Los aburridos


Por Julio Flores

Llega un momento en que estás completamente solo, cuando has

alcanzado el fin de todo lo que te puede suceder. Es el fin del mundo.

L. F. Céline, Viaje al fin de la noche

 

Aunque el sol siempre se asoma por su habitación y es mediodía de jueves, Silvia decide irse a dormir. Ella está deprimida, pero no lo sabe; sólo está segura de querer dejar sobre el liso de las sábanas aquellas malas decisiones. No haberles dado un mejor padre a su Renata y a su Génesis, por ejemplo.

     Abajo, llega al último el Rafa. Sus gotas de sudor simulan pequeñas medusas en un océano inhóspito. Jadea y también apesta a heces de caballo. Los demás chicos están embarrados en los sillones, apenas ejercen cierto esfuerzo para contemplar sus celulares y mover sus pulgares como las cucarachas mecen sus antenas.

      –¿Qué chingados es eso? –dice Rafa señalando la pantalla del celular de Hernán, que los tiene a todos embobados.

      –Es el Layín –dice Génesis, quien parece ubicarlo desde el otro sillón apenas por aquella voz que alcanza a filtrarse por las bocinas–. No mames que no lo topas.

      Rafa, hastiado, encuentra un lugar en el sillón junto a Hernán, el mayor de todos. Sin decir nada, se dispone a ilustrar a su amigo recién llegado y rebobina el video con un brusco desplazamiento de su dedo. Un señor de sombrero y bigote, con la camisa desabotonada y cara de jarioso baila con una muchacha joven, tal vez de la edad de Génesis. La escena, grotesca aunque cómica, obtiene las risas zenitales de los jóvenes cuando el bigotón levanta el vestido de su acompañante mientras ella lo mira asustada.

     –Es el presidente de San Blas– comenta el pequeño Nazir que recién mudó su dentadura. Génesis y Hernán se pitorrean, Michel y Sandra también se incorporan al alarido toda vez que han entendido el yerro.

     –No chingues, Nazircito, cómo estás baboso. Se le dice alcalde, pinche inepto –dice Hernán después de darle un coscorrón.

     –La morrita se parece a la Génesis, ¿no? –bromea Rafa, quien provoca otra oleada de risas.

     Génesis le pinta el dedo medio.

     –Lámelo, plebita –le dice Hernán, protegiendo a su amigo.

    Génesis cambia de seña. Ahora se lleva el índice a los labios. Acto seguido, le tapa los oídos a Renata.

     –Cállate, pinche tamemón. Neta esas mamadas frente a la Renata no.

     Hernán le susurra algo al Rafa: “Bien que le encanta, pero como está su pinche hermanita…”. Génesis se hace la que no escucha y finge jugar con Renata y su muñeca de cachetes obesos. Las tareas en el rancho de los Morán habían acabado por suerte ya; Ixpalino registraba casi cuarenta grados según los aparatos de los muchachos. Ellos sentían que el relajamiento debía revivir al cuerpo fatigado, pero también necesitaban algo que les arrancara una costra de la memoria: esa mañana llena de labores.

     –¡Pues sáquense el pistito para seguir viendo videos del YouTube! –exclama Nazir. Los tres grandes, Génesis, Hernán y el Rafa se miran y se descubren cómplices.

     –¿Tu jefa está jetona, güey? –le pregunta Hernán a Génesis.

     –Dejen checo. No vayan al refri hasta que les avise bien qué pedo.

     Génesis mira a Renata, le habla en un tono mucho más agudo que su registro normal, la llena de adjetivos embelesadores y la deja en el sillón en la compañía de Sandra y Michel. Sube despacio por las escaleras, algunas de éstas soltaban un leve quejido al ser pisadas; en el segundo nivel el calor era más sofocante. Sólo estaba el sonido del aire acondicionado. Con pasitos de ladrón, alcanza a llegar hasta el cuarto de su mamá. Se asoma. Silvia duerme encima del cobertor. Su respiración es arrítmica. Observa sus manos apenas apretadas. Génesis abre la boca y casi alcanza a balbucear algún sonido. Ojalá que le hubiera dicho lo mucho que la quiere, pensó tras saberse arrepentida y sin palabras. Quería despertarla.

     Cerró la puerta con sigilo y bajó.

     Hernán ya tenía un six de Pacífico en la mesa. Sandra puso en su celular una canción cuya letra contaba sobre un taxista que conocía a una chica que se dirigía a un club.

     –La primera es para el enano del Nazir por proponer tan buena idea –dice el Rafa, quien le destapa y entrega el helado envase al niño–. Qué chilo que ya desde morro aprenda a hacer cosas de hombre.

     No tardan mucho en abrir un segundo six. Todos beben una segunda ronda, salvo Génesis por cuidar a Renata. Hernán comenta que ya es hora de que la reunión se ponga cabrona, les dice que está caliente, que se quiere chingar a unas plebitas. Ya no quiere hablarle a la hija de Camilo, ya está muy cogida esa morra. Fastidiado, tiene una mejor idea: la mota. Hernán voltea a ver a Génesis en busca de su aprobación.

     –Obvio pero sólo si me das y si me prometes que no dejamos apestando la casa.

     –Claro que te doy, Génesis Morán… Ah, y también te comparto de mi yerbita.

     El Nazir ya está mareado y empieza a brincotear por la casa. Michel y Sandra, las hermanas, se toman fotos mientras se empinan el casco de la cerveza. El Rafa y Hernán cocinan unos porros. Le piden a Nazir que se vuelva a poner la canción del taxi.

    Con la tercera cerveza, Nazir es el primero en vomitar. Sandra toma una foto de la guacareada. El Rafa le dice que con eso se le quita y le da las últimas bocanadas de su cigarrito. Génesis siente otra vez que debía hablar para detenerlos, pero decide no opinar. El Rafa deja caerse junto a ella. Renata le abre los ojos que parecen dos globos perdiéndose en una noche de Reyes. Su hermana mayor intenta protegerla del olor de la marihuana.

     –Morra, ¿por qué será que estoy tan harto de limpiar las pinches mierdas de tus caballos? Deberían de pagarme más. Deberías de pagarme tú con unos besos.

     –Regrésate a Mazatlán si quieres. Sólo porque nos caes chilo te damos trabajo para que puedas ponerle tiempo aire a tu mugre celular.

      Hernán se abre ya la camisa de cuadros y le pide a Sandra que le tome una foto con el Nazir, el niño está ido de esta la humilde Tierra. Luego de una sesión de instantáneas que terminan en Facebook tras unos segundos, acuesta al chico en un sillón, de lado, por si vuelve a vomitar. Se incorpora también junto a Génesis.

    –Bueno, Génesis, ¿qué se siente tener dos pinches hombres trabajadores bien chingones y bien guapos junto a ti todos los veranos? –dice el Rafa acariciándole las comisuras de los labios–. Tengo una anforita ahí en el establo, ¿vamos los tres?

     –La podríamos pasar tan bien como cuando antes de Nochebuena, morrita ojiverde –dice Hernán mientras empieza a recorrerle la pierna con las yemas de los dedos.

     Génesis siente la temperatura ambiente como suaves navajas que penetran en su cuerpo. Quiere volver a estar con dos hombres otra vez, quiere que el verano se acabe por siempre también. Es una forma de esperar las últimas horas del día.

     –La cuidas porque si no te corremos a ti, a tu hermana y a tu mamá– le dice a Sandra acerca de Renata, ya camino a la puerta. Los muchachos la escoltan, caminan derechos, podrían hacer un cuatro e incluso podrían resolver un trinomio si tan sólo supieran hacerlo. Caminan firmes rumbo adonde les llaman los caballos. Las últimas gotas de un tequila y cuatro manos haciéndola sentir que existe la esperan.

    Sandra y Michel observan el cuerpo de Nazir, ya les agobió haber llenado el carrete de fotos con su borrachera. Lo mueven para que despierte sin resultado alguno. Se acercan a Renata y la despeidan para luego peinarla a su modo. La niña pide un poquito de agua. Michel va a la cocina y busca un garrafón, no lo ve. Sólo hay una Coca-Cola. Sirve el vaso entrenador y vuelve. A Sandra, mayor que su hermana Michel, se le ha ocurrido una mejor idea:

     –¿Y si le damos chela?

     El estómago les efervece. Sandra cambia el líquido del vasito entrenador. Espera a que se consuma la espuma. Michel toma un video, de la niña, con su celular, pues con el de Sandra suenan los cuestionables éxitos de Ricky Martin. Renata tose y tira el vaso. Coca-Cola será, entonces. Nazir hace como que despierta.

     –¿Y Génesis? –pregunta el niño inmerso en una modorra implacentera.

     –Se la están cogiendo –responde Michel, mientras hace un ademán de introducir el índice de una mano con un arito conformado por el pulgar e índice de la otra.

     –Le vamos a dar mota a Renata –menciona Sandra. Hay todavía el cadáver de un porro sobre el piso. Se lo mete a la boca–. Hazle como si fuera tu chupón, bonita.

     Los chicos ríen ante el desconcierto de Renata que se defiende a manotazos y sílabas que pertenecen al nombre de su hermana.

     –A que Nazir no se atreve a enseñarle su pilín a Renata para enseñarle lo que está haciendo Génesis.

     –Seguro no se atreve porque es tamemón.

     –Sí me atrevo.

    Nazir, con un poco de trabajo por las astillas que se le habían encajado durante la limpieza del establo por la mañana, se desabrochó su pantalón y por encima de sus calzoncillos sacó su miembro aún de niño, lo meneó un poco y se paró ante Renata. El niño se quedó contemplando su pene. ¿Por qué no crece como el de los mayores?, pensó.

    Sandra tomó una última foto. La puerta del cuarto de Silvia acababa de chillar.

    –¿Génesis? ¿Siguen los muchachos aquí? –se escucha desde el piso de arriba.

    –¡Rápido! –dijo Sandra lo más quedito que pudo– Recojan esta basura. Michel, sube con la señora y entrega a Renata. ¡Nazir, lárgate! Que no te vean pedo.

     De inmediato, Sandra recogió cuantos cascos y sabanitas quemadas pudo. Michel apagó la música y subió a Renata. Nazir salió disparado de la casa aún frustrado por no saber lo que pasaba con su miembro. Corrió cuanto pudo.

     Cuando el Rafa despertó entre la paja, escuchó a lo lejos las voces de Génesis y Hernán. Se incorporó apenas en cuanto se había colocado los chinos. La chica, aún en bragas, sostenía un cerillo en su mano y lo acercaba al pecho de un caballo.

     –¿Qué chingados le hacen al Morris, güey?

     –Hernán y yo hacemos un experimento para ver cuál de los caballos es el más machito. Es una prueba de hombres.

      El Hernán está dos metros adelante, haciendo lo mismo con otro caballo pero con un encendedor.

     –Pero, güey, les duele. Agarren el pedo, no son objetos.

     Rafa les quita los cerillos. Los invita a vestirse y a chingar a su madre también.

     –Tranquilo, compita, estábamos aburridos porque no despertabas –dice Hernán con tono burlón–. Pero ya nos pinches vamos. Ya se me quitaron las ganas de desmadrear.

     Génesis se despide de beso en el cachete de cada uno. Les dice que los ve mañana. Hernán toma el camino opuesto. Rafa continúa con los caballos. Revisa sus escarificaciones y quemaduras.

     La noche en Ixpalino –la capital del cielo– fue menos larga que otras pero más tranquila. Silvia se levanta temprano por primera vez en la semana y prepara una pera cocida para Renata que ya espera su desayuno en su periquera. Génesis entra a la cocina para despedirse de su mamá. Ya está Hernán en la camioneta listo para que vayan a surtir encargos a Mazatlán. Se despiden y se desean un buen día. Minutos después el timbre suena. Silvia abre. Nazir trae cara de susto.

     –Señora Morán, el Rafa aún no ha llegado y el Morris tampoco está. Creo que se escaparon.

     Silvia, Renata y Nazir llegaron al establo. En el espacio del Morris había una nota escrita con gis.

     “Estaba aburrido. Perdón a los Morán”.

     Silvia le tapa los ojos a Renata y la aleja de la zona.

     –¡Era el caballo favorito de mi hija! –sale gritando temerosa de Renata entienda lo recién sucedido.

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Julio Flores (Ciudad de México, 1990) estudió la carrera de Letras Hispánicas en la UNAM. Aficionado al Cruz Azul, la etiqueta de la posmodernidad y los estudios sobre memoria. Ha publicado en revistas como Tierra Adentro, Cuadrivio, Morbífica y Área de no Leer. Todavía no le entiende a las cervezas artesanales pero se emborracha con ellas.

Ilustrado por Jesús Mendoza Torek (Torekdg). Conoce más de su trabajo en su página de Facebook.

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