por Antonio Lau Piña
Durante el año 2023, entré en cuenta de que mi librero y mis referencias de escritores estaban repletas de nombres masculinos. Por ello, me propuse leer a más mujeres. Entre las más destacadas estuvieron Ursula K. Le Guin y Ronja Von Ronne, en quienes, aunque parten de géneros sumamente distintos, descubrí una prosa y temas que no encontré anteriormente en la literatura escrita por varones. El siguiente libro con el que seguí mi lectura de escritoras fue Tan poca vida, de Hanya Yanagihara, que, hasta el momento, se promociona como una de las mejores novelas de su generación. No obstante, dicha novela (publicada originalmente en el año 2015 y posteriormente traída al español por Lumen en 2016) me dejó mucho más que una resequedad en la punta de la lengua. Su lectura se tradujo en un disgusto generalizado hacia la novela, el marketing detrás de ella —no dejaba de verla en publicaciones de Instagram y anuncios publicitarios de librerías—, su enorme extensión y el precio exorbitante al cual se vende.
A raíz de lo anterior quisiera centrarme en una serie de cuestiones donde Tan poca vida promete y no cumple, se queda a mitad del desarrollo y, más que ser una novela puramente mala, se queda simplemente como mediocre a secas.
En este sentido, una de las cuestiones principales por las que me acerqué a la lectura de Tan poca vida —más allá de su extenuante promoción—, fue la sinopsis que se encuentra en la contraportada del libro. En ella, se dice lo siguiente:
Qué dicen y qué callan los hombres, de dónde viene y adónde va la culpa. Cuánto importa el sexo, a quién podemos llamar amigo. Y finalmente, qué tiene la vida cuando ya no tiene valor para descubrir eso y más, aquí está Tan poca vida, una historia que recorre más de tres décadas de amistad en la vida de cuatro hombres que crecen juntos en Manhattan. Cuatro hombres que tienen que sobrevivir al fracaso y al éxito y que, a lo largo de los años, aprenden a sobreponerse a las crisis económicas, sociales y emocionales. Cuatro hombres que comparten una idea muy peculiar de la intimidad, una manera de estar juntos hecha de pocas palabras y muchos gestos. Cuatro hombres cuya relación la autora utiliza para realizar una minuciosa indagación de los límites de la naturaleza humana.
Lo anterior, me hizo sentir sumamente curioso de leer un abordaje femenino sobre la masculinidad, aquello que “callamos” los hombres, así como la forma en la que se constituyen nuestras relaciones de amistad con otros hombres. Esto, más que nada, porque en el momento en el que yo comencé la novela me encontraba haciéndome las mismas preguntas sobre mí mismo y las relaciones con mis amigos. Así que, sin pensarlo dos veces, comencé la odisea de mil páginas que supone Tan poca vida, esperando encontrar algo que, a final de cuentas, no estaba ahí.
Tan poca vida cuenta la historia de 4 amigos a lo largo de tres décadas, desde sus infancias hasta los traumas con los que crecen como adultos. El personaje principal es Jude St. Francis, un individuo traumatizado que ha crecido en un ambiente hostil y misterioso que se nos revela a lo largo de la novela. Mientras, los secundarios son Willem —un hombre con ascendencia nórdica que crece para dedicarse a la actuación—, J.B. —un hombre de raza negra, homosexual, que crece para convertirse en un gran artista— y Malcom —un hombre heterosexual, de raza negra, que se dedica a la arquitectura—. Cada uno con sus peculiaridades distintas, así como su etnia.
La novela se centra principalmente en el personaje de Jude St. Francis, un huérfano que creció en un conservatorio religioso y después en un orfanato. Sin entrar en spoilers, es un personaje que ha sufrido muchísimo y asimismo ha pasado por una gran cantidad de desdichas, lo que provoca que uno termine por soltar un suspiro e intente imaginar lo que sería estar en sus zapatos. Sin embargo, esto nunca me sucedió. Más allá de simpatizar con las penas de Jude St. Francis, lo encontré bastante repelente. Durante las mil páginas de la novela y todas las décadas que abarca, parece nunca haber un desarrollo del personaje de Jude. Siempre es el mismo joven atormentado a quien le cuesta conectar con personas y que bajo ningún motivo se permite recibir ayuda, ni siquiera de la gente que ama. Esta repulsión del personaje, así como su pasividad ante su propia persona y sus relaciones, provocan que nunca se vea un desarrollo real en él. Permanece siendo sumamente aburrido, pasivo, insoportable. Uno esperaría que en una novela de tal envergadura los personajes experimentan cambios, o que, en este caso, el Jude de 50 años no se comportara igual que el de 20, sin embargo esto no sucede. Los personajes de Yanagihara son atemporales, en el sentido de que parecería que el tiempo no pasa a través de sus cuerpos y mentes, más bien permanecen en una especie de neverland.
En este mismo sentido, los personajes en general se ven atrapados en esta dinámica atemporal en donde no se desarrollan a través de los años. Además, parecería que los personajes secundarios, incluso los que más gozan de líneas como Willem, no funcionan sino más que en su relación con Jude. Es decir, no poseen autonomía, toda su vida se ve dependiente de lo que haga o no haga Jude. Eso, además de que algunos son tan sosos que caen mal. Incluso suceden situaciones tan inverosímiles y ridículas que el mismo lector no puede hacer otra cosa más que preguntarse: “¿Qué chin***?” Por nombrar alguna, Jude —quien además vive con discapacidades físicas como una cojera permanente—, se ve en una situación donde tiene que saltar por la ventana de su edificio porque ha dejado las llaves adentro. Lo ridículo aquí no es que Jude salte la ventana, sino que sus otros amigos estaban presentes y en mucha mejor condición física, pero no, el que termina por saltar a la ventana es Jude, no Willem o J.B., no, tiene que hacerlo él. Es como si Yangahira, en su afán de hacer fuertes e independientes a los débiles, no dejara espacio para que otros personajes tomen el protagonismo ni la agencia que para ella debería ser exclusiva de Jude.
Aunado al tema del desarrollo de personajes, algo que no pude evitar notar es como todos ellos y sus historias de vida, a pesar de haber sufrido al parecer más que Jesucristo en la cruz, logran el éxito. Es decir, al final del día Tan poca vida no sino otra historia del éxito aspiracionista pequeñoburgués, que nos dice que la gran oportunidad se encuentra a la vuelta de la esquina, sobre todo para aquellos que la han pasado tan mal. Los personajes escalan por la escalera de la vida capitalista estadounidense y, de compartir un pequeño y horrible departamento, terminan por ser ricos, vacacionar en España, recorrer el mundo con trabajos geniales y fama incluida. Al parecer, la trampa de las condiciones materiales de existencia en las que crecieron y desarrollaron fue más bien ficticia y, al final del día, la narrativa del poder de la amistad y el amor se impone sobre la realidad.
Por otro lado, Tan poca vida hace gala de una prosa sumamente pobre que deja mucho que desear. Yangahira se limita a narrar la historia de equis a ye sin permitirse demasiado el monólogo interno, pensamientos, reflexiones, opiniones y demás detalles de los propios personajes o de las escenas que presenta. Para ejemplificar, dejo el siguiente párrafo seleccionado al azar:
Todos los días laborables a las cinco de la tarde y a las once de la mañana los fines de semana, JB tomaba el metro para dirigirse a su estudio en Long Island City. El trayecto de los días laborables era el que más disfrutaba. Se subía en Canal y observaba cómo en cada parada el tren se llenaba y se vaciaba de una siempre cambiante mezcolanza de personas y etnias diferentes, cómo los pasajeros se reorganizaban cada diez manzanas más o menos en constelaciones provocadoras e inverosímiles de polacos, chinos, coreanos, senegaleses; senegaleses, dominicanos, indios, paquistaníes; paquistaníes, irlandeses, salvadoreños, mexicanos; mexicanos, esrilanqueses, nigerianos y tibetanos, a quienes lo único que los unía era la llegada a Estados Unidos no hacía demasiado tiempo y la idéntica expresión de agotamiento, esa mezcla de determinación y resignación que sólo el inmigrante posee.
No es malo, como dije, sino más bien mediocre. Desde mi perspectiva, creo que la prosa narrativa más allá de ser un medio para llevar una historia de un punto A a un punto B, debe permitirse también ciertos recursos sonoros o de otro orden que la hagan interesante. Es decir, contar una historia es mucho más que describir determinadas situaciones y una que otra reflexión, sino también sumergirse en los acontecimientos que se intentan construir y plantear un abordaje que traspase el relato inmediato.
Otro tema relevante, es el de los temas que aborda Tan poca vida. Algunos conocidos y no tan conocidos me mencionaron que les pareció una especie de novela adolescente; sin embargo, yo no creo que sea del todo así. La novela intenta ser adulta y cruel, y toca temas bastante delicados, pero aun así le hace falta un je ne sais quoi que uno simplemente no termina de conectar con ella. Quizás sea porque, como lo dije con anterioridad, todos terminan viviendo una vida de ensueño después de sus vidas de sufrimiento y los personajes nunca logran un desarrollo emocional y mental verdadero.
Por ejemplo, como lo mencione en un inicio, personalmente me atraía mucho el tema de la masculinidad y las relaciones de amistad que se suponía que abordaba la novela. Sin embargo, no me encontré con nada de ello mientras la leía, o más bien, no encontré nada que me hubiese gustado encontrar. Dichos temas, Yanagihara los toca de forma bastante superficial y repleta de clichés. Por ejemplo, la autora narra cómo es que los cuatro amigos se referían a sí mismo como “la pandilla”. Insertar carcajadas. Por dios, si estamos en pleno 2023.
De igual modo, esta cuestión sobre “lo que callan los hombres”, quizás debió de matizarse aún más. Personalmente, me hubiese gustado ver de alguna manera los problemas que nos aquejan realmente a los hombres. Las relaciones con nuestro padre, la forma en la que desde pequeños se nos impone un camino de masculinidad previamente construido, la forma en la que los sentimientos que tenemos deben ser enlatados, y nuestro trato general hacia el sexo femenino. Pero la novela de Yanagihara no aborda nada de eso, sino que se queda a medias entre la construcción del hombre ideal y las tendencias homosexuales latentes de los propios personajes.
En este sentido, parecería que los personajes masculinos de la novela caen bajo la propia idealización de masculinidad de la autora, y no alcanzan a explorar temas más profundos. Ejemplificando, a los escritores hombres se les suele acusar bastante sobre la sexualización de sus personajes femeninos, o que, en términos generales, no saben escribir mujeres. Me atrevo a decir que en el caso contrario en muchas ocasiones pasa lo mismo. Los personajes masculinos escritos desde ópticas femeninas muchas veces tocan dos extremos opuestos de la masculinidad: el hombre fuerte y macho que todo lo puede, y por otro lado el hombre débil y sensible que está en contacto con su lado femenino. Los personajes masculinos de Yanagihara caen todos en este último supuesto.
Concluyendo, aunque dije que Tan poca vida no es per se una novela adolescente, sí parecería en varios sentidos un fanfic de Wattpad en el que la autora se da licencia de “chipear” a sus personajes, y hacer que relaciones emerjan de la nada, sin siquiera preguntas previas sobre sus orientaciones sexuales. Para Yaganahira parece ser que las cosas a veces suceden porque sí y no conllevan un cuestionamiento previo ni un proceso de duelo, sobre todo en un tema tan complejo como la identidad sexual. En resumen, creo que Tan poca vida es un bestseller perfectamente apegado a la cultura woke. Y aquí quiero ser sumamente claro. La novela no es mala porque sea woke, porque puedes hacer una novela sobre un tenedor y aun así puede ser buena si está bien construida. La novela es mala porque es pobre en todos los sentidos: prosaicamente, argumentalmente, a nivel de construcción de los personajes, y un sinfin de etcéteras.
A quien, en última instancia, si quisiera felicitar, es al publicista de la novela y a la propia autora, que nos han vendido como la novela de la década algo que bien podría ser un episodio escueto de la rosa de Guadalupe.
Antonio Lau Piña (Guamuchil, Sinaloa, México 1997). Maestro en Sociología Política. Tijuanense por adopción. Autor de los poemarios Poemalos con Formalina (2020, ediciones Awita de Chale), Emesis (2021,Metaletras editorial), y Un lugar donde arder (2022, Granuja editorial). Es parte del Dossier de Poesía No Consagrada no. 8 de Granuja editorial. Ha colaborado con poesía en diversas revistas online e impresas. Es todo lo que le digan menos poeta. Considerado por muchos como el peor anarquista de la historia.