por Johann Mauricio Díaz Gómez
El germen del surrealismo se dio mientras acontecía la Primera Guerra. Esto no deber ser tomado como un simple hecho, fortuito o gratuito, pues el surrealismo nació como alternativa estética ante lo que el hombre había hecho de él mismo y el mundo que le rodeaba; la sublevación de la realidad fue el proyecto principal que buscó desarrollar André Bretón y todos los demás miembros de este movimiento del siglo XX. Motivados por alcanzar nuevos estadios de la humanidad, estadios en los que el arte no había hecho parte; para esto partieron de bases históricas y teóricas para construir y reconstruir lo que debía ser el arte para ese momento y el futuro. La fuerte influencia de Sigmund Freud y Karl Marx en el ámbito filosófico serán las bases desde las cuales, las intenciones del proyecto surrealista actuarán.
Pero, para hablar del surrealismo es condición necesaria hablar del dadaísmo: predecesor directo, que luego de su incisión, algunos de sus miembros en Francia conformarán la vanguardia por excelencia del siglo XX. El dadaísmo surge en 1916 en Zúrich, Suiza, gracias a Tristan Tzara, su mayor representante; este proyecto Dadá surge como reacción frente a la institucionalidad del arte y el pensamiento en general, del canon se podría decir. Este enfrentamiento se da por supuesto por el carácter académico y canónico que ha tomado el arte, pero, además, por la coyuntura social y política por la que atraviesa Europa en ese momento; hablamos de 1916, plena Guerra Mundial, y esto, como dije al inicio, no es un hecho cualquiera, puesto que supone un punto de inflexión en la historia de la humanidad.
Si retrocedemos varios años, hasta la época de Descartes que supone el inicio de la Edad Moderna, vemos que las ideas de “hombre” y “mundo” han mutado y transformado en asuntos bastante distintos a los que, por ejemplo, en el Renacimiento fueron. El hombre domina al mundo. El hombre conoce el mundo. Con la matematización del mundo, la magia con la que tanto como antiguos y renacentistas trataban la relación del hombre y la Naturaleza desaparece y nace con ello una nueva visión de mundo que Octavio Paz retrata maravillosamente:
Para nosotros el mundo real es un conjunto de objetos o entes. Antes de la edad moderna, ese mundo estaba dotado de una cierta intencionalidad, atravesado, por decirlo así, por la voluntad de Dios. Los hombres, la naturaleza y las cosas mismas estaban impregnadas de algo que las transcendía; poseía un valor: eran buenas o malas. La idea de utilidad -que no es sino la degradación moderna de la noción de bien- impregnó después nuestra idea de la realidad. Los entes y objetos que constituyen el mundo se nos han vuelto cosas útiles, inservibles o nocivas. Nada escapa a esta idea del mundo como un vasto utensilio: ni la naturaleza, ni los hombres, ni la mujer misma: todo es un para…, todos somos instrumentos (Paz, 1983, p. 135).
Concentrémonos, por el momento, en la sentencia final de la cita anterior: “todos somos instrumentos” dice Octavio Paz, ¿a qué se está refiriendo? Para responder a este interrogante, volvamos nuestra mirada al primer punto tratado: el dadaísmo, ya que simboliza “la muerte de la belleza” y por tanto de la magia, de la cual trataré en el momento indicado. Cuando Tristan Tzara afirma que la belleza ha muerto, está afirmando a la vez que la magia ha desaparecido, ¿pero en qué sentido? El dadaísmo surge, como ya dije, como medida reaccionaria frente a lo que viene aconteciendo en el mundo humano: quiero decir, el mundo moderno, que parte de 3 momentos claves: la Revolución Francesa, que representa el nacimiento de la democracia tal como la entendemos hoy día; la Revolución Industrial que proveé al hombre de los mecanismos y las herramientas para dominar y transformar la Naturaleza para sus necesidades y la Guerra de Independencia de los Estados Unidos que marca el inicio del primer Estado liberal. Estos tres acontecimientos se enmarcan y convergen en función para la creación del ideal de “hombre moderno”.
Como se podrá inferir, este ideal supone una superación misma del hombre, respecto a su naturaleza. Los ideales de igualdad y libertad propuestos por los Ilustrados, por ejemplo, suponen un nuevo camino de la humanidad. Entonces llega 1914 y con él la Primera Guerra, un evento bárbaro y sangriento que pone en tela de juicio ese nuevo camino. A esto es lo que se enfrenta tanto el dadaísmo como el surrealismo, quiero decir, al avance industrial, científico y artístico que ha justificado tal matanza de hombres y mujeres. Como se ve, la desconfianza está justificada; ni siquiera el pensamiento iluminado de la Ilustración ha logrado construir una sociedad y hombres capaces de impedir tales sucesos. Es ahí entonces cuando Dadá entra en acción y se inmiscuye, por medio del arte, en los asuntos más álgidos del hombre, con un solo propósito: destruir todo aquel supuesto progreso que se haya querido promover como absoluto, tanto a nivel filosófico como científico.
Pero hasta ahí llega Dadá: a la destrucción y el nihilismo gratuito que condena aquellos principios que pretenden hacerse pasar por absolutos, pero sin proponer, a cambio, un nuevo camino, tanto para el arte como para la humanidad.
Evidente se nos muestra entonces las diferencias radicales en los postulados del dadaísmo y el surrealismo. Mientras aquel propone y demuestra que el arte, el mundo, la belleza y la magia han muerto o desaparecido; este último propone derrumbar ese falso progreso y reconstruir a partir de ahí un nuevo camino; se ve entonces que el surrealismo es un acto de fe y esperanza en la humanidad.
El nacimiento del movimiento surrealista surge, en un primer momento, por el distanciamiento antes esbozado, entre Tristan Tzara y André Bretón; este hecho se da en un acto concreto llamado “Acusación y juicio de Maurice Barrés por Dadá” o simplemente “Proceso Barrés”, el cual consistió en una obra dadaísta pura, que carecía de libreto y estructura y que por su misma naturaleza es difícil asegurar si las actuaciones de Tzara y Bretón fuesen auténticas acusaciones postulares o no. Lo importante de esta obra estriba en el distanciamiento teórico de estos dos intelectuales, porque no faltaría mucho para que Bretón se convirtiese en la figura por la que es hoy evocada en este escrito.
Entre los años de 1922 y 1924, Bretón y otros trabajaron con entusiasmo en la revista pre-surrealista (por rotularla de algún modo) Littérature, que publicó su último volumen el mismo año en el que es publicado el Primer Manifiesto, 1924.
Pues bien, como se ha dicho, esta vanguardia surge con el deseo, intención o proyección de querer suplir o sublevar, la realidad o mundo empírico; esto quiere decir, el mundo sensible que de forma natural se encuentra regido por leyes, tanto naturales como artificios humanos. El estado de vigilia, dice Bretón, ha logrado producir en el hombre el olvido de que existen otras instancias, que quizá sean igual o más importantes que aquel. De esto se deduce que la búsqueda surrealista aboga al estado contrario al de la vigilia: el sueño; dice Bretón al inicio de su obra, respecto a esto, lo siguiente: “Tanto va la fe a la vida, a lo que en la vida hay más de precario -me refiero a la vida real-, que finalmente esa fe se pierde” (Bretón, 2001, p. 19).
Parte, como se ve, de una derogación de la realidad (como preludio), para demostrar que hay en el hombre, en su mundo interior (onírico) las respuestas, que el mundo exterior, además de ocultarle, le niega.
Pues bien, empecemos por distinguir “lo real” de lo meramente ilusorio en el surrealismo.
Para discurrir acerca de “lo real”, traigo a este escrito el trabajo hecho por Sigmund Freud sobre la psique humana y la división tripartita de esta, que Bretón aceptó con fervor. Para Freud, la psique está dividida en 3 instancias psíquicas: el yo, el superyó y el ello.
El yo es la instancia psíquica que funciona como reguladora moral, respecto a las acciones que tienen, como es natural, consecuencias. Esto quiere decir que está en conflicto con otra instancia psíquica: el ello, del que hablaré más adelante. Quiero que esta regulación moral sea entendida a partir del Principio de realidad, esto significa que el mundo exterior por medio de la represión o fuerzas coercitivas como las llama Freud, genera el yo, que busca la conservación del individuo y aplacar las pulsiones más instintivas que promueve el ello.
El superyó por otra parte es una instancia artificial se podría decir, ya que a diferencia del yo o el ello, esta surge a partir de la interacción con el medio, con esto me refiero a los demás, a la sociedad y la cultura. Surge cuando se es niño y empieza la socialización con los padres, esta relación desemboca en la interiorización de las normas o leyes que se dan en toda comunidad bajo consensos sociales. Cumple por lo tanto la difícil tarea de aplacar el yo y el ello por ser instancias en las que, por una parte, promueven objetivos egoístas, es decir, la supervivencia individual y por otra, por promover las zonas más recónditas y cavernarias de la naturaleza humana.
El ello, finalmente, según la teoría psicoanalítica, es la instancia primaria de la psique, que existe desde el nacimiento y que es regida a partir del Principio de placer, esto quiere decir que es la parte animal, instintiva u oscura, si se quiere, del hombre. Esto es de suma importancia dado que el ello es la instancia inconsciente, es decir, es donde convergen todos aquellos deseos o pulsiones reprimidos tanto por el yo como por el superyó; además, si sabemos que es la instancia inconsciente de la psique, sabemos por lo tanto que es donde surgen los sueños que el hombre ignora y olvida cada día al despertar. He ahí la vía regía del psicoanálisis y el surrealismo hacia “lo real”.
Esto quiere decir que es el ello, la instancia psíquica que el surrealismo rescatará del estudio psicoanalítico dada su autenticidad y pureza. Bretón, la considera el medio o igualmente, la vía regia para la creación surrealista pura. Esto, como se ha dicho, gracias a la absoluta libertad de la que goza; en el ello, en el inconsciente y por tanto en el sueño, dice Bretón, no interfiere ninguna construcción de tipo lógica, presentándose, al contrario, frente al soñador tal como es, sin filtros ni modificaciones. De suma importancia es lo antes dicho, ya que, al igual que el psicoanálisis y su método “asociación libre” el surrealismo posee su propio camino: la escritura automática.
Esta técnica que engloba lo que es el surrealismo en su etapa inventiva respecto a la creación literaria y poética, es, por usar los mismos términos, la vía regia para desenmascarar el Gran Misterio. La escritura automática consiste, al igual que la técnica psicoanalítica en plasmar en una hoja, en una pintura o en el material que sea, lo que en los sueños se dan tal y como se presentan, es decir, no interesa si son arbitrarios, ilógicos, inconexos o incoherentes. Es de hecho, dice Bretón, la arbitrariedad e incongruencia lo que hace de un poema surrealista sea tal:
la imagen más poderosa es la que presenta el grado más elevado de arbitrariedad; la que exige más tiempo para ser traducida al lenguaje práctico, sea porque encubre una enorme dosis de contradicción aparente, sea porque uno de sus términos haya sido escamoteado curiosamente, sea que anunciándose de un modo sensacional termine resolviéndose débilmente (cerrando bruscamente el ángulo de su compás), sea que deduzca de sí misma una justificación formal irrisoria, sea que entre en el orden alucinatorio, sea que, con la mayor naturalidad, preste a lo abstracto la máscara de lo concreto o viceversa, sea que implique la negación de alguna propiedad física elemental, sea que desencadene la risa (Bretón, 2001, p. 28).
Ahora bien, cómo pretende el surrealismo develar este Gran Misterio. Para ello parte de tres pilares o figuras intelectuales: Freud, Marx y Rimbaud. De Freud, como hemos visto, Bretón tomó las bases psíquicas y metódicas para ser extrapoladas y trabajadas en la poesía y así lograr crear imágenes discordantes tal como se presentan en los sueños. Recordemos, por ejemplo, la imagen que el propio Bretón narra en su manifiesto para entender que es a partir de los sueños es que parte la experiencia e inventiva surrealista:
Ocurrió una noche que, al empezar a dormirme, percibí claramente articulada, de modo tal que resultaba imposible cambiar una palabra, pero carente del sonido peculiar a cualquier voz, una frase asaz singular, que me llegaba sin tener relación con los acontecimientos que, por confesión de mi conciencia, me ocupaban en ese momento. Era una frase insistente, una frase que me atrevería a decir: llamaba a la ventana. Yo la capté inmediatamente, y me disponía a pasar a otra cosa, cuando su carácter orgánico me retuvo. Realmente esa frase me desconcertaba; desgraciadamente no la he conservado con precisión hasta hoy; era algo así como:
Hay un hombre cortado en dos por la ventana (Breton, 2001, p. 39).
De Karl Marx diré lo siguiente: al igual que él, el surrealismo toma al individuo y lo separa de su comunidad, para poder ser analizado y entendido como individuo y no como un instrumento como lo indica Octavio Paz. Marx llama a esto alienación; el hombre es incapaz de concebirse como tal, se siente fragmentado, enajenado. Erich Fromm dice: “la filosofía de Marx, como una gran parte del pensamiento existencialista, representa una protesta contra la enajenación del hombre, su pérdida de si mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental” (Fromm, 2016, p. 7). Así mismo debe ser entendido el surrealismo, pues su pretensión es la de conciliar dos estados aparentemente inconciliables. El estado de vigilia, aglutinado de normas, estructuras y reprensiones para el hombre y el sueño, estado liberador del hombre; esta diferencia categórica es la que motiva tanto a Marx como a Bretón para buscar un camino de “transformar la realidad”.
Sí, transformar la realidad o tal vez enfrentarla y poder vivir sin lamentarlo. Este enfrentamiento busca la conciliación entre la industrialización y lo humano, animal, soñador, mágico e instintivo del hombre.
el surrealismo se proclama como una actividad destructora que quiere hacer tabla rasa con los valores de la civilización racionalista y cristiana (…) es también una empresa revolucionaria que aspira a transformar la realidad y, así, obligarla a ser ella misma. El surrealismo no parte de una teoría de la realidad; tampoco es una doctrina de la libertad. Se trata más bien del ejercicio concreto de la libertad, esto es, de poner en acción la libre disposición del hombre en un cuerpo a cuerpo con lo real (Paz, 1983, p. 134).
Por otra parte, de Rimbaud se podrá decir más bien poco, dado que Bretón lo ve a él y a Lautréamont como los precursores ancestrales del surrealismo. No por eso, significa que Rimbaud poco importe, no, porque este poeta simboliza el “cambiar el mundo” con el que el surrealismo soñó.
Establecido los parámetros en los que el surrealismo se basó, y en los que luego actuará, hablemos de las herramientas que usarán Bretón y los demás poetas y escritores surrealistas para desvelar el Gran Misterio. 1) las imágenes surrealistas son las proyecciones directas de los sueños. 2) la razón no debe interferir en la creación poética. 3) la inventiva surrealista pura debe estar dirigida a la sublevación de la realidad. Estos tres puntos son los componentes necesarios para que un poema, un cuento o novela sea surrealismo puro según Bretón. Veamos el poema “Paisaje” de Luis Alberto Spinetta, que resulta muy clarificador al respecto:
La carne nieva
vestida de perla
y los rostros se cubren de gases.
Las platas adornan.
El cuero gime.
La voz se quema en el patio
de las benedictinas.
El suelo baila.
La paz es hueca.
Dentro de su humo
se gesta un diablo sereno.
La fruta cuelga.
Los trozos del cielo
vuelan por el aire.
La piel se esparce
luciendo su hueso.
Y en los aljibes de la limosna
un gato masca las grises monedas
y el enterrador husmea
la ventana de tierra.
La calle resbala
desde la montaña
y el enjambre del verde
descubre su panza.
La paz es hueca
la paz es falsa.
Dentro de su humo
se engendra un diablo
se carcome el topo
se infarta el pájaro.
(Spinetta, 2004, p. 25).
Como vemos, Spinetta sigue la estética que tanto Bretón como Reverdy formulan: imágenes, que aparentemente inconciliables, dan como resultado otras más fuertes, sugestivas y elevadas: “la carne nieva” /” el suelo baila”. Además, cumple con otro requisito fundamental para considerarse surrealista: la subversión. Este poema, particularmente, es tal porque pone de manifiesto y en tela de juicio la sucia realidad en la que acontece la sucia guerra.
Es, como hemos visto, el malestar de la cultura occidental la que genera y crea la necesidad de fundar movimientos, tanto académicos, filosóficos y artísticos que suplan y construyan nuevos caminos para el hombre que se encuentra sumergido en una sociedad industrial avanzada que le impide autorrealizarse; esta realización, como se podrá inferir debe estar dirigida a las diferentes esferas de la cultura y naturaleza humana; el psicoanálisis busca el equilibrio psíquico de un individuo que se encuentra inmerso en una cultura represiva. Es por esto que en “El porvenir de una ilusión” Freud reflexiona acerca la posibilidad de una sociedad no represiva. Marx busca la liberación del hombre por medio de su autorrealización dentro del mundo industrial, racionalista y capitalista. El surrealismo buscó la reconciliación de la sociedad y el individuo (en toda su unicidad).
Hay tres elementos primordiales para esta reconciliación entre individuo y sociedad (mundo onírico y mundo empírico). 1) El amor, que debe ser entendido desde el sentido platónico, es decir, como Eros. Aquella fuerza que motiva al hombre a las acciones más nobles y elevadas. 2) La libertad, como único medio, para la acción verdadera. Y 3) La poesía, como se ha podido apreciar, que es el puente que “intenta resolver la vieja oposición entre el yo y el mundo, lo interior y lo exterior, creando objetos que son interiores y exteriores a la vez” (Paz, 2001, p. 140).
La poesía es el acto autentico del amor y la libertad.
El surrealismo, ante todo, fue y será una obra del hombre y para el hombre; demostró que la poesía, y por tanto la imaginación, “es la más científica de nuestras facultades porque sólo ella es capaz de comprender la analogía universal, aquello que una religión mística llamaría la correspondencia”, su pretensión fue siempre, como dice Bretón en su Segundo Manifiesto, hacer de la vida y muerte, lo real y lo imaginario, lo pasado y futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y bajo dejar de ser antagónicos y contradictorios. En esto consiste, la poesía mágica del surrealismo: hacer de lo contingente y necesario amigos, que la vida y la poesía sean guiadas por el azar objetivo.
Quizá todo esto sea cosa de un niño que está soñando.
Bibliografía
Bretón, A. (2001). Primer manifiesto surrealista. Buenos Aires: Editorial Argonauta
Bretón, A. (2001). Segundo manifiesto surrealista. Buenos Aires: Editorial Argonauta
Freud, S. (2017). El porvenir de una ilusión. Madrid: Editorial Argonauta
Fromm, E. (2016). Marx y su concepto de hombre. Ciudad de México: Editorial Fondo de Cultura Económica.
Méndez Llopis, C (2010). La Francia de los enfants terribles. Ciudad de México
Paz, O. (1983). Las peras del olmo. Colombia: Editorial Oveja Negra.
Spinetta, L. A (2004). Guitarra negra. Rosario, Santa Fe: Kolektivo editorial “Último recurso”.
Ilustración: “Clarividencia” de René Magritte.