por Rafael Alvazález
Morgan despertó, levantó el campamento, montó su caballo y cruzó el arroyo, descendiendo la montaña hasta llegar a aquel camino abandonado donde lo esperaba María. Al doblar la única curva del camino, un hercúleo bulto lo abatió de pronto, Morgan tocó el suelo y oyó tres disparos. A la mañana siguiente Morgan despertó, levantó el campamento, montó su caballo y cruzó el arroyo, bajando la montaña hasta llegar al camino abandonado en busca de María. Al doblar en la curva peligrosa, un extraño bulto lo derribó y en seguida escuchó tres balazos. Al otro día Morgan despertó, levantó su campamento, montó a caballo, atravesó el arroyo y llegó hasta el sendero abandonado. Cuando se dispuso a doblar la solitaria curva un escalofrío recorrió todo su cuerpo y pensó en que nunca vería de nuevo a su querida María. Instintivamente volteó a la izquierda y vio a un hombre abalanzarse como una flecha. Morgan tomó su revólver y apenas logró apuntar al pecho del extraño antes de que su brazo se paralizara, lo mismo que su montura y la carrera de aquel hombre, todo mientras veía cómo al universo entero se superponía un velo blanco, negro, gris.
–¿Ya lavaste los trastes, niñito?
–Mamá, estoy en medio de una misión…
–Pues le pones pausa y los lavas. ¡Pero rapidito! ¡Órale!
Morgan, estático y estoico, contaba las horas y los días y perdía la esperanza de volver a ver a María.
Rafael “Alvazález” (González Alva) nació en la Ciudad de México en 1993. Es, entre otras cosas y además de millennial, escritor, diseñador y [novo]hispanista. Actualmente cursa la Maestría en Letras Mexicanas en la UNAM y es miembro del equipo de investigación “Leliteane. Lengua, literatura y teatro en la Nueva España”. Ha publicado verso y prosa en revistas digitales como Destiempos y Sombra del aire.
