Por Christian Emmanuel Hernández Esquivel
1
Una mañana, un loco subió al microbús con una pistola en la mano. Apuntando a diestra y siniestra, exigía que se le entregaran joyas, artículos de valor, dinero. A cada paso, el loco, fuera de sí, maltrataba a los pasajeros: repartió un cachazo a un anciano que no podía sacar un billete de uno de sus bolsillos; dio una patada a una monja que invocaba ayuda del cielo; estrelló en la ventanilla la cabeza de un joven que, distraído, sin prestar atención al atraco, escuchaba música por sus audífonos. Un puto se puso nervioso y trató de quitarse el reloj para esconderlo en su saco sin que el loco se diera cuenta. No lo logró. El loco le soltó un balazo, abriéndole un agujero en el pecho. La gente del microbús entró en pánico. Las señoras lloraban histéricas, abrazándose a sus hijos. Otros más, con las manos temblorosas, apuraban la entrega de sus pertenencias, despavoridos. Unos más se tomaban el rostro con las manos mientras esperaban el desenlace del asalto. El loco estaba a punto de llegar al final del pasillo del camión cuando de pronto otro loco, que vestía overol azul marino, se levantó de su asiento y le disparó a mansalva varias veces. Toda la gente se estremeció, inclinándose hacia el frente y cubriéndose la cabeza con los brazos. Tras los disparos, el loco del uniforme anunció ceremonioso que él era policía y que, después de algunos tiros, el asaltante había sido abatido. Ordenó a los usuarios que tomaran sus pertenencias y que bajaran, en calma, de la unidad de transporte público. Una vez vacío el microbús, el policía sonrió satisfecho. Por la noche volví a mirar su rostro en el noticiero de la televisión. A mi lado, otros locos miraban su talante y sonreían, mientras hablaban del combate al crimen y la eficiencia de la policía. Los putos, un poco más lejos, vocinglereaban molestos sobre la violencia cotidiana. Los cuerdos, aún más allá, se emborrachaban, bebiendo en silencio, para olvidar una jornada más en la ciudad caótica y desquiciada.
2
Putos y locos odian discutir sobre política entre ellos: para unos, la tarea demanda cierto grado de paz mental; a los otros les ofrece una oportunidad gratuita para el conflicto. Por lo tanto, putos y locos sólo conversan sobre temas triviales en las tertulias donde se encuentran: programas de televisión, fútbol, escándalos de la farándula, anécdotas de viaje, algo de gastronomía y bebidas… En la reunión familiar, un puto rompe la tregua y se queja, amargamente, de su vida:
—Mañana, que es domingo, tengo que ir a trabajar…
—Pero, ¿por qué? — replica, angustiada, su hermana, mientras pone un plato con comida para su marido en la mesa del comedor.
—Ya con éste van siete domingos que tenemos que presentarnos a las siete de la mañana en la oficina… — musita, dando vueltas a su vaso con tequila.
—Pero, ¿por qué? —replica, de nuevo, su hermana, que va por más comida a la cocina. —¿Tienen trabajo atrasado o qué? ¿Qué tienen que hacer?
—No hacemos nada —murmura el puto, agitando su bebida. —Sólo vamos a pasar lista y ya… —prosige con sus cuitas. — A las ocho de la mañana podemos regresar a nuestras casas… pero, de todos modos, nos echan a perder nuestros domingos…
—Entonces, ¿sólo se presentan para eso? —pregunta el joven universitario, que lee, desde un sofá, un periódico. —¡Qué extraño! ¡Ni en las empresas privadas obligan a sus trabajadores a laborar en domingo! ¡Se me hace injusto! ¡Y eso que trabajas en una oficina de gobierno!
—Así es… —suspira, con tristeza, el pobre puto. —Nos quieren tener como pinches soldaditos… listos para lo que el Gobernador dicte y mande… o, si no nos gusta, para buscar otro trabajo —se lamenta, dando un trago profundo a su vaso con tequila.
—Pero no entiendo… —inquiere el joven universitario, —¿Por qué los tratan así? ¿Para qué los torturan? No, más bien, ¿para qué quieren adoctrinarlos?
—Ay, sobrino, ¿no ves que ya anda en campaña el góber? —replica, sonriente, un pinche loco que simpatiza con el partido político en el poder. —Por eso tiene que formar sus cuadros… Tiene que saber si cuenta con el apoyo de su gente…
—¿Pero cómo? —replica, indignado, otro loco, simpatizante de los partidos de oposición, —¡Si el Gobernador apenas va a cumplir un año desde que asumió el poder! ¿Desde ahora, ya está luchando por la grande?
—Pues sí —replica el primer loco, con una sonrisa discreta, mirando atentamente su bebida, —No olvides que los tiempos políticos se adelantaron… Mira la Ciudad de México: el pinche Jefe de gobierno aún no terminaba su gestión y ya era presidenciable…
—No, no mames tío —interpela el joven universitario, perdiendo un poco la cordura, —¡Quienes lo hicieron “presidenciable” fueron los pinches medios! ¡Él siempre se mostró preocupado y ocupado por los problemas de la ciudad! ¡A diferencia del pinche Gobernador que sólo sabe aparecer en televisión y en los pinches espectaculares que ha mandado a poner en todos lados! ¡No sólo en esta pinche ciudad sino, en realidad, en todos lados!
—Ya. ¡Ya! ¡Por favor!- trata de calmar la discusión la frágil mujer que ha ido y venido, trayendo comida consigo, a la cocina. —¿Qué ganan ustedes discutiendo de política? Díganme, ¿qué ganan?
Putos y locos se miran, de manera furtiva, como preparando una respuesta definitiva para defender su propio punto de vista. Pero no logran hallar un argumento convincente. Así que todos regresan a sus actividades previas: bebiendo tequila, engullendo comida y leyendo el periódico en silencio.
—¿A qué horas juega la selección? —pregunta uno de ellos, con el control de la televisión en la mano.
—¿Apoco va a jugar la selección? —replica el joven universitario.
—Sí —dice su tío. —Si gana este partido, pasa a la siguiente ronda del mundial como líder de grupo…
Así, putos y locos se tranquilizan, y miran con decepción cómo la selección nacional de fútbol de su país pierde el encuentro contra la selección de Portugal por marcador final de dos a uno en el Veltins-Arena de la ciudad de Gelsenkirchen, Alemania; con agónico gol a favor de Francisco “el Kikín” Fonseca y una mano, sumamente infantil, del capitán Rafael Márquez.
3
En las últimas elecciones presidenciales, los putos votaron por la continuidad, temerosos de perderlo todo. “Un cambio en el régimen político traerá una grave crisis económica al país”, replicaban asustados después de ver la propaganda electoral en la televisión. Los locos, por su parte, no asistieron a las urnas porque no confiaban en los partidos políticos de la contienda. “La verdadera transformación del país se encuentra en la Revolución”, proclamaban a viva voz, sin acordar qué tipo de transformación deberían de llevar a cabo. De esta manera, el continuismo ganó, y los putos, creyendo que votar en las elecciones es igual que ser hincha de un equipo de fútbol, proclaman a los cuatro vientos que apoyarán al presidente electo. Los locos, por su parte, desconocen la legitimidad de las elecciones y, aliados a los partidos de oposición, empiezan a tomar las calles y construir barricadas. Cada vez que les preguntan por qué no aceptan su derrota en las urnas, los locos expresan a coro: “porque los putos se han vuelto locos”.
Junio-Agosto, 2006.
Christian Emmanuel Hernández Esquivel (Toluca, 1980). Metepequeñoburgués egresado de la UAEMex y El Colegio de México. En 2015, publicó su primer libro: Moratoria (Diablura Ediciones). Escribe el blog www.hernandezesquivel.blogspot.com
Ilustrado por Eunice Maldonado. Conoce más de su trabajo en su página de Facebook.