escritor la mató en sus textos, para que jamás algún lector se enamorase de ella; la mató en el papel: el arma fue la tinta.

El escritor la mató, para tenerla para el sólo, en ese mundo suyo, en ese mundo a tintas.

II

“Sin título”, de Marian Huerta

— Puedes tomar cualquiera, excepto el libro rojo que se encuentra ahí. Decía mi abuelo… eso sólo me hacía desearlo más, hasta que el sentimiento de querer tomar ese libro, de poder sentir su cubierta, oler su aroma, se volvió insoportable. En la noche tomé una linterna y me dirigí a su estudio; mi corazón estaba arrebatado, hasta que al fin pude tenerlo en mis manos. A penas podía sostenerlo por su peso y en cuanto lo abrí, me di cuenta del error que había cometido.

Ahí dentro estaban los recuerdos de sus víctimas y una hoja en blanco que tenía mi nombre.

III

“Tinta roja”, de J. R. Andrade

El recepcionista de la biblioteca pública me intentó quitar el libro de arañada pasta negra adornado con pequeñas piedras rojas, parecidas a rubíes de fantasía, que había encontrado tras el estante de la sección de Ficción, (supongo que se había caído y nadie lo había echado de menos). No se lo permití. Me dijo que lo dejara, que no lo abriera. Yo me reí, era un simple libro adornado; no tenía título ni sinopsis en la contraportada, ni etiqueta de registro. Estoy seguro de que de haber movido con mayor cautela el estante, el recepcionista no se habría fijado en mí.

— Deja eso —me dijo—, ¡dámelo!

— ¿Por qué? —pregunté—. ¿Es como ese de Sodoma o algo así?

El recepcionista sacó un abrecartas que guardaba en el bolsillo de su pantalón, lo empuñó y no quitó su mirada de mí.

— Dámelo o te lo tendré que quitar —dijo—. No me importa cómo.

— Viejo loco —dije y le tendí el libro.

No se por qué lo hice pero intenté un movimiento rápido; era un intento de tirarle el abrecartas con el libro. El recepcionista reaccionó más rápido de lo que yo hubiera imaginado, tan rápido que no vi ni sentí la hoja entre una de mis costillas, pero sí sentí la pasta dura de la portada ser levantada por mis dedos. Me caí al piso y todo se volvió negro y frío.

— ¡No! —dijo el recepcionista— ¡No!

El libro cayó al piso: ya había sido abierto. Los pequeños rubíes se movieron por sí solos sobre la portada y entre los arañazos de la misma formaron un número doce romano, mientras que una tinta roja, que parecía ser la misma sangre del joven en el piso, surgió de entre la piel de la portada formando la palabra “Finem”, en una caligrafía extremadamente cursiva.

El suelo bajo la biblioteca pública comenzó a temblar.

 

ZOMBIS

I

“Sin título”, de Mario Yaír T.S.

Todos gritaban las mismas consignas, votaban a la misma persona, veían las mismas series y criticaban al mismo género musical. No me di cuenta en qué momento comieron mi cerebro, pero un día que todos comprábamos lo mismo, me descubrí como uno más de ellos.

Arrastrándome intenté cambiar las cosas y dejé de seguirlos. Si decían un GAH, yo decía BEH. Si se tambaleaban a un lado, yo hacía lo contrario. Pero cuando hallé a otros (muchos otros) como yo, entendí que no me había curado; la infección solo había empeorado más.

II

“Sin título”, de Marian Huerta

Aquella noche estábamos de visita, sólo queríamos mostrarle que aún lo extrañábamos… alrededor el ambiente se sentía diferente, quedaban pocas personas y el olor a incienso comenzaba a calar.

Le dije a mi tía que era hora de irnos, pero ella comenzó a sollozar más fuerte; le pedí que se tranquilizara, sólo me respondió con gritos.

— Discúlpame, hijo. Pero no tengo opción… —sacó algo brillante y me lo encajo en el cuello. Todo se puso oscuro, lo último que sentí fue la sangre cubriendo mi pecho y pude ver cómo mi tía comenzaba a masticarme.

III

“Sin título”, de Samantha Pantoja

Era casi mediodía cuando el cuerpo de Alicia empezó a temblar hasta tener fuertes convulsiones. Todos se habían quedado dormidos bastante tarde: Lorenzo por jugar en línea y Melva por maratonear en netflix. Llevaba cuatros días adueñada del comedor haciendo una tarea a mano y aunque sus compañeros no querían molestarla, intentaron apoyarla. El primer día le dieron un taco de lo que estuvieran comiendo; al segundo sólo les aceptó agua y al tercero se resignaron a esperar que terminara. No la vieron levantarse ni una vez. En su abstracción, Alicia dejó de comer e ir al baño para maximizar su tiempo. Esa madrugada recuerda haberla terminado y acomodar las hojas en orden dentro de un folder sobre la mesa. Pero al sentir un dolor terrible de vidrios clavándose en su columna y una presión en el cráneo que le desvaneció la poca conciencia que le quedaba, creyó quedarse dormida sobre la mesa.

Cayó al suelo pero nadie despertó. Las convulsiones cedieron paso a que defecara y se bañó en un vómito putrefacto. El vacío que se presentó en su interior la impulsó a arrastrarse por el pasillo y dentro del silencio de su corazón distinguió la respiración de sus roomies. Al no tener fuerza para caminar se arrastró con hombros y rodillas, y logró entrar al cuarto de Melva quien había dejado su puerta entreabierta. La jaló y jaló de la pierna hasta tumbarla en el suelo. Melva se despertó al sentir el cuerpo de Alicia sobre ella: trató de sacársela de encima, pero estaba rígida. Alicia le abrazó la cabeza y la mordió. Batalló para atravesar su cráneo porque Melva movía y gritaba desamparada, pero quedó inmóvil cuando llegó a los sesos.

Con cada bocado el cuerpo de Alicia recuperaba su flexibilidad, pero no contó con que Lorenzo hubiera despertado y se abalanzara sobre ella. Él trató de separarla de Melva, pero sólo se detuvo hasta que recuperó la suficiente fuerza para poder erguirse y Lorenzo salió huyendo. Ella lo persiguió hasta el comedor y lo encontró con su tarea en la mano. Lo embistió con tal fuerza que su cabeza tronó al golpear la mesa y le arrebató el folder en el aire. Lo abrió y al confirmar que su tarea seguía ahí, la guardó en una mochila y salió del departamento. Tenía que entregarla.

 

ASESINOS

I

“Sin título”, de Mario Yaír T.S.

Como la policía aún no lo atrapaba decidió ir por su sexto asesinato. Su nueva víctima era una despampanante chica de apenas diecinueve años que conoció en una app de sexo. Quedaron de verse en su casa, así que sería fácil.

Preparó su navaja en el bolso izquierdo del pantalón, tocó al timbre y la inocente víctima abrió ilusionada. Apenas él dio unos pasos dentro, sintió un brutal golpe en la nuca que lo desplomó. Ahora uno de sus ojos forma parte de la repisa de trofeos de quien resultó ser la asesina serial más joven del país…

II

“Cabos sueltos”, de Alan Armas de la Rosa

— Haz lo que te digo; elimina el cuerpo, limpia todo, y borra cualquier rastro de evidencia que nos pudiera incriminar.

— ¿Y los testigos?

— También a los testigos.

— ¿Entonces también al lector?

— También al lector.

III

“La Villana”, de J. R. Andrade

Carmina Monasterio camina por la casa sin preocupación alguna. Se prueba tres vestidos diferentes y se decide por el segundo. Retoca su maquillaje y contempla su reflejo. Se dirige al closet y después de un rato escoge una bolsa verde de piel de cocodrilo. Alista sus cosas y sube a su auto. En el asiento del copiloto, la bolsa verde lleva en su interior un lápiz labial de la misma tonalidad que el que Carmina usa en este momento, una caja con polvo para retocarse en algún baño y una cartera llena de billetes.

El lápiz labial había sido un regalo de su segundo esposo. Ella lo usaba sólo en ocasiones especiales como el cumpleaños de su indeseada hija, el éxito de la compañía de su hermano, la cena en la que su segundo esposo murió de manera repentina por una sobredosis de pastillas para dormir que tomó antes de la cena. Carmina aseguraba que su esposo había ido a buscar una aspirina y todos pensaron que él se había equivocado de pastillas. Pero la mano de Carmina no se había equivocado de pastillas al disolverlas en el café cargado de su esposo.

La caja circular con polvo había sido regalo del día de las madres de parte de su hija. Carmina adoraba la caja y el pequeño espejo que venía consigo. Le permitía ver su rostro de felicidad al escuchar los llantos de su hija en su habitación al enterarse de que su amado perrito mascota, que siempre rompía los sillones, había salido a recibir a Carmina y ella aseguraba que no lo vio hasta que las llantas de su auto pasaron sobre él.

El dinero guardaba relación con la cartera, pues era la primera cosa que Carmina había comprado con el dinero del seguro de vida de su primer esposo. Él siempre había odiado la ropa de pieles exóticas, pero para Carmina la piel exótica era el objeto perfecto para generar envidia entre amigas y vecinas. ¿Quién hubiera dicho que de un cinturón de piel, regalo de Carmina, terminaría colgando su primer esposo?

Carmina se dirigía al centro de la ciudad a comprar otro bolso de piel, se colocó lentes oscuros y pisó el acelerador. ¿Quién sabe? Tal vez regresaría a casa con dos bolsos y posiblemente un tercer esposo.

IV

“Sin título”, de Mdz.

“Hace unas horas se encontraron los restos de un cuerpo; se ha dado a conocer que pertenecen a una mujer”. Esa fue la noticia que ha acaparado los diarios el día de hoy.

Mi madre siempre dijo que los seres humanos somos como bestias, gozamos con el sufrimiento de otros y nos alimentamos de otros animales. Siempre fue una mujer sabia, por eso mismo es que no comprendía ¿por qué tenía que ser ella? Aquella mujer que siempre esbozaba una gran sonrisa, la mujer que invitaba a todos mis amigos a la mesa, la que ayudaba en los refugios, la que siempre nos cuidó y alimentó con tanto amor. ¡¿Cómo?! ¡¿Cómo era posible que esa amable mujer, a quien tantas veces llame madre, fuera capaz de cometer tal atrocidad?!

— ¡La cena esta lista! —dijo. Mientras el horror se apoderaba de mí al saber de dónde provenía aquella carne que antes me parecía tan deliciosa.

 

TEMA LIBRE

I

“Sin título”, de Ana Bertha Bardales

No lograba conciliar el sueño, cualquier mínimo ruido me inquietaba. De pronto distinguí una sombra de entre aquella penumbra. Sentí terror… Corrí hasta el apagador y cuando la luz invadió todo el cuarto, aquello aún seguía ahí.

 

ILUSTRACIÓN a cargo de Gustavo Duane, (Xochimilco, Ciudad de México, 2002). Me gusta el arte del terror por las reacciones y opiniones que genera en las personas. Sigan su trabajo en Instagram: @gduanee TikTok: @gduanee YouTube: G Duanee

Ilustración de Gustavo Duane
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