No he entendido a Kafka


Después de seis meses de fracaso al intentar escribir este texto, he dejado de contar cuántos días perdía sin entender un aforismo de Kafka. De eso ya hace mucho. Luego, por necedad, por necesidad, por salvación, he vuelto a escribir, pero de otros temas. Alguna vez me he forzado a escribir sobre Kafka de nuevo sólo para fracasar igualmente, como en una ocasión en que visité el museo del cine, en Girona, y vi una ilusión óptica bastante conocida: de un lado de un disco, una jaula; del otro, un pájaro. Cuando el disco gira, por un instante puede verse al pájaro prisionero. Pero nada ocurrió entonces ni ocurrirá nada de nuevo. Esto también podría llamarse: “Historia de una jaula”.

Son ocho palabras que me han taladrado la cabeza. El aforismo aparece en alguna de las 103 hojas de papel que Jordi Llovet asegura que Kafka ocupó para Carta al padre y para algunas misivas a Max Brod. “Una jaula salió en busca de un pájaro” se lee en el número dieciséis. Kafka numeró casi la totalidad de los aforismos. Todos los números tienen significado según el esoterismo y la literatura. El uno, el dos, el tres, el siete, el 138, el 1202, el 10 000 001. Pero no creo que signifique nada. Tampoco creo que revele mucho saber que primero fue: “Una jaula salió a cazar un pájaro”, como se encuentra en el Cuaderno en octavo G, que también contiene otros de sus aforismos en una fase previa a la definitiva, si es que un aforismo escrito en los últimos años de vida puede tener una forma terminada: “No hay duda de que Kafka recibió el impulso definitivo para la redacción de esta serie de pensamientos a raíz del diagnóstico de su enfermedad, que él mismo consideró desde el principio que sólo podía llevarle a la muerte en un lapso relativamente corto”, dice Llovet en una nota a las Obras Completas de Kafka. Pero lo biográfico es tan difuso como la ficción, y no hay menos trampas ni mentiras, ni aún la muerte puede iluminar mucho esta jaula.

El problema consiste, más que en decir algo, en decir algo correcto: “Aunque una obra literaria se puede leer de varias maneras, este número es finito y admite un orden jerárquico; algunas lecturas son obviamente más «verdaderas» que otras, algunas son dudosas, otras obviamente falsas y otras, al fin (…) absurdas”, dice W. H. Auden en su ensayo “Leer”. Kafka, por enigmático que sea, debe tener una lectura verdadera, real, correcta, adecuada o cualquiera que sea la palabra que sirva para indicar que es ésa la interpretación y no el resto. Y, sin embargo, a Kafka le sucede con exageración lo que a las demás literaturas: los posibles significados se multiplican. Dice Eco sobre la interpretación: “nos damos cuenta, creo, de que la pluralidad de los sentidos es un fenómeno que se instaura en un texto aunque el autor no pensara en él en absoluto y no haya hecho nada para estimular una lectura con sentidos múltiples”. Mayor angustia en las creaciones de Kafka, que era consciente de esta proliferación. Una obra abierta puede ser también una obra abierta hacia la nada, un henchirse de sentido hasta el absurdo y la misma negación de sentido.

Me pregunto ahora: ¿qué pájaros imaginarios puede contener un aforismo? No he sido un obsesivo solitario en esta duda. Estas ocho palabras han generado poemas, libros, cuentos. Son interpretaciones, respuestas. Llenan los vacíos que un misterio produce. Pero, ¿qué dicen de la obra? Quizá nada, tampoco. Quizá también son un fracaso, aunque bello. Francisco Hernández titula a la sección de un poemario “De la jaula vacía”. Esto se lee en los primeros versos: “de la jaula vacía/ voló el canto”; esto en los últimos tres: “¿cómo decir que el canto escapa/ de la jaula sólo para ser atrapado por el silencio”. También ha escrito lo siguiente: “No hay un pájaro/ el árbol canta”, “en la jaula vacía/ canta el silencio”. Y en un relato de García Márquez, “La prodigiosa tarde de Baltazar”, encuentro estas palabras: “Ni siquiera será necesario ponerle pájaros —dijo, haciendo girar la jaula frente a los ojos del público, como si la estuviera vendiendo—. Bastará con colgarla entre los árboles para que cante sola”.

También Pizarnik admiraba a Kafka. Confío en que para él es este verso: “La jaula se ha vuelto pájaro”. Esa misma jaula se transforma en ausencia en otro de sus poemas: “Cómo contar con palabras de este mundo/ que partió un barco de mí llevándome”. Una jaula que se aleja.

Quizá Kafka mismo jugó con un antecedente, una primera jaula vacía. Acaso ésta, de Jules Renard, que murió antes de que se redactaran los aforismos del checo:

La jaula sin pájaro
Cada vez que miro esta jaula, me felicito por mi generosidad. Podría encerrar en ella
a un pájaro y la dejo vacía. Si quisiera, un oscuro tordo, un pardillo elegante o
cualquiera otra de nuestras aves sería esclava. Pero, gracias a mí, cuando
menos una de ellas permanece libre.

Y, sin embargo, el interés de Kafka no es la libertad sino la prisión. Acaso es ésta su broma. Pero hay más interpretaciones:

La metafísica: la jaula es el cuerpo y el pájaro, el alma libre.

La judicial, que dice que es una metáfora del sistema de represión moderno.

La artística: el pájaro es, como en otros textos, lo bello, lo grande, lo artístico. Me gusta suponer que nosotros somos la jaula vacía. Todo lo que tocamos lo aprehendemos, lo constreñimos, lo ahogamos. Lo único bello está fuera de nosotros y tenemos que encerrarlo.

La teológica: que es una metáfora de Dios.

La posmoderna: que es sólo un juego de expectativas, un texto irónico sobre los papeles que asumimos que las cosas deben desempeñar en este mundo.

La emocional: que es la representación de la ausencia del ser amado.

La fantástica: que es literal, hay jaulas que salen a buscar pájaros. Y en esta realidad, quizá, en vez de un corazón el pájaro guarda una jaula.

Ustedes mismos pueden buscarlo: páginas y páginas que no dicen nada, que lo repiten todo; que hablan con certeza absoluta y se equivocan. Internet es un museo de pájaros y jaulas. Contra la claridad engañosa que puede sugerir un texto sencillo, un aparente sólo describir las cosas, está la perplejidad de no acabar de estar seguros de lo que se lee. Una palabra en el ángulo justo y con la fuerza indicada puede cortarnos la cabeza. Porque creo sinceramente que hay obras a las que no podemos acceder y creo que hay obras que no podemos explicar, obras de las que no podemos decir todo lo que quisiéramos y que, sin embargo, son obras que dicen todo de nosotros, que nos hablan como un íntimo secreto que nos hace llorar.

¿Cuántas veces tendré que repetir este relato? Y pensar que una línea puede requerir tanto esfuerzo. Sé que el aforismo se escribió entre 1918 y 1924, pero no el año preciso ni el porqué. Está solo, como ante un desierto. No deriva de nada. Su nacimiento parece inmediato, repentino, el súbito resplandecer de una estrella que surge a millones de años luz. Podría decir cualquier cosa y no mentiría. Podría decir cualquier cosa y no sería verdad. Esto es lo que llaman “el misterio”, lo que en el Zohar define a Dios con estas palabras: “que se esconde mientras se muestra”, del que sólo se puede hablar con contradicciones. Y así, la jaula crece. Y yo estoy en la jaula, yo soy un pájaro invisible, un fantasma. Es esto lo que he pasado mucho tiempo tratando de escribir, lo que he dejado luego y lo que ahora retomo para desahogarme o para ser honesto. Se ha vuelto una manía y necesito darle fin. No he entendido a Kafka.

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